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sábado, 17 de septiembre de 2011

La prueba del ácido de Elmer Mendoza


Después de leer  La prueba del ácido de Elmer Mendoza y antes de escribir esta nota me asomé a internet a ver qué se había escrito sobre ella. Fuera de una reseña en Letras Libres,  donde sin dejar de encomiar ciertas virtudes, la descalifica Fernando García Ramírez--Como novela policiaca no ofrece al lector un buen enigma a resolver, las claves del crimen las tiene el autor y las va soltando  poco a poco. Es un juego que solamente a él le divierte-- … y más allá de algunas recomendaciones de lectores en sus blogs, no encontré nada. El Zurdo Mendieta, detective de la estirpe de los heterodoxos, que había hecho una brillante aparición en la novela (excelente novela)  Balas de plata, regresa a la obra de Elmer Mendoza. Escena: varias  stripticeras son asesinadas en Culiacán, calor, sudor, la ciudad azotada por bandas de narcos, la emisora Los vigilantes nocturnos en el aire difunde la noticia. Alguien asesina y le corta un pezón a Mayra Cabral de Melo, alias Roxana, la estripticera de la que el Zurdo está enamoriscado. Mendieta se aboca resolver el caso, después de superar la depresión. Reflexiona:
 ¿Asesino de bailarinas? Nomás eso nos faltaba, un moralista del siglo XXI, ¿porqué no? Calor Mendieta tiene un amargo y simpático sentido del humor:  La verdad  es que hay mucha gente que merece morir, gente que representa lo peor de la raza humana, pero quién le debe dar cran?  Usualmente  un idiota de esos que se mira en el espejo, dice “yo”, dispara su pistolita y ahí vamos, como si no hubiera cosas más importantes qué hacer. Yo, por ejemplo, hace mucho que no me rasco los huevos.
Otros personajes: McGiver, el que consigue todo, desde un misil hasta una pieza de guitarrra de los Beatles.
La novela está escrita en un estilo particular, que mete en el flujo de la narración  TODO: ambientación, diálogo, reflexión, acción. Hay constantes cambios de punto de vista y de foco. De modo que se le exige al lector una acción concentrada, inteligente, lúcida. No hace mucho Elmer Mendoza estuvo en la Feria de Xalapa, y acosado por una pregunta bastante directa sobre este estilo, respondió, tras un leve azoro de quien está acostumbrado al elogio: “Es que yo no quiero que el lector piense. Sólo quiero que se divierta”. Respuesta sin duda absurda, sacada de la manga para salir del apuro. Si hay un libro en el que el lector deba tener una atención concentrada es en  La prueba del ácido…  y para eso hay que pensar línea a línea. Es un libro en el que el lector debe solucionar a cada instante demasiadas preguntas: ¿Quién habla? ¿Dónde están los personajes? ¿Qué dicen? (Y es que de tan ingeniosos y claveadictos, albureros y dicharacheros, los personajes y el narrador terminan por configurar un lenguaje críptico que muy pocos entenderán y más pocos tendrán la paciencia de descifrar: o es que soy un lector demasiado limitado).
Hay que ser claro: yo le hice una pregunta a Elmer, a partir de la lectura de sus libros anteriores que me parecieron apresurados, superficiales. Respondió Elmer: “Yo sé mi cuento, tengo mi proyecto”. Y en verdad quien hace esta breve nota  se permite una reflexión: A partir de que a Saramago se le ocurrió eliminar los puntos y poner sólo comas, incluso en casos que parecían inevitables, por ejemplo en los diálogos, se desató una moda: a Saramago le siguió Laura Restrepo en la eliminación de puntos –“por pura casualidad” Saramago le dio el Premio Alfaguara a  Delirio  de Restrepo--, después otros autores siguieron la tendencia; Elmer la llevó hasta el exceso, y el resultado fueron libros como  El amante de Janis Joplin, que me parece impotable. Y aquí otra reflexión quizás inoportuna: cuando a un autor se le otroga un premio grande, como el Tusquets, inmediatamente el mercado le exige más títulos: algunos autores cayen en la trampa y pronto publican libros mediocres o a medio cocer.
Hay una idea que esbocé en una conferencia no sé cuándo: las verdaderas novelas, las grandes, las que transforman el mundo dicen algo diferente de forma diferente, son las que inauguran un estilo y una forma de ver el mundo. Cada novela auténtica tiene su propia lógica y se la impone al lector. Habiendo llegado a la pagina 60 de   La prueba del ácido puedo decir que ya he sido domesticado por esta novela y que comienzo a disfrutarla: se trata de un examen de lectura rápida y espero no reprobar… y de paso, aprender algo.
Cuando se trata de narrar Elmer Mendoza es inigualable; cuando se trata de reproducir diálogos, se pasa de listo, hace juegos de palabras, usa lenguajes secretos y guiños no siempre comprensibles o efectivos. Es verdad que, como dijo Elmer en su presentación en la Feria del Libro de Xalapa,  trata de reproducir el lenguaje oral y que en ocasiones sus flashazos son casi cinematográficos. Elmer con la seguridad que le da su prestigio parece estar diciendo: “Yo me sé mi cuento, tengo mi proyecto y sigo adelante independientemente de la crítica”. Y de verdad que resulta ser novedoso e impresionante ese despliegue de recursos, lo que si algunos críticos y lectores descalificarán dejando a un lado su o sus libros, para otros representará un reto. Para mí ha sido un reto.

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