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viernes, 30 de noviembre de 2012

La niña que derrotó al narco don Catón

En el avión que salió de Neiva con rumbo a Bogotá me toca sentarme al lado de una jovencita rubia, de cabello rizado, de aspecto judío. Durante los primeros minutos fingí ignorarla e intenté contenerme de esa ya vieja costumbre de entablar conversación con desconocidas. Pasados unos minutos no puedo evitar preguntarle si es estudiante. Pasados los primeros protocolos ya está contándome una historia interesante que puede parecer inverosímil.
Dice que un hermano suyo se involucró en asuntos de narcotráfico y que ella decidió salvarlo del destino irremediable de los que se inmiscuyen en tales negocios.
--El que involucró a mi hermano fue un compañero del colegio que era hijo de un duro de la droga. Yo me enteré y decidí tomar medidas.
La niña es frágil pero habla con seguridad. Tiene anteojitos redondos, de intelectual, la nariz ligeramente corva y un coqueto sombrerito que le debió costar una fortuna.
--Investigué dónde vivía el narco y me apersoné en la casa, una casota tremenda. Se abrió una ventanita y un hombre con uniforme de chofer me preguntó que quería.
--Quiero hablar con don Catón.
--No recibe a nadie.
--Dígale que le conviene --imaginé a la niña adoptando un tono rudo.
--¿Le conviene? ¿Sabe quién es don Catón?
--Sí, don Catón es el duro de los duros. Lo sé muy bien.
--De todos modos no recibe a nadie.
--Dígale que me llamo Constanza Miller, hermana de Germán Miller, y que tengo que hablar con él.
--¿Hermana del Guero Loco?
--Eso, hermana del Guero Loco.
Cerró la ventanita. La volvió a abrir. Me dejó pasar.
Pasé varios cuatros. En todas las puertas había hombres armados. No me asusté. Sabía a lo que iba.
Don Catón estaba sentado en un sillón reclinable. Tenía en una mano un vaso con whysky y tiraba cacahuates al aire para atraparlos con la boca.
--¿Que eres hermanita del loquillo? --dijo.
--Sí, señor Catón. Y vengo a pedirle que lo aleje del negocio. No quiero que lo maten.
Al hombre le dio risa.
--A ver, explícame, cómo voy a sacar a tu hermanito, si ya está embarrado. ¿Sabes lo que ha hecho tu hermano?
--No sé, señor, y no quiero saber, sólo déjelo irse. Si quiere me pongo de rodillas.
--No me gustan las niñas --dijo--. Son tontas, no saben hacelo bien.
La niña fingió no entender.
--Señor, se lo pido, hago lo que quiera.
--¿Haces lo que quieres, mocosa? Pues agarra y piérdete de vista. Estoy muy ocupado.
La niña dice que siguió insistiendo por horas hasta que el narco, aburrido, le dijo que estaba bien. Pero que si decía una sola palabra del asunto, mataba al muchacho y a toda la familia.



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