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jueves, 28 de junio de 2012

FIESTA DE CUMPEAÑOS 34. CONCHA CHACÓN

Anoche me enojé en mis sueños. Vi a una mujer que me impresionó profundamente. Noté que yo también atraía su atención. Nos fuimos acercando los dos sonrientes, los dos complacidos, los dos anticipando… Súbitamente desperté.  Me dio mucha rabia el despertar dejándola ahí entre los velos del sueño. Supe que no la volvería a ver jamás.
27 de febrero de 1982.  No lo había dicho pero lo voy a decir. Llevo varios meses intentando dejar de fumar. Antes de hoy había logrado mi récord: una semana sin un solo cigarrillo. Y hoy, día de mi cumpleaños 34, caí: fumé como chacuaco. Chacuaco: mitológico animal mexicano que nadie ha visto pero que según parece era atraído por las hogueras de los indígenas  tarascos de este país. Fiesta en casa: un crítico uruguayo y su compañera poeta, una suiza (rolliza de pelo larguísimo, casi blanco), dos francesas (una chiquilla con largo kilometraje en las camas jalapeñas y Jossianne, recatada, moralista, chismosa y pesada), dos venezolanas (una gorda y otra flaca, de un rubio escandaloso y una bondad se burra vieja, con un lunar fungoso en la mejilla derecha), el novio de la burra vieja, guapito, Lupita, la secre de mi oficina, el doctor Ramón, mi maestro de violín Marcel Du Franck, su novia, una adolescente que toca piano y tiene dientes postizos, un bigotón estilo Pancho Villa que hasta donde sé no fue invitado. El uruguayo y yo llegamos tras algunos tragos a la conclusión de que los dos éramos unos verdaderos genios. El uruguayo (Jorge Ruffinelli dijo: De verdad que eres un genio, se puede decir que Colombia ya tiene un Nobel y medio). Admirable tipo: si hubiera habido otro invitado de su estatura, habría estado aún más feliz. Saqué de su estuche mi violín a las cuatro de la mañana y me puse a tocar. Marcel Du Franck en medio de sus tormentas alcohólicas miraba la partitura, era del Minueto de Beethoven, y cerraba los ojos, movía la cabeza de lado a lado y se mesaba las rojas barbas de profeta nicotinoso. Ni sus gestos casi de desesperación ni las miradas casi suplicantes de los invitados lograron detenerme durante una hora. Interpreté malamente todas las piezas del segundo volumen del Método de Mathias Crickboom. Fue una noche feliz. Me acosté a las cinco de la mañana y a las seis llegó Concha Chacón. Miró y olfateó los restos de la fiesta. No me invitaste, criminal, quería decirme con su mirada totonaca. Le di vino. No quería hacer catleya (no quería que me subiera a su árbol, que empanizara su pescado, que hiciera sonar a rebato las campanas de su iglesia) pero finalmente la convencí. Traía ligueros y le pedí que se los dejara para imaginar que estábamos en una película francesa de los veintes. El asunto estuvo bien aunque sin fuegos artificiales. Luego me dijo que anoche había llorado mucho, hasta llegar a una decisión: No quiero nunca volverte a ver.  (Fin de la Libreta del año 82).

lunes, 25 de junio de 2012

HISTORIA DE TODAS LAS COSAS: LA NUEVA GRAN NOVELA LATINOAMERICANA

Alexandi Gutiérrez Hortúa
Publicada originalmente en Newsweek en español, noviembre de 2011 

Marco Tulio Aguilera Garramuño es un escritor colombiano que vive hace 32 años en México y que desde la ciudad de Xalapa ha ido configurando una de las obras literarias más consistentes y valiosas de la literatura latinoameriana. Sus proyectos son de una ambición que podría considerarse anacrónica y no obstante sus obras tienen una vigencia y un prestigio crecientes. Libro a libro ha ido edificando su obra, que ha recibido gran cantidad de premios de gran nivel.
Habiendo rebasado los sesenta años, mantiene una disciplina espartana que le permite ser uno de los atletas máster más destacados de México. Compite con frecuencia en torneos de natación en varios estados de la república y habitualmente gana tres o cuatro medallas. En octubre del año pasado acometió la proeza de ganar siete medallas en el Torneo Máster Aquabel en Veracruz. Meses antes había nadado desde la ciudad de Veracruz hasta Isla Sacrificios ida y vuelta en mar abierto, acompañando a un grupo de triatlonistas.
Entre  los proyectos literarios ya cumplidos de Aguilera Garramuño está haber publicado tres libros de cuentos con temática erótico-amorosa: Cuentos para después de hacer el amor,  Cuentos para ANTES de hacer el amor  y El imperio de las mujeres. El primero de ellos ya va por su 14ava edición y fue clasificado pro la revista  Semana de Colombia como uno de los libros de cuentos más importantes del siglo XX en ese país.
Otro de sus proyectos magnos está a punto de ser cumplido. Se trata de la serie de cinco novelas que ha llamado  El libro de la vida, de las cuales se han publicado hasta la fecha  Mujeres amadas, Las noches de Ventura, La hermosa vida, La pequeña maestra de violín. Resta por publicar  El sentido de la melancolía,  obra en la que aborda “la enfermedad del siglo”, la depresión.
Y el año pasado, 36 años después de su primera edición en Argentina, vuelve a ver publicada la obra que pretendió competir en calidad con Cien años de soledad. Se llama  Historia de todas las cosas. En su primera edición la escribió cuando era un joven de 24 años y desde entonces ha cargado injustamente con el estigma de ser un imitador de Gabriel García Márquez.
La publicó Ediciones La Flor de Argentina, del prestigioso editor Daniel Divinsky, en 1975; quien escribió las siguientes palabras en la contraportada: “Nosotros los editores de este libro, declaramos al lector: Que Aguilera Garramuño no es un seudónimo utilizado por García Márquez para escribir una novela más divertida que "Cien años de soledad". Aguilera Garramuño es el de la fotografía, y no tiene bigote. Que "Breve historia de todas las cosas" es la novela más imaginativa, loca, entretenida y rica que haya pasado en mucho tiempo por nuestras manos. Que garantizamos al lector satisfacción completa, si no se le devolverá el importe de su compra en la tienda principal de San Isidro de El General. Que el pueblo San Isidro de El General no es Macondo y su único parecido es que ambos sólo podrían estar en latinoamérica. Que todos los comentarios bibliográficos de este libro lo relacionaran con García Márquez, siendo esto una mentira: a nosotros nos gusta más Aguilera Garamuño."
La novela fue entregada por el autor a García Márquez en su propia mano, Gabo la recibió escéptico y una semana más tarde llamó a Aguilera Garramuño para felicitarlo. “No creo que sea mejor que Cien años de soledad, pero no le hace falta. Es una novela extraordinaria y original”.
Muchos lectores autorizados pensaron lo mismo y unos pocos acusaron a la obra de ser un subproducto del realismo mágico. La edición argentina no se vendió de manera tan copiosa como esperaba el editor, pues Argentina por esos días estaba en la peor crisis de su existencia y gobernada por la feroz tiranía de los militares.
Salió en 1979 una segunda edición de 25.000 ejemplares en Plaza y Janés de Colombia, y ahí terminó la carrera de la novela, que no fue olvidada por la crítica y los lectores, pero sí relegada por su autor, que se dedicó a sobrevivir en Estados Unidos, Colombia y México, y que comenzó a publicar otros libros que tuvieron repercusión pero no llegaron a tener a eco nivel mundial.
Lo más cerca que estuvo Aguilera Garramuño de alcanzar difusión mundial, fue en el año 2000, cuando quedó finalista del Concurso Alfaguara con su novela El amor y la muerte, concurso que ganara Elena Poniatowska. La editorial ocultó que la novela de Garramuño había sido finalista, pero la crítica de muchos países subrayó el ocultamiento y el escritor levantó una polémica contra Alfaguara, afirmando que se premia lo que se vende, no la calidad.
Aguilera Garramuño, urgido por una pulsión narrativa y un poder literario que han reconocido críticos de muchos países, ha publicado libros que se han transformado en clásicos. Por ejemplo, el ya mencionado  Cuentos para después de hacer el amor, que a la fecha lleva 14 ediciones y El pollo que no quiso ser gallo, cuentos infantiles, que ha vendido casi 50 000 ejemplares en varios países.
En la memoria de los lectores quedó, sin embargo, la primera novela,  Breve historia de todas las cosas,  que fue considerada por el prestigioso académico norteamericano Seymour Menton como lo más cercano que se haya escrito a Cien años de soledad; se recuerda que esa obra entró en la historia de la literatura latinoamericana exaltada en libros de John Brushwood, Wolfgang Luchting, Raymond Williams, Anderson Imbert y en artículos de medios literarios de muchos países.La Estafeta Literaria de Madrid le dedicó una página, y Germán Vargas, uno de los siete sabios de Cien años de soledad, destacó su gozosa calidad, así como lo hicieron más de 100 críticos. Aun así el autor decidió dejar relegada esa novela y dedicarse a demostrar que no es, de ninguna manera, una sombra del célebre Gabo.
Como dato curioso, años después el filósofo norteamericano Ken Wilber publicó un libro con el mismo título. Y aun más curioso, un escritor español, 15 años después de la publicación de Cuentos para después de hacer el amor, publicó un libro con el mismo título.
36 años después de la publicación de Breve historia de todas las cosas, una pequeña y prestigiosa editorial del estado de Puebla, llamada Educación y Cultura, publicó  una novela que ahora se llama  Historia de todas las cosas. Es la misma vieja novela escrita por un autor casi adolescente, alimentada con la experiencia narrativa a lo largo de los años, y con 220 páginas más. Aguilera Garramuño afirma que va a demostrar que lo que dijo su editor original, si no era verdad entonces, sí lo es ahora.
La novela fue presentada en octubre del año pasado en Barcelona por el editor Ricardo Moreno Botello, también por Alexandri Gutiérrez Hortúa (autor de estas líneas) y por el escritor uruguayo, Héctor D’Alessandro, quien consideró que la “nueva vieja” novela de Aguilera Garramuño pronto será considerada como un clásico a la altura de  Cien años de soledad.

miércoles, 20 de junio de 2012

DESCABEZADERO: Videoentrevista a Marco Tulio Aguilera: Promesa cu...

DESCABEZADERO: Videoentrevista a Marco Tulio Aguilera: Promesa cu...: http://www.archive.org/details/EntrevistaAlEscritorMarcoTulioAguileraGarramuo

LOS EJÉRCITOS DE EVELIO ROSERO

Después de leer (y comentar)  La carroza de Bolívar del colombiano Evelio Rosero leí  Los Ejércitos, aunque la primera novela me pareció bastante apresurada, estilísticamente pobre, y sin embargo muy interesante.
Supongo que Rosero cedió a las exigencias de Tusquets para que les ofreciera otra novela, antes de que pasara el efecto publicitario de la obra que en el 2007 recibiera el Premio Tusquets Editores de Novela.  
Los Ejércitos es en efecto una novela estremecedora, en la que quizás como en ninguna otra, a excepción de  Cóndores no entierran todos los días,  de Gustavo Álvarez Gardeazábal, se escenifica de una manera válida de manera artística, lo que ha sido la violencia en Colombia.
La segunda violencia que ha vivido Colombia, ya lleva décadas, y es de tal manera confusa, porque los protagonistas, los instigadores de ella ya no son simplemente liberales y conservadores, como en la primera violencia, sino narcotraficantes, militares, paramilitares, delincuentes comunes, políticos corruptos, todos luchando contra todos y teniendo en medio a la población inerme.
En la novela el pueblo de San José, en las montañas de Colombia, se va vaciando hasta dejar solo al protagonista, un viejo maestro, que lo ha visto todo.
Hermoso libro sobre un tema triste, desolador, que parece ineluctable: el del hombre enfrentado en absoluta soledad contra todo un universo que le es adverso. En un tono menos poético, pero tan válido en términos literarios como el de Los ejércitos,  otro colombiano, Daniel Ferreira, publicó otra novela que me parece extraordinaria: La balada de los bandoleros baladíes.

miércoles, 6 de junio de 2012

MUJERES, MUJERES, MUJERES: AMOR Y EROS (DE SIN MÁSCARA)

AÑO 1982. Hay épocas que concentran demasiada energía, en las que se amontonan acontecimientos, verdaderos centros u ombligos de la vida, tiempos complejos y quizás incomprensibles a la luz de la distancia, pero que se viven con una especie de naturalidad, como si fueran parte de la materia real, no del vacío universal, épocas en las que la materia oscura opaca a la luminosa, tiempos sin sentido o aparentemente sin sentido. El año 82 fue una de esas épocas cifradas en las que parece ser el caos el que domina por sobre el orden y el sentido. En el 82 se acumularon a las puertas de mi casa, pasaron al frente o entraron directamente hasta la cocina, y claro, mi recámara, Shaka, la polaca adicta a Chopin, Bárbara Bláskowitz y su hija (que no era violinista como quise presentarla en  La pequeña maestra de violín), Concha Chacón y su chácara psicologista, Lygia, la pequeña y dulce mujercita con la que creí haber encontrado el amor, Rayza, la sublime inadaptada de la Habana. Y sin embargo seguía como el sol de mi horizonte Irgla, a quien por entonces no llamaba La Nauyaca porque la amaba o creía amarla. Todas las primeras mujeres que conocí durante mi primera época en Xalapa (época AdLL) pasaron casi transparentes a mis novelas de lo que llamé  El Libro de la Vida.  En esto que estoy escribiendo naturalmente no uso nombres propios, más bien recurro a los apelativos que usé en las novelas y si las implicadas llegan a leer estas páginas les pido que las recorran como si fueran literatura. No creo estar escribiendo lo que se llamaría estrictamente memorias, ni siquiera autobiografía y de verdad no me preocupa que se enmarque en algún género o denominación esto que mis amigos lectores tienen en sus manos. Tal vez sería agradable que lo leyeran como la novela de la vida de un escritor cínico, sincero, descarado, directo, autodestructivo, impío, misógino o quizás ginadicto (póngale usted, my friend, el calificativo que quiera o le acomode).
Abro la libreta de contabilidad número 5, donde hallo este registro: Del 18 de mayo de 1982 al 1 de marzo de 1983.
Libros en proceso de lectura:
Plexus  de Henry Miller
Ulises de Joyce
El amor y Occidente de Denis de Rougemont
Dilemas de Gilbert Ryle
Noches de Torcuato Tasso
Estoy leyendo las novelas del Concurso Jorge Isaacs. En mi habitación de la Calle Prolongación 3 se apilan 300 manuscritos. Continúo la escritura de Mujeres amadas.  Escribo entre 5 y 8 páginas diarias. Principios: Sólo escribir en el momento en que sienta la absoluta necesidad. Sólo escribir lo que me produzca sentimientos intensos de nostalgia, de alegría, de paz, de deseo, de lo que sea. ¡La intensidad por encima de todo! Basta de literatura desapasionada, descafeinada, desangelada. Hace aproximadamente veinte días hice el amor, digámoslo así, con Shaka au rebours. Creo que no lo registré.  Apenas escribí una nota demasiado indirecta. La primera vez nos calentamos los cuerpos y tuvimos jugueteos intelectuales durante dos horas. Es el tipo de personas a las que hay que hablarle de epifanías, iluminaciones y teorías hermenéuticas mientras se les mete mano. Súbitamente me dijo tras mirar su aparatoso reloj Cartier (que hace juego desastroso con unos anteojos descomunales que cabalgan una nariz algo incróspida): Gitanillo, debes irte exactamente en cuatro minutos, disfrútame y piérdete de vista. Y yo me dije, ahora o nunca. Una vez allanado el camino con un discurso sobre el concepto de virtud en Aristóteles me fue más fácil transitar por él. En la segúnda ocasión me dije: Shaka, te voy a hacer gozar hasta que quedes más seca que el desierto de Sahara.  Así fue. Gimió y gritó de tal manera, que temí que las vecinas (vive un apartamentito de muñecas dividido en cuatro estancias ocupadas por cuatro lindas solitarias que le hacen la vida amable al patrón) protestaran. (Pero si Shaka gritaba de tal manera, hay que decirlo, tal vez no fuera por legítimo entusiasmo sino por una especie de natural presunción suya, que la obliga a magnificar todo lo que hace y dice haciéndola parecer una actriz de cine mudo, que tiene que exagerar sus gestos para que se entiendan bien sus mensajes). Shaka cabalgó alegremente y me bañó en sus fluidos vitales y luego con gran frialdad, como la del conejo de Alicia, miró su reloj y dijo: Rápido, rápido, tienes que irte (y eso me recordó que dos o tres años antes la gringa pequeñita, la erudita del Departamento de Español de la Universidad de Kansas, tras disfrutar de mis artes, de una botella de vino y algunas estrofas del Siglo de Oro español me dijo: Ahora, menino, tienes que irte. Eso fue en Lawrence, en pleno invierno, a las tres de la mañana). De modo que una y otra, Shaka y la menina me trataron como elemento desechable. Y yo les aseguro que en los dos casos mi casta persona  ensoñaba no con fluidos vitales, sino con algún sentimiento noble, quizás el heteróclito amor. ¿Sabes qué?, remató Shaka, la adoradora de Chopin, yo le doy poca importancia a un  acostón. Y yo, iluso, pensando en enormidades como el amor. ¡Qué sandez! Me asombró sobre todo su familiaridad con el Corpus Christi. Se acostó frente a él, cuando estaba presentando armas, y lo contempló con interés, pero creo sin cariño. Su cuerpo blanquísimo, los pechos más hermosos que haya visto, su rubia cabellera casi blanca, su retórica literaria, la batalla encarnizada que presentaba para que no le quitara los lentes, todo ello paso directamente a Las noches de Ventura, pero curiosamente no fue protagonista de la línea vertebral de la novela, en la que Ventura era central, sino que ocupó una segunda (monstruosa) columna, en la que el Doctor Amóribus, alter ego del alter ego, disfrutaba de los dones de la polaca. Dejaré este tema a un lado, pues sólo leyendo la novela se puede entender esta especie de vida en tercera calca.
¿Qué sucedía por entonces en el mundo? La Guerra de las Malvinas. Escuchaba noticias sobre ello en un gran radio de onda corta que me acompañó muchos años.
En la página cuatro de la libreta de contabilidad registro esta frase escuchada en un  sueño:
--Yo siempre estoy dispuesto a pelear. Sólo falta que encuentre a una persona que quiera hacerme frente.
Visito con frecuencia a Bárbara Bláskowitz, la alemana, que cambia de amante cada dos o tres meses, alegando, ¡siempre!, estar enamorada hasta extremos francamente insoportables. Es bella, grandota, una teutona que en tiempos de los vikingos habría impuesto su ley. Platicaba en la sala con su nuevo amor, un francés calvo, caballeroso y culto. Les leí un capítulo de  Mujeres amadas. Parece escrito por un novato, dijo secamente Bárbara. No está mal escrito, replicó el francés, el problema es que tus personajes no existen, eres solamente tú el que hablas en tus novelas. En ese momento llegaron la hija mayor de Bárbara, a la que llamé Trilce en  La pequeña maestra de violín, y una bruja chilena, que comenzó a ejercer sus artes recurriendo a las revelaciones que le hacía un huevo dentro de un vaso de agua (dijo: Ay, esta niña va a repetir minuciosamente la vida de su madre).
Y en efecto, acoto, ya saliéndome del cuaderno de contabilidad: quizás un año más tarde la niña Trilce, recién cumplidos los quince años, terminaría en mi cama, como lo hizo su madre. Mi relación con la Trilce real fue pobre, lastimosa, tan breve que ya no recuerdo nada, pero a la hora de escribir la novela  La pequeña maestra de violín, fue adornada con una serie de teorizaciones sobre técnicas violinísticas y lecturas demasiado avanzadas para una criatura de su edad.
El martes 25 de mayo registro en la libreta de contabilidad: 5 minutos 52 segundos 5 décimas en una milla. El miércoles registro una serie de 5 veces 400 metros: el mejor tiempo: un minuto 3 segundos 5 décimas. Eso me lleva a recordar el año 1974: Estadio Pascual Guerrero, Cali, entrenamiento con los bellos negros de la Selección Colombia de Atletismo: hicimos una serie de diez veces 400 metros por debajo de un minutos. Esos eran los tiempos AdSLMG, antes de La Nauyaca: tiempos de Marilú Ostertad, de La Cabezona, de Carmen la vendedora de dulces, de María Helena la mulata de Pance.
Hay en mi lectura de Doctor Faustus una especie de dolorido sentimiento del deber: la idea de estar leyendo una obra grande, importante, de más de mil páginas densas, llenas de elucubraciones metafísicas y de todo tipo, como quisiera que fueran las mías (todas mis obras), que sin embargo (la de Mann) es muy diferente a lo que yo en general he escrito: el protagonista de Mann tiene ideas elevadas, ideales, si se quiere, muy espirituales, muy germánicos, distintos y quizás superiores a mis “ideales”, que pareciera me impulsan a buscar en las mujeres más sus cuerpos (el vórtice infernal de la voluptuosidad) que sus espíritus. En cierta medida me causa repulsión un espíritu tan puro, tan impoluto, como el de Leverkhun, un espíritu tan distinto al mío, que es carnal y terrestre a veces hasta el hartazgo. Hallo sin embargo una disculpa o una justificación en esta frase de Mann: Un matiz de amor aparece en cuanto el instinto lleva un rostro humano, aunque sea el más anónimo, el más despreciable. Y es aquí donde encuentro una esquina de justificación: en mi búsqueda y hallazgo de cuerpos, de la sucesión de cuerpos femeninos que transitaron por mi vida, yo espiaba la aparición del espíritu, de eso que hace que una persona diferencie a una criatura en particular, de la sucesión de seres que pasan frente a los ojos, por la ventana de la vida. Atisbando por la ventanita del túnel de Sábato he pasado mi vida a la espera de que haya alguien con quien me pueda comunicar, llámese alma gemela o simplemente compañera de viaje… que encontré, no dudo, en LL, mi Beatriz, la que me hundió y me sacó del infierno. (Me falta hablar de mi novela más sufriente, oscura, terrible: El sentido de la melancolía).
En la página 13 escribo: Me cuesta trabajo conciliar el sueño. El fuego interno sigue bullendo por horas y horas. No importa que haya desplegado una actividad de maniático: ir a la oficina, corregir galeras, comer frugalmente, ir a jugar básquet, leer, escribir a máquina, ver televisión, ir al concierto, donde más que escuchar  fui a ver a Adriana X interpretar el Réquiem de Mozart: el cuello delicado sustentado una cabeza de diosa eleática con un rostro perfecto que reflejaba la música celestial de Mozart en su último momento, su cuerpo danzando en casi inmovilidad con una gracia impresionante. Ir a cenar a La Tavola, regresar a casa, leer, tenderme en la oscuridad, aguardar con gran regocijo y una gran certeza el instante en que las tinieblas den paso a las imágenes. Esperar que de la oscuridad, a partir de una chispa, se abra la ventana que me permita acceder a ese mundo nocturno. Sentir que todo en la vida tiende  a una ignota armonía que quizás se asemeje a la muerte. Todo es una búsqueda imposible de paz, me digo. La paz es armonía con el mundo. Pero el  mundo es lucha. El sonido más insignificante me retorna al otro mundo, a ese que está afuera, a ese mundo que no soy yo y que por lo tanto es la guerra. La guerra y la paz: eso es la vida. Imposibilidad de conciliación. Y sin embargo …

sábado, 2 de junio de 2012

SUBLIMES INADAPTADAS EN LA HABANA


Continuación del texto que encontrará en el blog Mongolia Central
24 de diciembre de 2002.  Por la noche me separé de los miembros de tour y me fui con mi Tadzia y con su hermana Etiopía al cabaret del Hotel Riviera. Hubo un show que me voy a saltar y un largo solo de Omara Portuondo, que sostuvo la emoción durante media hora. Nos bebimos una botella de ron Habana entre los tres. En realidad Etiopía no bebió. Parecía un lince oteando el horizonte.  Pasó el tiempo embebida en el show, escuchando con una intensidad casi alucinada. No respondía a las preguntas. Bailé con Rayza. Me porté de forma torpe y no puedo argüir que fue a causa del licor, pues estaba perfectamente lúcido. Toqué descaradamente sus tetas despiertas y palpitantes en la oscuridad. Rayza aparentemente aceptó con naturalidad. Luego, ya en la mesa, estuvo seria y silenciosa. Cuando habló fue para decirme que le inspiraba asco. ¡Me das ajco, colombianito de  mierda!, dijo. Agregó que  no soportaba mi narcisismo, que no le interesaba mi currículum, igual podía ser vendedor de lotería o limpiacaños que escritor, bah, vaya presunción.  Lo que entendí fue que  se estaba ufanando del poder de su cuerpo y aprovechándose de un turista pendejo que la invitaba a darse los lujos que no tenía habitualmente. Eso me ofendió profundamente. Me hizo verme desde una perspectiva exterior bastante deplorable, de burocrático viejo verde (aunque por entonces apenas estaba pasando de los 30 años).
Era obvio que Rayza y Etiopía eran visitantes habituales de los cabarets.  Conocían los nombres de los artistas, tarareaban sus canciones, chismorreaban sobre sus vidas, conocían las rutinas de baile y los chistes.
Le pregunté a Etiopía cómo se conciliaba  ese show lujoso con la austeridad de la vida de los cubanos.
  --Este show, amigo, y los demás, fueron montados para turistas porque Cuba necesita divisas.
  --Pero a los cubanos nos gusta venir –dijo Rayza--. Gesticuló un poco al estilo de Elvira Madigan e Isadora Duncan, haciendo volar al aire del Ferrari una larga pañoleta de seda china: --… especialmente a nosotras, las sublimes inadaptadas.
Nos quedamos en el cabaret hasta que todos los demás hubieron salido. Luego caminamos por el malecón.
Orino (como un gato que se apropia del territorio, pienso ahora, al escribir esto) en el centro de la calle, y recuerdo que hace años oriné en el corazón de Guadalajara, cuando estaba tras los huesos de la judía Mendy Calef.
 Tomamos un taxi a las cinco de la mañana. El auto avanza a una velocidad de película. (No sé si ese dato es objetivo o producto de la borrachera, que por entonces me poseía). En voz baja le pregunto a Rayza. Ella me dice que efectivamente estamos en el límite menos cuerdo de la velocidad, que falta poco para que nos matemos los cuatro. Y aplaude y se ríe. Le parece bellísimo morir un 24 de diciembre, tras una noche de farra. Corra más, le pide alborozada al conductor mientras le mesa el cabello. Yo trato de ordenar mis pensamientos. Finalmente concluyo que la situación no amerita morir. Además en Xalapa me espera mi gato Mishkin. Pongo una de mis considerables manos en el hombro derecho del conductor y aprieto con todas mis fuerzas.

Eduardo García Aguilar habla de Garramuño

SAMEDI 13 AVRIL 2019 LAS AVENTURAS LITERARIAS DE AGUILERA GARRAMUÑO  Por Eduardo García Aguilar La Universidad Veracruzana ...