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sábado, 23 de febrero de 2013

Violación literaria

Unas páginas de La insaciabilidad, novela en proceso

—Cuéntame tus fantasías.
Lo que fue una apertura digna del momento. (Cuando una mu­jer ya lo sabe todo y nada espera, lo mejor que se le puede pedir es que hable. Si dejas a una mujer hablar --escribiría Ventura, quien es­taba empeñado en convertirse en teórico del amor— ya tienes más de la mitad del camino recorrido).
—Imagino que un bruto peludo e indecente abusa de mí, mientras yo por mi parte le hago ding-ding a la Princesita Clítoris —Bárbara miraba directamente a los ojos, como calibrando hasta dónde había entendido, no sólo lo que quería decir, sino lo que esperaba—. Pienso que ésta es una fantasía normal en muchas mujeres, ¿tú qué opinas?
Lo correcto era, sin duda, asumir con naturalidad el papel de cauto estudioso del asunto, no frotarse las manos ni lanzarse al abor­daje:
—Opino que ése es el capricho típico de la mujer que durante to­da su vida ha tenido que ser propiciadora de las situaciones —eso dijo, y luego pensó que si Bárbara le entraba a la sutileza, iba a pensar que le estaba atribuyendo la profesión que añoraba.
El siguiente escalón no podía ser otro que el rodillazo a la altura de la carnosidad o la estocada a fondo:
—¿Qué te parece si jugamos a que realizas mi fantasía?
Ventura no tuvo otra alternativa que estar de acuerdo. Ella gritó como si tuviera a una yegua encabritada dentro del cuerpo. El amoro­so, en una pausa de desmayo de la dichosa sufriente, corrió a poner la Séptima de Beethoven a todo volumen.
A los dos les gustó lo suficiente como para rememorarlo y pro­meterse una segunda  dosis. Los dientes de Bárbara se habían aferrado soezmente al hombro derecho del sensitivo lujuriante. Las uñas de Ventura quedaron marcadas como zarpazos en unos omóplatos tan castos como la cima del Pico de Orizaba y tan conmovedores como un rebaño de ovejas en el inabarcable campo feliz de Perote  (escribiría).
Hubo tal realismo en la escena que Ventura le desgarró la blusa, estuvo a punto de dislocarle un brazo y fue indispensable tranquilizar a los vecinos.
--Voy a bajarle el volumen –gritó--: es que llegó un pri­mo sordo del rancho y le gustan las películas puercas,.
 Auxilio, so­corro, me matan, me atraviesan, me acaban, gritaba, lloraba, de pla­cer, de dolor, de emoción, de susto,  en la montaña rusa de su exaltación, Bárbara, que ya no sabía reconocer límites ni quería tener no­ciones de ellos. Además era buena actriz. Ni dudarlo.
Llegó el un instante en que Ventura se detuvo a preguntarle si no estaban llevando las cosas demasiado lejos. Bárbara le contestó con un tortazo que le astilló al agresor un diente y le reventó el labio.
Si a eso vamos, se dijo asumiendo la personalidad que suponía correcta, y le lanzó un jab al hígado. Bárbara se dobló. Sin  embargo, desde abajo, siguió mirando con cariño y agradecimiento.
—Pues claro, me estás lastimando, schwein, de eso se trata.
Al otro lado de la pared la poeta vecina, Estrella de los Campos debía estar ra­biando de gozo, y buscaba, sin duda, la forma de enterarse con más detalle y realismo del asunto, querría taladrar la pared con un cincel, con un clavo, con una bomba atómica.

jueves, 21 de febrero de 2013

Nadando hasta Isla Sacrificios

Estábamos en Xalapa. A la una de la mañana seguíamos buscando hotel en Veracruz por medio de internet. Me dormí a las dos de la mañana y desperté a las 4:30. A las 5:30 salimos. Mi mánager LL insistió en manejar, lo que sería fatal, pues ella evitó las carreteras de peaje y condujo a menos de 80 kms por hora, con el resultado de que llegué al borde de la playa cuando ya estaban entrando al mar los 60 triatlonistas. Supliqué que me esperaran mientras corría al coche a decirle a mi máneger que me esperara en el hotel. Corrí los 200 metros, le dije lo pertinente a mi máneger, le pedí a los empleados del Oxxo que me guardaran mi mochila --yo mismo la escondí bajo el bote de basura.
Corrí de nuevo a la playa, ahora descalzo, sólo con las mascarilla, pero hallé que no sólo ya se habían lanzado al mar sino que iban más de cien metros adelante. No lo dudé un momento. Me lancé osadamente --nótese lo valiente-- y nadé duro, pero, amigos, cómo los iba a alcanzar, si ellos son triatlonistas jóvenes, y, debo confesarlo sin pena, estoy en la mitad de la vida multiplicada por dos.


Naturalmente fui el último en llegar a Isla Sacrificios, recibí el aplauso correspondiente, pero... por más que les supliqué que me dejaran descansar, que me esperaran cinco minutos... no lo hicieron, de modo que otra vez me eché al mar --miento, no me eché al mar, pedí que me avanzaran un poco en la lancha mientras descansaba--. Bueno, cuando la lancha alcanzó a los que iban en medio, me volví a echar al mar. Y comencé a nadar en zigzag, con el resultado de que en lugar de nadar 2000 metros en el regreso debí nadar como 4000 metros. ¿Cansado, exhausto? No, más bien desesperado, porque parecía que no avanzaba nada.... Hasta que vi unas manos ondeando: eran las del nadador que en la pasada competencia en AquaX ganó todas sus pruebas. Me dijo que estaba nadando como borracho y que así no iba a llegar nunca. Y me pidió que lo siguiera. Lo seguí, y finalmente llegué a la playa. Pedí que me tomaran fotos con el objetivo de subirlas al blog. Por ahí andan diciendo que mis modestas hazanas de super heroe casi senil son inventadas. Y no, eso sí que no. Las proezas de mi espiritual pinga no permito que me las pongan en duda. De modo que si el gringo del kayac que me tomó las fotos las sube al "Caralibro", es decir al Facebook, me permitiré ponerlas en este artículo. Al llegar al auto descubrí que mi máneger no se había ido al hotel sino que estaba durmiendo con la cabeza apoyada en el volante. El problema es que no puedo cambiar de máneger porque... es  mi esposa.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Unas páginas de la novela en proceso

Estoy borracho, absolutamente borracho, total y definitivamente borracho. Voy tambaleante de pared a pared. Me dirijo al baño con la intención de orinar. Llego con enormes dificultades. Estoy a punto de caer sobre el retrete. Al orinar comienzo a irme de espaldas empi­nándome sobre los talones. El líquido sale después de largos minutos. Acabo de escribir el cuento que por tantas semanas he relegado. Todo lo preparé con minuciosidad, sabiendo que tenía que escribir un texto extraordinario. Se trata de Perry McClue, un hombre que sueña con ser todos los hombres, con correr todas las aventuras, con seducir y ser seducido por mujeres espléndidas, hombres, efebos, doncellas;  que recorre todo el mundo y en todas partes lo espera la maravilla, lo des­mesurado, lo particular; que disfruta   gozosamente de los dones de la tie­rra, y sin embargo termina en una paradójica, incomprensible e inso­portable soledad.
Cuando supe que estaba listo, que todo mi ser era una especie de átomo original a punto del big bang, puse a Atenea de patitas en la calle, compré una botella de tequila, limpié la mesa, coloqué dos cajetillas de cigarros, limón y sal a mi lado. Y me senté. Frente a mí estaba la vieja y perruna Olivetti Lettera 22, que había arrastrado de Cali a Lawrence, de allí a Monterrey, para terminar en donde ahora, entonces, estaba. Pasaron los minutos. No podía escribir ni una sola palabra. Tomé un largo tra­go, me eché a la boca una pizca de sal y me exprimí medio limón. No salió ni una sola palabra. Apuré otro trago con idénticas consecuen­cias. Al tercer trago salió la primera frase, redondita y todavía escu­rriendo líquido amniótico. Celebré el triunfo con una tercera dosis. A partir de entonces el texto emergió espontáneamente. En esos mo­mentos no sabía si lo que estaba escribiendo valía un potosí o menos que nada. La alegría del instante era pasmosa, el sentimiento de poder comparable al de un dios que con un movi­miento de sus manos levanta montañas, abre desfiladeros, traza valles sin fin y pone sobre ellos criaturas inéditas, sorprendidas y dichosas.
Una vez que hube terminado, anoté en mi Diario: Ya lo escribí. Me siento raro. Eructo constantemente. Puse el agua del baño a calen­tar. La cena está en el fuego. Yo estoy acostado en el sillón romano (así lo llamo por antiguo y desvencijado), escribiendo estas palabras. Me siento raro. Llueve a cántaros. Comeré y me bañaré. Eso es todo. No sé si he hecho honor a la idea que tenía de mi personaje. No sé qué es lo que siento. ¿Estoy bien o mal? Lo ignoro.
Pero cómo se iba a sentir bien Ventura, si había bebido, de una literal sentada, casi medio litro de tequila en acaso tres horas. Se sentía ho­rrorosamente mal, trastornado, no al borde de la locura, sino en el pu­ro centro de ella. Continúa el texto: Estoy en uno de esos sitios de donde uno se pregunta si saldrá o no. Creo que fue una exageración y una temeridad  tomar tanto tequila de forma tan continua y despiada­da. Pienso que todo pasa, que esta sensación imprecisable desapare­cerá en cuanto amanezca. Entonces  todo será diferente. Leeré mi texto y sabré si vale la pena o no. Pero ahora, en este instante, siento que las cosas carecen de perfil. Los ojos se me cierran. Pero temo dejarme ir. Sé que si dejo que se cierren, vomitaré como loco, tiraré en la sala  o en corredor que comparto con la poeta Estrella de los Campos mis entrañas, me desaguaré, quedaré convertido en una gran letri­na...  Si hubiera alguien a mi lado. Si hubiera alguien. Alguien.
Ventura no tiene palabras para recordar lo que sintió. Ni entonces ni ahora, ya de regreso. No era simplemente que el mundo girara, como le gira a todos los borrachos cuando pasan la línea de lucidez. Ni que el entorno perdiera sus límites, sino que, simple y llanamente, todo se había duplicado. Existían dos casas, dos cuerpos propios, dos puertas, dos máquinas de escribir. Al asomarse a la noche, vio que la densidad de las estrellas era superior a la habitual. No sólo me trastorné yo, sino que eché a perder el orden del Universo, pensó. Recuerda incluso que con un poco de ironía amarga comenzó a eva­luar  las consecuencias de vivir en un mundo en el que todo tendría su duplicado, no sólo los problemas, sino los cheques quincenales y las mujeres. Acabó de cenar y de bañarse. Lo tuvo que hacer en cuatro patas  porque no pudo tenerse en pie. Suponía que tras comer y bañar­se iba a retornar a la normalidad. ¡Falso, falsísimo! Todo comenzó a girar. Intenta mantenerse en el centro pero no puede. La fuer­za de los giros amenaza con lanzarlo contra las paredes. Va a cerrar los ojos. Voy a cerrar los ojos. No me importa lo que pase. Cierro los ojos y, paradoja de las paradojas, la oscuridad se ha duplicado. No que sea más densa, sino que hay dos oscuridades. Entonces pienso que por fin ha pasado lo que me dijo aquel infecto psiquiatra de mi primera gran caída: el incurrir en un exceso podría trastornarme definitivamente. Mi esquizofrenia precoz, de la que salí con tanta dificultad, había permanecido laten­te, agazapada, y reventó gracias al tequila. La historia de cómo pudo dormir en medio de la borrasca y có­mo despertó es bastante banal. En su Diario, con letra de parkinson  y lamparones de sudor, se halla consignado el despertar y sus reacciones. Son las cuatro de la maña­na. Tengo un dolor de cabeza razonablemente soportable y una sed de beduino. Bebí un litro de leche fría directamente de mi secreta vasi­ja de barro indígena. Abrí la puerta para que entrara mi gata. Atenea atravesó la sala sin ansiedad y se instaló sobre la barra de la cocina a  mirarme como la esposa que no dice una palabra pero que reprocha con los ojos. La supe comprensiva y la quise más que antes. Ya no ten­go sueño. Quiero leer el cuento que acabo de escribir casi a costa de mi cordura. Ya lo leí. Aunque es apenas un boceto, tiene la estructura, la ten­sión, la emoción, la profundidad de lo mejor que he escrito y quizás escribiré en toda mi vida, creo. Coloco los papeles prensados con un clip, al lado del proyecto de novela, junto al colchón. Cada vez que escribo algo seme­jante me gustaría correr por el mundo para leérselo a todos, ir al par­que y congregar a una multitud para leerlo a gritos.
xxx

miércoles, 13 de febrero de 2013

Carta de Lirian Marulanda


 Una amorosa carta de mi vieja amiga Liran Marulanda en la que rememora nuestra amistad de ya casi cuarenta años y recuerda los tiempos de la escritura de mi primera novela, Breve historia de todas las cosas (1975) cuando estudiábamos en la Universidad del Valle, ella Letras, yo Filosofía, en Cali.
Marco Tulio:
En el principio de los tiempos tuve en mis manos un pequeño libro, que leí y releí tantas veces, para entenderlo y comprenderlo, que terminé dejándolo ahí y pensando que con la madurez del ocaso podía llegar a su esencia. Con el paso de los ires y venires de la historia, he regalado ese pequeño cúmulo de letras y enigmas, junto con todos los otros libros escritos por Marco Tulio a mi amado hijo Eduardo, quien los ha gozado y disfrutado sin paciencia ni temor.
En el ocaso, tal vez entienda mejor aquello de los principios e inicios, aunque poco me importa. He gozado hasta la estruendosa carcajada. He soñado sin sueño los laberínticos enredos de la hebra de hilo en el bolsillo del escribiente, que al tocarla se hace indescifrable, aunque al encontrar la punta, mana cual lánguido hilo de agua en una imponente caída de 60 metros de mirada hacia el infinito arriba de los cielos inalcanzables.
He encontrado en las sublíneas, entrelíneas y en la omnipotencia y consistencia del escribidor-historiador, aquellos secretos que bien tenemos guardados en lo más profundo de la memoria arquetípica de la humanidad, y esa memoria que sólo él y yo compartimos y sabemos que tenemos, aunque dudamos del recuerdo o los gazapos que nos deja el confuso hecho de los recuerdos que se trastocan y no sabemos cómo llegan, cómo van y si es que son míos o de Marco Tulio.
He cantado a la vida, a través de los enigmas que de tan claros y transparentes se ocultan a la vista del miope lector. He encontrado la tan ansiada salida del laberíntico acaso de la literatura, enmarañada por la teoría y el submundo de la realidad real, de las normas y leyes que rigen al escribiente, para toparme con la encantadora verdad: la vida es un cuento para recrearlo, gozarlo, sentirlo y vivirlo a plenitud.
Gracias amado e inconmensurable amigo por el privilegio de considerarme entre los cinco dedos de tu mano derecha y ser el índice que señala la obra maestra que has parido sin dolor, en medio del canto de las sirenas y delfines que no han dejado de acompañarte desde aquellos tiempos, cuando éramos ancianos escarbando las teorías en textos inexpugnables.
Lirian

sábado, 9 de febrero de 2013

Decálogo del escritor escrito por Monterroso

Y pirateado de Pro Davinci... sorry

Decálogo del escritor, por Augusto Monterroso

Por Prodavinci | 7 de Febrero, 2013
monterroso textoPrimero.
Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.
Segundo.
No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.
Tercero.
En ninguna circunstancia olvides el célebre díctum: “En literatura no hay nada escrito”.
Cuarto.
Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.
Quinto.
Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.
Sexto.
Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.
Séptimo.
No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.
Octavo.
Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.
Noveno.
Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.
Décimo.
Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.
Undécimo.
No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.
Duodécimo.
Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado.
El autor da la opción al escritor de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.
Prodavinci 

Comentarios (1)

Lorena 
7 de Febrero, 2013
Octavo.“Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.”Este no lo entiendo muy bien, ¿será un sarcasmo?.No soy escritora, pero me desagrada este consejito

lunes, 4 de febrero de 2013

Cuaderno de notas de Chéjov


Selección
El deseo de servir al bien común debe ser obligatoriamente una necesidad del corazón, una condición de la felicidad personal; si no proviene de allí, si nace sólo de consideraciones teóricas o de otro tipo, no sirve.
Los hipócritas ordinarios aparentan ser palomas; los hipócritas de la política y de la literatura, águilas. Que su aire aquilino no te intimide. No son águilas, sólo ratas o perros.
Ahora la gente se vuela la tapa de los sesos porque está harta de la vida o por razones semejantes; en otra época, por haber malgastado dinero del erario público.
¿Por qué a Hamlet lo obsesionaban tanto las visiones del más allá, cuando nuestra vida real está presa de imágenes mucho más horribles?
Pedí a un músico muy conocido una entrada para un joven; me respondió: “Se ve que usted no es músico”. Le respondí: “Se ve que usted es rico”.
Lo que sentimos al estar enamorados es, probablemente, normal. El estado amoroso indica a cada persona cómo debe ser.
El cuñado, después de la cena: “Todo llega a su fin en este mundo. Recuérdenlo: quien se enamora, sufre, se equivoca, se arrepiente; y quien deja de amar, recuérdenlo también, comprende que ha llegado el fin de todo”. La amante del cuñado encanecía. El cuñado aún era muy bello.
Él piensa que comprende el arte y el estilo antiguos… Con aire de connoisseur, mira los cuadros, y el anticuario, aunque lo alaba, en secreto se asquea de su ignorancia y termina haciéndole pagar lo que él quiere. Visita exposiciones, a los grandes marchands…, por momentos se queda contemplando largamente las pinturas, los grabados, los bibelots… y al fin compra una chuchería, un cuadrito de pacotilla. Así revela su verdadero rostro.
El cuñado corteja a la joven esposa. “Lo que usted necesita es un amante”.
Él no había sido feliz más que una sola vez en su vida: bajo un paraguas.
La hija trataba de que el viejo volviera al buen camino, dándole a entender que había de morir pronto, que le era imprescindible arrepentirse; pero todo se estrellaba contra un muro de auto-admiración.
Sírvame una porción de gran maestro de la calumnia y la maledicencia con puré de manzanas, por favor. El camarero, que no comprendía, molesto con su propia falta de perspicacia, hubiera querido responder algo, pero Pochakín le echó una mirada severa y le dijo: ¡Fuera! Poco más tarde el camarero trajo lengua con puré: había comprendido.
Un hombre honesto llega a sentir vergüenza, a veces, delante de un perro.
Una muchacha pobre, alumna del Liceo, cinco hermanos, se casa con un funcionario adinerado que le echa en cara cada pedazo de pan, le exige obediencia y gratitud (él es el autor de su felicidad), se burla de su familia. “Toda persona tiene sus obligaciones”. Ella lo soporta todo, tiene miedo de contradecirlo, terror de volver a caer en la pobreza. Cierto día, uno de los superiores de su marido los invita a un baile. En este baile, la joven esposa causa sensación. Un hombre importante se enamora de ella, la convierte en su amante (desde ahora, pase lo que pase, tendrá de qué vivir). Y al ver que los jefes la adulan y su marido la necesita, empieza a hablarle a éste con desprecio: “¡Vete al diablo, imbécil!”
Extracto del Diario de un perro viejo: “Los humanos no comen los huesos que la cocinera hizo hervir para la sopa, ni beben el agua en que los hirvió. ¡Qué idiotas!”
Es necesario educar a una mujer de modo que sepa reconocer sus errores; de otro modo, siempre creerá tener razón.
Suba, suba usted esa escalera que llaman la Civilización, el Progreso; ascienda, sí, se lo aconsejo sinceramente. ¿Que adónde sube? Pues le digo la verdad: no tengo la menor idea. Pero sólo porque existe esa escalera vale la pena vivir.
Predicar la novedad en el arte es propio de los inocentes y los puros; pero ustedes, rutinarios, ¡ustedes han tomado el poder y no consideran como legítimo sino lo que ustedes hacen! ¡Nada más! El resto del arte, ustedes lo aplastan.
No existe una “ciencia nacional”, del mismo modo que no existe la tabla de multiplicar nacional; lo nacional no tiene nada que ver con lo científico.
“Hazte amigos de injusta riqueza”, reza el proverbio, porque la riqueza justa no existe ni puede existir.
Los muertos no se avergüenzan aunque hieden horriblemente.
Si alguien elije una ocupación que le es ajena, el arte por ejemplo, se vuelve infaltablemente un funcionario. ¡Cuántos funcionarios en la ciencia, el teatro y la pintura! A aquel a quien la vida le es ajena; a aquel que no está dotado para la vida, no le queda más remedio que volverse un funcionario.
Me he dado cuenta de que, no bien uno se casa, pierde toda curiosidad.
Tiene dos esposas: una en Petersburgo, la otra en Kerch. Y, todo el tiempo, escándalos, amenazas, telegramas. Llega al borde del suicidio. Pero termina por encontrar una solución: vive con sus dos mujeres juntas. Las dos están estupefactas, como petrificadas: pero es así como se callan, se vuelven inesperadamente silenciosas.
Detrás de la puerta de un hombre feliz debería haber siempre alguien con un pequeño martillo: alguien que no dudara en darle un golpecito para recordarle que hay gente infeliz y que después del tiempo de la dicha vendrá el de la desdicha, infaltablemente.
Una correspondencia. Un joven sueña con consagrarse a la literatura. No deja de decirlo en las cartas a su padre. Por fin se decide abandonar su empleo y parte a Petersburgo y se consagra a la literatura… consiguiendo el puesto de censor.
Un hombre, a quien la rueda de un vagón arrancó una pierna, se inquieta porque en la bota de la pierna perdida había 21 rublos.
Contenta de que los invitados por fin se marchen, la dueña de la casa dice: Pero quédense un poco más. ¿Qué tienen que hacer ahora?
¿Qué se puede esperar de un hombre que después de haber cometido tantas ignominias es capaz de llorar?
Que las generaciones futuras alcancen la felicidad: pero, eso sí, sin dejar de preguntarse qué ideales tuvieron sus antepasados, en nombre de qué sufrían.
El hombre del estuche. Él, metido en sus botas de goma. Su paraguas dentro del estuche. Su reloj adentro de una caja. Su cuchillo dentro de la vaina. Tendido en su ataúd parecía sonreír: había alcanzado su ideal.
“…Esa mujer… Me casé a los veinte años, no he tomado un solo trago de vodka en toda mi vida, no he fumado un solo cigarrillo…” Y sin embargo… Después que hubo pecado todos lo amaron más aún y le tuvieron más confianza. Y, caminando por la calle, comenzó a darse cuenta de que la gente era más tierna y gentil con él, sólo porque era un pecador.
Una mujer de ideas radicales, que sin embargo se santigua cada noche antes de dormirse y está secretamente llena de prejuicios y supersticiones, escucha decir que para ser feliz hay que hacer hervir, de noche, un gato negro. Roba un gato y, cuando todos duermen, se lo cocina.
Hay escritores cuyas obras, consideradas por separado, nos parecen brillantes, pero en conjunto apenas si nos impresionan. Por el contrario, en otros casos, un solo libro no nos sugiere nada en particular, pero el conjunto de las obras nos parece límpido y brillante.
No toca a la puerta de una actriz; está confundido, su corazón late fuerte, finalmente tiene miedo y huye; la criada abre la puerta y no ve a nadie. N vuelve, toca de nuevo la puerta, y una vez más no se atreve a entrar. Por fin llega el conserje y le da una paliza.
No se casa. Su madre y su hermana atribuyen a la mujer una cantidad enorme de defectos, están muy afligidas. Sólo dentro de tres a cinco años comprenderán que la mujer es exactamente como ellas.
El perro detesta al maestro particular: no lo dejan ladrarle. Lo mira, no ladra, pero cada tanto llora de odio.
La muerte nos causa espanto. Pero sería aún más espantoso saber que viviremos eternamente, sin morir una vez sola.
La universidad desarrolla todas nuestras capacidades, incluso la idiotez.
Festejaban el cumpleaños de un hombre modesto. Aprovechaban la ocasión para hacerse ver, para halagarse los unos a los otros. Y no fue sino al fin de la velada cuando cayeron en la cuenta: el héroe de la fiesta no había sido invitado, se habían olvidado de él.
¡Qué hartos estamos de nuestro propio servilismo, de nuestra hipocresía!
“Cigarras de la mejor calidad”, leía X, al pasar todos los días por la calle y, cada vez, se sorprendía: ¿cómo es posible que vendan cigarras, y quién puede tener necesidad de una cigarra? Sólo treinta años más tarde leyó con atención: “Cigarros de la mejor calidad”.
Algunas clases, no las que trabajan sino aquellas que se proclaman dirigentes, no pueden privarse mucho tiempo de la guerra. Sin guerra, se aburren. La ociosidad los fatiga y los enerva, no saben ya para qué viven, se devoran mutuamente, ponen todo su esfuerzo en decirse la mayor cantidad de maldades posible, aunque tratando de quedar impunes. Pero llega la guerra, afecta a cada uno, se inmiscuye en todas partes, y la infelicidad va tejiendo lazos entre los unos y los otros.
Una señorita coqueta, entre risas: “Todo el mundo me tiene miedo... los hombres, el viento... Ah, qué importa... ¡No me casaré jamás!” Su hogar es una desgracia, su padre es alcohólico. Si la gente pudiera ver cómo trabaja con su madre, cómo ella misma se esfuerza por esconder a su padre, todos le profesarían un respeto profundo... Pero también se asombrarían de que le dé tanta vergüenza su pobreza, su trabajo, y que no se avergüence de las tonterías que dice.
Una niñita, deslumbrada por su tía: Qué bonita es... ¡como nuestro perro!
Un niño de buena familia, caprichoso, malcriado, testarudo, agota a toda su familia. Su padre, un funcionario, mientras está tocando el piano, siente que lo odia. Un día lo lleva al fondo del jardín y lo castiga con placer y, enseguida, siente un profundo disgusto. El hijo llegó a oficial, pero el disgusto persistió.
La madre es una mujer de convicciones, el padre también. Dan clases. Escuelas, museos, etc. Ganan dinero. Y sus hijos son la gente más ordinaria que puede imaginarse: derrochan, especulan en la bolsa.
Marido y mujer tienen siempre invitados en casa, porque si se quedan solos, se estrangulan.
Si no quieres tener mucho tiempo, no hagas nada.
Son miembros de una sociedad para el fomento de la sobriedad, pero beben cada tanto una copa.
El hombre inteligente dirá: “Eso es mentira, pero como el pueblo no puede vivir sin la mentira, como la historia la ha consagrado, sería muy peligroso suprimirla de un solo golpe; dejemos intacta la mentira por el momento, sólo con algunas correcciones”. Pero el genio dirá: “Es una mentira: no debe existir”.
Un escritor sin talento alguno, que se obstina en escribir, hace pensar, por su orgullo, en un pontífice.
La esposa es escritora. Esto disgusta al marido que, sin embargo, por delicadeza, nunca le dice nada, y sufre toda la vida.
Destino de una actriz. Al principio: una buena familia de Kerch, una vida tediosa, una sorprendente pobreza de impresiones. Después, la escena: la virtud, el amor ardiente, los amantes. El final: se envenena, pero sin éxito. Vuelta a Kerch: vive con su tío, delicias de la soledad. La vida le ha demostrado que un artista debe abstenerse del vino, del matrimonio, de la barriga prominente. La escena no será un arte sino el porvenir; por el momento, no es más que una lucha por el propio futuro.
(Enojado, sentencioso.) —¿Por qué no me das a leer las cartas de tu mujer? Somos parientes, después de todo.
Para una pieza: un personaje que miente todo el tiempo, sin necesidad ni razón.
Cuando un actor tiene dinero, no son cartas lo que envía, no, sino telegramas.
Todo es mejor allí donde no estamos; el pasado sólo puede parecernos maravilloso cuando lo dejamos atrás.
Un hombre, muy culto, miente toda su vida a propósito del hipnotismo y del espiritismo, y todos le creen. No obstante, es un hombre de bien.
El amor. O bien esto es lo que queda de algo que fue desvaneciéndose pero que otrora fue inmenso, o bien es una parte de algo que un día se volverá inmenso pero que, en el presente, sólo deja insatisfacción y brinda mucho menos de lo que se esperaba.
Una mujer de muchísimo dinero, lo esconde por todas partes: alrededor de su cuello, entre sus piernas.
No me espantan ya los esqueletos. Me espanta que ni los esqueletos me espanten.
NN, hombre de letras y crítico, seguro de sí mismo, muy liberal, perora (a propósito de la poesía): acepta esto, desprecia esto otro y no comprende que es un hombre sin el mínimo talento (yo no lo he leído). Alguien propone partir para Ai Petri. Yo digo: lloverá. Pero allí vamos, de todos modos. Barro en la ruta, llueve, el crítico está sentado junto a mí, y yo compruebo su mediocridad. Lo atienden con sumo cuidado, lo tratan como a un obispo. Cuando el tiempo se aclara, yo vuelvo a pie. ¡Con qué facilidad se deja engañar la gente, cómo aman a los profetas, a los visionarios, qué chusma…! Otro hombre de pro nos acompaña: un consejero de Estado, de edad madura, que no dice palabra, persuadido de tener razón, desprecia al crítico porque está tan desprovisto de talento como él. Y una muchacha que tiene miedo de sonreír en presencia de tanta gente inteligente.
Entre los insectos, el gusano se vuelve mariposa; entre los humanos, por el contrario, es la mariposa la que se vuelve gusano.
Más vale morir a manos de un imbécil, que recibir de él un solo halago.
Comenzó una relación con una mujer de 45 años y a escribir historias de horror, casi al mismo tiempo.
Un viejo de 80 años dice a otro, de 60: ¿No le da vergüenza, joven?
Si usted teme a la soledad, no se case.
Un consejero de Estado, un hombre respetable. De pronto se descubre que, sin que nadie lo sepa, es el dueño del prostíbulo.
Para estudiar a Ibsen, ha aprendido el sueco, le ha consagrado mucho tiempo de trabajo; y de pronto se da cuenta de que Ibsen es un escritor mediocre; y se pregunta qué podrá hacer ahora con su sueco.
Una joven inteligente: Yo no sé fingir… yo no miento jamás… yo tengo principios… Todo el tiempo yo… yo… yo…
Todo aquello que los viejos no pueden hacer está prohibido o se considera punible.
Qué agradable quedarse en casa cuando la lluvia tamborilea sobre el tejado y sabes que no tienes alrededor a nadie que te moleste o que te aburra.
Dios mío, no me permitas juzgar aquello que no comprendo o no conozco. No me dejes siquiera hablar de ello.
Mi lema: No necesito nada.
Narrador y dramaturgo, Anton Chéjov (1860-1904) es autor de dramas como Tío Vania y El jardín de los cerezos, de novelas como Un drama de caza y La estepa, pero sobre todo de una enorme cantidad de cuentos y relatos cortos entre los que se encuentran Del diario de un ayudante de contable, El espejo y La dama del perrito. En la introducción de Cuaderno de notas, Vlady Kociancich afirma que “Chéjov escribe sobre la vida sin mayúsculas. La vida descartable, escuálida o glotona que su cronista nunca juzga. Porque a pesar de toda la miseria que hay en la condición humana, que Chéjov vio y narró con sencillez, uno siente que nos quería”.

Eduardo García Aguilar habla de Garramuño

SAMEDI 13 AVRIL 2019 LAS AVENTURAS LITERARIAS DE AGUILERA GARRAMUÑO  Por Eduardo García Aguilar La Universidad Veracruzana ...