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jueves, 30 de junio de 2011

LAS MEMORIAS SECRETAS DE GARCÍA MÁRQUEZ

Reflexiones tras la lectura de Vivir para contarla  de Gabriel García Márquez



No tenía la intención de leer el primer tomo de las memorias de García Márquez sino en algún lejano día en que me hubiera reconciliado con su literatura. Los libros más recientes del maestro me han dejado insatisfecho y no porque fueran de inferior calidad, sino simplemente por un prejuicio bastante infantil: se habían transformado de tal manera en producto único de consumo por parte de la inmensa masa de lectores, que, me decía, en alguna parte debe estar la trampa, llámese fórmula, secreto, receta o simple sabiduría literaria. O tal vez se trataba de elemental envidia, que es un veneno casi infalible.
          Pero la Providencia tiene sus designios, que generalmente no coinciden con los del viviente. La vida literaria —la vidita— me puso una trampa. Recibí una invitación para escribir sobre  Vivir para contarla.  La invitación venía de la revista Crítica,  que es prácticamente una de mis tres revistas de la vida. Total,  cedí a la tentación.
Vivir  para contarla.  El título me saltó como un chango a la espalda desde el principio y me hizo pensar en una vida vivida como espectáculo. No una vida para vivirla, sino para observarla a la distancia, de la manera fría y calculada con la que el escultor mira el bloque de mármol; una vida contemplada desde el exterior, desde arriba, con ojo de narrador, que intenta hallar qué hay en ella de narrable, de interesante, de explotable. (Y mi comercio epistolar con algunas personas afines a GM me ha reafirmado en esa idea: nuestro escritor no recurrió sólo a su memoria, sino a las memorias de los que lo conocieron: el libro es por lo tanto una especie de antología de memorias, no sólo del escritor, sino de quienes lo conocieron en las diversas etapas de su vida.). (De paso me ha llamado la atención y me ha llenado de asombro la manera en que Gabo ha sabido guardar su vida privada —que debe tenerla, y de la que se escuchan consejas, que naturalmente no repetiré— y cómo ha logrado independizar su literatura de su vida, hasta convertirla en un territorio de fantasía, que comparten millones de lectores.)
          Primero que todo tengo que decir que Gabo —digámoslo en confianza, pues ya parece ser pariente de todos, una especie de papá grande o abuelo universal— cae de lleno y sin autocompasión  en el abismo que todo libro de memorias bordea: el de la autoalabanza, la glorificación (o, en su caso, la justagloria.) Sí, habla bien de ese personaje que conoció en su infancia, pubertad y principios de madurez, dice que fue una especie de niño prodigio, que recitaba poemas enteros del Siglo de Oro, que cantaba como un mirlo y pintaba como un Miguel Angel; dice que sus títulos académicos le fueron otorgados por el don de su gracia (afirma que es incapaz a la fecha de sumar siete más cuatro sin armar toda una fórmula algebráica) y que terminó sus estudios con el pecho acorazado de medallas, no por merced de su inteligencia o su disciplina. Dice que era recibido en cantinas, burdeles y redacciones periodísticas con aplausos, con exclamaciones inverecundas (¡Ya llegó el genio! ¡Llegó el gran Gabo! Cuando publica su primer cuento, el grande crítico Zalamea exclama “¡Con García Márquez nace un nuevo y notable escritor”.)  Informa que no tuvo que hacer grandes esfuerzos en la vida porque tuvo amigos, y como dice un famoso filósofo de Guadalajara, los amigos son mejores que Dios. Dice que decían de él que su correspondencia la recibía en los burdeles y no en su casa familiar comme il faut; se autocondecora con el título de “veterano de tres blenorragias”. Dice que su primer premio literario no lo buscó sino que se lo ofrecieron. Dice que el  mundo literario antes de él en Colombia estaba casi vacío...
Pero todo lo anterior y mucho más lo dice con gracia y arte, casi con inocencia, de modo que no sólo se le perdona sino que se le agradece. Decir que en el colegio de jesuitas terminó con el pecho acorazado de medallas, que contaba las mentiras más encantadoras del mundo, que se bañaba desnudo con las mujeres de su familia sin sentir curiosidad alguna, y muchas otros asuntos agradables, hace que la lectura se deslice como quien escucha un cuento de hadas. (Y ése es ya un viejo argumento de este lector y comentarista que soy yo: que el don de García Márquez, su universal aceptación reside en el hecho de que ha logrado embaucarnos a todos con sus cuentos de hadas. Hasta las masacres tienen efluvios poéticos y resultan agradables en la pluma de este Rey Midas, auténticamente irrepetible en la literatura.)
          No sólo lo que escribe García Márquez sino lo que se mueve en torno a él resulta encantador, absurdo, realismo mágico en su esplendor: que sus libros sean colocados en los estantes de las librerías bogotanas al ritmo del Himno Nacional de Colombia, que sus amigos periodistas y admiradores sufran espasmos de emoción ante su cercanía en un cine, que se le trate como a una reina de belleza y él acepte estos tratamientos, que ande de pipicogido con reyes, emperadores y presidentes —ha sido el eterno mimado de los presidentes de México, ya sean del PRI o del PAN— que huya de la fama y cuando ésta lo elude él mismo busque el reconocimiento —nunca olvidaré el instante en que Gabo iba a pagar la cuenta de un desayuno que habíamos compartido en un Samborn’s  de Las Lajas: la cajera ignoró todo el tiempo la magnitud del personaje que tenía al frente y el cuitado del Gabo hacía todo lo posible para que ella lo mirara y lanzara la exclamación pertinente.
El camino de este personaje de la nueva novela de García Márquez que se llama  Vivir para contarla se encuentra tan lleno de fanfarrias y timbales, se antoja tan digno, incluso en los momentos de mayor miseria, que uno se pregunta si en verdad existe alguien a quien hasta los pecados y las lacras le sirvan de condecoración. Pero bueno, lo que pasa es que muchos quisieran que hubiera una verdad histórica, asunto imposible cuando el personaje es una auténtica máquina de fabular. Es claro que lo de Gabo es una fábula, un embeleco, y él mismo lo advierte de entrada, curándose en salud: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Una máxima bastante acomodaticia e ingeniosa, que podría quedar en la historia de las máximas al lado de algunas inolvidables de Pascal, Santo Tomás o Tito Monterroso (“Los enanos tienen un sexto sentido que los hace reconocerse a primera  vista”, verbi gratia.)
Gran parte de los comentraristas colombianos de libros iniciaron sus notas sobre esta obra con disculpas: “No es fácil leer con cabeza fría un libro que se promocionó como un jabón”, escribe Carlos Lemos Simmonds. “Vivir para contarla había adquirido el aburrido rango  de un libro canónico aun antes de nacer. ¿Cómo aproximarse a la última obra del escritor vivo más famoso del mundo y al autor de lengua castellana más importante después de Miguel de Cervantes Saavedra; del escritor más universal de cuantos existen sin distinción de lengus y culturas; del hombre que cambió nuestras vidas y que ha soñado por todos nosotros”. Culmina Lemos “no faltó quien propusiera que en cada hogar colombiano se entronizara solemnemente el libro. Como la Biblia”.     
                  Lemos descubre —o dice descubrir— varios errores de tipo histórico; anota que la prosa de Gabo se acartona cuando no puede dejar volar su imaginación, que se vuelve triste y sin luces cuando sale de la costa colombiana. Afirma que la obra está a medio camino entre la novela y la historia, y que en el campo novelístico alcanza altos vuelos, y en el memorialístico, cae, se arratona.
          No estoy del todo de acuerdo con las anteriores observaciones. Hay páginas ambientadas en Bogotá que valen la pena y que tienen importancia histórica. La sección dedicada al Bogotazo, con todo y estar basada en un célebre libro de Arturo Alape, es estremecedora y da versiones interesantes sobre la muerte de Jorge Eliécer Gaitán (una especie de salvador de la patria que fue asesinado, como Colosio,  a tiempo, para que se convirtiera en útópico salvador de la patria, eludiendo el triste destino de ser uno más de la lista de fracasados.)
 Considero que Gabo nos hizo un favor al no recetarnos su historia a manera de crónica. Nos la recetó con el endulcorante de su fantasía, así podemos apurar lo que de alguna manera ya sabíamos, y encontrar en la receta nuevos ingredientes de la sopa magnífica que nos ha estado dando el Gabo durante tantos años, una sopa que no termina de coserse, por fortuna, y que nos promete sorpresas, aunque quizás no tan grandes como las de su plenitud literaria, cuando acometió proezas como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera —yo no termino por digerir la idea de que El coronel o Cronica de una muerte anunciada sean obras literarias plenas. Es parte de los embustes inventados por los críticos y por el mismo Gabo para convencernos de que nuestro escritor siempre cagó rosas, nunca espinas.
          Las tendencias dominantes en Vivir para contarla siguen siendo las mismas de sus exitosas obras anteriores: el uso de los superlativos, de hipérboles, la magnificación (se repite lo bíblico, cataclísmico, prodigoso, los confines del mundo, lo colosal, habla de aguaceros universales, si fuma, fuma 70 cigarrillos de tabaco negro,  los personajes visten como para una película de García Márquez filmada por Ripstein, los caractéres de sus personajes son irremediables, fatales —si no fuman ni beben, no lo hicieron nunca y no lo harán jamás—, si el protagonista yoga puede hacerlo tres días seguidos gracias a una sopa de iguana. Su vida ha sido deslumbrante, incluso en los momentos de miseria: fue un brillante declamador y memorista que podía guardar a la segunda lectura poemas kilométricos, fue cantante aclamado en emisoras y serenatas, en burdeles de espanto y cantinas, fue estudiante lleno de honores y privilegios y con sus primeros cuentos vino a salvar a la literatura colombiana de un terrible vacío, fue veterano de blenorragias, desertor de la carrera de Derecho, pero nunca, nunca dudó que su destino fuera la más absoluta apoteosis. “Si uno quiere ser escritor debe ser mejor que Cervantes”, ha dicho.
          A medida que uno va leyendo va encontrándose con pistas dejadas sabiamente por el autor, que, sin duda, quiso hacer un libro en clave para sus queridos lectores, quienes podrán identificar las señas de las fuentes de sus obras anteriores. Hay de nuevo esa sorprendente simetría, que sólo logran el gran arte o el gran artificio: cada capítulo tiene setenta páginas, así como cada capítulo de El amor en los tiempos del cólera tenía no sé cuántas. Mienta la masacre de las baneras, habla de la siesta del sábado, de los pescaditos de oro y de mil otros secretitos bastante públicos. El estilo es único, parejo, pulido, con algunos descubrimientos e imágenes deslumbrantes —más bien pocas. Hace unas cuantas aportaciones o recuperaciones a la lengua: frémito, botamen, lampazo, conduerma, famina, averío, guataco (y lo pone como tarea a sus lectores... esa es la parte experimental del libro de Gabo.)
          No es un secreto que cada escritor y cada ser humano se crea y se cree su propia leyenda. La del Gabo ha ido tejiéndola él mismo y nos la ha hecho creer. Nos la ha hecho verosímil. Cito: “Alfonso Fuenmayor me dijo entonces algo que no olvidé nunca: ‘Es que la credibilidad, mi querido maestro, depende mucho de la cara que uno ponga para contarlo’”. La cara de Gabriel al contar esta gran leyenda suya es la del niño que cuenta su gran mentira con la absoluta certeza de que es solamente la verdad. Otro dato importante que contribuye a que se le crean todos los cuentos al Gabo es el del encanto personal, la simpatía y la capacidad de captar amigos que lo han querido siempre, que lo han endiosado, lo han apoyado, lo han protegido: Mutis, Fuenmayor, Cepeda Samudio, Germán Vargas —único del grupo de los siete sabios de  Cien años de soledad, a quien pude conocer en un famoso concurso y quien trató de explicarme que eso que estaba usando indebidamente frente a don José Donoso, no era un cenicero sino un recipiente para los camarones...
Reitero: virtud importante de estas memorias, es que no lo son en realidad, sino —como lo señalara Dasso Saldívar, su biografo más minucioso, aunque no muy acatado (en correo reciente Dasso me informa que Gabo le pidió modificar fechas y dice que para escribir  Vivir para contarla se documentó en la misma biografía de Dasso,  Viaje a la semilla— una novelización de una vida. (Mi esposa sostiene que no va a leer las memorias de Gabo, pues las considera de entrada una mentira de pe a pa. Le respondo: Pero es que esas memorias no son para creérselas, sino para disfrutarlas –defiendo yo al Gabo contra el escepticismo de Lety, que cada vez descree más de la raza letal de los intelectuales.
Entre las características más destacadas que el Gabo cree descubrir en sí mismo se halla la timidez, argumento que repite por lo menos veinte veces en el  libro. Pienso que más que timidez es compasión por el género humano que desde hace ya bastante tiempo tiene que soportar el oprobio de coexistir con del escritor más famoso del mundo. Por eso de alguna forma el Gabito evita mezclarse con la gente común y escoge preferentemente a presidentes, actores y actrices, gente que no se sentirá tan aplastada por su deslumbrante aura de genio inapelable. Es pues tímido ante la multitud, pero con sus conocidos, gente a la que puede mirar a los ojos mientras les habla, se comporta como un magno sabio, un papa irrefutable, el más grande de los simpáticos que engendrado haya el universo. Sólo cuando uno se lo encuentra a solas con Gabo es que puede hablar con él de humano a humano. De otra forma entra en acción la máscara que nuestro escritor debe ponerse muy a pesar suyo, cosa que no le ha de agradar. Entonces debe huir pues se trata en efecto de un tímido social. Debe estar entre los suyos para estar a sus anchas y perder la patológica timidez. Lo que no es reprochable, sino  por completo explicable: nos pasa a todos. Para llevar al extremo el asunto basta imaginar a un noruego típico rodeado por una tribu de pigmeos. Eso es Gabo: un nórdico entre pigmeos. Y esta primera parte de sus memorias es la fábula del ascenso de un mortal al Olimpo. Como a los dioses, le lloverán alabanzas, tantas, que ninguna voz discordante alcanzará a escucharse en medio de la algarabía. No es pequeña la empresa con la que se ha castigado el Gabo: dos volúmenes más en los que debe seguir creciendo el estruendo, el escándalo, la fanfarria, el esplendor.
Para quienes, como yo, no hayan quedado satisfechos con este primer volumen y no estén dispuestos a quedar satisfechos con los dos siguientes hay una consoladora noticia. Una información que tendrán los lectores de Crítica  como primicia mundial: Gabriel García Márquez está escribiendo, muy en secreto, sus verdaderas memorias, una obra de altísimo calibre en todos los ámbitos, en la que no dirá ni una sola mentira, no inventará la más leve fábula y con la que va a demostrar para siempre y de manera irrefutable, que la realidad supera a la más desaforada fantasía. Pero esta obra solamente será publicada de manera póstuma, pues contiene materiales tan extraordinariamente delicados, que harán temblar los cimientos no sólo de la literatura, sino de la humanidad en pleno. Tal obra sentará los cimientos de una nueva moral, una nueva política y una nueva forma de entender a las mujeres*.
*Artículo originalmente publicado en la revista Crítica de la Universidad de Puebla,  noviembre, 2002

martes, 28 de junio de 2011

MI MODESTO BESTSELLER: EL POLLO QUE NO QUISO SER GALLO

Esta es la portada de la 1a edición en Instituto Veracruzano de Cultura
Diario de Xalapa, 26 de junio 2011

La editorial Alfaguara en su rama infantil ha puesto en circulación la sexta reimpresión del libro  El pollo que no quiso ser gallo, de Marco Tulio Aguilera, que a la fecha ha vendido más de 30 000 ejemplares,  constituyéndose en uno de los libros de cuentos infantiles más vendidos por esa editorial. Alfaguara Infantil de Colombia también publicó el mismo libro y a la fecha lleva cuatro reimpresiones. Pronto habrá ediciones en Argentina y España. El libro ha sido leído por niños de primaria de las escuelas públicas de México, Centroamérica y Colombia.
El autor ha hecho visitas a escuelas de Xalapa y de los alrededores teniendo charlas sobre literatura infantil, contando historias y estimulando la lectura. Sobre cuentos de este libro se ha hecho teatro en la UNAM, programas radiofónicos en Radio Más y en Radio Nederland de Holanda, así como traducciones al inglés hechas por Yolanda Broad.
Sobre el origen de estos cuentos el autor dijo: “Son los cuentos que les inventé a mis hijos durante su infancia. Por las noches bastaba preguntarles a los niños el título del cuento (cualquier nombre) yo comenzaba a dejar libre a mi imaginación”. Y agregó: “Si los padres adoptan esta costumbre noche a noche antes de dormir pueden terminar convertidos en cuentistas (siempre que sepan escribir y quieran hacerlo)”.
 El autor, residente en Xalapa, quien comentó que tiene listo un nuevo libro de cuentos infantiles, éste escrito para su nieta, ha cosechado abundantes merecimientos. Uno de ellos fue el Premio Nacional de Literatura Infantil Juan de la Cabada, que le permitió una primera publicación en la Editora de Gobierno del Estado y el Instituto Veracruzano de la Cultura. Tras esa edición la editorial Alfaguara de México compró los derechos y publicó una nueva en Alfaguara Infantil.
Sobre cuentos de este libro se ha hecho teatro en la UNAM, programas radiofónicos en Radio Más y en Radio Nederland de Holanda, así como traducciones al inglés hechas por Yolanda Broad.
Marco Tulio Aguilera, colombiano, llegó a Xalapa hace 32 años cuando compartió con Sergio Pitol el Premio de Cuento de La Palabra y el Hombre en 1979 (Pitol recibió el Primer Premio; Aguilera, el Segundo). Marco Tulio Aguilera ha trabajado en Radio Universidad Veracruzana y actualmente labora en la Editorial de la misma institución. Fue fundador y director de La Ciencia y el hombre. A la fecha ha publicado 30 libros, varios de ellos en la Editorial de la Universidad Veracruzana: Mujeres amadas, El ojo en la sombra, Poéticas y obsesiones.  Mujeres amadas, en su tercera edición, fue el libro de la Universidad Veracruzana más vendido en la FILU 2011. El autor informó que en octubre viajará a España, donde presentará la tercera edición de  Breve historia de todas las cosas, que será publicada por Educación y Cultura de México y Trama Editorial de Madrid.
Marco Tulio Aguilera ha recibido los premios Latinoamericano de Cuento de Plural y Excélsior, Internacional José Eustasio Rivera de Novela en Colombia, San Luis Potosí de Cuento en México. En 1992 fue finalista en el Premio de Novela Alfaguara en España con su obra El amor y la muerte. Su libro Cuentos para después de hacer el amor ha tenido 15 ediciones en Colombia, México y España y pronto tendrá una nueva edición en JUS de México.
   El autor recibe frecuentemente cartas de niños y de padres que han leído El pollo que no quiso ser gallo.  Para los lectores de Diario de Xalapa Marco Tulio Aguilera facilitó la copia de dos cartas: una de una madre, y la otra de su hijo:

CARTA DE UNA MADRE INDUCTORA Y DE UN NIÑO LECTOR DE EL POLLO QUE NO QUISO SER GALLO

Estimado Sr. Marco Tulio: Me es muy grato saludarlo, el presente tiene como objeto felicitarlo por su increíble libro "El pollo que no quería ser gallo" está maravilloso, mi hermano se lo regalo a mi hijo por su cumpleaños y lo ha hecho muy feliz .Todos los cuentos le gustaron muchísimo , en especial El de gusano busca esposa, fue una lástima que no fueran mil cuentos, se los ha contado a toda la familia, y me pone en aprietos pues quiere ser igual que sus hijos que con solo el título yo le cuente algo igual de extraordinario pero a mí no se me da eso, quisiera que siguiera escribiendo muchos más y poder adquirir la colección. Busqué su e-mail para felicitarlo de todo corazón y que siga considerando a los niños. A continuación mi hijo de 8 años le escribirá su agradecimiento por los momentos felices que le ha hecho pasar, disculpe usted si hay faltas de ortografía pero no corregiré nada, será lo que él quiera expresar: Helena Beristain
Señor Marco Tulio lo quiero felicitar mucho por sus cuentos que vienen como contenido en el libro el pollo que no queria ser gallo , todos son muy buenos en especial el de gusano busca esposa con ese me reí una y otra vez aveces los cuentos son muy interesantes como el de una hoja en el pavimento y otros graciosos como el del pollo que no quería ser gallo deseo infinitamente que siga escribiendo más cuentos para hacer felices a otros niños como yo. Me despido de usted. Atte.
El hijo de mi mamá

viernes, 24 de junio de 2011

NOTICIAS RECIENTES: DD HACER EL AMOR, BREVE HISTORIA, EL POLLO, NATACIÓN

NOTICIAS RECIENTES
Ya estoy trabajando con la Editorial JUS de México para la nueva edición de Cuentos para después de hacer el amor, libro que a la fecha lleva aproximadamente 16 ediciones en Leega de México, La Oveja Negra y Plaza y Janés de Colombia, Punto de lectura México y España (sumados los ejemplares y tomando en cuenta que La Oveja Negra sacó 20 000 ejemplares, a la fecha deben haber salido 40 000, lo que sin duda es un acontecimiento, particularmente porque los libros de cuentos, en general, venden poco). El libro fue clasificado como uno de los mejores libros de cuentos publicados en Colombia el siglo pasado. Posiblemente la nueva edición esté lista  en septiembre. Su hermano gemelo,  Cuentos para ANTES de hacer el amor, que lleva tres editoriales y cuatro ediciones, también saldrá en JUS de México y muy posiblemente lo presentaré junto con el primer libro en la Feria del Libro de Guadalajara a fines de este año.
Mi primera novela,  Breve historia de todas las cosas, tras 31 años de estar agotada, volverá a salir en una tercera edición (coedición) de Educación y Cultura de México y Trama Editorial de Madrid. Revisé la novela durante un mes de encierro gracias al apoyo de Joaquín Díez Canedo, ex jefe de la Editorial de la Universidad Veracruzana. Ahora tiene 580 páginas. No es un ladrillo sino un block pero me parece que es una novela muy legible, y sobre todo con mucha historia, que los lectores de mis blogs supongo conocen.
Y mi gran orgullo, El pollo que no quiso ser gallo,  que escribí recopilando los cuentos que inventé para mis hijos durante su infancia, acaba de ver la sexta reimpresión en Alfaguara Infantil México, y (tal vez) la cuarta en Alfaguara Infantil Colombia.
A otra cosa: logré cumplir lo que había prometido: ganar las cuatro competencias de natación en el Torneo de Clubes de Xalapa; con mis cuatro (nuevas) medallas, ¿de oro?, compenso las cuatro medallas que gané en el Campeonato Máster de San Felipe en Puebla y que dejé abandonadas en el Hotel City Express hace varios meses (mi compañera y máneger me dice que ya debo sosegarme y dejar de jugar al superhéroe, pero yo no le pongo atención sino parcialmente --en agosto próximo participaré en el Campeonato Veracruzano Máster en la ciudad de Veracruz: la concesión que haré será no competir en estilo mariposa, que me deja casi muerto.
Mi nueva novela,  El sentido de la melancolía,  está terminada pero no pienso buscarle editor sino a mediados del próximo año. En estos momentos estoy leyendo con enorme atención los cuentos de John Cheever: después de Chéjov es uno de mis cuentistas favoritos. Quiero aprender lo que me falta aprender de esa ciencia difusa que se llama la escritura del cuento. Tengo un cuento en proceso (“La noche perdida”) y pienso que Cheever tiene algo que le falta a mis textos: tal vez sea esa especie de visión panorámica del mundo que rodea a sus protagonistas y que le da un color muy en carne viva a sus textos. Me parece que soy un cuentista demasiado descarnado, que siempre quiere ir directo al blanco y que se pierde gran parte de  la sustancia de la vida:  eso que está ahí y que generalmente no vemos.

martes, 21 de junio de 2011

LECTURA ÍNTIMA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ UNA VIDA



Hay cuatro certezas que el libro de Gerald Martin Gabriel García Márquez una vida (Debate, Barcelona, 2009) ha contribuido a reafirmar en mí: que Dios, si existe, debe ser mujer; que sólo los grandes mentirosos pueden ser buenos novelistas; que lo único que puede salvar al hombre de la miseria metafísica es la imaginación y que el gran arte sólo es posible en los países azotados por la desventura. Al presentar la biografía de Gabriel García Márquez en Bogotá, Gonzalo Mallarino, uno de los  primeros amigos que Gabo  tuvo en Bogotá, dijo que la vida de este autor es una mentira fantástica y maravillosa.
Efectivamente desde que comencé a leer la novela de Martin no pude parar: llevaba el gordo libro (762 páginas, letra chica) a mi estudio de arriba y mi estudio de abajo, al baño, el jardín, el comedor y  la cocina, lo llevé al hotel en Lechuguillas donde pasé con mi familia unos días espléndidos… Fue tanta la obsesión por ese libro que cuando le  pregunté a mi esposa, “¿Te leo?”, ella respondió: “Ya deja esa manía, parece que estás enamorado de GM”. Ciertamente, lo asumo: si ha habido una obsesión notable y hasta censurable en mi existencia es GM, su obra y su vida, tanto así que leí Cien años de principio a fin acostado en una pensión de Cali y que mi primera novela fue acusada con justa razón de tener una fuerte influencia de las artimañas del rey de Aracataca y se llegó a hablar de plagio —cosa que el mismo GM desmintió públicamente (yo le había regalado mi primera novela con una dedicatoria que decía así: “Para Gabriel García, a quien pienso matar… literariamente”: año 1976, local de la revista Alternativa, Bogotá). 
La de Martin es una biografía chismosa, como deben ser las biografías (no es una típica y aburrida biografía inglesa, sino una biografía muy caribeña, de negra con balcón): no sólo está basada en hechos comprobables sino en versiones y chismes de los testigos de esta vida que ya es tan pública que en realidad uno parece estar leyendo algo que ya sabía, como sabe las noticias de las estrellas de la farándula…lo que es paradójico, pues GM se ostenta tímido cuando en realidad desparpajado, absolutamente seguro de sí mismo, fanfarrón, petulante, lo que no se le perdonaba en sus primeros años y ahora, que es más famoso que el papa y la Coca Cola, se le celebra. Entonces, tenía razón: aquel tipo de baja estatura, desaliñado, flaco, vestido de colorines, bigotón, que se atrevió a desafiar el protocolo de los reyes de Suecia, en verdad iba a ser lo que prometió desde chiquito: el mejor escritor del mundo. Gabo nació famoso y morirá famoso. Ese parece ser su destino, no sé si aciago o venturoso. Tomás Eloy Martínez registró esta frase que le escuchó a GGM: “Yo era famoso ya cuando me recibí de bachiller en el colegio de Zipaquirá, o antes todavía,  a Barranquilla. Fui famoso siempre, desde que nací. Pasa que yo era el único que lo sabía”.
Martin es un biógrafo crédulo o fingidamente crédulo, pero inteligente, lo que lo hace a él y a su personaje tan atractivos como los personajes de Faulkner. Eso de pensar que la mamá Grande es en el fondo una crítica a una Colombia incapaz de cambiar , “una furiosa reacción de García Márquez ante la situación nacional”, es bastante divertido pero incorrecto desde el  punto de vista epistemológico: la esencia  de este relato es una bella retórica, palabras, encanto, cuento de hadas: GM ha explotado la realidad para crear una fábula, lo que es coherente con su vida. García Márquez nunca ha querido dictarnos cátedra: lo suyo es contarnos cuentos que nos ayuden a conciliar el sueño. GM no ha querido explicar el  mundo sino explotarlo para alegrarnos la vida con sus fábulas y embelecos. Esto lo dije hace muchos años y lo sostengo: GM es un escritor de cuentos de hadas. (Esta idea la expresa Gerald Martin hacia el final de su libro: no sé si porque llegó a la misma conclusión que yo expresé en un artículo en 1983 o porque leyó mi texto y se apropió de mi concepto).
Hasta llegar a la página 311, en la nota de pie de página, me enteré que Martin no había incluido mi nombre en sus agradecimientos en el prólogo para llenar páginas, sino porque en verdad tuvo una entrevista conmigo. En efecto en 1993 estuve en la Universidad de Pittsburgh, donde dicté una conferencia sobre un tema diametralmente opuesto al que había ofrecido.  En esos tiempos Martin era profesor en esa universidad y yo un escritor que tenía éxito entre dos o tres académicos norteamericanos desorientados. El caso es que mi memoria no registraba ese encuentro. Sólo cuando leí la nota de pie de página comprendí por qué su cara de inglés agringado me era tan familiar
Inevitablemente me veo metido en este mundo de GGM cuando me encuentro en el libro con el nombre de Germán Vargas, uno de los siete sabios de  Cien años de soledad (a quien conocí cuando fui jurado del concurso Jorge Isaacs de Novela en Cali y quien me explicó que lo que yo estaba usando como cenicero ante las señoras organizadoras del concurso no era tal, sino un recipiente para mariscos); (Germán Vargas fue el primero en recibir el manuscrito completo de  Cien años años de soledad y el primer periodista en escribir en Colombia sobre mi primera novela, Breve historia de todas las cosas). Cómo no sentirme aludido por el libro de Martin si me encuentro  con el nombre de José Donoso (miembro del jurado mismo concurso, quien me habló con superioridad de Gabo, me reveló sus íntimos gustos por los mozalbetes (gustos de José, no de GGM, que sin duda debe preferir las mozalbetas, a juzgar por la cándida Eréndira, América Vicuña, las putas tristes y otras infantas de buen ver) … y me reprochó (Donoso) mis aires de donjuán (no olvido que a Donoso le subió la presión en una multitudinaria rueda de prensa y se atrevió a ironizar diciendo: “Parece que voy a cumplir mi sueño de morir ante veinte cámaras de televisión y frente a un público ferviente”). Me encuentro en el libro con Carmen Balcells, quien me ha representado tres veces y en las tres hemos terminado separándonos, más por mi ansiedad de ver mis libros publicados que por su voluntad (lo que me parece providencial: si Balcells me hubiera seguido representando no dudo que habría escrito  mucho menos y de menor calidad y ahora, a mis 61, en lugar de ser un  sano deportista, sería un anciano cacreco con todos los reumatismos y resabios del mundo).
Martin llama la atención en el libro sobre el vuelco de la actitud de GGM ante la fama: en la primera etapa de su vida, antes del la  eclosión de  Cien años de soledad,  la buscó casi con desesperación; una vez que la alcanzó, huye de ella al punto de no aceptar entrevistas. Esto es lo que mi mujer llama “el síndrome de la minifalda”. Las mujeres se la ponen y sin embargo se molestan porque les miran las piernas.
El libro es despiadadamente indiscreto: denuncia que GGM es una especie de garañón y que Mercedes es permisiva hasta el extremo; que GGM e incluso su esposa han abandonado muchas veces a sus hijos para dedicarse a viajar y a vivir los deleites de la gloria; muestra a un GGM tan obsecuente ante el poder, que se pasa meses enteros esperando una palabra de Fidel; afirma que GGM ha solapado a los presidentes de México incluso en asuntos tan graves como la matanza de Tlaltelolco y que tiene una particular inclinación a codearse con los poderosos de la Tierra. Y sin embargo, más que juzgarlo o condenarlo, Martin  simpatiza con su actitud. Hay con frecuencia alusiones al carácter mestizo de GGM, como si esto fuera un defecto. Hay una ligerísima veta de racismo en el libro de Martin, que es difícil soslayar.
No es estrictamente una biografía. Va más allá: entra en cada libro de GGM no sólo buscando los orígenes vivenciales de las anécdotas sino tratando de entender sus motivaciones políticas, su estructura, su relación con las obras anteriores, mostrando con ello que la obra biográfica es el resultado de una vida entera de dedicación a un  tema y no simplemente un trabajo académico que persigue prestigio efímero. Simpatiza con su biografiado, al punto de justificar, en aras del arte, algunas zonas oscuras: saca a la luz asuntos que sin duda molestarán a GGM y a Mercedes, como es el del aborto que sufrió Tachia –mujer de Gabo en Europa—, motivado en cierta forma por la irresponsabilidad de GGM; por una parte muestra a una Mercedes poco interesada en asuntos intelectuales y más adicta a las compras y las banalidades y por otra la muestra como una matrona de mano férrea, una administradora eficiente  y una auténtica madre telúrica tanto para su marido como para sus hijos.
Martin hizo con GM lo que ningún autor –a excepción de GM, supongo—quiere que sus biógrafos y críticos hagan: a partir de sus libros, sus declaraciones y de estudios de otros académicos y periodistas, descubrió las más ocultas debilidades del autor: su fobia a su padre, su debilidad por las mujeres, particularmente las demasiado jóvenes, su sentimiento de superioridad (petulancia, arrogancia… repiten una y otra vez sus fuentes)…, su timidez, su desfachatez y su ansia descarada de fama —en la primera etapa, cuando era pobre y sometía a su familia a los rigores de una vida de artista y bohemio--, su dependencia casi infantil de mujeres que han ejercido sobre él autoridad soberana (su madre Tranquilina, Carmen Balcells, su representante; también Tachia y Mercedes Barcha –esposa, sargenta, autoridad ejecutiva, mujer de poder… sin embargo condescendiente y dispuesta a sobrellevar todo para mantener viva la llama del artista e integrada a la familia). Martin pinta en GGM un carácter infantil, caprichoso, obstinado, dispuesto a salirse siempre con la suya –rasgo éste muy notable que GGM quiso hacer notar en Vivir para contarla, primer tomo autobiográfico en el que Gabito niño es el protegido de todo el mundo, el ungido, el elegido.
No hace mucho tiempo en estas mismas páginas de la revista Crítica hice una reseña de mi lectura de esta obra. Recupero algunas líneas: Primero que todo tengo que decir que Gabo —digámoslo en confianza, pues ya parece ser pariente de todos, una especie de papá grande o abuelo universal— cae de lleno y sin autocompasión en el abismo que todo libro de memorias bordea: el de la autoalabanza, y la glorificación. Dice que fue una  especie de niño prodigio, que recitaba poemas enteros del Siglo de Oro, que cantaba como un mirlo y pintaba como un Miguel Ángel; dice que sus títulos académicos le fueron otorgados por el don de su gracia y que terminó sus estudios con el pecho acorazado de medallas. Dice que era recibido en cantinas, burdeles y redacciones periodísticas con aplausos, con exclamaciones inverecundas (¡Ya llegó el genio! ¡Llegó el gran Gabo!) Cuando publica su primer cuento, el grande crítico Zalamea exclama “¡Con García Márquez nace un nuevo y notable escritor”.) Informa que no tuvo que hacer grandes esfuerzos en la vida porque tuvo amigos, y como dice un famoso filósofo de Guadalajara, los amigos son mejores que Dios. Dice que decían de él que su correspondencia la recibía en los burdeles y no en su casa familiar comme il faut; se autocondecora con el título de “veterano de tres blenorragias”. Dice que su primer premio literario no lo buscó sino que se lo ofrecieron. Dice que el mundo literario antes de él en Colombia estaba casi vacío...”
¿Qué hizo Martin en su libro? Simple y llanamente seguirle a Gabo el juego de la celebración sin límites, contribuir a cultivar el mito. Mis observaciones sobre  Vivir para contarla son perfectamente válidas para la obra de Martin: este protagonista de la obra biográfica escrita por el inglés está tan lleno de fanfarrias y timbales, se pinta a Gabo tan digno, incluso en los momentos de mayor miseria, que uno se pregunta si en verdad existe alguien a quien hasta los pecados y las lacras le sirvan de condecoración. Es claro que casi todo lo que ha escrito Gabo y casi todo lo que nos han contado de su vida es una fábula, un embeleco y que encontró a lo largo de su vida cómplices dispuestos a certificar sus fantasías.
“Si uno quiere ser escritor debe ser mejor que Cervantes”, ha dicho. No es un secreto que cada escritor y cada ser humano se crea y se cree su propia leyenda. La del Gabo ha ido tejiéndola él mismo y nos la ha hecho creer. Martin se ha constituido a partir de ahora en su corifeo mayor y no dudo que cosechará denuestos y descalificaciones: simpatiza demasiado con el protagonista de su novela, lo que le resta méritos, la rebaja a nivel de telenovela. Nos da solo una cara de la moneda (es cierto que le pone reparos, lo critica, a veces lo injuria… pero también es cierto que termina por discularlo…El arte, los momentos de encanto que nos ha dado con sus obras, bastarían pare merecerle el cielo. Tal parece ser su razonamiento de fondo.
Reproduciré otro párrafo de mi nota sobre Vivir para contarla:
Para quienes, como yo, no hayan quedado satisfechos con el primer volumen de sus memorias y para quienes ya saben que no vendrán los subsiguientes hay una consoladora noticia. Es una información que tendrán los lectores de Crítica como primicia mundial: Gabriel García Márquez está escribiendo, muy en secreto, sus verdaderas memorias, una obra de altísimo calibre en todos los ámbitos, en la que no dirá ni una sola mentira, no inventará la más leve fábula y con la que va a demostrar para siempre y de manera irrefutable, que la realidad supera a la más desaforada fantasía. Esta obra solamente será publicada de manera póstuma, pues contiene materiales tan extraordinariamente delicados, que harán temblar los cimientos no sólo de la literatura, sino de la humanidad en pleno. Tal obra sentará los cimientos de una nueva moral, una nueva política y una nueva forma de entender a las mujeres.
El anterior artículo fue publicado en el 2002. Hoy a  partir de una conversación con el gabólogo Fernando Jaramillo, me he enterado de que en efecto, las memorias secretas están escritas y guardadas en caja fuerte en Cartagena.
Que GGM recibió el Nobel frente a los reyes de Suecia en un atuendo que a los señores con trajes de etiqueta les debió parecerles piyama, que usó botas negras y prendió un enorme puro en plena recepción, fueron ocurrencias sublimes y salidas de contexto; que en sus discursos regañó a toda la civilización occidental y a Estados Unidos y se permitió alzar los brazos como si fuera  Kid Pambelé tras ganar el campeonato mundial … todo ello es reseñado por Gerald Martin con ecuménica comprensión y tolerancia: al fin y al cabo podía hacer lo que se le diera la gana: había escrito una novela comparable al Quijote.
Martin es un biógrafo que, a partir de un examen exhaustivo, y una imaginación diríase morbosa, ha llegado a reproducir no sólo hechos verificables, sino hipótesis, que en algunos casos podrían alcanzar la categoría de chismes:  escribe: “incluso ciertos teóricos de la conspiración  creen que desde entonces (GM y Fidel Castro) empezaron a subvertir juntos América Latina”; refiriéndose al célebre puñetazo que le dio Vargas Llosa a GM afirma: “Algunos dicen  que quiso consolar a la esposa de Vargas Llosa, aconsejándole  que iniciara los trámites de divorcio; otros dicen que trató de consolarla de manera más directa”. Es obvio que el “algunos dicen” corresponde a la categoría de chime, precisamente por el carácter anónimo de la especie.
Los capítulos dedicados a asuntos políticos muestran a un escritor preocupado por los problemas de América Latina y convertido en una especie de super consejero de presidentes, revolucionarios cubanos, chilenos, sandinistas, y transformado en una especie de Mesías o correveydile que batanea de un lado a otro tratando de arreglar los problemas de los presos políticos, de madres atribuladas y escritores en desgracia, que se entrevista con Fidel, el papa, los presidentes, reyes y embajadores de varios países.
Me consta que independientemente de las labores políticas muy difundidas GM emprendió campañas secretas a favor de algunos escritores menesterosos o conflictivos. Recuerdo particularmente –lo que naturalmente no está incluido en la biografía--, que GM sacó al escritor colombiano Magil, una especie de hippie internacional adicto a todas las causas de izquierda, de una cárcel de Europa; recuerdo que GM me salvó de una  fulminante expulsión de México, un fatídico 33, que me había anunciado Ruben Pabello Acosta, director del  Diario de Xalapa,  acusándome de escribir artículos que erosionaban la moral de prestantes damas locales de Xalapa, ciudad que me ha sufrido ya por casi treinta años. (Lo que casi nunca hizo fue ayudar a escritores de menor rango que él a publicar sus libros y a difundir la noticia de su calidad. A mí me dijo simplemente: “El día que yo hable bien de ti, te jodo la vida para siempre”).
Antes del capítulo final de la biografía hay un párrafo conmovedor que vale la pena reproducir:
(Gabriel ) Me miró y dijo:
--¿Sabes? A veces me deprimo.
--¿Tú, Gabo, después de una vida como la tuya? No es posible. ¿Qué razón puede haber?
Hizo un gesto hacia el mundo que se extendía más allá de la ventana (la gran vía urbana, la fuerza silenciosa de todos aquellos individuos corrientes que se dirigían a sus quehaceres cotidianos en un mundo que ya no le pertenecía), y  luego me miró de nuevo y murmuró:
--Darme cuenta que todo esto se acaba.
Que se nos acabe García Márquez será sin duda una tragedia de la que el mundo difícilmente podrá recuperarse. Nos queda la esperanza de que se publiquen  sus memorias secretas. Quizás opaquen a las de Puskin. Y lo más probable es que sus parientes las califiquen de apócrifas.
El Epílogo se ocupa de los homenajes que las personalidades más importantes del mundo le tributaron a aquella mamá grande —estuvieron en la última celebración en Cartagena cuatro presidentes de Colombia, el de Estados Unidos, el rey de España; sólo faltaron Fidel Castro, el papa y Dios (la ausencia de este personaje podría ser indicio de que Él no existe) —. Hubo  divertidos discursos y anécdotas. La asistencia de Gabo a tal evento fue la demostración de que para nuestro escritor era más importante el reconocimiento mundial que su necesidad de cursar en la intimidad la enfermedad que lo aquejaba y que ya estaba afectando gravemente su memoria. Allí estaba, vigilante, tolerante, condescendiente, Mercedes Barcha, como un cimiento: aparentemente invisible, pero tan fundamental que sin ella todo el andamiaje de aquel evento  —y del evento de la vida de Gabo— se habría venido abajo.
En este caso el terrible lugar común según el cual tras todo gran hombre siempre hay una gran mujer, se ha cumplido. Seguiremos esperando nuevas obras de nuestro Gabo. Si no es eterno, sin duda habrá por lo menos una tonelada de manuscritos inéditos escondidos en cajas fuertes de Cartagena, Barcelona, Bogotá y París,  y entre ellos estarán las memorias secretas, libro que de existir y de ser publicado podría arrasar con  la reserva de papel del mundo entero. ¡Larga vida al Papá Grande!
Marco Tulio Aguilera, 5 de abril 2010

jueves, 16 de junio de 2011

PRIMERAS PAGINAS DE MUJERES AMADAS

4a edición en Universidad Veracruzana. Disponible en Hidalgo  8, Xalapa
Librerias  Bonillas y del Fondo de Cultura Económica en el DF
Llegó el fin de la segunda primavera y con ella la novedad de tu mística sensualista. Sí, claro, Dios estaba en todas partes y los pájaros y las hojas y cada mínima partícula del universo integraban su extenso y perfecto territorio, sí, Dios era una especie de savia que todo lo une y nosotros somos la cima de esta gran maravilla, pero es que acaso por esa u otras razones hemos de privamos de los frutos del huerto. Lo que pasa –te decía– es que te falta sentido de la aventura, tienes alma de comerciante, eres una maldita abadesa que guarda su cuerpo como quien invierte a plazo fijo. Piénsalo bien, esto se pudre y se seca.
—Lo que el tiempo pudre lo reverdece la virtud –respondiste. Ajá, pensé o debí pensar, es de las que todavía se atreven a pronunciar sin rubor las grandes palabras, una absolutista, una monárquica de las convicciones.
—Sí, claro, a ti lo único que te interesa es satisfacer los bajos instintos.
Pronunció las palabras ominosas bajando la voz, con un fruncimiento del cuerpo, después de percatarse de que nadie nos escuchaba.
—Quiero que entiendas que el acto que me pides es definitivo, sucede una sola vez en la vida, tiene que ser cercano a la experiencia de la gracia–. Los ojos de Irgla, tan hermosos que cualquier comparación hubiera sido oprobiosa, brillaban llenos de una serena sabiduría, de un legítimo entusiasmo que amenazaba contagiarme.
—Ha de suceder en una noche especial en la que todo se confabule, en la que tanto mi compañero como yo tengamos una sensación de felicidad incomprensible, un deseo fantástico como de arrojamos al abismo.
¿Qué responder a semejantes argumentaciones? El análisis lógico del lenguaje no surte efecto sobre los que caen en los pantanos de la fe. Generalmente hubiera dado la espalda, literal y conceptualmente, y me hubiese dedicado a otras investigaciones con el furor y desesperanza habituales, mientras llegara el momento de emprender una nueva temporada de caza.
El negocio presente, sin embargo, ameritaba mayor atención.
Tal vez fueron el rencor contra aquel cascarón de decencia o su belleza excesiva y no obstante constreñida por una extraña modestia o la sospecha de que súbitamente y con un buen trabajo de termes acabaría por caer, los que me impulsaron a seguir el asedio. Una u otra argumentación, todas juntas o las que faltan por mencionar, el infinito, me atraparon.
Existían otros obstáculos. Yo compartía mi habitación en McCollum Hall con Abusaid y Abusaid estaba enamorado de Irgla. Dos premisas y un solo intrincado problema. Abu, velludo compañero, además de apuesto, varonil y galante, era perfectamente consciente de sus ¿gracias?, ¿virtudes?, palabras absolutas que es preferible reservar para Irgla.
Había estado en África del Sur, ahorró petrodólares y ahora, entonces, estudiaba inglés –aunque lo hablara perfectamente (si hay perfección en el habla de los estibadores londinenses)– y se dedicaba a despeinar los ositos de la vecindad. Esa era su vocación, despeinador de osos, y para cumplir con ella, necesitaba muchísimo dinero, conservar el cuerpo atlético y el espíritu agudo. No hay nada que sea imposible si se dispone de una botella de champaña y muchas palabras de más de cuatro sílabas, decía Abusaid, el sinvergüenza, tan agradable que daba asco. Hasta jugando tenis lograba armar gestos ferozmente elegantes.
Mantenía con Irgla conversaciones que llegaban a durar dos horas.
—Abu, my friend, ¿estás enamorado?
—Love doesn't exist, only fucking –respondió, sus resplandecientes botas una sobre la otra, al extremo del cuerpo que yo veía desde mi cama en perspectiva. Apoyaba la cabeza en las palmas de las manos y miraba el cielo raso, soñador minotauro, el pecho robusto y velludo, lanzaba suspiros que hacían vibrar el aire de la habitación.
—Tiene unos ojos que sólo he visto ocultos tras un velo en un mercado de Khorassan.
No me molesté en imaginar cómo serían semejantes ojos –los besos de la menina Jenny ocupaban todo mi tiempo– pero luego, cuando conociera a Irgla, sabría sin saberlo que Abusaid tenía razón.
¿De qué hablaban? Pues, respondió el persa, ella me cuenta historias como la del rey que nunca ponía los pies en la tierra, un rey llamado Mohe ‘shou’ mah, quien solamente hablaba en verso y yo le murmuro al oído relatos sobre el jardín de la montaña donde los dioses beben el inmortal haoma, destilado del árbol gaokerena, el árbol de la vida, cosas de esas, tonterías para pasar el rato.
—¿Only fucking? –pregunté sonriendo.
Un día descubrí que mi novela –el único ejemplar que tenía –había desaparecido. Abusaid, entre compungido y satisfecho, confesó que se la había prestado a la mujer de ojos persas.
—Imposible negarle nada a Irgla –dijo.
La primera vez que te vi fue en una cena internacional. Había japonesas, italianas, una peruana (la maniática de Ester, esa celestina sin par), tres persas (entre ellas Mush, que fingiría desmayarse cada vez que me viera y gritaría mi ratoncito, mi pequeño ratoncito, pero nunca se atrevería a ir más allá en sus expresiones de ternura) y dos o tres mexicanas. Mi idea era manejar la indiferencia de cigarrillo enclavado en las comisuras de los labios y ceño fruncido, chico malvadote, je, pero tus ojos como un batallón a pleno galope me acometieron. Desvié la mirada hacia la mesa, me sumergí en aquel mar caótico de extrañas viandas dispuestas como para un festín de Salomón, hice unas cuantas observaciones más grotescas que graciosas, metí los dedos en alguna región gastronómica de Tailandia, me llevé algo de color encarnado a la boca y estuve a punto de escupir.
Los ojos persas seguían mis movimientos sin disimulo, con lo que podría calificarse de amable repugnancia. Fue Ester la que vino a salvarme del fuego cruzado. Me ofreció un sitio cerca de ella. Loca sociable e inglés de Macchu Picchu, comenzó a hablar por rodos los orificios –no del todo despreciables– de su cuerpo. Ajá, dijo, conque yo era el escritor, había leído en The Kansan la entrevista, decían que el éxito había llegado temprano, que ya me comparaban con…cómo se llama, ése que escribió la novela aquella llena de gente, el árbol genealógico, fíjense, muchachas, just imagine, una promesa de la literatura, ¿qué estás estudiando?
—La verdad es que yo vine a USA a hacer imperialismo al revés –respondí.
—¿What did he say?–preguntó Irgla, diplomática Irgla, dispuesta a hacer intervenir a todos en la conversación.
—Dije que vine a este país a explotar a los gringos.
—Habla en inglés –suplicó Mush, la delicadeza hecha carne.
Los ojos de Irgla, más que las palabras de Mush, me azotaron contra la pared. Caí sentado en el suelo. Agité la cabeza para aclarar las ideas y confesé:
—Doy clases de español a hordas de albinos y de paso finjo estudiar literatura hispanoamericana.
—Pues yo –dijo Ester sin que entre mi silencio y sus palabras mediara una corchea– soy de Lima y ya llevo diez años en Kansas University–. Lanzó las dos manos al aire como el mago que saca diez kilómetros de género de seda–. Tengo un novio español que se llama Manolo, ya lo conocerás.
Y claro que lo conocería. Manolo, su tono doctoral, su bigote alicaído, esos dientes nicotinosos, envuelto en una nube de humo que lo acompañaba a todas partes como el espíritu de Dios al pueblo de Israel; Manolo, el que vivía justo en la habitación vecina, separado de Abusaid y mi persona apenas por un tabique miserable, Manolo que todas las noches, puntualmente, fornicaba, ante un auditorio nostálgico, con una mujer que era, naturalmente, Ester. Ester que seguía hablando sobre el cielo y la tierra y vinculaba los platillos que estaban sobre la mesa con rostros y nacionalidades, amontonando viandas frente a su víctima al tiempo que relataba las peripecias de su llegada a Lawrence, qué desorientada estaba, decía, me entró la enfermedad del muermo, una gripe perniciosa, mocos y llanto, día y noche, hasta que zaz, me llegó el verdadero amor.
Aproveché la pausa dramática de Ester. Me puse en pie de forma algo estudiada, con lentitud e indiferencia, sin mirar hacia el vórtice de tus ojos. Caminé en torno a la mesa, levantando aquí y allá una lechuga o un rábano para darle verosimilitud a lo que cualquier despistado habría calificado de vil abordaje. Noté que Irgla dominaba la escena con naturalidad. Manejando los cubiertos elegantemente lograba suspender la atención de todos gracias a un cierto ritmo que imprimía a sus actos; ya fuera que detuviera el proceso de masticación para escuchar con mayor deleite las más atroces banalidades o que usara la punta de la servilleta para posarla en las diversas porciones de sus labios, diríase que estaba materializando en el aire una serie de cuadros memorables.
—Quédate quieta –le dije.
—¿Para qué? –preguntaste no sin cierta domesticada virulencia.
Había en tu voz una de esas leves tonadas que aparte del encanto natural poseen la particularidad de sugerir paisajes y cosas de esas a los de imaginación apresurada.
—Quiero estudiar lo que tienes adentro de los ojos –dije.
—No vas a ver lagos ni estanques –dijiste– solamente platos.
—¿Podrías ponerte en pie y caminar? –pedí.
—Soy paralítica –dijiste y con ello clausuraste el asunto.
La verdad es que estaba buscando el defecto. Aquella noche, para consolarme, inventé un lunar horrible sobre el párpado derecho. Traté entre sueños de discernir si era parte del maquillaje o un imperdonable error de quienes te fabricaron.
Por eso es que cuando concertamos la primera cita –y cómo llegué a ella es complejo de explicar; creo que Abusaid fue el pretexto, y la discusión de mi novela, la carnada– le pedí que asistiera desnuda, para considerar sin obstáculos todas sus partes.
La vi venir desde su edificio hacia el mío. Yo me había sentado en la atalaya del octavo piso de McCollum con los pies colgando sobre el abismo. Es perfecta, casi perfecta, me decía el Savonarola que llevo dentro, sabe vestirse, lo que puede ser un obstáculo, pues el más elemental tratado sobre el amor especifica que a mayor elaboración en el andamiaje mayor grado de dificultad en el proceso de seducción.
Cuando bajé estaba sentada en la sala de los televisores. En torno suyo y a distancias diversas se habían dispuesto media docena de observadores. El más osado estaba a punto de aventurar una pregunta. Parecía estar legítimamente absorta en la lectura de un libraco de lomo considerable. De vez en cuando levantaba los ojos, el resplandor de sus ojos, y sonreía a los asediantes. O es demasiado ingenua o confía en el poder de su personalidad, me dije, conociendo como conocía la calidad de las alimañas depredadoras que estaban en torno a ella.
Tras un prolongado estudio opté por acercarme. Me dejé caer pesadamente en el sillón frente a ella y le pedí que me dejara mirar de cerca su ojo derecho.
—Me niego –dijo–, no soy un caballo.
Pero ya me había percatado de que no tenía la mancha ominosa. Irgla, a su vez, se había fijado en mi aspecto. ¿Por qué no te cortas el pelo?, preguntó. ¿Para qué?, respondí. Para que no parezcas un hombre de las cavernas. Lo que pasa, expliqué, es que me gusta parecerme a Beethoven. Además, ¿cuándo has visto a un genio con corte militar?
También hablamos de otros temas, pero fueron intrascendentes. Creo. 

lunes, 13 de junio de 2011

UNA CARTA A GARCÍA MÁRQUEZ

 Hace siete meses le mandé esta carta a Gabriel García Márquez junto con un paquete de mis libros. No me la respondió. Tal vez nunca llegó a leerla, aunque me enteré que sí recibió los libros y andaba paseando Cuentos para después de hacer el amor por toda la casa. Como quizás se haya perdido la carta  se la estoy reenviando, ahora sí por un medio irrefutable. Las circunstancias que describo en la carta ya han cambiado. La novela que menciono saldrá publicada en octubre de este año de 2011. 

Xalapa, 5 de noviembre de 2010

Querido padrecito Gabriel:
Una carta dirigida a GGM debería ser una larga misiva llena de frases inteligentes, poéticas o insolentes. No voy a intentar hacer eso. Lo que tenga de inteligencia, sensibilidad e insolencia  lo utilizo en mis libros. Le (te) estoy enviando mis libros recientes (faltan varios, que no considero malos: en general tiendo a creer –como todos los escritores—que todo lo que publico es una obra maestra).
Hace veinte o más años que no lo (te) veo pero te he tenido presente, como millones de personas, gracias a tus libros. (Cambio de tercio… evitaré repetir los elogios que recibes a cubetazos día a día).
El año pasado terminé a reescritura de mi novela Historia de todas las cosas (580 páginas). Es la reescritura de la vieja novela que publiqué en 1975 en ediciones La Flor de Buenos Aires en cuya contraportada se decía que yo era mejor que GGM. Por alguna razón abominé de esa novela y la dejé abandonada, aunque hubo una buena repercusión crítica. Tal vez el hecho de que dijeran que era un plagio de  Cien años de soledad contribuyó a que la marginara. En alguna ocasión en que nos reencontramos (en Xalapa) tú llamaste a esa novela La novela de todas las cosas.  Su título original era  Breve historia de todas las cosas.
Ahora estoy batallando para publicarla. Esta carta no es un llamado de auxilio sino un acercamiento al sol (otra vez caí… regreso). De alguna manera la nueva novela es un homenaje a  Cien años de soledad y de alguna (otra) manera es una parodia. Y de alguna otra (tercera) manera no es ni lo uno ni lo otro sino lo contario: una novela independiente, con su propio aire, raíces y nubes: más hija de El Quijote que de  Cien años de soledad. Tengo por ahí varias escenas que son semejantes (ahora conscientemente) a las de  Cien años: tengo mi Remedios la bella en un personaje que he llamado Californio el simple, escenas de levitación multitudinaria, etc.
Te estoy mandando la novela USB en la memoria que te adjunto… por si te pica la curiosidad. En alguna oportunidad me firmaste un ejemplar de El olor de la guayaba, así: “Para Marco Tulio, de la competencia”. Dedicatoria maestra y en todos sus sentidos elogiosa.  Mi Historia de todas las cosas está dedicada a ti y a otras personas. Y en esa dedicatoria aludo a aquella dedicatoria.
En Poéticas y obsesiones,  que te estoy enviando,  reproduzco los encuentros que he tenido contigo a lo largo de los años (en el local de  Alternativa,  en el Hotel Xalapa, en una taquería en Coyoacán). Incluso he publicado una visita ficticia que hice (que no hice) a tu casa.
Uno de los grandes deseos que me gustaría cumplirle a mi esposa (criatura encantadora que puedes ver en mi blog www.mistercolombias.blogspot.com) es darle la oportunidad de conocerte): tiene algunos reparos o protestas que hacerte con respecto a  El amor en los tiempos del cólera.  Y una de mis aspiraciones es verte antes de que yo me muera o antes de que tú nos abandones.
Recibe todo mi cariño, padrecito (y te llamo padrecito como los campesinos llamaban a Tolstoi).
Marco T. Aguilera
                                                                                                    

jueves, 9 de junio de 2011

EL CORAZÓN DEL REY DE FÉLIX LUIS VIERA

Marco Tulio Aguilera
Ya no se escriben novelas como ésta. O sí se escriben pero no se publican. La industria editorial está interesada en otra cosa: compra, lee (o guarde) y deseche. El corazón del rey, novela del cubano Félix Luis Viera (Innovación Editorial Lagares, México, 2010) cuenta la vida y las reflexiones de un aspirante a poeta en medio de lo que se ha llamado, para bien o para mal, el proceso revolucionario cubano. Hay en la obra una armoniosa combinación: diálogo, monólogo, reflexión, discurso ideológico, narración de peripecias, todo en un solo flujo a la manera de Joyce, pero sin sus complicaciones eruditas. Muy bien manejado, el estilo indirecto le imprime un ritmo original a la obra. Frases veloces, directas, efectivas. Una sinceridad, léase naturalidad, que fluye directamente al corazón del lector. Desde la lectura de  Tres tristes tigres de Cabrera Infante, no había leído una novela tan deliciosa, con la chispa del cubano medio y el substrato del buen lector que sin duda es Félix Luis, este cubano residente en México, que sobrevive en este país con los naturales aprietos que tiene todo buen escritor en estos países y en estos tiempos (difícilmente un buen escritor encontrará una editorial de difusión masiva que quiera arriesgar su capital: en estos días se busca más la producción en serie y el producto convencional que la calidad; se estimula más la imbecilidad que la inteligencia; se busca más obsecuencia que la saludable rebeldía).  En la novela de Viera se presentan personajes que se oponen al régimen comunista pero también los que están a su favor. No es, por lo tanto, una obra maniquea: ni un alegato furibundo contra un régimen cuyas carencias ya se han señalado obstinadamente, ni un canto a un sistema que se ostenta idílico por encima de realidades más que contradictorias. El tratamiento del sexo en esta obra es de un realismo que podría ser golpeante para las almas pacatas, un realismo a veces bárbaro, carente de poesía o poseedor de una poesía diferente, sometido a una especie de pragmatismo casi biológico. Se muestra, más que demostrarse, que el rechazo a la religión promovido por el sistema, ha desarrollado nuevas pautas de comportamiento. Lo sexual es descarnado, pero no desagradable. Simplemente muestra una concepción diferente a la que prevalece en aquellos países en los que la religión es parte fundamental de la existencia. Sexualidad sin mitos, sin fantaseos, directa, muy caribeña. Gozosa, golosa, feroz, divertida, desesperada, sin reconcomios o perversidades, pero con todo.
Personajes: el poeta-protagonista que no quiere trabajar en nada que contribuya a la “revolución”,  que lo aleje del corazón de la sinceridad absoluta y que se dedica a leer, a beber, a explotar a su amante y a hacer todo tipo de negocios ilícitos (ilegales en Cuba; legales en cualquier otro país). Otros personajes: el comunista convencido y fatico; el homosexual típico; el intelectual que le es infiel a su mujer con una jovencita.
El poeta-protagonista es un vagazo que detesta la revolución y sus procesos deshumanizadores y uniformantes. La obra está plagada de innovaciones lingüísticas y aportaciones originales, así como de sutilezas estructurales y verbales, lo que nos persuade de que estamos ante un maestro fabulador que maneja con pericia de prestidigitador sus materiales… que no podrían sino ser sino ricos hasta el extremo, jugosos, llenos de ingenio y alegría, como lo es el pueblo de Cuba, sin duda uno de los más alegres  del mundo.
Hay catulos magistrales, como los del corte de caña y los que relatan los atavares de los cubanos en las interminables filas para conseguir algunos artículos escasos o los dedicados a la vida íntima de criaturas literarias atractivas (pero en esta novela uno no piensa en personajes sino en personas: insisto: estamos ante una especie de nuevo realismo, bastante atractivo, como es atractiva la realidad que refleja) hasta el delirio. La escasez de algunos productos básicos en Cuba es tema dominante, así como la alabanza ciega de los comunistas (convencidos o no) a los procesos revolucionarios. Asistimos a colas de tozudos cubanos que permanecen días enteros a la espera de conseguir una licuadora, una camisa, lo que sea. Hay escenas picarescas inolvidables. Muchos capítulos se desarrollan en bares y clubes nocturnos. Los personajes beben interminablemente y debaten sus puntos de vista. Hay abundancia de citas librescas que se refieren a los temas del comunismo, pero que se introducen adecuadamente. Fornicar, dormir, beber, rebuscar lo básico por medios ilícitos, soñar con que escribe... esa es la vida del poeta y de muchos disidentes.
La novela no solo es interesante por ser un cuadro verosímil y descarnado de la realidad cubana. Es en realidad un tratado sólido, bien pensado, con indudable conocimiento de causa, en el que se analiza el sistema cubano, las costumbres, las carencias, los éxitos del sistema. La novela es también una sabrosa reconstrucción literaria de la ciudad de Santa Clara, reconstrucción distante por completo de todo costumbrismo.
Para los cubanos disidentes esta novela puede llegar a convertirse en una Biblia o un tratado minucioso de la vida en la isla (terminada hace cinco años, es perfectamente vigente, hacia adelante y hacia atrás: Cuba sigue en lo mismo –bueno y malo—desde hace 40 años y quién sabe hasta cuándo: esta imagen de la eternidad está perfectamente plasmada en la novela). Para los pro-revolucionarios puede contribuir a una toma de conciencia y un reconocimiento de los errores del sistema. Sin dejar de ser una novela exquisita, es un documento testimonial como pocos.
Generalmente los textos que se anteponen a las novelas a manera de prólogos, me han parecido un expediente ocioso e incluso perjudicial: como que  quieren prevenir al lector de la importancia de la obra a punto de ser leída. El que se le ha colocado a esta novela, escrito por Abel Germán, me parece pertinente, mesurado y útil.   Leído tras el disfrute de la novela, nos permite revivir la obra y revalorar sus momentos y personajes, todos memorables, de la misma forma que un grupo de personas añoran a los amigos ausentes. No dudo que los personajes de esta novela de Félix Luis Viera se conviertan en amigos perdurables del lector: la Samaritana, “homsexual oficial”; Robertón, “lumpen, lacra social”; Benito, comunista recalcitrante, sincero, ingenuo; Magalí, amante sincera, vividora, oportunista,  todos son queribles, gente digna de largas pláticas, criaturas ricas, seres falibles y a veces irrefutables, compañeros indispensables. Lectura sabrosa, recomendable. Ya quisieran el premio Alfaguara o el Planeta haber premiado esta obra de un cubano que para ganarse la vida tiene que nadar entre Miami y el DF contra todas las corrientes. No hace mucho escuché una conferencia de un director de Planeta: “Si me preguntan qué buena obra literaria publiqué el año pasado, tendría que confesar que ninguna”. De verdad sentí lástima por el individuo, un personaje importante de la cultura mexicana, respetado por muchos grandes. Mientras siga mandando el mercado habrá que buscar las buenas obras literarias en las editoriales marginales. Como dijera Mercedes, la amante del poeta recalcitrante después de tremenda cogida en el capítulo final de la novela: tremendo fierro narrativo tiene este cubano. Lo que me recuerda la lectura de la novela  Marginautas, de otro narrador extraordinario, el uruguayo Adolfo Guidali Etcheverri, de la que se publicaron ¡300 ejemplares! Definitivamente: la literatura está en otra parte, no en las trasnacionales. Dos veces leí la obra de Félix Luis Viera: una en manuscrito y otra en libro. En los dos casos la disfruté intensamente. Es como un corazón vivo en la mano.


Eduardo García Aguilar habla de Garramuño

SAMEDI 13 AVRIL 2019 LAS AVENTURAS LITERARIAS DE AGUILERA GARRAMUÑO  Por Eduardo García Aguilar La Universidad Veracruzana ...