Vistas de página en total

viernes, 30 de noviembre de 2012

La niña que derrotó al narco don Catón

En el avión que salió de Neiva con rumbo a Bogotá me toca sentarme al lado de una jovencita rubia, de cabello rizado, de aspecto judío. Durante los primeros minutos fingí ignorarla e intenté contenerme de esa ya vieja costumbre de entablar conversación con desconocidas. Pasados unos minutos no puedo evitar preguntarle si es estudiante. Pasados los primeros protocolos ya está contándome una historia interesante que puede parecer inverosímil.
Dice que un hermano suyo se involucró en asuntos de narcotráfico y que ella decidió salvarlo del destino irremediable de los que se inmiscuyen en tales negocios.
--El que involucró a mi hermano fue un compañero del colegio que era hijo de un duro de la droga. Yo me enteré y decidí tomar medidas.
La niña es frágil pero habla con seguridad. Tiene anteojitos redondos, de intelectual, la nariz ligeramente corva y un coqueto sombrerito que le debió costar una fortuna.
--Investigué dónde vivía el narco y me apersoné en la casa, una casota tremenda. Se abrió una ventanita y un hombre con uniforme de chofer me preguntó que quería.
--Quiero hablar con don Catón.
--No recibe a nadie.
--Dígale que le conviene --imaginé a la niña adoptando un tono rudo.
--¿Le conviene? ¿Sabe quién es don Catón?
--Sí, don Catón es el duro de los duros. Lo sé muy bien.
--De todos modos no recibe a nadie.
--Dígale que me llamo Constanza Miller, hermana de Germán Miller, y que tengo que hablar con él.
--¿Hermana del Guero Loco?
--Eso, hermana del Guero Loco.
Cerró la ventanita. La volvió a abrir. Me dejó pasar.
Pasé varios cuatros. En todas las puertas había hombres armados. No me asusté. Sabía a lo que iba.
Don Catón estaba sentado en un sillón reclinable. Tenía en una mano un vaso con whysky y tiraba cacahuates al aire para atraparlos con la boca.
--¿Que eres hermanita del loquillo? --dijo.
--Sí, señor Catón. Y vengo a pedirle que lo aleje del negocio. No quiero que lo maten.
Al hombre le dio risa.
--A ver, explícame, cómo voy a sacar a tu hermanito, si ya está embarrado. ¿Sabes lo que ha hecho tu hermano?
--No sé, señor, y no quiero saber, sólo déjelo irse. Si quiere me pongo de rodillas.
--No me gustan las niñas --dijo--. Son tontas, no saben hacelo bien.
La niña fingió no entender.
--Señor, se lo pido, hago lo que quiera.
--¿Haces lo que quieres, mocosa? Pues agarra y piérdete de vista. Estoy muy ocupado.
La niña dice que siguió insistiendo por horas hasta que el narco, aburrido, le dijo que estaba bien. Pero que si decía una sola palabra del asunto, mataba al muchacho y a toda la familia.



lunes, 26 de noviembre de 2012

El el Valle del Tequendama, Taller en la Universidad Nacional, La luz difícil

En una casa de campo en el Valle del Tequendama. Competencias con mi hermano Gustavo, el descargador de buques: competencias de apnea y de panzas gordas. Yo gané la de apnea: tres piscinas de 15 metros bajo el agua; él hizo dos y media. Él ganó la competencia de panzas gordas: tiene por lo menos diez centímetros más que yo (también su cabeza sobreagua a la mía en siete centímetros). ¿Escenario? Casa de campo de unas parientas (dos lindas, diminutas, ancianas) en el Valle del Salto del Tequendama. Ayer impartí una larga y agradable conferencia ante alumnos del pregrado de la maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Central. Aunque los muchachos ya habían soportado cuatro horas sentados, escuchando los cuentos de sus compañeros, fueron aun más allá en su estoicismo: una hora de conferencia de MT (con las mismas historias de siempre: thank God LL no estuvo presente) y una hora más de preguntas. Luego firmar libros, las fotos de ley y el pago correspondiente: me invitaron a comer una arepa boyacense, un perro caliente y a tomar una colombiana (me refiero al refresco llamado Colombiana, honi soit qui mal y pensé). Hoy es 24 de noviembre de 2012. Fui el primero en levantarme. Salí a la sala, me instalé en una especie de sillón recamier y me dispuse a terminar de leer La luz difícil, de mi amigo Tomás González, en cuyo apartamento en Nueva York estuve en 1988. Salió la prima Susana, chiquita, seca, me dijo qué haces ahí en ese frío. Leyendo, le dije. Fue a traerme una cobija. Hay que cuidar al viejito, ironicé. Sin una sonrisa se alejó. Ella me rinde tributo porque me llamo Marco Tulio Aguilera, como mi padre, a quien ella (y toda la familia vieja) reverenciaba como a un dios. Terminé de leer la “novela” de Tomás. ¿Novela? No. Yo, que conozco a Tomás, sé que es un libro en el que ha cifrado su existencia de melancólico, de hombre que tuvo la fortuna de encontrar en el amor y en la literatura esplendores suficientes para justificar su vida y al que luego le cayó la malaventura como una lluvia de brea ardiente. ¡Cómo me gustaría ver a Tomás! Mirarnos a los ojos y saber que cada cual por su camino avanza hacia la muerte tratando de entender, o por lo menos de disfrutar lo que nos ha tocado vivir. Un gato y un perro que compiten por las caricias de los que hemos llegado a esta casa de campo, se acercan a mí. Quieren afecto y se los doy. LL sigue empeñada en no comunicarse conmigo. Siempre, a lo largo de mi vida, estoy esperando buenas noticias en cualquier momento. Ahora estoy en Colombia, bastante relajado, en este otro paraíso de la finca en el Tequendama. Podría ser que hoy mismo se diera la noticia de que me han otorgado en Premio Tusquets. Entonces yo tendría que alterar mis planes, abandonar mis compromisos y volar de inmediato a Guadalajara. Aparece con un plato en la mano y dice: “Amanecí con la arepa en la mano”. Son las 12 del día. Hace un calor infernal en esta casita prefabricada de las primas Susana y Pam, la casa de campo de nuestras primas hermanas. Yo estoy tendido en un sillón recamier. Ya leí El Tiempo y El Espectador. Los periódicos en Colombia son magros, secos, con muchos avisos clasificados y algunas columnas de opinión en las que se repiten los mismos temas. Poco hay legible, aparte de un largo reportaje sobre la explotación del cortran en el Guainía. El cortran es un mineral siete veces más valioso que el oro y la marihuana y la coca. Las FARC controla la explotación. Los periódicos siguen machacando con cualquier noticia resobada sobre García Márquez. La Nena y Pam cocinan como alquimistas. Los demás están en la piscina jugando voleibol. Hoy por la tarde regresaré a Bogotá para descansar y estar listo para las conferencias y talleres en la Nacional. En la piscina estuve hablando con la novia de Gustavito: ella está dispuesta a rescatar a su amor del cáncer. Le comenté que ese amor me hacía recordar el de von Aschenbach y Tadzio en Muerte en Venecia. Mi hermana intervino: ya no hables con MT: todo lo que digas puede aparecer en su próxima novela.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Colombia, día 18. Conversaciones filosóficas y literarias


Un error hizo que en lugar de regresar a Bogotá hoy por la mañana, me viera obligado –-luego entendería: gozosamente obligado—a recorrer el Valle de Ubaté-Chiqinquirá, rodear la laguna de Fúqueme, conocer Ubaté, Susa, Fúqueme (pueblo diminuto, de limpieza casi quirúrgica, entre colinas serenas, donde dos policías barrían el parque),  Chiquinquirá, comer trompa con papas criollas en el mercado donde nos atendieron mujeres tatuadas que nos llamaban “mi amor”, “príncipe”, “cariño”, “mi rey”.
Todos estos valles y montañas, plagados de sauces llorones, robles, hayas, eucaliptos y mil otras especies, son de una belleza, verde belleza, que no me atrevería a comparar con ningún otro territorio que haya conocido. En nuestro recorrido hallamos que la mayoría de las haciendas están solitarias o a veces apenas habitada por una anciana de botas de hule, sombrero de ala ancha y pantalones. Hablé con una de ellas: le conté mi tragedia –-la cadena de violencias que han asolado la vida, mi caída en el infierno de la depresión, las ideas que tengo sobre mí y mi mujer—y me atreví a preguntarle: ¿Qué hay al otro lado? Con los aires de quien tiene una certeza apodíctica, inapelable y definitiva dijo: Al otro lado te van a dar lo que diste a este lado.
Escribe Omar Rincón, crítico de televisión en El Tiempo:
Los colombianos estamos orgullosos de la belleza de nuestras mujeres: las pregonamos como producto nacional, son nuestro lado digno: belleza, pasión, sonrisa, conquista. Por eso, las reinas representan a esa Colombia que cree en sí misima y listo, sólo éxitos. Las reinas son ícono de nuestra identidad y punto.
Conversación con mi hermana:
--¿Qué te parecería una novela donde se cuente toda una vida?
--Nadie la leería, sería muy larga. Sería como duplicar una existencia: qué aburrimiento.
--Pero es que uno no contaría todo: habría una edición minuciosa de los momentos fundamentales.
--¿De cuántas páginas?
--Digamos unas dos mil. Yo podría escribir una novela de 2000 páginas sin aburrir el lector.
--Falta que alguien quiera leerla.
--En realidad eso no importa. Lo importante es escribirla.

martes, 20 de noviembre de 2012

Día 18 en Colombia: El sonido del silencio, Burgos Cantor, Adolfo Montaño, paraíso

Antes del texto les ofrezco los audios de la presentación de Historia de todas las cosas en el Gimnasio Moderno en Bogotá y una minuciosa entrevista que me hizo Stanislaus Bhor el la revista Corínica  http://www.revistacoronica.com

http://www.revistacoronica.com/2012/11/roberto-burgos-cantor-presenta-historia.html

El silencio suena, dice Nena. Fuimos a recorrer su finca, su paisaje. Nena tiene en sus manos la custodia de 250 especies silvestres, de las cuales muchas son endémicas y otras cinco en vías de extinción. No quiero el orden que impone el hombre a la tierra, sino el caos natural de la creación original, dice. Aquí sería feliz Adolfo, el frenáptero, mi amigo, mi gran amigo, a quien seguí por las calles de Cali y por los senderos de Pance, Adolfo, con quien comí hongos y aprendí que todos somos Dios. Adolfo: lo vi en el corredor de la Biblioteca Departamental antes de la conferencia. En ese preciso momento yo le estaba entregando un ejemplar de  Los placeres perdidos  a Zuleta. Al verlo Adolfo dijo antes de leer ese libro hay  que leer  La montaña mágica  y La Odisea y El Quijote. Tras la conferencia fuimos a caminar con Gabriel Ruiz,  que durante años ha coleccionado el archivo virtual más grande que exista sobre García Márquez. Se llama Memorabilia.GGM. Verifiqué que la imaginación del frenáptero sigue tan febricitante como hace treinta años. En el corto lapso que pasamos Gabriel y yo a su lado nos contó varias novelas que estaba  escribiendo. Adolfo generalmente estaba o estuvo escribiendo novelas. Nunca está escribiéndolas.  Siempre las pierde, como se pierden sus composiciones, sus pinturas, su vida. Su arte es fugaz, y si permanece es porque alguien, alguien como yo, lo ha seguido semanas, actuando como amanuense, apuntando todos sus ingenios verbales, sus mundos ficticios. Mientras comíamos pan de bono y tomábamos avena nos contó: que su vida ahora consiste en cuidar ancianos tíos, en dictar clases, en cantar en autobuses; que viajó por Europa con una beca que le cayó del cielo; que estuvo en el Louvre y vio sarcófago de Tutankamon y le pareció el espacio perfecto para cantar y que lo hizo y uno de los guardianes vino a regañarlo; que estaba escribiendo una novela en la que el protagonista es un hombre que posee una granja genética en la que hace experimentos para conseguir una nueva especie humana que pueda volar, y que ello lo hace mezclando genes humanos con genes de gallinas, de pájaros, de insectos. Apenas tuve una hora para hablar (para escuchar a) Adolfo. Sin embargo conseguí su dirección electrónica y su promesa de escribirme para ver si podemos crear la segunda parte de Los placeres perdidos. Es curioso que casi todo lo que yo escribo tenga segunda parte o que por lo menos quiera corregirlo. Mis mundos son mundos sin terminar.
El brillo del último sol formando filamentos de oro sobre el filo de las hojas de los arbustos de lulo.Los lulos maduros, defendidos por espinas feroces, como auténticos frutos de un árbol de oro.
El final de esta novela (o lo que sea esto que estoy escribiendo) lo dictará mi destino, no mi voluntad. Todo, todo me da lo mismo, como dijo el poeta. Son las cuatro de la mañana del día 19 de diciembre de 2012. Ya me enteré de dónde provienen las sordas explosiones que se escuchan en la oscuridad: son sapos que explotan. Eso dice. Hoy mismo regresaré a Bogotá. Refiriéndose a una negra cantadora Burgos Cantor escribe en su extraordinaria novela La ceiba de la memoria: Pechos de palomar alborotado… las advertencias terapéuticas del portugués no lograron hacerla desistir de su placer de caiminar descalza por la casa… El padre Bentós escuchó un susurro que le dijo: “Se imagina que cantara desnuda”. La novela está llena de frases como relámpagos.
Un error hizo que en lugar de regresar a Bogotá hoy por la mañana, me viera obligado –-luego entendería: gozosamente obligado—a recorrer el Valle de Ubaté-Chiqinquirá, rodear la laguna de Fúqueme, conocer Ubaté, Susa, Fúqueme (pueblo diminuto, de limpieza casi quirúrgica, entre colinas serenas, donde dos policías barrían el parque),  Chiquinquirá, comer trompa con papas criollas en el mercado donde nos atendieron mujeres tatuadas que nos llamaban “mi amor”, “príncipe”, “cariño”, “mi rey”. Todos estos valles y montañas, plagados de sauces llorones, robles, hayas, eucaliptos y mil otras especies, son de una belleza, verde belleza, que no me atrevería a comparar con ningún otro territorio que haya conocido. En nuestro recorrido hallamos que la mayoría de las haciendas están solitarias o a veces apenas habitadas por una anciana de botas de hule, sombrero de ala ancha y pantalones. Hablé con una de ellas: le conté mi tragedia –-la cadena de violencias, mi caída en el infierno de la depresión, las ideas que tengo sobre mí y mi mujer—y me atreví a preguntarle: ¿Qué hay al otro lado? Con los aires de quien tiene una certeza apodíctica, inapelable y definitiva dijo: Al otro lado te van a dar lo que diste a este lado.
Escribe Omar Rincón, crítico de televisión en El Tiempo: “Los colombianos estamos orgullosos de la belleza de nuestras mujeres: las pregonamos como producto nacional, son nuestro lado digno: belleza, pasión, sonrisa, conquista. Por eso, las reinas representan a esa Colombia que cree en sí misima y listo, sólo éxitos. Las reinas son ícono de nuestra identidad y punto”
¿Qué te parecería una novela donde se cuente toda una vida?
Nadie la leería, sería muy larga. Sería como duplicar una existencia: qué aburrimiento.
Pero es que uno no contaría todo: habría una edición miniciosa de los momentos fundamentales.
¿De cuántas páginas?
Digamos unas dos mil. Yo podría escribir una novela de 2000 páginas sin aburrir el lector.
Falta que alguien quiera leerla.
En realidad eso no importa. Lo importante es escribirla.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Stanislaus Bhor comenta Historia de todas las cosas en El Espectador

Historia de todas las cosas, Thesaurus 
http://blogs.elespectador.com/elmagazin/2012/11/11/historia-de-todas-las-cosas-thesaurus/

Marco Tulio Aguilera. Crédito: 3.bp.blogspot.com/

Stanislaus Bhor (*)

También William Faulkner soñaba con reescribir las novelas que más trabajo le costaron, como los amos quieren al gato calicó de la camada y regalan los lindos: El ruido y la furia fue reescrita cuatro veces antes de ser publicada. Sartoris, primera entrega de la saga dedicada al clan Sartoris y al clan Snopes del condado de Yoknapataupha tuvo que ser reducida a dos de tres partes para ser impresa, pero solo después de la muerte del autor un editor decidió ofrecerla como Faulkner quiso: completa y bajo el título Banderas sobre el polvo. Hoy es una de las grandes novelas que complementan el mundo de Faulkner. Borges, picado por la misma fijación, era más irresponsable y reescribía sus poemas al dictado: cambiaba palabras y permutaba los versos. Laurence Sterne añadía dos cuadernillos más cada tres años a su historia imposible que tarda dos libros en narrar un nacimiento. Del gremio de reescribidores, solo Cervantes y Flaubert lograron superar las primeras partes y versiones de un texto. En Latinoamérica, Reinaldo Arenas figuraba como el gran reescribidor de obras (ver la atrabiliaria Antes que anochezca vs la exacta El color de el verano) pero desde 2011 (con menos tragedia) se le suma Marco Tulio Aguilera a la lista de los que han conseguido reescribir sus novelas, decenios mediante, y han logrado mejorarla.

A partir de la llegada de un negro a San Isidro de El General (que será encarcelado por la disposición legal que prohíbe el color de la esclavitud, la fealdad, los chinos y extranjeros) se encontrará en la prisión con un escritor (Mateo Albán) quien, condenado a una larga pena, se dedica a escribir la historia del pueblo a través de lo que le cuenta cada reo y de lo que puede ver desde el ventanuco de su celda mientras imagina y tergiversa sus propios recuerdos.
La historia dentro de la Historia de todas las cosas (mise en abyme) es la vida cotidiana: la de las gentes y orígenes y costumbres y secretos a voces de un pueblo de Costa Rica y la de las circunstancias de la narración y el origen de los personajes desaforados que desfilan por ella. La novela dentro de la novela se va escribiendo y distribuyendo por entregas y en cuadernillos, y es leída y comentada y criticada por los demás presidiarios. La narración despliega así varios niveles y temas, en un solo estilo: crónica de situaciones, anecdotario local, opiniones públicas y privadas del narrador, descripción de los personajes, momentos históricos que determinan la vida del pueblo desde la fundación hasta la llegada del progreso a través de la construcción de la autopista Panamericana.
En un primer nivel, esta novela resulta un Thesaurus del cuerpo humano y de los oficios: palabras antiguas y desusadas, neologismos y vocablos inventados tanto para magnificar con la grandeza del idioma como para parodiar al mundo que describe. Es una narración desbordante en figuras retóricas. Las que deciden el estilo son las hipálages (“amistad intravenosa”, “virgen intonsa”, “instrumento maullador”) el hipérbaton para convocar la retórica del siglo de oro (“y que los hacían perder la continencia, risallorar o abandonar el calafate por la vía retrógrada. Palabra de Dios.”), la metonimia homérica para caracterizar personajes al elevar un defecto en lugar del todo (La De Los Pesados Senos, El Lengua de Perro, El Poeta Gordo, El Villamuelino, Clementina La Más Fina), las metáforas impías (“tranca de fortaleza medieval”, en lugar de miembro viril, “indigestiones fetales” por abortos) y arrebatos poéticos (“como el discurrir de un río que no vemos avanzar pero cuyo estruendo de aguas sin embargo escuchamos”).
En otro nivel, es un catálogo de caracteres y personalidades y fisonomías y anécdotas catastrales (el capítulo más bello -a mi juicio una pieza perfecta de fisonomista- se titula “Óleo de cuatro doncellas y un villano” y describe los caracteres de cuatro hermanas hermosas; el más conmovedor tal vez sea El cementerio de elefantes). En otro se enumera y se parodia el linaje de los ciudadanos ilustres; en otro, la raza de los desposeídos y la ralea de los marginales (ver Baruch Geldsteinberg Hohensolen y las vírgenes impúberes). En muchos hay guías de paisaje y escenas de la vida cotidiana (La primera carretera, la construcción del aeropuerto y del hotel, Monumentos, El volcán y las cobijas del diablo). En otros la historia oficial del lugar es tergiversada para que no concuerde con la realidad (ver Primer suceso, Andante con moto suzuki). En otros se hacen disquisiciones lingüísticas para explicar el vocabulario (ver El Poeta Gordo y los profesionales).
En un plano superior, Historia de todas las cosas es una novela sin límites, de vocación anárquica, que no persigue líneas narrativas, ni desarrolla tramas cruzadas. Su argumento es el proceso de redacción de la propia novela. Cada capítulo comienza y acaba en su extensión. Por eso puede empezar a ser leída por cualquier fragmento, y por ello el lector puede retroceder o avanzar a saltos sin cargos de conciencia.
Una primera versión publicada hace 37 años fue aplastada por la grandeza de un género que embaucaba incautos y que los críticos denominaron “Realismo Mágico”. El autor volvió dos veces sobre la novela, no para enmendarla y deshacerse del lastre, sino para aumentar, acotar y pulir sus detalles. Así, según podemos leer en los escolios que interrumpen la narración y las escenas descabelladas para comentar los cambios, el autor integró al corpus narrativo su propia crítica y las respuestas posibles que ofrece el narrador a esas críticas en un estupendo juego retórico. También son comentadas las enmiendas y los vacíos y los olvidos de la juventud con meditaciones de madurez de autor, y las digresiones sobre el estilo y sobre los límites de la creación literaria adelantan teorías estéticas que se convierte en manifiesto de intenciones. La novela aspira a contener varios mundos: el de la fabulación, el de la realidad tergiversada y el de la teoría de la novela. Contiene algo mejor: una respuesta soberbia a los posibles detractores de la reescritura y del estilo y del pastiche, tal como las integró Cervantes al Quijote. Marco Tulio Aguilera, en su madurez, ha devuelto una estructura sin límites, con una abierta disposición paródica de la narrativa latinoamericana. Y el resultado es notable: la novela mejoró y se devoró a sus primeros críticos.
El acervo lingüístico revela a los precursores de este tipo de narración: el siglo de oro de la literatura española (Cervantes y Quevedo), la filosofía hedonista y vitalista (Nietzsche y presocráticos), el boom, la lengua vernácula de América Latina y la herencia Hispánica. El tiempo histórico de la novela se desdobla y oscila entre los años 40 y los años 70 del siglo XX (de fondo están Vietnam, la dictadura de Somoza, la explosión de la bomba atómica, la publicación de las primeras obras del boom). Aquí me gustaría aventurar una parentela hipotética: sus afinidades estéticas están entre Flann O’brien, Henry Fielding y Milorad Pavić. Otros dirán que los precursores son: Sterne, Joyce. Los más desconfiados: Cabrera Infante, Carpentier, Fernando del Paso. El autor, sin negar la genealogía, dice: Cervantes, Pirandello y García Márquez.
El valor fundamental de Historia de todas las cosas está en la sonoridad del fraseo, en el linaje de la prosa y en la desmesura barroca. En términos estéticos, el barroco ocurre cuando la obra (libro, cuadro o catedral) está tan recargada de ornamento que amenaza con colapsar la estructura. Algunos autores del esplendor de la novela latinoamericana (Asturias, Mutis, Carpentier) defendían en barroquismo como la única forma de designar verbalmente el portento del mundo americano: su paisaje exuberante e innominado, el eclecticismo de las tradiciones, la abundancia de mitos fundacionales, la diversidad de palabras que se entrelazaron en el encuentro de los mundos. Los académicos redujeron esa intuición creativa a esta expresión castradora: “Realismo Mágico”. Los mercaderes de la literatura lo convirtieron en una denominación de origen de la escritura latinoamericana, creando un clan de lectores adeptos, especializaciones enfermizas (entre académicos) y vocaciones frustradas (entre escritores). Hoy solo perdura un rechazo generalizado entre escritores para no ser encasillado en esa gaveta. Sin embargo, años han corrido desde 1975 cuando Breve historia de todas las cosas fue saludada con objeciones por su relación con la obra cumbre del aquel género de academias: Cien años de soledad. Con la perspectiva del tiempo (desde el punto de vista de un lector que no está empantanado ni familiarizado ni sofocado ni prevenido en el género), hoy se pueden apreciar más diferencias sustanciales que semejanzas entre esta novela y la de García Márquez. La influencia de García Márquez no es aquí un lastre: el hecho de que el narrador se sirva de ella con cinismo y la convierta en un pretexto para la parodia y el goce lingüístico, guarda las distancias. Si hubiera algo que señalar, en descargo de la versión definitiva de Historia de todas las cosas, es que en la novela fundacional de América, con la que se le ha comparado, no hay negros, pero aquí sí. Luego, que hay humor (sarcástico, grotesco, disparatado) y que toda la literatura que convoque al Dios del humor en este santuario de solemnes se hace necesaria. Luego, que la anarquía feliz de su estructura permite el descanso entre capítulo y capítulo (sorprende que no se hace farragosa, pese a su extensión desquiciada). Luego, habría que añadir que su lenguaje aspira a las nieves perpetuas del idioma (el que nos dio España y que refinaron los ancestros de América), y que la grandeza de una lengua, desusada y desperdiciada por tantos escritores, es aquí revitalizada por un estilo eficaz. Solo por uno de esos logros merecía ser reeditada.
Historia de todas las cosas, Marco Tulio Aguilera Garramuño, Trama Editorial (Madrid) Ediciones de Educación y Cultura (México) 2011.
—————————————————-(*) Bloguero. Escribe cada semana en http://unahogueraparaqueardagoya.blogspot,com

sábado, 3 de noviembre de 2012

Rostro sin máscara, Rosero, creer en Dios


La azafata del vuelo de Avianca tiene el cantadito cansino y mimado de la actriz paisa de la telenovela  Sin tetas no hay paraíso. Después de un breve sueño en el avión rubo a Bogotá terminé de leer En el lejero de Evelio Rosero. Un aire de desventura absoluta, un aire de alta y solitaria montaña, un aire de muerte recorre la novela que es sin embargo de una belleza aletargante. Colombia, lo más ferozmente inconcebible de Colombia, está allí. Un infierno en las altas montañas donde los chacales humanos mantienen secuestrados y encadenados a cientos de personas por años y años hasta que sus parientes paguen. O hasta que se mueran. Entonces arrojan los cadáveres al abismo, en el lejero. Ahora entiendo la respuesta de Rosero a un periodista que le estaba tomando fotos: ¿Por qué no sonríe nunca? Porque no tengo nada por qué reírme, respondió. Y pienso que es verdad. Los que verdaderamente saben lo que sucedió y sigue sucediendo en Colombia no tienen razones para sonreír. Abandoné el libro de Vila-Matas, El mal de Montano por éste: hay en el del catalán una ironía superior, erudita, sofisticada, insufrible: el protagonista, alter ego de VM, sufre del mal de la literatura: todo lo vive en términos literarios. Vive como en la Caverna de Platón.  Cuando el avión alzó el vuelo en Veracruz musité el Padre Nuestro. Cuando el avión alzó el vuelo en el DF  recé en silencio el Ave María. ¿Crees en Dios?, me preguntó LL. No sé, le respondí. Pero cuando estabas en el hueco rezabas hasta el rosario,  comentó. Ayer hizo un examen despiadado de mi personalidad: siempre estas usando la misma máscara, siempre repites lo mismo: que eres sincero, que dices siempre la verdad, que todos te persiguen, que eres un marginado, que nadie te quiere. Yo le porfié: No es cierto: yo no tengo máscara, no oculto nada, no tengo miedo a mi inconsciente. No tengo máscara: mi cara es mi máscara. Soy transparente. Mi conciencia es mi inconsciente. Eso es lo que crees, concluyó con su habitual aire irrefutable. ¡Como siempre!


Eduardo García Aguilar habla de Garramuño

SAMEDI 13 AVRIL 2019 LAS AVENTURAS LITERARIAS DE AGUILERA GARRAMUÑO  Por Eduardo García Aguilar La Universidad Veracruzana ...