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lunes, 26 de septiembre de 2011

José Agustín presenta Los grandes y los pequeños amores de Aguilera Garramuño en el Palacio de Bellas Artes

En el año de 1990 fue publicado mi libro Los grandes y los pequeños amores por la editorial Joaquín Mortiz en su desaparecida colección Premios Bellas Artes. Este libro había sido galardonado con el Premio Nacional de Libros de Cuentos San Luis Potosí por un jurado integrado por el querido Severino Salazar, Agustín Ramos y Jorge Von Ziegler. Una vez que el libro se hubo agotado, retomé los derechos y desmembré el libro, publicando unos textos en mis libros Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos para antes de hacer el amor. En su edición original, como Los grandes y los pequeños amores, fue presentado por José Agustín en el Palacio de Bellas Artes de México. Las siguientes son las palabras con las que presentó mi libro, que fueron publicadas en el diario Excelsior el domingo 29 de noviembre de 1992).

Antes de conocer a Marco Tulio Aguilera Garramuño había leído Cuentos para después de hacer el amor, un libro irreverente, agresivo, diferente, desaforado, superefectivo. Bueno, posteriormente le hice una entrevista muy divertida en el Zooológico de Chapultepec para Canal 13 y fue entonces cuando nos hicimos muy amigos… (Nota del transcriptor: En este punto hay un salto, debido al hecho de que la copia complementaria ha desaparecido del archivo).
El primer cuento “Cantar de niñas” es un cuento clásico, muy sencillo, hermoso, en el que se narra la historia de amor de un hombre maduro con una delicadísima Lolita. Hay que destacar la sutileza, el tacto, con el que el autor cuenta esta historia mil veces contada. Lo original de este texto es que se lee como si nadie nunca hubiera tratado el tema.
El segundo cuento, “Paso de baile”, es el de una mujer que por la noche sale dormida, sonámbula o desdoblada, después de maquillarse y vestirse provocativamente. Asumiendo una personalidad ajena a la de su vida consciente, se entrega a aventuras en cierta forma fantásticas, lo que nos hace sospechar que nos movemos en un mundo de sueños o en otra dimensión de la realidad. El cuento nos hace pensar en esa otra cara de la mujer con la que vivimos, en el lado oculto de la personalidad que tal vez todos los seres humanos tengamos.
“Los grandes y los pequeños amores” es un cuento que yo creo tiene que ver con las parejas o, por lo menos, con las parejas modernas, ya que por la culpa de un amor de antaño que muchos de nosotros tenemos guardado como mito o como ensueño que ayuda a soportar la rutina conyugal, el matrimonio tiende a desgastarse sin razón verdadera. El vínculo matrimonial sale triunfante en el cuento a pesar de todo, y en ello hay una reflexión profunda, filosófica sobre los valores actuales. Siento que hay en éste y en el cuento posterior, una revaloración del matrimonio como espacio reivindicado. Ya no se trata del amorío de reventón, pasajero, sino del amor estable, de costumbres y ritos.
Posteriormente, para cerrar el libro encontramos el relato “La noche de Aquiles y Virgen”, uno de los textos más cachondos y bellos que haya leído en los últimos tiempos. Trata de una noche de amor entre una esposa aparentemente inocente, y un hombre algo convencional. El tema del idilio doméstico ha sido poco tratado en nuestros tiempos. El texto es un largo y deleitoso ritual de amor y erotismo al que asiste el lector como mirón privilegiado y dentro del cual el hombre le relata un cuento pornográfico a su esposa. Se contraponen lo rutinario del hombre con lo fantasioso de la mujer.
Los cuatro textos que he comentado son los dos primeros y los dos últimos, de un libro de siete. Los tres restantes en cierta forma desentonan, pues son cuentos simplemente buenos, frente a otros formidables, cuentos maestros, dignos de la mejor pluma. Ningún colombiano ha escrito cuentos tan extraordinarios como estos de Marco Tulio Aguilera… y creo que decir esto no es una exageración sino una simple apreciación de lector con criterio. “El neuras en la sartén” trata de la liberación de una mujer que ha estado sujeta toda su vida a un esposo neurótico. “Visitas nocturnas” es un cuento de fantasmas algo frío, que no llega a convencerme, pero que se puede leer. “Melesio o la soledad” trata de un homosexual latinoamericano que tiene el sueño de ser poeta laureado por la Academia Francesa. (Y ahora que lo pienso, más bien se trata de que estos cuentos, más que ser de calidad inferior, simplemente rompen la unidad del libro, cuyos temas centrales son el amor y el erotismo).
En el Marco Tulio de Los grandes y los pequeños amores hallamos casi un filósofo que reconstruye un mundo que parecía a punto de hacerse trizas. Contra la filosofía del reventón y de la desilusión política, se levantan con verosimilitud, los nuevos valores: el amor y el erotismo al rojo vivo, dentro del matrimonio. En el aspecto formal Aguilera Garramuño nos vuelve a hacer creer en el cuento redondito, bien logrado, con un estilo refinado y sin embargo agresivo y alegre. Marco Tulio tiene un don especial: maneja tensiones espléndidas: sus cuentos nos agarran y no nos sueltan.
Todo ello me ha llevado a pensar en ese don que tienen algunos colombianos; en esa capacidad de narrar bien, que vemos en García Márquez y Álvaro Mutis, y que en MT se manifiesta de una manera muy especial, con una picardía erudita muy divertida, que hace que la lectura sea una auténtica fiesta de la imaginación.

martes, 20 de septiembre de 2011

¿De dónde salen los cuentos?

Conferencia de Marco Tulio Aguilera Garramuño Publicado en Poéticas de la Brevedad, Tomo II, recopilación de Lauro Zalala, UNAM, 1996. También en Poéticas y obsesiones de MT Aguilera Garramuño, Editorial Universidad Veracruzana, 2011, 3a edición.

Borges afirma que no se le deben atribuir a él los méritos de los textos que escribió. Faulkner, hacia el final de su vida, manifiestó en una carta lo siguiente sobre el poder que tenía para escribir narraciones: "Me doy cuenta de qué don tan asombroso me fue dado: sin ninguna educación formal, sin compañeros ya no digamos cultos sino capaces de leer y escribir, pude hacer sin embargo las cosas que hago. No sé por qué Dios o los dioses o quien fuere me escogió para ser su vehículo. Esto no es humildad o falsa modestia, es simplemente asombro". Cortázar escribió que la mayoría de sus cuentos fueron escritos al margen de su voluntad, por encima o por debajo de su conciencia razonante, como si él no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena.

  Cada escritor tiene su propia versión sobre el origen de sus cuentos. Yo contaré la mía. Es frecuente que a los escritores se nos pregunte de dónde salen nuestros textos. También es común que lleguen personas a ofrecernos sus historias. "Vengo a regalarte este cuento", dicen, como quien trae un obsequio de cumpleaños. Un momento. No es tan sencillo. La mejor historia, sembrada en el escritor incorrecto, no dará nunca frutos. Sería como sembrar cactus en Alaska o eucaliptus en el desierto.

  Voy a atreverme a lanzar un primer postulado sobre la escritura de los cuentos: la constitución espiritual de cada escritor es propicia para cierto tipo de cuentos. El espíritu morboso, enfermizo, la imaginación sin límites de Poe no podrían hacer germinar cuentos elementales como los de Hemingway o Katherine Mansfield. El espíritu ecuménico de  Marguerite Yourcenar es tierra propicia para un tipo de cuentos muy diferentes a los de Faulkner.

   Y otro postulado: cada cuento tiene su momento para manifestarse y ese momento tiene relación con el estado espiritual, con la situación existencial y el ánimo del autor. La etapa previa a la escritura de un cuento, generalmente se caracteriza por una especie de ebullición de la imaginación, por una situacion de receptividad, de susceptibilidad y de rechazo al mundo. El escritor en trance de escribir es como el enfermo, que pierde el afecto hacia el mundo y se concentra en su propio dolor, que es --hay que decirlo-- el dolor del parto espiritual.

  Una condición del escritor de cuentos y de todo  auténtico creador es el egoísmo, el carácter implacable, que lo hace capaz de sacrificar su vida, su familia, su estabilidad, por pulir un texto. Son gente inconsciente los escritores, irresponsables, irrespetuosos. Garcia Márquez afirma que la certeza de que estaba listo para escribir Cien años de soledad le llegó mientras viajaba con su familia rumbo a unas vacaciones en Acapulco. También afirma que suspendió sus vacaciones y regresó al D.F. a escribir. No sé si creerle. Cada escritor crea su propio mito y lo alimenta. Es parte del juego.

  Uno de mis primeros cuentos --"Historia de un orificio"-- nació por una combinación de circunstancias. Había fracasado en una carrera de 5.000 metros para la cual me había preparado durante un año, llevaba varios días dedicado a leer de manera casi febril, padecía de un insomnio terrible que me había mantenido durante casi una semana en vela. A más de ello estaba descontento con mi vida: mis estudios formales de filosofía me tenían insatisfecho. Una noche, después de un día de gran actividad, me acosté. Tras varias horas sin conciliar el sueño, imaginé que yo era un ser que había dilapidado su vida leyendo y que había perdido la alegría de vivir. Súbitamente tuve la iluminación: supe que aquélla era una buena historia y que si la escribía resultaría digna de ser leída y tal vez publicada. El método de escritura lo tomé de Poe, de su "Filosofía de la composición". Es decir, construí el cuento a partir de una serie de esquemas perfectamente cartesianos. La escribí, pues, la envié al Magazín Dominical de El Espectador, que era, por entonces el umbral iniciático de los nuevos escritores colombianos. Dos o tres meses más tarde vi publicado el texto. Entonces supe que sí podía llegar a ser escritor y que los atisbos que había tenido en el pasado, eran premoniciones.          Recuerdo que en las clases de redacción de doña Vilma Alfaro de Vega, en el Liceo Unesco de San Isidro del General, en Costa Rica, a mí me tocaba leer al final mis escritos, pues siempre tenían algo que llamaba la atención. Escribía sobre el sargento de policía, sobre el tonto del pueblo, sobre las prostitutas, siempre con humor y un poco de mordacidad, características que de alguna manera conservo.

  Otro cuento, cuyo origen recuerdo con emoción, es "El ritmo del corazón", que me dio el primer reconocimiento internacional, cuando apenas estaba comenzando a escribir. Recuerdo que por alguna razón entré a una bodega abandonada, llena de objetos viejos cubiertos de polvo y que estaba sumida en la oscuridad. Fui sintiendo los objetos, tratando de reconocerlos con el tacto. Como no lograra reconocer uno de ellos, lo levanté, y al hacerlo, algo se despegó de él, segregando un sonido majestuoso, bellísimo, que me llenó de placer. La luz me hizo reconocer que era un acordeón, pero esta verificación no nubló la sensación que había tenido y esa misma noche escribí el cuento, en el que un negro descubre la música y con ella el sentido de su vida de poeta extraviado.

  Hay cuentos que no nacen de una inspiración o una emoción o de la acumulación de causas, sino de circunstancias más triviales. "Manicomio con ventana al mar", que también titulé "El suave olor de la sangre", nació de la lectura de una nota periodística en la que se relataba el asalto a un autobús por parte de un grupo de maleantes. Yo guardé esa noticia en la memoria y comencé a inventar, a alimentar el texto, a ponerle carne a ese esqueleto. Para terminar el cuento me leí la Biblia de principio a fin y me documenté sobre los sacrificios humanos de los aztecas, así como estudié los cuentos de Rubem Fonseca, cuyo tono me parecía fundamental para escribir un texto de esa naturaleza. Otro cuento que tengo en proceso y que se llama "Olor a macho" nació de la lectura de una nota periodística: una vedette brasileña fue asaltada y violada en su propia casa por un individuo. Ella planeó una forma borgiana de vengarse: se fingió enamorada, invitó a su violador a visitarla el día siguiente y cuando éste, vanidoso e ingenuo, llegó a visitarla, lo estaba esperando la policía tras la puerta.

  Otro cuento, "Quién no conoce a Sammy McCoy?" nació de una idea: la de un hombre que en una cantina, mientras bebe de gorra, se dedica a presumir que ha hecho todo tipo de proezas amatorias y épicas, lo que le sirve para ocultar (y revelar) que es el más grande mentiroso, el farsante por excelencia. El tema lo tuve en la punta de la pluma durante varios meses, hasta que me sentí en el ánimo propicio y decidí que un cuento semejante sólo podría salir si tenía a mi lado una botella de tequila, cigarrillos y absoluta libertad para entregarme al exceso. El resultado de este trance de intemperancia está en mi libro Cuentos para despues de hacer el amor, y el relato de esa noche que terminó en una terrible  e interesantísima duplicación de mi personalidad, lo escibrí en La noche de Ventura, una novela que está a punto de aparecer en México.

  Otro relato, "Arrepiéntete pecador"es el resultado de una típica  aventura de congreso: Un hombre maduro conoce a una joven estudiante de sociología, bailan, se emborrachan, etcétera. Muchos relatos y cuentos resultan de encuentros entre el autor y personas (personajes) muy interesantes que impresionan y prácticamente obligan al autor a eternizarlos.

  Si bien algunos cuentos pertenecen al reino de las fantasías (tal es el caso de "Cantar de niñas"), muchos parten de variaciones sobre la realidad: Qué hubiera sucedido si... A partir de este tipo de planteamiento las posibilidades son infinitas.

  Hay un cuento que nació de una manera muy graciosa. Se trata de "Visitas nocturnas". Resulta que por las noches acostumbro a leerles a mis hijos cuentos. En una de esas noches les estaba leyendo un texto que comienza diciendo: "Así que no crees en fantasmas, hermano?". Apenas leí esa frase, la luz se fue y no regresó. Qué hacer? Mis hijos no se duermen si no tienen su cuento completo. Lo que hice fue inventar el resto de la historia, que resultó tan interesante, que esa misma noche la escribí. De ahí resultó mi primer y hasta ahora único cuento de fantasmas.

  Si hay cuentos que nacen sobre variaciones de la vida, también existen los que resultan de lecturas. Hace poco leí un cuento de Hoffman, en el que se habla de Zulema, la perla de las cantoras musulmanas, el rey moro Boabdil y el sitio de la ciudad de Granada por parte del ejército castellano. Ese cuento me gustó mucho, pero quedé insatisfecho con su final. Decidí volver a escribir el relato dando una versión personal, que de paso me sirvió para modificar la historia. Esta idea de rehacer la historia ya ha sido utilizada con frecuencia, y en tiempos recientes por Pedro Gómez Valderrama, uno de los más interesantes naradores colombianos.

  También hay cuentos que nacen en situaciones de crisis. Recuerdo particularmente uno de ellos, "Viaje compartido", que resultó cuando yo estaba aquejado por un terrible estreñimiento. Me sentía mal, muy mal y estaba desesperado. Lo único que se me ocurrio hacer fue poner la grabadora a funcionar. Comencé a contar una historia angustiosa, hilarante, ridícula, que resultaba de unir dos extremos: un sitio non sancto y un irredento santurón.

  En general casi ningún cuento nace gratuitamente, de la imaginacion pura, sino que tiene, como los sueños, un sustento en la realidad objetiva: algo visto u oído sirve de pie al vuelo de la fantasía. Lo que sí es importante --esa red cazadora de mariposas-- es la actitud del perseguidor de historias. El cuentista vive pendiente de las posibilidades de la existencia, de los juegos del azar, y aunque viva en una realidad anodina, la vive iluminando, la vive potenciando, de modo que le resulta una veta fecunda, interminable.



    [1] Conferencia dictada en <<La Torre del Conocimiento>> de la Universidad de Pittsburg el 19 de octubre de 1993.

sábado, 17 de septiembre de 2011

La prueba del ácido de Elmer Mendoza


Después de leer  La prueba del ácido de Elmer Mendoza y antes de escribir esta nota me asomé a internet a ver qué se había escrito sobre ella. Fuera de una reseña en Letras Libres,  donde sin dejar de encomiar ciertas virtudes, la descalifica Fernando García Ramírez--Como novela policiaca no ofrece al lector un buen enigma a resolver, las claves del crimen las tiene el autor y las va soltando  poco a poco. Es un juego que solamente a él le divierte-- … y más allá de algunas recomendaciones de lectores en sus blogs, no encontré nada. El Zurdo Mendieta, detective de la estirpe de los heterodoxos, que había hecho una brillante aparición en la novela (excelente novela)  Balas de plata, regresa a la obra de Elmer Mendoza. Escena: varias  stripticeras son asesinadas en Culiacán, calor, sudor, la ciudad azotada por bandas de narcos, la emisora Los vigilantes nocturnos en el aire difunde la noticia. Alguien asesina y le corta un pezón a Mayra Cabral de Melo, alias Roxana, la estripticera de la que el Zurdo está enamoriscado. Mendieta se aboca resolver el caso, después de superar la depresión. Reflexiona:
 ¿Asesino de bailarinas? Nomás eso nos faltaba, un moralista del siglo XXI, ¿porqué no? Calor Mendieta tiene un amargo y simpático sentido del humor:  La verdad  es que hay mucha gente que merece morir, gente que representa lo peor de la raza humana, pero quién le debe dar cran?  Usualmente  un idiota de esos que se mira en el espejo, dice “yo”, dispara su pistolita y ahí vamos, como si no hubiera cosas más importantes qué hacer. Yo, por ejemplo, hace mucho que no me rasco los huevos.
Otros personajes: McGiver, el que consigue todo, desde un misil hasta una pieza de guitarrra de los Beatles.
La novela está escrita en un estilo particular, que mete en el flujo de la narración  TODO: ambientación, diálogo, reflexión, acción. Hay constantes cambios de punto de vista y de foco. De modo que se le exige al lector una acción concentrada, inteligente, lúcida. No hace mucho Elmer Mendoza estuvo en la Feria de Xalapa, y acosado por una pregunta bastante directa sobre este estilo, respondió, tras un leve azoro de quien está acostumbrado al elogio: “Es que yo no quiero que el lector piense. Sólo quiero que se divierta”. Respuesta sin duda absurda, sacada de la manga para salir del apuro. Si hay un libro en el que el lector deba tener una atención concentrada es en  La prueba del ácido…  y para eso hay que pensar línea a línea. Es un libro en el que el lector debe solucionar a cada instante demasiadas preguntas: ¿Quién habla? ¿Dónde están los personajes? ¿Qué dicen? (Y es que de tan ingeniosos y claveadictos, albureros y dicharacheros, los personajes y el narrador terminan por configurar un lenguaje críptico que muy pocos entenderán y más pocos tendrán la paciencia de descifrar: o es que soy un lector demasiado limitado).
Hay que ser claro: yo le hice una pregunta a Elmer, a partir de la lectura de sus libros anteriores que me parecieron apresurados, superficiales. Respondió Elmer: “Yo sé mi cuento, tengo mi proyecto”. Y en verdad quien hace esta breve nota  se permite una reflexión: A partir de que a Saramago se le ocurrió eliminar los puntos y poner sólo comas, incluso en casos que parecían inevitables, por ejemplo en los diálogos, se desató una moda: a Saramago le siguió Laura Restrepo en la eliminación de puntos –“por pura casualidad” Saramago le dio el Premio Alfaguara a  Delirio  de Restrepo--, después otros autores siguieron la tendencia; Elmer la llevó hasta el exceso, y el resultado fueron libros como  El amante de Janis Joplin, que me parece impotable. Y aquí otra reflexión quizás inoportuna: cuando a un autor se le otroga un premio grande, como el Tusquets, inmediatamente el mercado le exige más títulos: algunos autores cayen en la trampa y pronto publican libros mediocres o a medio cocer.
Hay una idea que esbocé en una conferencia no sé cuándo: las verdaderas novelas, las grandes, las que transforman el mundo dicen algo diferente de forma diferente, son las que inauguran un estilo y una forma de ver el mundo. Cada novela auténtica tiene su propia lógica y se la impone al lector. Habiendo llegado a la pagina 60 de   La prueba del ácido puedo decir que ya he sido domesticado por esta novela y que comienzo a disfrutarla: se trata de un examen de lectura rápida y espero no reprobar… y de paso, aprender algo.
Cuando se trata de narrar Elmer Mendoza es inigualable; cuando se trata de reproducir diálogos, se pasa de listo, hace juegos de palabras, usa lenguajes secretos y guiños no siempre comprensibles o efectivos. Es verdad que, como dijo Elmer en su presentación en la Feria del Libro de Xalapa,  trata de reproducir el lenguaje oral y que en ocasiones sus flashazos son casi cinematográficos. Elmer con la seguridad que le da su prestigio parece estar diciendo: “Yo me sé mi cuento, tengo mi proyecto y sigo adelante independientemente de la crítica”. Y de verdad que resulta ser novedoso e impresionante ese despliegue de recursos, lo que si algunos críticos y lectores descalificarán dejando a un lado su o sus libros, para otros representará un reto. Para mí ha sido un reto.

martes, 13 de septiembre de 2011

Cuando los parias de Viet Nam llegaron a San Isidro de El General (fragmento de Historia de todas las cosas)

37. 101 ST. Airborne División, Screaming Eagles.
 Malone, encargado del mantenimiento de las máquinas, estuvo en San Isidro varios años. No pudo hacerse amigo de ninguno de los demás norteamericanos que a su vez parecían despreciarlo. Y es que, en verdad, se le veía diferente, con sus gastados sombreros de lona, sus overoles flojos y su mirada de vaca paciente. Y a pesar de la calma que parecía emanar de su persona, era colérico e irascible a grados a veces peligrosos. No aceptaba que ningún peón le dirigiera la palabra sin responderle con un grito incomprensible. Su carácter cambió, sin embargo, en cuanto su familia se instaló en el pueblo. Alquiló una casa en el Barrio del Prado, y, con la ayuda de cien abonos y una paciencia de benedictino, logró producir gran cantidad de flores. Sus hijos asistieron al Liceo Unesco y esparcieron la fiebre del juego de caníbales llamado fútbol americano.

Johnny no se movió del Motel El Prado. Allí tenía todo lo que deseaba, una cancha de básquet, una piscina olímpica, mujeres para el amor y para la guerra, sus amigos y la edición de lujo del Quijote de Garnier Hermanos con ilustraciones de Gustavo Doré. Su relación con Estrella Fernández no duró más allá de quince días. Ella no estuvo de acuerdo con la filosofía de que el cuerpo humano se había hecho para exprimirle hasta el último gramo de placer. Más tarde cayó en la trampa urdida por Renato e Epaminondas Pedernera, pero no se entregó por lujuria o interés, sino por curiosidad y por ganarle la partida a Sol.

Mortimer tenía ojos de eterno trasnochado. Y no porque tomara excesivamente, o porque tuviera visitas nocturnas extremosas, o porque trabajara demasiado, sino simplemente porque no dormía. Y no dormía por la sencilla razón de que todavía no alcanzaba a comprender cómo había llegado a ese lejano pueblo, tan lejos de Nueva York, cuando lo suyo era la vida alborotada del Barrio Chino y las amistades peligrosas. Como era ingeniero sanitario, trabajó en los servicios de agua y drenaje de la ciudad de la gran manzana, con tal dedicación y honradez, que fue despedido al poco tiempo. Eso decía. Y estando sentado en el Central Park leyó en un anuncio que solicitaban un especialista. La Ralenger, Ropino and Rashville no fue muy minuciosa al elegirlo. Rotenhook estaba al frente de la oficina de admisiones y ni siquiera le pidió el título, recomendaciones de antiguos patrones o certificados de buena salud. Le hizo dos o tres preguntas y después le dijo:

—Here is your plane ticket. We leave friday.

Después de salir de la oficina se acordó que ni siquiera había preguntado cuál era el sitio de trabajo. Miró el tiquete de avión y leyó: 2d CLS-1WY-KEN-SJO.

Glen Phlegm, decepcionado porque los Cuerpos de Paz lo rechazaron, decidió unirse a la compañía, y su guía espiritual, casi su madre, el guru Marajuya, debió quedarse en San Francisco esperando sus diez dólares semanales. Fue una separación difícil, pero Glen estaba decidido a conocer el mundo. En realidad no le prometieron un cargo específico. En su solicitud se aclaraba que tenía experiencia en topografía (en realidad lo único que había hecho, hacía muchos años, era sostener una regla grande para que un topógrafo pudiera tomar las medidas pertinentes) y amplios conocimientos sobre política internacional, con especialidad en problemas latinoamericanos.

El caso de Hope fue mucho más radical. Le decían el gringo triste porque se embriagaba en el Prado y lloraba acompañado por una maestra, una colegiala o una prostituta de precio razonable, no importaba el rostro o la apariencia, con tal de que estuviera dispuesta a escuchar sus experiencias en la guerra: primero volábamos sobre la población fumigando para que no picaran los insectos a nuestros paracaidistas, luego bombardeábamos durante el tiempo que fuera necesario hasta asegurarnos de haber eliminado los focos de resistencia, lanzábamos de nuevo insecticida, esta vez para que la piel se les fuera escurriendo, no a los insectos sino a los amarillos. Esperábamos otras dos horas hasta que el viento disipara nuestra arma secreta y finalmente nosotros, los Screaming Eagles, las Águilas Gritonas del 101st Airborne División, descendíamos suavemente entre los gritos jubilosos de los lindos y agradecidos amarillos sobrevivienrtes que nos aclamaban como sus salvadores.

Y después de hablar, con su español casi perfecto, Hope caía en crisis, gritaba que quería volver a su país pero no podía. Luego hablaba en inglés y algún idioma de chinos y parecía estar declamando un largo poema.

Cuando Roternhook estaba en sus cabales y todavía conservaba su dosis de autoridad de cabeza visible de la Compañía, arrastraba a Hope hasta su canbina y lo molía a patadas, contaba Alisio, el enterrador, mesero y maratonista. ¿La razón? No se supo.

Hope se cortó las venas con los vidrios de una botella de whisky y se ahorcó con un cinturón que tenía un alto relieve de la bandera de Estados Unidos. En las paredes de su cabina se encontraron pintadas en grandes letras de sangre las siguientes palabras:


lunes, 12 de septiembre de 2011

Comandante Paraíso de Gardeazábal

Gustavo Álvarez Gardeazábal,
Editorial Mondadori, Colección Letra Grande,
Bogotá, 2002
Comandante Paraíso, la más reciente ¿novela? de Gustavo Alvarez Gardeazábal, es un monólogo del autor que se dedica a reflexionar sobre Colombia, su situación actual y las razones por las cuales se halla en la actual guerra (¿Como llamar a lo que sucede en Colombia? ¿Crisis, guerra, debacle, estado alterado...? Las palabras no alcanzan para definir o describir: Colombia es un país como no hay otro. Después de  décadas de guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, gobiernos autoritarios y centralistas, Colombia sigue en pie, se mantiene en una precaria democracia que parece ser más sólida que las democracias de mayoría de los países vecinos). La superficie —el estrato más aparente— de la ¿novela?  lo que nos ofrece es el relato del ascenso de un modesto campesino lechero, hasta el gobierno de un imperio del narcotráfico. El comandante Paraíso, este lechero convertido en capo, es un utopista, que pretende rescatar a Colombia mediante el poder de los narcotraficantes, enfrentándose a los guerrilleros, a los paramilitares, al ejercito colombiano, a los Estados Unidos. Un proyecto loco, con deleznables bases éticas. Sobre dos andamiajes: el monólogo del autor sobre Colombia y el diálogo del comandante Paraíso con Gardeazábal (que se pone a sí mismo como carne de represalias, al utilizar su propio apellido y ligarlo con un jefe del narcotráfico, asunto que puede ser ficticio, pero que en un país como Colombia no se perdona— se levanta esta ¿novela? Insisto en poner la palabra entre signos de interrogación, porque el autor conscientemente introduce elementos históricos bien conocidos, revela secretos explosivos, analiza lúcida y despiadadamente la situación colombiana, se lanza como kamikaze contra la oligarquía colombiana que vive en Bogotá y pasa el tiempo tomando whisky y enriqueciéndose a costa de la miseria y la muerte del resto de los colombianos.
    Tras leer esta ¿novela?, tras enterarnos de la cantidad de fuerzas contrapuestas que pugnan por dominar, exterminar —tomar el poder no creo que le interese a ningún grupo: la guerra —plantea Gardeazábal—es un gran negocio, un negocio de cifras estratosféricas, en el que salen ganando, ¿adivinen quien? En primera instancia los Estados Unidos: la industria bélica que crece como un cáncer y va carcomiendo todas las estructuras, corrompiendo cualquier intento de promover una política con sentido humanitario. El dinero de los narcos sirve para comprar armas, las armas las producen en Estados Unidos, la droga destruye el tejido social de la nación productora y de la nación consumidora ... aquello es un coser y cantar, un nadar en sangre, con la apariencia de que la gran nación democrática lucha para que se arreglen las cosas, triunfen el bien, la democracia, los grandes ideales. ¿En verdad a los Estados Unidos —a ese país profundo, el dominado por las fuerzas del capital y los intereses trasnacionales— les interesa perder esos raudales de dinero?
Gardeazabal analiza todos estos datos, los desmenuza, nos los muestra despiadadamente, pero no nos da respuesta, no deja salida alguna válida. Eso de que el comandante Paraíso vaya a arreglar a Colombia, bien puede ser una salida novelística, pero como posibilidad real es espeluznante. Una narcodemocracia, una nación contra el mundo, un paraíso de la droga... Gardeázabal nos pone los elementos sobre la mesa, pero no termina por hacer la jugada final, la deja en suspenso... Así como está la historia de Colombia en este momento, así termina la novela...Un loco utopista (que podría llegar a presidente, que podría ser un jefe de los paramilitares o de los narcos), se propone organizar un ejército para exterminar a todos los grupos opositores y arreglar al país. Detrás de todo este entramado dramático —en el que no faltan los elementos novelísticos, las descripciones verdaderamente sardanapalescas de las fiestas de los narcos, los relatos que muestran como la muerte se ha transformando en una auténtica industria, las historias increíbles de la manera en que los traficantes mueven sus productos, las revelaciones políticas que muestran la corrupción de gobernantes, jueces, curas, militares y prácticamente todos los grupos sociales— hay un mensaje  que Gustavo Álvarez envía al mundo. El lector debe desentrañarlo.
            Novela, ¿novela?, que se atreve a decir grandes verdades que involucran fuerzas de orden mundial, novela suicida, relato literario bien tramado, marca el regreso de Gardeazábal al ámbito literario, después de la estancia del ex alcalde, ex gobernador, ex profesor universitario, en la cárcel —las fuerzas contra las que luchó no soportaron su tumultuoso ascenso y la posibilidad de que llegara a la presidencia, se le inventó un crimen y se le sepultó en la cárcel durante varios años—. La cárcel no lo dobló. Más bien templó su espíritu. Comandante Paraíso es la demostración del poder que tiene eso que llamaban los indígenas de los Altos de Chiapas un hombre verdadero  y ante el cual ningún  poder puede prevalecer. Para Gardeazábal parece estar hecha la célebre estrofa del poeta Hierro: “Serenidad para el muerto. Yo estoy vivo y pido lucha”.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Brilla Marco Tulio Aguilera, en el Torneo Nacional Máster de Natación Acuario

Nota aparecida en Al calor político Deportes. En su primera participación se colgó siete medallas. Desea seguir destacando en la literatura y el deporte.http://www.alcalorpolitico.com/deportes/notas/notas.php?nota=110906natacion.htm

Marco Tulio Aguilera, destacó en el Nacional Máster Acuario de Boca del Río.
Por Santiago Morales Ortiz
Xalapa, Ver., a 6 de Septiembre de 2011.- Brillante resultó la participación del escritor Marco Tulio Aguilera Garramuño, en el XIII Torneo Nacional Máster de Natación Acuario, celebrado recientemente en el Centro Deportivo Aquabel de Boca del Río, donde se colgó siete medallas en diferentes pruebas, compitiendo ante destacados exponentes.
Motivado por los logros obtenidos, y la invitación para formar parte del grupo Aqua UV, el escritor de obras como “Cuentos para después de hacer el Amor”, “El Pollo que no quiso ser Gallo” y “Mujeres Amadas III”, también catedrático de la Universidad Veracruzana, Aguilera Garramuño, desea seguir destacando en la literatura y el deporte, pues quiere ser el “súper héroe de la natación”, según sus propias palabras.
Tras dos años de intensos entrenamientos y competencias en otros torneos, el destacado deportista brilló con luz propia en el Nacional Acuario, ganando medallas de plata en 50 y 100 metros libres, 50 y 100 metros pecho, combinado individual, mariposa y relevos de cien metros, dentro de la categoría de 60-64 años de edad, donde el principal ganador fue Arturo Moreno Loyo, también nadador de la UV, dejando en la tercera posición al competidor de Acapulco, Guerrero, Adolfo Catarino.
Marco Tulio Aguilera, señaló que fue un evento exitoso, donde también logró batir su récord en los 100 metros libres, con un minuto, 33 segundos.
Sobre sus inicios en el deporte acuático, apuntó que se debió a una lesión en la rodilla, jugando basquetbol, otro deporte que le apasiona, pero ahora entrenando natación demostró que también podía hacerlo en forma competitiva.
Agregó que los entrenamientos continuarán con sesiones de cinco días a la semana, para mantener su nivel físico y técnico, con miras a futuras competencias, y para refrendar sus triunfos el próximo año en el Nacional Acuario.

martes, 6 de septiembre de 2011

Llueve sangre

Texto escrito por uno de mis alumnos en el que crea una hermosa y aterrorizante metáfora de lo que está sucediendo en algunas ciudades de México.
Félix Urbina Alejandre               
Taller de Lectura y Redacción Agosto 2011
MEIF-11  , Danza

Antes, Patria, que inermes tus hijos
bajo el yugo su cuello dobleguen,
tus campiñas con sangre se rieguen,
sobre sangre se estampe su pie.
Y tus templos, palacios y torres
se derrumben con hórrido estruendo,
y sus ruinas existan diciendo:
de mil héroes la patria aquí fue. 
Himno Nacional Mexicano

Hoy decidí salir después de las doce de la noche, a comprobar lo que se escuchaba en las noticias. Era cierto. Una espesa lluvia de sangre caía sobre las casas, vigorosa y relampagueante, oscureciendo todo a su paso. Era un aguacero abundante de gotas que sonaban como disparos contra el cemento. Extendí la mano al patio sólo por un momento y fue como si la hubiese sumergido en lodo. Lo más inquietante no era su color, rojo como la sangre más humana, sino el perturbador calor que ésta desprendía al tacto, olía a sal.
El aire se volvió tan caliente que mis ojos empezaron a llorar. Yo estaba tan impactado que me quedé como petrificado en el marco de la puerta, con la mano que había sacado a la lluvia toda tiesa frente a mí. Poco a poco el jardín desapareció bajo la lluvia, y ésta apretó tanto que ya ni podía ver al otro lado de la calle. Desperté de mi trance y entre tosidos azoté la puerta de mi casa y me dejé caer detrás de ella. Cerré las persianas para ya no ver las muecas de terror de mis vecinos que pasaban ensangrentados por mi casa. Dentro y a salvo, me imaginaba como los cristales quedaban completamente rojos.
Al poco rato las coladeras se llenaron y la sangre empezó a inundar la calle. Me vi obligado a atascar periódico y jergas en la puerta de enfrente para que ésta dejara de entrar a la casa. También llené el piso de cubetas y vasos, pues de la nada mi casa se había llenado de goteras.
Coloqué el sillón de espaldas a la pared y me senté a ver la tele, subí el volumen a tope, y pasé de canal en canal buscando una película, un programa, o algo que me hiciera olvidar el charco de sangre que se estaba metiendo a  mi casa en lo que la lluvia paraba. Pero todo lo que había en la tele eran reportes de la lluvia, programas especiales, reportes de última hora, transmisiones en vivo, analistas y luego, a la una de mañana, un mensaje en vivo del presidente: Hoy más que nunca el pueblo mexicano debe enfrentar las adversidades con valentía y orgullo.
Entonces empezó a granizar. Era el sonido como de mil estallidos reventando las tejas, rebotando por todo el patio y soltándose salvajemente contra los cristales y las paredes. Y no era un granizo blanco y redondo como cualquiera. Eran grandes cachos de carne los que caían del cielo contra las casas, pedazos de hueso y piel rosada, empapada de esa lluvia roja. No podía creer lo que veía.
El ruido de cientos de trozos de cuerpos cayendo del cielo como el rugir de tabores de guerra dejó a la tele y a la radio mudas. A su vez las goteras cedieron para convertirse en chorros de sangre, y las manchas de humedad que había en el techo se tornaron grandes hematomas rojos a punto de reventarme encima.
En eso la cabeza de un hombre rebotó contra el piso y entró disparada a la sala. Salí corriendo a encerrarme en el baño, con sus paredes y techo de azulejo brillante y blanco, con una sola y diminuta ventana acortinada. No había nada rojo ahí dentro. Mis ojos lloraban y mi respiración era muy acelerada, no podía calmarme, nada en este mundo podía hacerme sentirme menos enfermo.
Dos pequeños audífonos blancos se introdujeron a mis orejas y el sonido del ipod secuestró mi atención del desastre que atacaba la casa. Entonces, para mi mala suerte, las tuberías empezaron a azotarse contra las paredes; la sangre subió por el caño, reventó el drenaje y se salió por el lavabo, las coladeras, la regadera y hasta por entre los azulejos.
Cuando salí la sangre ya había llegado al segundo piso. Chapoteé asustado por los pasillos inundados, entre mis muebles que flotaban, pedazos de cuerpo, y la radio que nadaba  todavía transmitiendo el mensaje presidencial, Paz para todos los mexicanos. 
Fue parado sobre la cama, y con la música del ipod a todo lo que daba, que me di cuenta que fuera como fuera, la sangre me iba a ahogar en cualquier momento.

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