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domingo, 24 de abril de 2011

UNA NOVELA CON HISTORIA


Dossier crítico y comentarios a la novela Breve historia de todas las cosas de Marco Tulio Aguilera Garramuño

Como parte de la campaña de promoción de la nueva edición de Breve historia de todas las cosas voy a reproducir apartes de las notas críticas que aparecieron en varios países sobre la citada novela frenáptera. Incluye textos de Alfonso Chase, Eduardo Gudiño Kieffer, Edmundo Valadés, Germán Santamaría, Raymond Williams, Andrés Hurtado, Juan José Barrientos, Jorge Ruffinelli, Miguel Donoso Pareja (el único que criticó acerbamente la novela), Seymour Menton, Juan José Barrientos, Carlos Morales, etc.

Otra novela parece repetir el fenómeno de Cien años de soledad
Extractos de notas críticas y periodísticas sobre Breve historia de todas las cosas

Eduardo Gudiño Kieffer, el ya famoso novelista argentino, durante una estancia en Cali, Colombia, en un congreso de narrativa, descubrió un inesperado parentesco con un joven escritor colombiano: Marco Tulio Aguilera Garramuño, autor de la novela inédita entonces Breve historia de todas las cosas. Gudiño llevó a Buenos Aires el manuscrito, “después de haberlo leído casi sin pausas para respirar, en el avión y luego en casa” (son casi 400 páginas). Le pareció que había en él una revelación deslumbrante de un escritor muy interesante. Al día siguiente, desvelado, se lo llevó a su editor Daniel Divinsky (editor y casi inventor de Quino, autor de Mafalda). Divinsky celéricamente publicó la novela en su prestigiosas ediciones La Flor. Desgraciadamente eran los tiempos de la peor violencia argentina y entre tanta sangre la novela no tuvo la repercusión que se esperada. En la contraportada Divinsky escribió que consideraba que esta novela era lo más interesante que había aparecido en América Latina desde Cien años de soledad.
Edmundo Valadés, “Otra novela parece repetir el fenómeno de Cien años de soledad”, en Sección de Escritores y Libros, Diario Novedades, 1º de abril de 1976, México.


Una novela pura vida. Más divertida que las del boom, ella sola vivita por la energía que emana de la historia y la solapada ternura de su autor por los personajes, por nuestras montañas, por la tristeza vital de la provincia y por esa mirada que descubrió en los costarricenses, y que a pesar de su confesada miopía logró descifrar hasta el agotamiento (...) Más divertida que Cien años de soledad (...) Es un sainete bellísimo en donde lo real se vuelve fantasía y lo maravilloso se hace casi real, por las características esenciales de unos personajes deformados, caricaturizados, elementalizados y hechos vida por la magia del recuerdo y la sonrisa (...) Hay una especie de concubinato entre García Márquez y José Amado, entroncada por supuesto, y ahí reside la categoría de pastiche, con las locuras, fantasías y fiebres de este especialísimo personaje que debe ser Marco Tulio Aguilera Garramuño
Alfonso Chase, suplemento Postdata del periódico Excélsior, Costa Rica, 10 de agosto de 1975

San Isidro de El General no tiene nada que ver con Macondo, salvo el hecho de que ambos personajes de ficción inventados por autores literarios colombianos. ¿Inventados? Hasta cierto punto, puesto que, podrían constituir un reflejo, entre real y mágico de, muchos coloridos pueblos de Latinoamérica. San Isidro de El General —a todo color y sabor— es el protagonista de Breve historia de todas las cosas, entretenida y chispeante novela del colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño que acaba de publicar en Buenos Aires
Breve historia de todas las cosas impone a la atención de la crítica y de los lectores de habla castellana a un nuevo e imaginativo narrador colombiano en momentos en que el mundialmente famoso Gabriel García Márquez anuncia que durante un largo periodo dejará de lado la novela y el cuento para dedicarse a la política.
ANSA-Noticiero Cultural Latinoamericano, hoja 11, agosto 13, 1975, Buenos Aires.

Entre la generación de jóvenes rebeldes que aparece hoy en día en la novelística latinoamericana, Aguilera Garramuño puede ser considerado como el primer colombiano que entra dentro de la categoría de los que convierten a la literatura en objeto de juego. Sin embargo lo que es de mayor importancia en Garramuño, especialmente en su novela Breve historia de todas las cosas, es su habilidad, simple y llana, y con una gracia arrolladora, para contar historia divertidas una tras otra, en un surtidor que recuerda las cimas de la literatura narrativa de todos los tiempos, algo que sin lugar a dudas es esencial a la novela.
Raymond Williams, Inter.-American Review of Bibliography, num. 1, enero-marzo, 1977.

Novela “frenáptera”, la Breve historia de todas las cosas, tal vez más larga que breve (pero se lo agradece el lector), tiene una carga de humor e ingenio grande. Humor que no fabrica el narrador, sino que sabe tomar de las actitudes y personalidades de la gente de todos los días, que hace de sus vicios y profesiones, de su manera de enfrentarse con los demás y con el mundo, un extraordinario espectáculo trágico-cómico. Pero ellos no ríen, ellos simplemente hacen su vida; la vida no es un asunto de reírse. Reímos nosotros, los espectadores, que vivimos fuera de ese círculo, de ese alejado y particularísimo rincón del planeta llamado San Isidro de El General.
Andrés Hurtado García, La Estafeta Literaria, no. 583, Madrid, 1976.

Nos deja esta novela la impresión de que la vida es un circo, su lectura trae el premio de la gratificación de la amenidad. Novela entonces amena y hasta en su mayor parte regocijante, de inventiva ingeniosa y sostenida a veces hasta el delirio, con un humor que cuesta llamar alegre por el rictus que conlleva, Breve historia de todas las cosas accede a la narrativa latinoamericana con brío y un despunte de sabiduría (sabiduría narrativa, técnica y de la otra: de la vida) sorprendentes y hasta increíbles en un joven de 24 años.
Jorge Ruffinelli, La Palabra y el hombre, No. 29, Nueva Época, enero-marzo 1979, Xalapa, México.

Cosas como Aguilera Garramuño no es un pseudónimo de García Márquez para escribir una novela más divertida que Cien años de soledad nos parece una publicidad torpe, ya gastada, y que previene en el lector contra el libro. Lo menos que se puede pensar es que se trata de alguien que quiere utilizar a otro como trampolín, recurso también muy trajinado y poco serio (…) Sin embargo se encuentra uno con un narrador dotado, imaginativo, bastante descuidado, hiperbólico, desmesurado, gratuito en muchos aspectos, torrencial y desmadejado
Miguel Donoso Pareja, Bitácora Latinoamericana, enero 5, 1978, Diario El Día, México D.F.

No es de extrañar la paradoja de una visión muy seria de la sociedad dentro de una obra tan divertida. Paradójico es el título BREVE historia de todas las cosas. Paradójico es también el hecho de que San Isidro de El General, Costa Rica, Centroamérica, se convierta, igual que Macondo, en el prototipo de cualquier pueblo latinoamericano. Por lo tanto no tiene sentido que los astrónomos colombianos sigan desconociendo la obra por su ambiente “extranjero”. Aunque no tenga las dimensiones universales y trascendentes de Cien años de soledad, la novela de Aguilera Garramuño es de mayor magnitud que todos los otros satélites de la última década.
Seymour Menton, La novela colombiana: planetas y satélites, Plaza y Janés, Bogotá, 1978.

La novela de Aguilera Garramuño es muy divertida y verdaderamente legible, pero está muy lejos de superar y ni siquiera igualar a su modelo (Cien años de soledad), a pesar del empleo indudablemente hábil de una gran cantidad de recursos narrativos: los ingredientes de la pasta pueden ser muy buenos y la preparación esmerada, pero con todo a veces los pasteles que pueden ser muy buenos no se esponjan en el horno, por lo menos no tanto como uno quisiera. El autor publicó esta primera novela cuando andaba por los veinticuatro años, así que, si no se quema (como los deportistas) al proponerse a García Márquez como modelo, no dudo que llegue a dar mucho. Si Gabo se propuso a Cervantes como modelo, no veo por qué Marco Tulio no pueda hacer lo mismo con García Márquez.
Juan José Barrientos, Punto y aparte, Xalapa, 18 de octubre de 1979.

No hay que equivocarse entrando en comparaciones entre los estilos de García Márquez y de Garramuño, pues la propiedad con que este último se desenvuelve dentro del lenguaje desenfadado y verborréico, permite advertir que no está empeñado en imitar a nadie, que simplemente está soltando su vena deslumbrante por donde tiene que hacerlo, por la vía que le es absolutamente propia y que por tanto maneja a su antojo… Garramuño no es un imitador de García Márquez, ni pretende plagiar a nadie, es un autor con auténtica vena literaria de la mejor estirpe, emparentada con Cervantes y lo mejor de la literatura castellana, una vena que ha explotado artísticamente la vida de un pueblo por el conducto más indicado de la sonrisa y la ironía.
Carlos Morales, La República, San José, Costa Rica, junio 29, 1976.

La presente versión de Breve historia de todas las cosas, realizada por Plaza y Janés, con un tiraje extraordinario para una novela publicada en Colombia (20 000 ejemplares), es la segunda edición de la publicada en Buenos Aires. De ella se habló bastante hace tres años entre los escritores. Por entonces Jairo Mercado escribió que no se explicaba cómo una novela como ésta aparecía y no se armaba con ella un fenomenal escándalo literario, sólo comparable al de Cien años de soledad. Son 370 páginas escritas con brío, con excelente humor y un endiablada sabiduría literaria y humana, y si bien su configuración como novela puede ser discutible, lo cierto es que se trata de uno de los textos más divertidos y ricos, ingeniosos y llenos de poderío de la literatura colombiana, y me atrevería a decir latinoamericana, de todos los tiempos.
Germán Santamaría, Revista Dinners, Bogotá, Colombia, fecha ¿?


Dossier crítico y comentarios a la novela Breve historia de todas las cosas de Marco Tulio Aguilera Garramuño
Segunda parte

José Guillermo Varela, Isaías Peña, John Brushwood, Fernando Herrera, Tomás Herrera, Germán Santamaría, Gustavo Alvarez Gardeazábal...

El narrador muestra sus ganas de contar, de describir en la narración con ritmo frenético el complejo mundo de su situación en el universo. Muestra. Exhibe su capacidad de observación. Mira todo lo que a su alrededor acontece, sin perder detalle. Visión de impresionismo fotográfico que capta en un todo, como a través de una lente cóncava y tridimensional, la vida urbana. Alucinación que abarca en una muestra representativa el todo del ente nacional de un pueblo que es, como diría Borges, todos los pueblos. De ahí la universalidad de Breve historia de todas las cosas, una novela tan intensamente localista. Es tan ajena que parece propia. Todo lo abarca sin perderse en el fárrago, con un equilibrio pasmoso: niveles sociales y sus desempeños, caracteres individuales cargados de una tipificación sociopsicológica, grupos cívicos (Club de Damas Grises, Cámara Junior, Club de Leones), grupos místicos (los mormones, el niño hindú Masera-Ti, espiritistas del Centro Flor de Paud), centros sociales, prostíbulos (los más hermosos y sorprendentes lugares, los más originales, los más sórdidos, con criaturas tan delicadas que habría envidiado Kawabata), compañías de explotación transnacionales, estatal desorden administrativo, corrupción, peculados, locos, bobos, ineptos, ilusos, imbéciles, pordioseros, intelectuales, que , y no sería extraño, Garramuño, en su casi anormal sabiduría de 24 años de edad, hacen pensar en la realización plena del aleph borgiano. Realización del aleph borgiano pero en novela, no en cuento. Todo aparece en esta fotografía y mucho más. De todo se ríe el narrador (que en este caso es desvergonzadamente el autor). Con una sonora risa lingüística, con una extensa carcajada estructural, con una sorprendente capacidad para ironizar, para burlarse del mismo lector, para tomarle el pelo, para desmitificar, para jugar con la historia de la historia, pintando anárquicamente la anarquía… Desde ahora afirmo y sin recelos que Breve historia de todas las cosas es una excelente novela, un tour de force casi inexplicable en un joven de 24 años. Es una de las novelas mejor escritas en Colombia y su escritor, Aguilera Garramuño, estudiante de filosofía y fondista, se constituye no en una promesa sino una realidad actual, original, que marca a la literatura colombiana como sólo tres o cuatro grandes novelas lo han hecho. En este autor desemboca lo mejor de la literatura latinoamericana: García Márquez, Rulfo, Borges, Arreola, Sábato, Carpentier y Agustín Yañez, ese casi olvidado y maravilloso autor de Al filo del agua.
José Guillermo Varela García, El País, Cali, Colombia, 29 de marzo de 1981

Breve historia de todas las cosas le confirió al autor, de inmediato, pasaporte de escritor de pesos completos. Se trata de una novela de 370 páginas cuya composición total podría asociarse a un gran mural de un pueblo maravilloso, como sólo podría estar en Latinoamérica y en la imaginación prodigiosa de este joven colombiano que es Marco Tulio Aguilera Garramuño.
Isaías Peña, El Espectador, Bogotá, Colombia, 1 de octubre de 1981.

Las posibilidades de juego de la imaginación en la novela Breve historia de todas las cosas son casi infinitas.
John Brushwood, La novela hispanoamericana del siglo XX, Fondo de Cultura Económica, México.

Su novela pertenece a la gran tradición de la novelística hispanoamericana y contemporánea (… ) La modernidad de esta novela consiste en ser una construcción que se mira en el espejo de otras edificaciones literarias; digo espejo a propósito, porque reflejo no es fiel reproducción de la sombra, antes bien la imagen. Y la obra de Aguilera Garramuño es proyección no sólo de la narrativa de “experimentación” actual, sino también de los clásicos: el Quijote, obra de la que recupera lenguaje, ingenio y una percepción alucinada de la realidad (…) Esa actitud crítica hacia la sociedad es lo que hace de Breve historia de todas las cosas una gran novela (…) Si se quiere, la historia de ese pueblo inolvidable de San Isidro de El General, su controversia como pueblo o ciudad, es un drama donde la sangre no se derrama; sino que bulle; hierve porque todos sus pobladores están insatisfechos. ¿De qué? Ausencia de confrontación y una fantasía que los devora; ellos quieren vivir el paraíso con el disfrute de la carne (…) ¿Semejante a Cien años de soledad? No. Lo que hay es una semejanza disímil. Un gozoso paso adelante. No realismo mágico sino magia realista. Garramuño usa un procedimiento inverso. La imaginación del novelista se sitúa en primer plano; con ella él intuye y descubre su propia fantasía y la de otros; el mundo real en que vivimos con nuestras irrealidades. El estilo de Garramuño se nutre del sueño, es pariente de Calderón de la Barca; apenas despertamos vemos alrededor la magia de la realidad. Marco Tulio le impone su sueño, su fantasía, a la realidad: no depende de ella. Y la imaginación de este joven colombiano es de un poder arrasador (…) Su novela no es una aceptación de un mundo creado sino la creación de otro tan poderoso como el anterior. Garramuño compite risueñamente con Dios y su creación. Ese es el tamaño de su ambición. Es un deicida. Crítica de la realidad. Eso es. Y además, crítica de la crítica, autoconciencia en la creación. En efecto: en Breve historia de todas las cosas se cuenta la historia de la escritura, cómo nació, se gestó y se desarrolló. Al narrador le interesa primus inter pares no la historia, sino la escritura del relato: le interesa el sueño, no el origen del sueño. Parodia del Quijote (parodia de la parodia, pues) — hay una Dulcinea, hay un presidiario que está al borde de la locura a causa de los excesos de lectura, hay un lenguaje arcaico (burlesco). Parodia de Cien años de soledad —hay algunas escenas que podrían entrar en la novela de García Márquez sin pedir permiso, pero que se diferencian porque Garramuño les pone una piedra que no las deja elevarse y flotar—. Parodia y homenaje a Shakespeare (tenemos una tragedia de amor tan conmovedora como Romeo y Julieta). Homenaje a Al filo del agua y Pedro Páramo. Alusión a la alegoría de la caverna de Platón. Reinterpretación y ampliación del aleph de Borges… Todo ello haría pensar en una obra pedante, erudita, pesada. Nada más lejos. Esta novela es de una alegre ligereza que ha llevado a algunos críticos a hablar de superficialidad. Podría decirse que sí, es superficial como una fiesta de disfraces … que oculta cien tragedias. (…) Y Garramuño llega hasta lo insólito: escribe mal para poder burlarse de sí mismo: el narrador apela a un cierto descuido, elegante y divertido descuido, en la coherencia de su escritura, en el manejo del tiempo, en las identidades de personajes que cambian de nombre y de vida. No le tiene miedo a las influencias. Las anota con nombres y apellidos. Es un reto. Un sentimiento de poderío narrativo a veces incluso descarado, que a algún crítico ha llegado a molestar. (…) La crítica seria ha reconocido dos poderes en Aguilera Garramuño: su gran imaginación y la pasmosa facilidad con que narra. Es notable también la selección a veces extravagante o precisa de palabras, que sin duda aprendió de Borges y a la que supo darle matices absolutamente personales.
Fernando Herrera, “Tradición y novedad: Breve historia de todas las cosas”, Separata de la Revista Iberoamericana, Pittsburgh, números 138-139, enero-junio 1987, Estados Unidos.

Una vez que el “boom” ha pasado, aunque sigue y seguirá dando sus coletazos, hay quienes pregonan la llegada del “bang”, conformado por un nuevo grupo de narradores que irrespetan o ignoran a sus antecesores y que crea obras originales, vigorosas y dignas de ser leídas: Gudiño Kieffer, Aguilera Garramuño, Siria Poleti y otro grupo de “muchachos” que forman la nueva selección de nuestros literatos. Seguiremos teniendo buena lectura por muchos años.
Tomás Fernández, “¡A tiro de bang!”, El País, Colombia, 4 de julio, 1982

Uno no se explica cómo la publicación de una novela como Breve historia de todas las cosas no provoca un fenomenal escándalo literario. Son 370 páginas escritas con brío, con excelente humor y si bien su configuración como novela puede ser discutible, lo cierto es que se trata de uno de los textos más divertidos y ricos, ingeniosos y legibles de la literatura colombiana de todos los tiempos.
Germán Santamaría, Revista Dinners, Colombia.

El espíritu de Salvador Dalí habita en Garramuño. Iconoclasta, caprichoso, narcisista, con un talento torrencial, que demuestra desde su primera novela, Breve historia de todas las cosas. Esta novela es ante todo un acumulado satírico de críticas, parodias y homenajes al sistema novelador de todos los pueblos tropicales. Con ello esta novela se coloca al otro lado del proceso macondino de escribir, tan solemne, lanzando una gran carcajada frente al rostro adusto y papal de García Márquez. Lo cuestiona de frente, parodiándolo con humor y con sorna y diciéndole a los lectores que el sabor a Macondo no es monopolio de García Márquez, sino que es sabor a Colombia y Latinoamérica. Hay escenas en la que uno llega a pensar: Esto es García Márquez, pero mejorado y, lo que es más atrevido, parodiado. (…) Hay un virtuosidad grande en el manejo de los personajes, que llegan a ser, muchos de ellos, casi todos, entrañables, inolvidables, llenos de gracia: Californio el simple, la Costurera Flaca y la Santa Flaca, el Paticorvo Palomo, los dos músicos: Rey David y Benito Chúber… cincuenta, cien criaturas pintadas con cariño y pasión que pasan al lector casi directamente, configurando una novela arrolladora, que uno podría leer de una sentada si la vida cotidiana lo permitiera (…) Esta novela es el reflejo caprichoso de toda una realidad americana deformada por el más insolente, humorístico, sarcástico, hábil y descarado escritor que Colombia haya producido en muchos años. Es un espejo deformado de lo que los latinoamericanos somos.
Gustavo Álvarez Gardeazábal, “El nuevo novelista colombiano”, Nueva Frontera, Colombia, 29 de noviembre de 1975.

lunes, 18 de abril de 2011

FRAGMENTOS DE "EL RÍO" DE WADE DAVIES

Reproduzco párrafos del libro de Wade Davies que me parecen interesantes:

“El padre de Rufino se puso de pie y entonó un cántico solemne. Cuando terminó, metió una totuma negra en el yagé y se la pasó llena a su hijo. Rufino hizo una mueca  al tomarlo, como todos los demás después. Tenía un sabor amargo asqueroso. Hubo más cantos y baile, voces altas y trémulas y el castañeteo de las sonajeras y las ajorcas; luego un silencio espectante, mientras Pedro sacaba otra totuma llena de la poción. Sólo después del cuarto trago me di cuenta de que los barasanas compensaban en cantidad lo que a su yagé le faltaba en potencia” (Aquí Wade se desvía hacia una serie de precisiones de orden botánico sobre los componentes de la bebida, entre los que destaca el bejuco Diplopterys cabrerana, que se usa, afirma, en la Amazonia para aumentar el brillo de las visiones).
            “Me senté callado con ellos, sin poder participar pero consciente del poder y autoridad de su ritual. La planta los afectó primero a ellos. En un suave murmullo Rufino empezó a hablar de un sol rojo que caía sobre la selva. De inmediato su padre le ofreció otra dosis de yagé, que bebió jadeando y escupiendo. Hasta ese momento yo no había sentido nada, pero al oír sus náuseas tuve que darme vuelta y vomitar en la tierra. Pacho se rió y yo lo imité. Todos tomamos más yagé varias veces. Pasó una hora o más. Miré hacia arriba y vi que los bordes del mundo se suavizaban al mismo tiempo que sentía una resonancia que llegaba de más allá del cielo, como la sugerencia de un viento flotante de pulsante energía” (El río, Wade Davies)
            “Al principio fue agradable, un sentido maravilloso de vida y de calor envolvía todas las cosas. Luego las sensaciones se intensificaron, se cargaron de una extraña corriente y el aire mismo adquirió una densidad metálica. Pronto dejó de existir el mundo tal como lo conocía. No era una distorsión de la realidad: era como si se disolviera al tiempo que el terror de otra dimensión avasallaba los sentidos. La belleza de los colores, los interminables diseños de esférica luminosidad, eran como lluvia brotando de mi piel. Me contuve. Miré hacia arriba y vi a Rufino y a Pacho bamboleándose y quejándose suavemente. En el pelo había flores que lloraban y árboles intentando remontrarse  hasta las nubes, y de sus ramas caían hojas con grandes aullidos. Entonces el cielo se abrió. Una lívida cicatriz cruzaba el firmamento, las estrellas palpitaban y un gran viento dispersaba todo a su paso. Se abrió la tierra. Serpientes se enroscaban en los postes y se metían reptando por los techos. No había escape. Los ríos se abrían como bocas de capullos. El movimiento se volvía penetración, y el terror se hizo más fuerte. Niños famélicos y animales de todas las formas enfermaban y morían de sed, enterrando sus narices en la tierra seca. Yacían desnudos a la intemperie y por todas partes se levantaba un palio inmenso de dolor”
            (...) “Lentamente, al avanzar la noche los colores se suavizaron. Sentí mis manos palpando el piso de la maloca, vi nubes de polvo teñidas de luz verde, oí voces que se reían. Estaba a punto de amanecer, lo supe al oír la selva. Cansado, aunque ya sin miedo, me metí en la hamaca. Permanerí despierto mucho tiempo, envuelto en una manta de algodón, como un niño agotado después de la fiebre. Lo último que vi al irme durmiendo fue una plácida nube de luz violeta que se posaba sobre la maloca.
            “Una hora después me despertó el rugido de una avión. Miré hacia arriba y vi haces de luces que se filtraban por el techo de paja. Me dolía la cabeza y tenía sed, pero aparte de eso me sentía bien, limpio, como si mi cuerpo hubiera sido lavado pro dentro y por fuera. Al incorporarme, me rodeaban unos niños que me siguieron afuera, bajo el sol y por la trocha que iba al río. El agua estaba fría y refrescante, deliciosa al beberla. Oí un grito, y uno de los niños apuntó hacia la ribera. Era el piloto misionero. A su lado estaban Rufino y su padre. Habían guardado sus atuendos, pero en sus piernas tenían los dibujos geométricos y las caras negras con el tinte. El piloto tenía las manos en las caderas.
            –Con que volviéndose nativo ¿no? —me dijo a gritos—. Si yo fuera usted, no tomaría agua de esa.
            —Llega antes de tiempo.
            —No, en realidad tengo un retraso de dos días.
            —Ah.
            —Bueno, nos vamos. Tengo que estar en Miraflores a mediodía.”

lunes, 11 de abril de 2011

A ISLA SACRIFICIOS IDA Y VUELTA NADANDO

Estábamos en Xalapa. A la una de la mañana seguíamos buscando hotel en Veracruz por medio de internet. Me dormí a las dos de la mañana y desperté a las 4:30. A las 5:30 salimos. Mi mánager LL insistió en manejar, lo que sería fatal, pues ella evitó las carreteras de peaje y condujo a menos de 80 kms por hora, con el resultado de que llegué al borde de la playa cuando ya estaban entrando al mar los 60 triatlonistas. Supliqué que me esperaran mientras corría al coche a decirle a mi máneger que me esperara en el hotel. Corrí los 200 metros, le dije lo pertinente a mi máneger, le pedí a los empleados del Oxxo que me guardaran mi mochila --yo mismo la escondí bajo el bote de basura.
Corrí de nuevo a la playa, ahora descalzo, sólo con las mascarilla, pero hallé que no sólo ya se habían lanzado al mar sino que iban más de cien metros adelante. No lo dudé un momento. Me lancé osadamente --nótese lo valiente-- y nadé duro, pero, amigos, cómo los iba a alcanzar, si ellos son triatlonistas jóvenes, y, debo confesarlo sin pena, estoy en la mitad de la vida multiplicada por dos.


Naturalmente fui el último en llegar a Isla Sacrificios, recibí el aplauso correspondiente, pero... por más que les supliqué que me dejaran descansar, que me esperaran cinco minutos... no lo hicieron, de modo que otra vez me eché al mar --miento, no me eché al mar, pedí que me avanzaran un poco en la lancha mientras descansaba--. Bueno, cuando la lancha alcanzó a los que iban en medio, me volví a echar al mar. Y comencé a nadar en zigzag, con el resultado de que en lugar de nadar 2000 metros en el regreso debí nadar como 4000 metros. ¿Cansado, exhausto? No, más bien desesperado, porque parecía que no avanzaba nada.... Hasta que vi unas manos ondeando: eran las del nadador que en la pasada competencia en AquaX ganó todas sus pruebas. Me dijo que estaba nadando como borracho y que así no iba a llegar nunca. Y me pidió que lo siguiera. Lo seguí, y finalmente llegué a la playa. Pedí que me tomaran fotos con el objetivo de subirlas al blog. Por ahí andan diciendo que mis modestas hazanas de super heroe casi senil son inventadas. Y no, eso sí que no. Las proezas de mi espiritual pinga no permito que me las pongan en duda. De modo que si el gringo del kayac que me tomó las fotos las sube al "Caralibro", es decir al Facebook, me permitiré ponerlas en este artículo. Al llegar al auto descubrí que mi máneger no se había ido al hotel sino que estaba durmiendo con la cabeza apoyada en el volante. El problema es que no puedo cambiar de máneger porque... es  mi esposa.

domingo, 10 de abril de 2011

RESEÑA ADVERSA

NO TODA LA CRITICA DE MI AMAZONAS ES ENTUSIASTA
Nota escrita por Stanislaus Bohr
La diferencia entre los viajeros franceses y alemanes del siglo XVIII, con los turistas que visitan el Amazonas hoy, sigue siendo la misma: la mirada. Los franceses y alemanes llevaban un diario, pero en su diario escribían todo: a qué hora llovía, cuántos milímetros por segundo, qué tipo de planta curaba las chagas y el dibujo de la ramificación de sus vasos de savia, las clases de peces, los tipos de palma, la acidez del suelo, transcripciones fonéticas de las lenguas indígenas, los mitos, las infinitas variedades del Yuruparí, la matrilinealidad, cartografiaban, se arruinaban, subsistían. De modo que sus diarios son hoy el laboratorio, la etnografía, la gramática, la botánica, y se leen como se estudian.
Los diarios de turista registran impresiones, generalizaciones, estados de ánimo, anécdotas. Cuando vi el Amazonas por primera vez, también quise escribir un diario. Lo escribí y salió turístico. Mi orquídea escribió su propio diario. No me lo ha querido enseñar. Ella iba en busca de las mujeres Amazonas, las guerreras, las de verdad, las que dieron el nombre al río, y lo había leído todo al respecto. Pero según me dijo cuando le conté aquella decepción por mi estúpido diario, los visitantes en tránsito vemos sólo lo que conocemos, y como no conocíamos la infinita variedad de palmas, la selva era para nosotros sólo una mancha de verdor.
Agua clara en el alto amazonas no le sirve al explorador actual de mucho. Resulta ser la última novela publicada por el colombo-mexicano Marco Tulio Aguilera (una rara avis que debe estar leyendo esta línea a los pocos minutos de ser posteada). Publica la Universidad de puebla, México. La portada es horrible, por la foto: una imagen del río Tuxpan al amanecer (que resulta al Amazonas lo que la beldad que ilustra este post a una india Huitoto). Para un devoto del libro como objeto, éste será el primer filtro. Pero abro y empiezo a leer porque el tema y el estilo me inquietan.
Está escrito en clave de diario, sin escindir entradas. Trata del editor de una revista científica que viaja a Colombia a dictar una conferencia, y de un explorador moderno del Amazonas: el encuentro entre este seudo-científico que se vanagloria de saberlo todo del Amazonas por haberlo leído en libros y el explorador que desprecia ese saber enciclopédico porque sabe que nadie conoce el Amazonas hasta zambullirse en el misterio de sus aguas, propicia un viaje súbito a la floresta colombiana, entre las selvas del Caquetá y el río Solimoens (como llaman en Brasil al Alto Amazonas).
Sospecho que el autor nunca ha ido al Amazonas. Mi sospecha se basa en una inconsistencia: los personajes llegan a Leticia, pero al siguiente capítulo están naufragando en la Araracuara, sobre las aguas traidoras del Caquetá. El narrador saldrá del lío diciendo que por afluentes llegarán luego a Puerto Nariño, pero si eso es algo fácil de admitir en la ficción, en la realidad resulta imposible llegar por afluentes de Araracuara a Puerto Nariño. Tal vez siguiendo el curso del Caquetá (si logran sobrevivir a las chorreras) hasta Tefé, como hizo José María Obando cuando huía de Juan José Flórez, pero la travesía durará cerca de 9 días y no tres. En Puerto Nariño se da el clímax: el editor atisba a una india Huitoto con la que vivirá un delirio venéreo. Fin.
Está escrito en clave de diario y novela episódica (de aventuras). Las cinco primeras partes son prosa pulida, transparente, como el título: anacolutos poéticos, frases largas y cadenciosas en la que un narrador hábil deja entrever esa historia paralela que se da al interior de un matrimonio echado a perder, pero la última parte parece escrita en otro momento, por otra mano, como si la hubiese rematado un inexperto.
Sé que en este momento Aguilera debe estar enfilando baterías para protestar por mi miopía y dirá que soy un sietemesino, que no sé leer, que soy un amateur y él todo un estilista, pero a mí no me compran ni con un revólver en la sien, Aguilera Garramuño.
La novela tiene así dos historias paralelas: el viaje al Amazonas y el esbozo de un matrimonio en declive. Tal vez la historia principal sea la sugerida, la del matrimonio, como en el mejor Hemingway (el de la Vida corta y feliz de Francis Marcomber, en Nieves del Kilimanjaro). Esas evocaciones de la crisis matrimonial están escritas con cinismo: el protagonista rompe toda solemnidad y autoridad al ridiculizarse, mostrando un comportamiento contrario a su edad provecta y a su magisterio. El guía del viaje es la contraparte: una figura fuerte, que da contraste, relieve, que tiene una respuesta para todo: el compañero ideal en una crisis espiritual, o en una malquerencia, tosco, misterioso, sagaz, salvaje. En mi rasero, el libro cumple las reglas de una novela de iniciación: la crisis, la alegoría, el viaje y la transformación del héroe. ¿Pero las novelas de iniciación no deben darse al comienzo de la vida, con personajes jóvenes en busca de su propio destino? Ese es uno de los logros de la novela: el protagonista se escinde de su realidad y parte en busca del viejo sueño del Amazonas a los sesenta años, como Gonzalo Jiménez de Quesada a los 80 en busca de El Dorado, como Don Quijote a lomos del rocín flaco, como Arturo Cova en busca de una Vorágine.
Dando por descontado que está escrito por un colombiano que se fue del país hace 30 años, se explican algunas reflexiones someras sobre lo que ha ocurrido en Colombia: los personajes saben que hay una guerra, no saben por qué, pero temen encontrarla de frente; dialogan sobre ella, la imaginan, pero ignoran el resto. Tiene observaciones notables: el protagonista se figura el suplicio de un secuestrado en la manigua magnificando su propia experiencia y logra así un atisbo de empatía al ponerse en la piel de otro, pero no pasa de ser epidermis, al igual que pasa en los libros de secuestrados reales: no hay músculo, ni hueso, ni carne. Por lo demás, no encuentro mucho por relacionar de esta novela con un conflicto que sigue ocurriendo para propios y extraños en un no-lugar.
Nunca supe qué buscaba el protagonista.
¿Pureza, amor, sexo, aislamiento?
¿Qué busca el segundo de abordo?
¿Un tesoro que lo hará millonario?
Es el Amazonas: sólo cabe el misterio.

Rio amazonas Colombia-Brasil
Este sí es el Amazonas, al amanecer, entre Benjamín Constant y Tonantins, frontera Brasil-Perú-Colombia.

miércoles, 6 de abril de 2011

BIOGRAFIA DE MT

BIOGRAFIA DE AGUILERA GARRAMUÑO
Peter Broad
Indiana University. Pensylvania
MT y Peter Braod

Nació en Bogotá el 27 de febrero de 1949, segundo de los siete hijos de Marco Tulio Aguilera Camacho y Ruth Elizabeth Garramuño Candiotti. De una forma muy parecida a la narrada en la novela Breve historias de todas las cosas (primera publicación de Garramuño), los Aguilera Garramuño fueron a parar, una vez muerto el padre y después de una serie de peripecias casi propias de gitanos, a San Isidro de El General, Costa Rica.  De Costa Rica Aguilera Garramuño regresó a Colombia a estudiar en la Universidad del Valle en Cali.  Allí cursó la carrera de Filosofía, mientras se dedicaba al atletismo como corredor de fondo, e inició su carrera de escritor. 
            Breve historia de todas las cosas apareció publicada en Ediciones La Flor en Buenos Aires en 1975 y fue elogiada de forma entusiasta por críticos de la talla de John Brushwood, Seymour Menton, Wolfgang Luchting, Raymond Williams, Germán Vargas, y por gran número de escritores, entre ellos Gustavo Álvarez Gardeazábal y Gabriel García Márquez.  En el mismo año de 1975 Aguilera Garramuño terminó su licenciatura en Filosofía.  De pronto se sintió desempleado y en la miseria, habitando un cuarto desastroso en el segundo piso del Grill Las Escalinatas, en Cali.  Aprovechó la oportunidad para salir del país tras recibir una invitación de la Universidad de Kansas.  La versión que explica por qué se dedicó a la literatura es la siguiente:  se había entrenado para ganar una carrera importante de diez mil metros planos.  Recuerda que su condición física era insuperable, pero ésta nada pudo contra la experiencia de otro corredor, quien administrando sus fuerzas lo dejó ir adelante, para dejarlo atrás en los últimos tramos de la justa.  Tras el fracaso, abandonó su carrera atlética y se dedicó por completo a la literatura e inició estudios de violín, que lo acompañaron varios años.
            Cuando salió para Estados Unidos llevaba unos cuantos cuentos y una novela que había sido comparada con Cien años de soledad, argumentos más que suficientes para hacerle sentir escritor a los 26 años de edad. Pasó dos años académicos en Lawrence, Kansas. La experiencia de Kansas le dio material para su novela  Mujeres amadas.  De Lawrence salió para Monterrey.
            La experiencia en Monterrey le dio el material para su tercera novela, Paraísos hostiles.  Como no tenía nada de dinero al llegar a Monterrey, se encontró viviendo en una novelesca casa de huéspedes que le sirvió como modelo para la dantesca casa de doña Bartola. Mientras vivía en Monterrey, presentó un cuento para el premio que ofrecía la revista La Palabra y el Hombre en Jalapa, Veracruz.  Compartió el premio con Sergio Pitol y fue a Jalapa para recibirlo.  Allí conoció al rector de la Universidad Veracruzana, Roberto Bravo Garzón, quien le ofreció trabajo.  Así que en 1980 se mudó a Jalapa con sus pocas pertinencias, entre ellas un VW apodado  Alimaña.
              Las experiencias de los primeros años en Jalapa se narran en la serie de novelas que ha llamado  El libro de la vida:  tal libro está constituido por Las noches de Ventura/Buenabestia, como primer volumen, La pequeña maestra de violín como segundo, La hermosa vida,  tercero (hasta ahora publicados) y un cuarto volumen  inédito que ha anunciado bajo el título de  La plenitud del amor.
            El dos de marzo de 1985 contrajo matrimonio con Leticia Luna Varela, natural de Orizaba, Veracruz.  Esto ocasionó un cambio radical en su forma de vivir, y aún más el nacimiento de sus dos hijos, Héctor Javier y Sebastián, hechos que le han convertido en un hombre más tranquilo y regular en sus hábitos, aunque siguen su productividad literaria a un paso nada despreciable y su carácter polémico, así como su deportivismo, que a los 58 años lo mantiene activo en el basquetbol. 
            La vida familiar también ha repercutido  hasta cierto punto en lo que escribe.  Aunque el enfoque de sus novelas no ha variado de forma evidente, ha abierto otras posibilidades para sus cuentos.  En años recientes ha escrito cuentos infantiles que le hicieron merecedor del  Premio Nacional de Cuento Infantil  Juan de la Cabada 1998.
            La vida de Garramuño a lo largo de los años ha estado colmada de premios literarios y reconocimientos nacionales e internacionales. Su libro de relatos más conocido, Cuentos para después de hacer el amor lleva a la fecha once ediciones en Colombia, México y España. Su novela más reciente  El amor y la muerte,  publicada por Alfaguara, ha sido un clamoroso éxito de crítica.
            Tal vez la razón por la cual Aguilera Garramuño no sea conocido como un autor de primera línea, con libros disponibles en todas las librerías de habla castellana, se halla en el hecho de que vive en la provincia mexicana, de donde sale poco, particularmente en los años más recientes. En la actualidad está trabajando en una larga novela titulada  El sentido de la melancolía, obra que según el autor tiene a la fecha 1111 páginas y en la cual piensa trabajar varios años más.
LIBROS PUBLICADOS

Cuentos para después de hacer el amor, (cuentos) Undécima edición de Punto de lectura, España, 2006.
 Mujeres amadas (novela),  Editorial Universidad Veracruzana, Colección Ficción, l988 y 1996, Jalapa, México; Plaza y Janés, Colombia, l991.
 Los placeres perdidos (novela), Premio en la Bienal Internacional de Novela José Eustasio Rivera, Editorial Fundación Tierra de Promisión, Bogotá, Colombia, 1989 . 2a. edición de Editorial Edamex, México, l990.)
 Las noches de Ventura o Buenabestia (novela: primera de una serie de cuatro bajo el título de El libro de la vida), Editorial Planeta, Colección Grandes Narradores, México, 1994 y Plaza y Janés, Colombia.
Cuentos para ANTES de hacer el amor, Plaza y Janés de Colombia, 1994; edición mexicana de Selector, 1996.
El pollo que no quiso ser gallo (Cuentos, Premio Nacional de Literatura Infantil Juan de la Cabada, 1997) Alfaguara,, México, 2002.
 Juegos de la imaginación. ((Relatos), Benemérita Universidad de Puebla, Editorial Ducere, 2000.
La hermosa vida  (novela), CONACULTA, Colección Guardagujas, México, 2002.
La pequeña maestra de violín (novela), Benemérita Universidad de Puebla, colección Asteriscos, Puebla, 2002.
El amor y la muerte (novela) Alfaguara, Colombia, 2002.
El ojo en la sombra, (Antología de narrativa prologada y anotada por Peter Broad), Universidad Veracruzana, Colección Ficción, 2002.
Poéticas y obsesiones (Conferencias y encuentros con García Márquez), Universidad Veracruzana, Colección Biblioteca, México, 2007.

PREMIOS LITERARIOS
Premio Nacional de Novela Aquileo J. Echeverría, otorgado por el Ministerio de Cultura de Costa Rica en 1975 (por Breve historia de todas las cosas.) Premio Primera Bienal de Novela José Eustasio Rivera, de Colombia, l988  (con la novela Venturas y desventuras de un frenáptero, hoy publicada bajo el título de Los placeres perdidos.) Premio Nacional de Libros de Cuentos organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México y el estado de San Luis Potosí, 1990 (con el libro Los Grandes y los Pequeños Amores.) Premio Nacional de Literatura infantil "Juan de la Cabada", 1997, otorgado por el Instituto de Bellas Artes de México y el Gobierno del Estado de Campeche. Premios Nacionales de Cuento de las Universidades Santiago de Cali; Benemérita Universidad Juárez de Durango; de Carmen, Campeche; Bernal Díaz del Castillo de Coatzacoalcos; Sesquicentenario de la Universidad de Cauca; Premio Internacional de Cuento Gabriel García Márquez, 1999; de  La palabra y el hombre, Universidad Veracruzana, 1979; Premio Internacional de cuento de la revista  Plural y  Excélsior, 1989 y otros.

lunes, 4 de abril de 2011

EL OFICIO DE ESCRIBIR NOVELAS

Conferencia en la Universidad  de Costa Rica, Heredia, agosto 2010, basada en el viejo sistema de la asociación libre
Amad el arte. Entre todas las mentiras, es la menos mentirosa. 
                                                               Flaubert
Con el viejo método de lavar la arena e ir decantando el oro, recurriendo al irresponsable y eficiente método de la asociación libre, voy a intentar llegar a algunas concusiones sobre la novela y el oficio de escribir  novelas. Primero hay que preguntarse qué es una novela. Veamos algunas respuestas. Flaubert dijo que la novela es un espejo del camino. Sergio Pitol dijo que la novela es una impresión personal sobre la vida.  La novela es algo que posee una realidad propia, ajena a la realidad objetiva, si es que tal cosa existe; es una realidad propia que sin embargo depende de algo exterior a ella. En cada novela hay un planteamiento y una lógica. En varias entrevistas, de esas improvisadas, en las que el entrevistador no ha leído nada y quiere enterarse de todo, ante una pregunta vaga he respondido que la novela es una tesis de grado sobre la vida. Lo primero que se me ocurre decir es que hay en ella un intento de entender y explicar el mundo, sin resolverlo, claro está. El mundo es un enigma indescifrable por completo, que sin embargo exige ser descifrado.  Es una suma de enigmas. El novelista es o debe ser un curioso impertinente, un ser extremadamente ambicioso. No quiero decir que el novelista deba ser una especie de sabio que tenga el deber de explicar a los pobres e ignaros lectores los secretos de la existencia. En general el novelista ignora más de lo que sabe, y esta ignorancia es un motor de su búsqueda. Dice Pitol que en el centro de todas sus novelas hay una zona de vacío que no termina por explicar a los lectores y que a veces ni él  mismo se explica. Hay una frase de Sigmund Freud que me gustaría ligar con la anterior afirmación. “Todos los sueños tienen un cordón umbilical que los liga con lo desconocido”; es decir, ningún sueño es descifrable por completo. Dice el científico Carl Sagan que existen en el universo tantas estrellas como la suma de todos los granos de arena que hay en todas las playas del mundo. Cada novela es un grano de arena, pero paradójicamente, debe ser un universo. El universo que conocemos, es decir, el universo que no conocemos, muy posiblemente sea un universo, uno de tantos universos posibles. Así, cualquier novela que haga honor al género, es un universo. El creador de este universo, hay que decirlo, es el novelista, un pequeño diosecillo que se ocupa de su jardín imaginario. Vayamos al más célebre referente de la lengua castellana: Cervantes y el Quijote. ¿Cuál es la clave de esta novela que lleva siglos de vigencia? La ambigüedad, la ironía, el descrédito de las instituciones y certezas. El Quijote es sin duda pariente cercano del Tristan Shandy, obra de la que dijo Samuel Johnson  “nada extravagante puede perdurar”. Y sin embargo perduró hasta convertirse en el modelo de todas las novelas irreverentes hasta llegar a Rayuela, de Julio Cortázar, que revolucionó el arte de la novelística. Tristram Shandy,  más que una novela humorística, como anota la inefable Wikipedia, es una especie de tratado sobre todo y sobre nada. En esa novela se tratan temas tan variados como las prácticas íntimas y las sociales, los agravios, la influencia de los nombres propios en las personas, las narices (forma eufemística con la que se ocupa de los penes), la obstetricia, la ingeniería militar, la filosofía, la psicología... Se afirma que Tristam Shandy no tiene rigor ni argumento alguno, y  que obedece solamente a las leyes completamente arbitrarias de la asociación libre. Tal vez Sterne de alguna forma por completo inexplicable, pudo leer los 25 tomos de Freud, lo que me parece improbable, pues Sterne vivió muchos años antes de que el padre de psicoanálisis tratara de comprender el mapa de los sueños y  el territorio aleatorio de la imaginación. El que sí leyó a Freud fue Marcel Proust, el más serio, dispendioso y farragoso rastreador de una intimidad, la suya.   En busca del tiempo perdido  es la novela de la memoria y de los vínculos insospechables que establece. Tenemos hasta aquí anotadas tres lógicas: la de Cervantes, el primero que se salió del camino de las leyes artistotélicas, que exigían un sistema, una redondez, una sensatez, a la obra literaria; la de Sterne, que llevó esta misma osadía hasta rebalsar los límites de la cordura y de la paciencia de sus contemporáneos; y la de Proust, que quiso poner en novela la vieja idea de que el hombre es la medida de todas las cosas. Es célebre la imprecación que García Márquez lanzó o dijo haber lanzado cuando leyó la primera frase de  La metamorfosis: “¡Ah, carajo, no sabía que se podía hacer eso!”. Este descubrimiento de un novelista tan lúcido (el descubrimiento de que uno pude escribir sobre lo que sea como sea) nos lleva a establecer una especie de apodicto —no sé si  la palabra exista pero de todos modos vale la pena acuñarla—… apodicto o apotegma o certeza inconmovible: en novela es lícito todo, excepto aburrir al lector o engañarlo. Pitol lo dice de otra forma: en la novela cabe todo. Veamos: novela es un intercambio de cartas como lo es Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclos;  novela es un estudio minucioso e investigación de un crimen, como  A sangre fría de Truman Capote;  novela es la crónica de un día de pesca, como  El viejo y el mar de Hemingway;  novela es una enumeración enciclopédica de eventos, una violación de las leyes del tiempo y una demostración de erudición casi insoportable, como Cristóbal nonato  de Carlos Fuentes; novela es  Al filo del agua, de Agustín Yañez, que cuenta, recurriendo a la forma episódica y al retrato psicológico, la vida de un pueblo de México. Novelas son todas ésas y una enorme cantidad de obras que utilizan los procedimientos más diversos, tocan cualquier tema, critican cualquier sistema, exponen cualquier tesis. Desde la mínima historia de amor en  La tregua  o El túnel,  hasta la monumental narración de las vicisitudes de gran cantidad de personajes a lo largo de unos cincuenta años de historia rusa en  La guerra y la paz; desde el relato de las vidas más de trescientos personajes habitantes de Madrid en 1942 en  La colmena   de Camilo José Celá hasta el seguimiento de un día de la vida de Lepoldo Bloom en Dublin, en el Ulises de James Joyce. Todo eso es novela.
 Se reafirma con la anterior enumeración que en la novela cabe todo, todo se vale: es como el famoso jarrito de Tlaquepaque que aparece en un dicho mexicano: “todo cabe en un jarrito, sabiéndolo acomodar”, dice el dicho.
            Según García Márquez hay dos formas de escribir una novela: como él lo hace y como lo hace Vargas Llosa. García Márquez afirma que él no avanza a la segunda página si no tiene perfectamente terminada la primera y que no inicia una novela si no sabe cómo terminarla. Me parece que en esta afirmación hay una excesiva prepotencia. Que lo que plantea García Márquez es más un ideal que un método. Afirma García Márquez que el método de Vargas Llosa es escribir torrencialmente de principio a fin novelas infinitas, que vuelve a escribir de principio a fin una y otra vez hasta que queda satisfecho. Sergio Pitol, reciente Premio Cervantes afirma:Al organizar una novela lo que me interesa es construir una composición que pueda permitirme utilizar algunos efectos que de antemano imagino. La estructura es lo que decide la suerte de la novela. Y en toda la obra mi construcción es la misma, con mínimas e insignificantes variantes. En el centro de todas mis tramas establezco una oquedad, un enigma, en cuyo torno se mueven los personajes”. También afirma que toda novela es una “impresión sobre el mundo”. La afirmación de Flaubert de que “la novela es un espejo del camino”, no es falsa sino parcial. Más bien habría que decir que la novela es un espejo de todos los caminos: los reales, los imaginarios, los oníricos, los íntimos, los públicos. La teoría de  la relatividad afirma que cada vez que se observa un fenómeno, ese fenómeno es modificado. Hay, para terminar de construir este edificio de citas, una frase del filósofo Henry Bergson. Afirma que la función del sistema nervioso central es básicamente eliminativa y que si fuéramos conscientes a cada instante de nuestras vidas del alud de sensaciones, recuerdos, impresiones y vivencias que nos rodean, acometen y solicitan, nos volveríamos irremediablemente locos. Eso también es  la novela: una especie de sistema nervioso discriminativo, un sistema perfectamente ordenado de omisiones, de síntesis, de paréntesis, que nos deja con un trozo palpitante de existencia que cobra una vida inusitada y que posee una universalidad evidente. La novela es un sistema de interpretaciones. Es una versión personal del mundo. Onetti tiene su versión, la tiene Kafka y la tiene Joyce. De la riqueza y particularidad de cada versión, depende la trascendencia de la obra. Y por eso es que, de alguna manera, el novelista tiene que ser superior a su entorno: no debe mimetizarse como los insectos sino que tiene que destacar con un color propio, aun a costa de algunas incomodidades como el juicio adverso de su familia, su entorno, su país, su tiempo. El novelista tiene que enfrentarse a lo establecido, no condescender, no confraternizar, no convertirse en seguidor de nadie y crear otro tipo de establishment: el de su imaginación, es decir, el de su visión del mundo. García Márquez creó su propio  universo: Macondo; Faulkner, Yonapatawpha; Rulfo, Comala; Onetti, Santa María.
¿Qué tiene que ver el llamado realismo mágico con al filosofía? En gran parte de sus obras García Márquez, a quien se ha señalado como el máximo exponente y sepulturero del realismo mágico, nos enseña a vivir de otra forma, considerando la posibilidad de que la magia y la poesía sean parte cotidiana de nuestras vidas. Las novelas de García Márquez y las novelas en general son una especie de “suspensión del juicio”, una escapatoria a otra dimensión. El que escribe una novela ya no vive en el mundo de todos los demás seres humanos, sino en un mundo propio. Dice Pitol: “El novelista deberá entender que la única realidad que le corresponde es su novela, y que su responsabilidad fundamental se finca en ella”. Incluso en su vida personal el novelista esencial, aquel que se encierra a piedra y lodo a solucionar su novela, llega a convertirse en un ermitaño, un ser huraño, irresponsable, que deja familia y trabajo para entregarse de lleno a ese agujero negro. Para incurrir en el inefable placer de hablar de mí mismo, como dijo Ortega y Gasset,  contaré, de nuevo, el génesis de mi novela Breve historia de todas las cosas,  que escribí hace 35 años, cuando yo contaba apenas con 23 años y era un estudiante de filosofía en la Universidad del Valle, en Cali, Colombia. Tenía yo por entonces encerrada en mi cuerpo, en mi memoria y en mis secretas sensaciones, todo un mundo que había vivido en Costa Rica: San Isidro de El General era para mí una especie de aleph borgiano (antes de avanzar quiero registrar otra característica que debe tener una buena novela: debe ser inolvidable): el polvo rojo de la bauxita, las encantadoras oficiantes del cuerpo caminando a pleno sol por la Calle del Comercio, Tribilín, el sano y ocurrente comunista y músico hijo de don Juan Violinista, los vagos del parque, comandados por el paticorvo Palomo, las cuatro mujeres hermosas y despectivas que tenían enamorados a todos los machos del pueblo, la construcción de la Carretera Panamericana y la invasión de gringos borrachos, insolentes, simpáticos, locos, de la Ballenger, Topino and Ashville, así como la llegada de los gringos de la Aluminium Company of America,  las niñas el colegio de monjas encorsetadas por la represión, acosadas por los muchachos del Liceo Unesco, ebrios de deseos insatisfechos, el Coro de las Doscientas Voces que un día llegó en una caravana de buses de la Musoc… (Algunos personajes de la novela  están basados en personas reales; otros fueron inventados. Hay un detalle curioso: mi amigo el novelista cubano Félix Luis Viera, que leyó la novela en manuscrito, me dijo que el mejor personaje de la obra era el negro Vladimiro… un personaje por completo de ficción). La anterior enumeración, que se vio violentada por el paréntesis, daba cuenta del mundo que el futuro novelista que era Marco Tulio tenía como un átomo original en su imaginación y su memoria. Ese caudal de sensaciones un día eclosionó y dio por resultado la novela  Breve historia de todas las cosas, cuyo génesis y avatares relataré en otra conferencia.
            Tenía yo a los 23 años de edad esa especie de subconsciente explosivo  que caracteriza a los que han de ser novelistas, un mundo sometido a presión…y un día explotó, como el famoso átomo inicial del que dicen se originó el universo.  Con mis recuerdos comencé a escribir febrilmente en un cuadernote de contabilidad mientras un profesor batracio se paseaba arrastrando al pobre de Emmanuel Kant frente a un atajo de estudiantes en la Universidad del Valle, en Cali, Colombia.
            No hace mucho vi un video en internet de una conferencia de la escritora africana Chimananda Ngozi, una criatura digna de representar lo mejor de la nueva África. Su conferencia se llamaba “Los peligros de una sola historia”. Básicamente decía: The problem with stereotypes is not that they are untrue, but that they are incomplete. … Stories have been used to dispossess and to malign. But stories can also be used to empower, and to humanize.
            Traduzco lo básico de esta frase: “El problema con los estereotipos no es que no sean verdaderos, sino que son incompletos…” Siendo  Breve historia de todas las cosas una novela caricaturesca,  burlona, risueña, en ella traté de equilibrar toda intolerancia, racismo o tendencia: hay en esa novela negros malos y negros buenos, prostitutas abyectas y prostitutas poéticas, hermosas mujeres fatales y hermosas mujeres santas. Es cierto que algunas personas del San Isidro de El General se ofendieron, se sintieron ridiculizadas o molestas, incluso hubo quien me agredió de palabra y en una página de internet se afirma que el autor se encontró con don Alfonso Quesada Hidalgo, el célebre compositor de la canción que ha llegado a convertirse en el himno a San Isidro y que dice
Las garzas a la laguna
Todas han regresado
Pero tú no regresarás

 Mi novela Breve historia de todas las cosas causó desazón en muchas personas, habitantes del pueblo de San Isidro de El General. Muchos se vieron retratados o casi caricaturizados como arquetipos de belleza, de depravación, de tontería, de locura. La novela se leyó como una sátira y una burla. Y alguien la leyó como una copia de  Cien años de soledad.  El mismo García Márquez manifestó su rechazo a esta idea. La novela tuvo buenos aires. Navegó rápido, aunque había sido escrita por un muchacho de 23 años. Tuvo una carrera meteórica: fue publicada en Buenos Aires por una editorial de gran prestigio, La Flor, editora de Umberto Eco, Quino y su inefable Mafalda. En Costa Rica le otorgaron el Premio Nacional de Novela “Aquileo J Echeverría”, lo que constituyó un escándalo, pues se decía que había sido escrita por un extranjero y que el premio correspondía al ya famoso novelista Alberto Cañas… Aclaro que era falso que yo fuera extranjero, pues  por los años de la publicación me había naturalizado tico. Hubo crítica favorable en muchos países de América y España. Los libros de historia de la literatura hispanoamericana la incluyeron como la máxima representante y casi fundadora del post boom…etc. Lo que el crítico norteamericano John Brushwood destacó en la obra es lo que llamó “el derecho a la invención”. Básicamente eso es lo que constituyó el motor de esa novela: yo no intenté reflejar lo que era San Isidro, sino que permití que mi imaginación construyera otro pueblo encima del real. Y eso está precisamente reflejado en la estructura de la novela. El San Isidro de El General que el lector tiene ante sus ojos no es el San Isidro de El General real, sino uno inventado en primera instancia por un narrador intradiegético, es decir, un narrador que está dentro de la narración. No es, por lo tanto un narrador omnisciente, porque no lo sabe todo, pero sí es un narrador totalizante, porque lo que no sabe lo inventa. Sin duda tiene algún parentesco más bien cercano con Cide Hamete Benengeli, quien según Cervantes, que ya avisoraba las críticas, fue el que escribió las aventuras de don Quijote de la Mancha. Exteriormente, pero más oculto, tan oculto que ninguno de los críticos lo descubrió, en la Breve historia de todas las cosas está el autor, Marco Tulio Aguilera, quien se pinta fugazmente, entre las páginas de una novela que tiene muchos personajes y muchas situaciones. Ahora viene el asunto de afrontar las críticas  y censuras que se le han hecho a la novela. Voy a citar un artículo que hallé en internet, en un blog que se llama Resonoco.  Está firmado por un eminente filólogo y profesor de literatura: Alexander Sánchez Mora.  Dice: “La novela Breve historia de todas las cosas causó revuelo en la ciudad de San Isidro del General. ¿La razón para ello? La trama novelesca se desarrolla en un pueblo con aspiraciones de ciudad que lleva por nombre San Isidro del General y que se ubica en un punto entre San José y la frontera panameña. La presuntuosa ciudad es presentada como un “refundidero de polvo rojo”, un “estercolero megalítico”, en fin, el “culo del mundo” en el que domina un “ambiente canibalesco”. Además, el texto ofrece un desfile de comerciantes, beatas, políticos, prostitutas, sacerdotes, ladrones, artistas, mendigos, educadores y policías: todos ellos, atrapados en sus ínfimas y ridículas aspiraciones”. Admito que la novela es una caricatura y que ridiculiza a muchos personajes, pero arguyo a favor de ella lo siguiente: si yo como autor hubiera descrito fielmente a San Isidro, cantando sus encantos turísticos y exaltando sus mujeres—y aquí he de decir que he vivido en muchas ciudades y pueblos, pero en ninguno he hallado mujeres tan hermosas como en esta deliciosa esquina del mundo— posiblemente la obra no habría pasado de ser una especie de folleto turístico sin ningún interés literario. Al magnificar, al transformar, al inventar, yo, como tantos otros escritores, elevamos lo que es un pueblo como tantos otros, al estatus de pueblo mítico, memorable. Una de las más grandes decepciones que se llevan los lectores de las obras de García Márquez es visitar Aracataca, pueblo de origen de Macondo: hallan polvo y abandono. No sé si alguien se ha desilusionado al visitar  San Isidro después de leer mi novela.
Además, quienes han leído Breve historia de todas las cosas se darán cuenta de que en la obra hay personajes hermosos, dignos de memoria: Californio el Simple, la Sietecolores, el negro Vladimiro. El San Isidro que yo muestro no es el que está cerca de la frontera con Panamá sino un San Isidro de mi imaginación, que resulta ser un espejo deformado del mundo, un microcosmos, más hijo de mi tendencias, gustos y debilidades que de este país privilegiado del  mundo que es Costa Rica…
Muchos años después de la publicación, esa misma novela me ha traído de regreso a Costa Rica con motivo del centenario de la fundación de ese especialísimo lugar del mundo que es San Isidro de El General. Y aquí estoy en Costa Rica, dejando divagar mi mente y tratando de sacar en claro qué es una novela. Hay una idea no muy desafortunada: la de que toda novela es, en pequeña o gran medida, una venganza del autor contra personas que lo ofendieron o lo ignoraron. En general las novelas no son hechas para cantar sino para deturpar. Hubo un tiempo en que muchas personas se ofendieron porque se identificaban en mis personajes. Hace poco me enteré que en San Isidro hay personas que están ofendidas porque no fueron consideradas en mi obra. De San Isidro saqué  muchas satisfacciones e insatisfacciones, pero lo que sí le atribuyo es que me ofreció un mundo tan rico, que me obligó a ser escritor para estar a la altura de lo que había recibido. Dice el crítico literario Mauricio Serrahima: “la novela tradicional se basa en una convención: la de que el novelista lo sabe todo de sus criaturas”. Yo no sabía todo de mis criaturas porque no trabajaba con estadísticas sino con mi imaginación. Básicamente reivindico lo que el profesor Brushwood dijo de mi novela en un libro ya clásico que se llama The Spnaish Amarican Litterature: esta obra defiende el derecho a la invención. El deber del autor no es reproducir el mundo sino interpretarlo, darle un color nuevo, diferente, imprimirle su estilo. La historia de los escritores que han sufrido agresiones, ninguneos, censuras, por parte de lectores, autoridades y críticos es tan larga como la historia de la humanidad. ¡Cuántas críticas no ha recibido la Biblia por asuntos tan descabellados como que Dios le pida a Abraham que sacrifique a su hijo, que eligiera a Judas para que lo traicionara y luego lo destinara a la horca, etc. Difamaciones, denuncias, juicios han acosado a casi todos los escritores del mundo: Flaubert y Tolstoi porque de alguna manera celebraron el adulterio y abominaron del matrimonio, Dante porque metió a sus enemigos al infierno, Sade porque glorificó el placer por encima del deber. En general podríamos concluir que la novela de alguna manera resulta ser traumática para su tiempo, anunciadora de nuevas tendencias y costumbres, un capricho de una imaginación voluntariosa, y luego, la anunciación de una nueva sensibilidad. En la novela cabe todo, todo se vale y cada escritor al culminar una novela cumplida, de una manera humilde y sin embargo en extremo ambiciosa, está inaugurando un mundo nuevo. Con mi Breve historia de todas las cosas  yo reinventé a San Isidro de El General, hoy ciudad en la que me he enterado hay un vigoroso movimiento literario. Yo puse mi ladrillo; a los escritores generaleños y ticos les toca poner los siguientes para construir el gran edificio de la literatura de este país, que es parte fundamental del espíritu de un pueblo que por muchos años ha sido el ejemplo de América.

Eduardo García Aguilar habla de Garramuño

SAMEDI 13 AVRIL 2019 LAS AVENTURAS LITERARIAS DE AGUILERA GARRAMUÑO  Por Eduardo García Aguilar La Universidad Veracruzana ...