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viernes, 30 de diciembre de 2011

Destaca Newsweek Historia de todas las cosas

A la derecha, bajo el título "Nostalgia izquierdista" se anuncia el artículo "Marco T. Aguilera y la nueva gran novela latinoamericana". El artículo no fue reproducido en internet, de modo que incluyo el texto original.
Alexandi Gutiérrez Hortúa
Marco Tulio Aguilera Garramuño es un escritor colombiano que vive hace 32 años en México y que desde la ciudad de Xalapa ha ido configurando una de las obras literarias más consistentes y valiosas de la literatura latinoameriana. Sus proyectos son de una ambición que podría considerarse anacrónica y no obstante sus obras tienen una vigencia y un prestigio crecientes. Libro a libro ha ido edificando su obra, que ha recibido gran cantidad de premios de gran nivel.
Habiendo rebasado los sesenta años, mantiene una disciplina espartana que le permite ser uno de los atletas máster más destacados de México. Compite con frecuencia en torneos de natación en varios estados de la república y habitualmente gana tres o cuatro medallas. En octubre del año pasado acometió la proeza de ganar siete medallas en el Torneo Máster Aquabel en Veracruz. Meses antes había nadado desde la ciudad de Veracruz hasta Isla Sacrificios ida y vuelta en mar abierto, acompañando a un grupo de triatlonistas.
Entre  los proyectos literarios ya cumplidos de Aguilera Garramuño está haber publicado tres libros de cuentos con temática erótico-amorosa: Cuentos para después de hacer el amor,  Cuentos para ANTES de hacer el amor  y El imperio de las mujeres. El primero de ellos ya va por su 14ava edición y fue clasificado pro la revista  Semana de Colombia como uno de los libros de cuentos más importantes del siglo XX en ese país.
Otro de sus proyectos magnos está a punto de ser cumplido. Se trata de la serie de cinco novelas que ha llamado  El libro de la vida, de las cuales se han publicado hasta la fecha  Mujeres amadas, Las noches de Ventura, La hermosa vida, La pequeña maestra de violín. Resta por publicarEl sentido de la melancolía,  obra en la que aborda “la enfermedad del siglo”, la depresión.
Y el año pasado, 36 años después de su primera edición en Argentina, vuelve a ver publicada la obra que pretendió competir en calidad con Cien años de soledad. Se llama  Historia de todas las cosas. En su primera edición la escribió cuando era un joven de 24 años y desde entonces ha cargado injustamente con el estigma de ser un imitador de Gabriel García Márquez.
La publicó Ediciones La Flor de Argentina, del prestigioso editor Daniel Divinsky, en 1975; quien escribió las siguientes palabras en la contraportada: “Nosotros los editores de este libro, declaramos al lector:Que Aguilera Garramuño no es un seudónimo utilizado por García Márquez para escribir una novela más divertida que "Cien años de soledad". Aguilera Garramuño es el de la fotografía, y no tiene bigote.Que "Breve historia de todas las cosas" es la novela más imaginativa, loca, entretenida y rica que haya pasado en mucho tiempo por nuestras manos.Que garantizamos al lector satisfacción completa, si no se le devolverá el importe de su compra en la tienda principal de San Isidro de El General.Que el pueblo San Isidro de El General no es Macondo y su único parecido es que ambos sólo podrían estar en latinoamérica.Que todos los comentarios bibliográficos de este libro lo relacionaran con García Márquez, siendo esto una mentira: a nosotros nos gusta más Aguilera Garamuño."
La novela fue entregada por el autor a García Márquez en su propia mano, Gabo la recibió escéptico y una semana más tarde llamó a Aguilera Garramuño para felicitarlo. “No creo que sea mejor que Cien años de soledad, pero no le hace falta. Es una novela extraordinaria y original”.
Muchos lectores autorizados pensaron lo mismo y unos pocos acusaron a la obra de ser un subproducto del realismo mágico. La edición argentina no se vendió de manera tan copiosa como esperaba el editor, pues Argentina por esos días estaba en la peor crisis de su existencia y gobernada por la feroz tiranía de los militares.
Salió en 1979 una segunda edición de 25.000 ejemplares en Plaza y Janés de Colombia, y ahí terminó la carrera de la novela, que no fue olvidada por la crítica y los lectores, pero sí relegada por su autor, que se dedicó a sobrevivir en Estados Unidos, Colombia y México, y que comenzó a publicar otros libros que tuvieron repercusión pero no llegaron a tener a eco nivel mundial.
Lo más cerca que estuvo Aguilera Garramuño de alcanzar difusión mundial, fue en el año 2000, cuando quedó finalista del Concurso Alfaguara con su novela El amor y la muerte, concurso que ganara Elena Poniatowska. La editorial ocultó que la novela de Garramuño había sido finalista, pero la crítica de muchos países subrayó el ocultamiento y el escritor levantó una polémica contra Alfaguara, afirmando que se premia lo que se vende, no la calidad.
Aguilera Garramuño, urgido por una pulsión narrativa y un poder literario que han reconocido críticos de muchos países, ha publicado libros que se han transformado en clásicos. Por ejemplo, el ya mencionado Cuentos para después de hacer el amor, que a la fecha lleva 14 ediciones y El pollo que no quiso ser gallo, cuentos infantiles, que ha vendido casi 50 000 ejemplares en varios países.
En la memoria de los lectores quedó, sin embargo, la primera novela,  Breve historia de todas las cosas, que fue considerada por el prestigioso académico norteamericano Seymour Menton como lo más cercano que se haya escrito a Cien años de soledad; se recuerda que esa obra entró en la historia de la literatura latinoamericana exaltada en libros de John Brushwood, Wolfgang Luchting, Raymond Williams, Anderson Imbert y en artículos de medios literarios de muchos países.La Estafeta Literaria de Madrid le dedicó una página, y Germán Vargas, uno de los siete sabios de Cien años de soledad, destacó su gozosa calidad, así como lo hicieron más de 100 críticos. Aun así el autor decidió dejar relegada esa novela y dedicarse a demostrar que no es, de ninguna manera, una sombra del célebre Gabo.
Como dato curioso, años después el filósofo norteamericano Ken Wilber publicó un libro con el mismo título. Y aun más curioso, un escritor español, 15 años después de la publicación de Cuentos para después de hacer el amor, publicó un libro con el mismo título.
36 años después de la publicación de Breve historia de todas las cosas, una pequeña y prestigiosa editorial del estado de Puebla, llamada Educación y Cultura, publicó  una novela que ahora se llama  Historia de todas las cosas.Es la misma vieja novela escrita por un autor casi adolescente, alimentada con la experiencia narrativa a lo largo de los años, y con 220 páginas más. Aguilera Garramuño afirma que va a demostrar que lo que dijo su editor original, si no era verdad entonces, sí lo es ahora.
La novela fue presentada en octubre del año pasado en Barcelona por el editor Ricardo Moreno Botello, también por Alexandri Gutiérrez Hortúa (autor de estas líneas) y por el escritor uruguayo, Héctor D’Alessandro, quien consideró que la “nueva vieja” novela de Aguilera Garramuño pronto será considerada como un clásico a la altura de  Cien años de soledad.


martes, 27 de diciembre de 2011

El Amazonas según Antúnes

El Amazonas de Garramuño
Rafael Antúnez

Hace cosa de un mes, o un poco más, estuvo en Xalapa el gran poeta Tomás Segovia. El motivo, o el pretexto de su charla, era presentar su reciente traducción de una pieza de William Shakespeare. Tomás habló largo y tendido sobre Shakespeare, la traducción y la poesía. Cuando llegó el momento de que dialogara con el público, alguien, sin venir a cuento con el tema, le preguntó cuál era el destino de la novela. Esta pregunta hecha a un novelista parece una impertinencia, pero hecha a un poeta parecía, y era, una barbaridad. Tomás la sorteó como pudo y acabó hablando de una novela escrita por él.
Su respuesta no me convenció, aunque intuyo que no hay una respuesta a esa pregunta que pueda convencer a todos. ¿Cuál es el destino de la novela?
La pregunta me rondó varias veces la cabeza, sin que alcanzara a hallar una respuesta cabal. Probablemente la hubiera olvidado, tal y como uno suele olvidar todo lo que pasa en las presentaciones de libros, pero la lectura de Agua clara en el Alto Amazonas de Marco Tulio Aguilera (Benemérita Universidad de Puebla, Colección Asteriscos, México 2010), me hizo volver sobre ella.
Quizá mi respuesta les parezca una perogrullada, pero tengo mis razones para creer en ella. A mí me gusta pensar que el destino de la novela es no tener destino. Creo que ésta es una de las grandes enseñanzas que Cervantes nos regaló a los novelistas. Hay que salir a los caminos, pero no recorrer las mismas sendas, hay que viajar, sí, pero no repetir los itinerarios de viaje de otros novelistas. Salir al camino como lo hizo don Quijote, renunciando a ser el hidalgo Alonso Quijano y convirtiéndose en el Caballero de la Triste Figura, dejar de ser cuerdo y volverse loco.
La novela de Marco Tulio se inscribe en una tradición (el viaje por el río en busca de algo o de alguien) que tiene representantes tan dignos como Joseph Conrad y Álvaro Mutis, pero, a diferencia de ellos, Marco Tulio escribe una novela celebratoria, su personaje no viaja al corazón de las tinieblas, sino, como su título lo dice, en busca de agua clara, contempla deslumbrado la inmensidad de la jungla, la turbulencia de sus aguas, escucha el ensordecedor rumor de la selva, ve embelesado la belleza de las indígenas y las posee, en sueños, en historias… El personaje de Marco Tulio, al alejarse de la sociedad e internarse en la jungla, al quedar libre, o desnudo de todos los ropajes que la sociedad da o impone, se convierte en un hombre que debe enfrentarse, más que con la naturaleza, consigo mismo. Confrontarse para descubrir si es bueno o malo. La herramienta que los personajes de Marco Tulio eligen es la narración más que la acción. La narración de hechos que pueden ser o no ser verdad. En este sentido, Agua clara… está más cerca del espíritu de Las aventuras de Huckleberry Finn, que del de las tribulaciones de Maqroll el Gaviero. La narración les sirve para remontar el río del tiempo. “En realidad la novela teje dos historias de viajes –ha escrito Joaquín Díez-Canedo–: una crónica de un viaje real de un académico universitario a la selva y una novela en la que se narra un viaje imaginario de un personaje muy semejante al que hace el cronista de la primera historia. Estas dos historias se confunden, se relacionan y se fecundan. En las dos líneas narrativas los protagonistas asumen actitudes cínicas, pero de un cinismo al estilo de Diógenes: los dos pretenden vivir con pocas cosas y aislarse del mundo para recuperarse a sí mismos. Hay dos tipos de viajes: uno, el exterior, en el que hay muchas anécdotas, aventuras y peripecias; y otro, el viaje interior, en el que tales aventuras propician una transformación. El protagonista (los protagonistas) se conocen a sí mismos al conocer el mundo”.
¿Habrá estado alguna vez Marco Tulio Aguilera en el Alto Amazonas? A mí me gusta pensar que no. O, mejor dicho, que no ha estado físicamente. Y que como a todo buen novelista, le bastó con leer sobre el tema y dar rienda suelta a su imaginación.
Hace algunos años apareció un libro que tiene por título ¿Fue Marco Polo a China? Lo escribió una connotada cinóloga, Frances Wood, experta en historia antigua de China y conocedora como pocos del chino clásico. Ella buscó y rebuscó en viejos archivos, anales y crónicas del medievo chino y llegó a una sorprendente conclusión: el viaje de Marco Polo a la China nunca tuvo lugar: “Marco Polo, cuyo libro impulsó al rey don Enrique el Navegante a enviar navíos a la India y a Cristóbal Colón a buscar por el Oeste los tesoros del gran Kan, no salió nunca de Europa, y su relato es una falsificación de tercera o cuarta mano, un zurcido de cronicones embusteros y testimonios mal contados por otros”. Pero este embuste es, si bien lo vemos, también uno de los grandes triunfos de la imaginación.
Marco Tulio, prefiero pensar, inventó su Amazonas, su río de historias, falsas y verdaderas. La verdad literaria siempre será más bella que la verdad, porque no necesita pruebas ni testimonios, no requiere de ningún tipo de comprobación. Si el novelista dice que ha estado en el Amazonas y el lector duda de él, bien hará en cerrar la novela e ir en busca de un libro de viajes. Marco Tulio no deja lugar a dudas sobre su postura. Escribe: “Es claro que escribir una novela no salva a nadie, es simplemente un pretexto, una aventura que digiere el tiempo, ayuda a vivir y a escapar de las rutinas a veces insoportables. Las novelas son mentiras grandes que parecen verdaderas y que mientras más mentirosas sean resultan más verosímiles. El novelista termina por habitar más en su mundo que en el de los demás. Es, ni más ni menos, un esquizofrénico. Lo separa del mundo un abismo y lo une un puente: su obra.”
De una manera muy cervantina, el narrador olvida o trastoca, como ustedes quieran, los nombres de su o sus amadas, la real o reales y las imaginarias. Y al trastocar una y otra vez la realidad, al hacerla tan confusa o tan hermanada a su fantasía, el narrador no hace otra cosa que volver una y otra vez (por sus propios senderos y con sus propios medios) a esa vieja y siempre nueva pregunta que campea por la gran novela desde Cervantes hasta nuestros días: ¿Qué es la realidad? Hasta qué punto son reales las historias que nos refiere el narrador, hasta qué punto es real su viaje. Don Quijote, el santo patrón de los novelistas, es un alma errabunda que sale a los caminos en busca de aventuras, labrando a cada paso su destino. La novela, y Agua clara en el Alto Amazonas es buena prueba de ello, hace lo mismo. Es una loca que está cuerda, una mentirosa que se vale de las mentiras para decir su verdad, para lanzar sus preguntas, sus impertinencias, sus vicios, sus dudas y certezas a los cuatro vientos. Fundada sobre la libertad y sobre la duda, pues sin dudas no hay libertad, el narrador se sincera, o finge sincerarse (en realidad no importa) para decir a cada momento su verdad: “Sé que en verdad no estoy engañando a nadie, pues la imaginación es una de las más altas formas de la realidad. Einstein dice que la imaginación es más importante que el conocimiento. Estoy de acuerdo. Quienes me conocen en carne y hueso, saben que fui deportista voluntarioso, atleta mediocre, para no desentonar con la medianía que es mi regla de vida y mi mejor estrategia para triunfar –y que la vanidad o el temor a la vejez y a los achaques del amor tardío (mi mujer es quince años menor que yo, acudió a mis clases de redacción científica; de ahí pasó a mi cama y luego al registro civil: hoy tenemos tres hijos) me han mantenido relativamente en forma. A los cuarenta y nueve conservo una figura no del todo estropeada. Sé también que soy ligeramente mitómano, lo que no es nada excepcional. Una de mis características sobresalientes es la imprudencia. Repito: soy el inmodesto director de una revista científica de provincia, pero también el héroe de mí mismo y de algunos lectores ingenuos o desorientados”.
Agua clara en el Alto Amazonas es una novela de viajes, al interior de la selva amazónica imaginada por Marco Tulio Aguilera. Como un moderno Aduanero, Marco dibuja, inventa, una flora, una fauna, un río que es muchos ríos, un narrador que es muchos narradores, una mujer ideal que es muchas mujeres, y una novela que no dudo en calificar como de las mejores escritas por él. Una novela que crea su propio destino, errabunda y licenciosa, poética y turbia como las aguas del Amazonas, de donde este novelista nos ha traído un poco de agua clara.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Sergio Pitol revela sus secretos

Stanislaus Bhor es uno de los más brillantes escritores latinoamericanos. Es un joven que se parece al famoso Manosdetijera, sosias o algo semejante de Daniel Ferreira, quien ganara hace un par de años el Premio Internacional de Novela Sergio Galindo y el Premio Alba de Narrativa en Cuba. Sergio Pitol, por una extraña, inusual  e incomprensible circunstancia, le abrió su corazón. Esta crónica, algo larga pero sin una gota de paja, es el resultado.

Pitol y la Internacional del Espíritu
Una crónica de Stanislaus Bhor
No sé si se nota. Los temas de Roberto Bolaño: la poesía como vocación irrefrenable, la indigencia del arte, la literatura subterránea, el cosmopolitismo, la urbe, el desarraigo, las vidas y obras apócrifas, la ideología de la dominación (nazismo). Los temas de Borges: la doble implicación (la ironía), el yo bidimensional, los libros apócrifos, la búsqueda de la trama perfecta, los relatos fantásticos, la eternidad, la enciclopedia, el palimpsesto como forma creativa, la síntesis, la lengua culterana, los paisajes de antípodas, las clasificaciones arbitrarias del mundo, Dante, Milton, Chesterton, la metafísica, el ensayo anticanónico. Los temas de Andrés Caicedo: el cine, el rock, la juventud, la adolescente iconoclastia, la música popular, la vocación temprana. Los temas de Alberto Fuguet: el cine, el periodismo cultural, los shopping mall. Los temas de Cabrera Infante: los instructivos, las matrices para armar, las variaciones dentro de las repeticiones, el cine, el guión, Lowry, John Ford, Hitchcock, Piñera, Casey, las mujeres, el sexo, las biografías noveladas, el dialecto cubano, La Habana. Los temas de RH Moreno Durán: la tiránica ginecocracia, la historia secreta de las élites colombianas, el experimentalismo, las vanguardias europeas, el cosmopolitismo, Musil, Döblin, Goethe, Camus, el boom, los cronistas de indias, la historia de Roma, la erudición. Los de Vargas Llosa: la técnica novelística, los fracasos de los movimientos sociales, la defensa del capitalismo, la vocación literaria, Flaubert, Onetti, García Márquez, el existencialismo, el compromiso intelectual, y el económico, el erotismo, el humor. Los temas de Octavio Paz: el surrealismo, la sinología (culturas de oriente), la depuración del lenguaje (esteticismo), la revaluación de la historia nacional de México, las falsas libertades democráticas, la crítica al desarrollo inconsciente capitalista, el erotismo, las modulaciones verbales, el ensayo lírico, su poesía. Los temas de Sartre: la fenomenología, el anarquismo, la equidad social, la culpa, la violencia, la ética científica, Genet, Flaubert, Baudelaire, la censura, la libertad del hombre, la razón, la ontología, la entelequia, la guerra, los guerreros, los civiles. Los temas de Cortázar: la irrupción de lo sobrenatural, el jazz, lo extraordinario, el amor, el artilugio semántico, el advenimiento del socialismo, la traducción, la ficción súbita, la diacronía narrativa, el exilio, la bohemia mística. Los temas de Aira: el artepurismo, el consumo, la aniquilación del sujeto, del ciudadano, el advenimiento del hombre que compra, etc., etc. Los temas de Bellatin: la relatividad de la autoridad literaria, la instalación multimediática, la muerte del narrador. Los temas de Vila-Matas: vanguardias literarias, la desaparición voluntaria, la perplejidad narrativa, las biografías apócrifas, los paisajes literarios, Joyce, Beckett, Kafka, Walser, Sterne, lo anómalo, la amistad intelectual, el secretismo, la vocación, el viaje, lo inaudito, el ensayo como pieza literaria, la bifurcación de los géneros, la rareza, la miscelánea, las falacias de la auto-referencia.
No sé si se nota: la diferencia entre un intelectual y un escritor.
Y entre un gran escritor y uno menor.
Los niveles de lectura.
Los sustratos.
Es teoría, por supuesto. Pero se puede aglutinar los temas y luego ir a ver en detalle las composiciones y discernir en motu propio.
A su vida, como a su obra, la ordenó el azar de los viajes, el dominio de las lenguas y los descubrimientos literarios
Los temas de Sergio Pitol son no sólo los de su obra de ficción, sino también los de sus libros de memorias y, sobre todo, los temas de sus traducciones. Pitol ha traducido a un centenar de autores, entre los que se cuentan realistas socialistas, experimentalistas italianos y hermetistas centroeuropeos. A su vida, como a su obra, la ordenó el azar de los viajes, el dominio de las lenguas y los descubrimientos literarios. Sus libros de memorias afloran de descripciones de países, gentes y crónicas de libros. Son verdaderos catálogos de literatura contemporánea. Me dijeron que ya no hablaba, que era un cuerpo disminuido, un espectro del escritor que fue, una silueta en la penumbra de una biblioteca que ya no puede leer. Como Borges. Como Sábato. Como García Márquez. Me dijeron que estaba ensimismado, que tendía a repetirse, que en las presentaciones de sus obras y en los eventos en los que se le honra, ya no intervenía, pero olvidaron dar razones. Entonces, en un cafetín italiano de la colonia Condesa (Ciudad de México) él mismo me explicó por qué. Un inventario de amigos muertos que empezaba por su perro pastor ovejero y acababa con Monsiváis, fue toda la explicación. Su perro Sacho murió hace algunos años, en Xalapa, y la pena de aquella ausencia lo llevó a emprender el viaje otra vez. Sergio Pitol, agrimensor de paisajes, ha vivido en Varsovia, en Pekín, en Roma, en Barcelona, en Bristol, en Praga y ha ido a radicarse en Xalapa para sentar sus reales, como dicen allá.
Había ido a Xalapa para quedarse, y ahora tenía que reanudar en cualquier sitio para no recordar. Porque el recuerdo también tortura. Porque olvidamos para protegernos de la repetición. De repente, con los recuerdos indeseados, uno a uno se fueron borrando también los nueve idiomas que había adquirido, las nueve lenguas que le permitieron traducir al español a Chéjov, Andrzejewski, Lowry, Conrad, Firbank, James, Malera, Brandys, Ford Madox Ford. Algo estaba mal. Buscó la cura en Barcelona, la misma ciudad donde treinta años antes llegó sin un duro (y el único camino que halló para ganarse la vida fue ofrecer a las editoriales catalanas las traducciones espontáneas que había hecho de sus autores preferidos.) Allí los médicos le hicieron estudios, pruebas de sangre, escáneres cerebrales, y concluyeron que era una falla de presión, que su cerebro oxigenaba a medias. El diagnóstico indicaba depresión desconocida, pero no dieron remedios. Se fue a Japón, donde alguien le dijo que estaban los médicos más infalibles del mundo. Era verdad, pero si una de las peores cosas que hay en el mundo es estar en manos de un galeno incompetente, la otra es estar en manos de un genio científico japonés. Lo estudiaban como a un hámster de laboratorio. Pasaba todos los días por una revisión mecánica que incluía tac, resonancias y diálisis. Al final dieron con el lugar del daño y localizaron el problema, con exactitud japonesa, en un punto del cerebro al que no llegaba oxigenación.
Mientras lo dice, y se esfuerza, y busca las palabras correctas para urdir frase por frase, repaso la nomenclatura de las afasias y los problemas cerebrales relacionados con el lenguaje. Los estudios más aproximados fueron desarrollados por los doctores Broca y Wernicke, dos médicos que durante la guerra de Crimea aprovecharon la abundancia de heridos con metralla en el cráneo para desarrollar sus teorías de lesiones cerebrales. Ellos notaron que si la esquirla comprometía un área específica sobre la oreja del hemisferio izquierdo, se perdía el habla, y si la herida era más al sur, se perdía la comprensión. Las dos áreas se llaman desde entonces Broca y Wernicke, en honor a los observadores.
le quedaba la lengua materna para comunicarse, pero las nueve restantes se habían borrado. Todo lo sabían los médicos japoneses, menos devolver la memoria de los idiomas.
En Japón, los médicos situaron el daño en el habla, pero no en la comprensión. Podía leer, pero no traducir. Aun le quedaba la lengua materna para comunicarse, pero las nueve restantes se habían borrado. Todo lo sabían los médicos japoneses, menos devolver la memoria de los idiomas. No lo podían curar. Volvió a Xalapa. Se encerró. Frecuentó a un homeópata que le recomendó el Centro Internacional de Salud de la Pradera, en Cuba. Allí se sometió a terapias de ozono. Por las mañanas, en aquel remanso tropical, le extraían la sangre, la saturaban de ozono y volvían a inyectársela. En horas libres podía dedicarse a leer y a redactar un volumen más de su saga de catálogos, Autobiografía soterrada, en la que hace un contrapunto entre la enfermedad y la imaginación del escritor, entre la juventud y la edad provecta, entre la lozanía y el ocaso de las fuerzas.
En la entrada del 14 de mayo de 2003 puede leerse:
Anteayer, después de la primera sesión de ozono, experimenté una energía física y mental desde hace tiempo desconocida. Mi cuerpo se despojó de sus dolores y fatigas, sentí una inicial restauración. En la noche anoté algunos comentarios sobre el cuento, su estructura, su especificación como género. Si a algún autor me he acercado más es a Chejov; no sólo por su obra; su persona me produce un enorme respeto.
Y así continúa, con ese inconfundible punto de fuga en que el testimonio personal anclado a una anécdota se bifurca en una reflexión literaria, relato de viajes, reseña libresca, hasta lograr que la exhibición obscena del YO desaparezca. Ahora, mientras toma el último sorbo de un expreso de doble oscuridad, nos cuenta que por recomendación médica el remedio para su mal es la prohibición que se hace perentoriamente a otros cuerpos averiados: café y cigarrillos. Porque son vasodilatadores. Porque aumentan la presión arterial. Porque le ayudan a pensar.
Le pregunto entonces por Monsiváis. Le pregunto si alcanzó a despedirse de su amigo muerto. Apura un sorbo de vino y niega con la cabeza. Frunce el ceño, se pone sombrío.
Propone que vayamos a una librería: el Fondo de Cultura Económica, una bodega con doce toneladas de palabras para la venta. Al entrar, repasa los estantes rápidamente con la yema del dedo y avanza con la vitalidad de un adolescente. Le seguimos a la zaga, perplejos de su agilidad. Cuando encuentra el título buscado, lo extrae y nos lo ofrece. ¿Lo conocen? No. Su cabeza se mece de un lado a otro. Su mirada dice: Es cubano; es magnífico. Deben leerlo. Y así saca otro, y otro; después busca su propio nombre impreso. Es el libro que presentará en la noche Juan Villoro: Una Autobiografía Soterrada, y nos lo obsequia, deseándonos una biblioteca de anchuroso pecho. Ahora dice que vayamos a comer. Y vamos. Es ese restaurante con librería, a donde solía ir Monsiváis, en el corazón de la colonia Condesa: El Péndulo. La carta ostenta más de treinta platos, y cada plato tiene un nombre de autor. Hay ensalada Neruda (lechugas, pollo y vinagreta). Hay pechuga Michel Foucault (rellenas de queso y espinaca con crema). Hay chuletas Flaubert, y enchiladas Monsiváis. Por el rito, por curiosidad, porque es una distinción que hay que merecer (convertirse en el nombre de un plato) pido enchiladas en salsa roja, a la Monsiváis; pero el mesero dice que no, que al desayuno solamente, que ya no hay. Él se ríe. Pide Fetuccini. Mi dama pide ensalada Neruda. Me conformo con una categoría mental de Foucault. Cuando traen el vino, le digo que sus traducciones y libros de viajes constituyen la guía de lecturas de una generación, entre la cual me cuento. Dice que aun tiene más de treinta traducciones que siguen sin publicarse, porque ni Anagrama ni Tusquets ni Seix Barral ni Joaquin Mortiz ni Era pudieron obtener los derechos. Le pregunto entonces por un autor caro a nuestra formación, Gombrowicz, si acaso lo conoció. Dice que no, que se cartearon para la traducción de Ferdydurke, pero que Gombrowicz murió pobre en un pueblo de Francia, antes de que pudiera agradecerle debidamente, porque a través de su diario se le reveló la obra de Andrzejewski y de muchos escritores deslumbrantes polacos y eslavos que le enseñaron a pensar, a sentir, pero sobretodo, a observar. Gombrowicz fue a la vez su guía de lecturas. Pienso en esa cadena de escritores que conducen a escritores. Pienso en esa Internacional del Espíritu con la que fantaseaba Gombrowicz. Pienso en Tríptico de la memoria, donde a través de viajes y notas de diarios se van entretejiendo las obras de los autores que más impactaron a Pitol y que decidieron su propio camino, su voz, los libros que quiso. Al comienzo de El arte de la fuga, Pitol narra sus inicios de escritor joven en Ciudad de México. Habla de su amistad con Monsiváis y de la pasión compulsiva por comprar libros a raudales en la calle de Donceles. Le pregunto si aún existen esas librerías. Asiente, con espléndida sonrisa. No todas, pero sí. Le pregunto entonces por Monsiváis. Le pregunto si alcanzó a despedirse de su amigo muerto. Apura un sorbo de vino y niega con la cabeza. Frunce el ceño, se pone sombrío. Toma otro sorbo. Hace tintinear un cubierto con los dedos. Cambia de lugar el salero. Me mira. Mira a mi dama. Parece turbado. Pero busca las palabras correctas, y continúa. Lo vio cuatro días antes de morir. Monsiváis estaba en la clínica, con cables que se perdían en sus venas y un tubo enorme que se perdía en la cavidad de su boca. Estaba sentado, porque no podía respirar de otra forma. Ya no reconocía rostros. Fue solo una contemplación. Pitol salió del hospital con la misma sensación de desamparo e impotencia que tuvo cuando perdió los idiomas, cuando vio morir a su pastor ovejero, cuando quedó en la orfandad a los cuatro años, paralizado frente al cadáver de una madre ahogada. “Toda mi vida no había sido sino una perpetua fuga del terror vislumbrado en mis cuatro años”. Después de la comida, llega el café. No sé si hice mal en preguntarlo. ¿Hasta dónde tenemos derecho a hurgar en los recuerdos ajenos para fijar los propios? Una pregunta de tal indiscreción daña cualquier cena. Estoy distraído. Me sudan las manos. No puedo quedarme quieto. Tomo el salero y endulzo mi taza. Pitol ríe. Mi dama ríe. Me siento imbécil. Y tal vez lo soy.
Ciudad de México, 6 de marzo de 2011

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Paseo por el Amazonas colombiano

 Marco T. Aguilera Garramuño
Con licencia de la revista Newsweek en español
http://newsweek.mx/index.php/Otros-reportajes/de-paseo-por-el-amazonas-colombiano.html
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Llegué al Amazonas colombiano gracias a varias circunstancias no sé si llamarlas fortuitas o providenciales. Tenía que asistir a un evento cultural en Bogotá, dictar unas conferencias en una institución universitaria y soportar algunos engorrosos trámites editoriales.
1El día anterior a tales eventos, no siempre divertidos, pero habitualmente tediosos, conocí en una fiesta a Pedro Botero, cartógrafo de la Amazonia colombiana. Me tomé unos tragos con él y me habló de la selva cercana a Leticia. “Deberías ir”, dijo, cuando se enteró de que yo estaba pensando escribir una novela ambientada en un territorio semejante. Y además me suministró todo un itinerario, tarifas, me dio consejos y advertencias. Decidí mandar todos los compromisos al diablo y embarcarme en la aventura. Desde hace muchos años conservo una especie de aspiración a desaparecer del mundo civilizado, entrar en territorio desconocido y dedicar mis años postreros a una vida sana, cerca de la naturaleza y lejos de las veleidades, la ambición, las redes sociales, internet e incluso la literatura. De modo que acepté salirme del camino trillado. Primero fue el vuelo desde Bogotá a Leticia, capital de la región colombiana de Amazonas. Más allá de las zonas montañosas volamos sobre la selva y los grandes ríos que serpentean perezosamente entre marejadas de árboles, árboles, árboles. El viaje dura una hora en un jet que parece bastante confiable. Súbitamente veo un río inmenso, una serpiente que se pierde en el horizonte. Pregunto a las azafatas y ellas, al piloto.
Dicen que es el Guaviare. Me recrimino por no haber comprado un mapa. El río serpentea, forma nudos, moños, desarrolla brazos. Una capa verde oscuro oculta la tierra. Increíble cantidad de territorio inexplorado. Sólo las orillas de los ríos y algunos claros de tierra adentro han visto seres humanos. En la inmensidad eterna de la selva se ven en ocasiones puntos plateados. Son los techos de zinc. El interior de la selva es el reino de lo intacto. Veo una destellante cinta plateada que serpentea creando arabescos; es otro gran río, un río anchísimo, un mar en movimiento. Árboles, selva, ríos, lagos, nada más. Eso veo por la ventanilla del avión. De nuevo un claro diminuto y un techo de zinc. La mitad de Colombia no ha sido tocada por el hombre. Por kilómetros y kilómetros nada más que árboles. Atardece, deslumbra el espectáculo. Cinco minutos más tarde, otro gran río. El río Amazonas. Primera definición de la palabra “amazonas”: grupo de mujeres a las que se les ha amputado un seno y que viven al margen de los hombres.
El fraile Gaspar de Carvajal relata las batallas contra las amazonas, durante el viaje de descubrimiento del Gran Río. Fray Gaspar de Carvajal era el confesor del descubridor Orellana y en las pausas del fragoroso ajetreo contra la naturaleza hizo las funciones de cronista. Escribió Relación del nuevo descubrimiento del famoso río Grande de Las Amazonas. Escribe sobre la existencia de las amazonas con una verosimilitud sorprendente, como si efectivamente la expedición de Orellana se hubiera topado con las hembras bragadas de un solo pecho. Llegamos al aeropuerto Vázquez Cobo en la ciudad de Leticia. El hotel Los Delfines es un sitio sencillo, limpio, situado frente al cuartel de Policía de Leticia. Una señora muy amable plantea los términos de la excursión. Una indígena de origen tikuna, vestida a la manera de los blancos, se ocupa de los huéspedes. Por el hotel deambulan otros personajes, que esperan también que se termine de organizar una excursión. Se planea la salida para el día siguiente, temprano. Al día siguiente, en la entrada del hotel, bajo un parasol, esperamos los que hemos de viajar. Nuestro guía no ha llegado. Nos dirigimos caminando al río Amazonas, apenas a 100 metros del hotel. Pasa una hora y finalmente llega un individuo con sombrero de cazador, sentado en la parte trasera de una moto. Viene alegre, junta las manos formando un cuenco y las golpea frente a su boca entreabierta, lo que produce un sonido grave, una especie de eco, que andando los días se transformará en una especie de complicidad: el llamado de Chirri-Chirri. Chirri-Chirri es el apodo del guía, un hombre de baja estatura, correoso, blanco, simpático, cuya vida parece ser una celebración interminable. En una lancha con capacidad para 20 personas viajamos por el Amazonas. Vamos bordeando el río, que frente a Leticia tiene una anchura de siete kilómetros.
El piloto esquiva los troncos de los árboles que bajan. Llegamos a Puerto Nariño, “el jardín de América”. Están prohibidos los coches y todos los vehículos de motor. No hay calles, sino aceras. La población es mayoritariamente indígena. Después de Puerto Nariño nos dirigimos al Alto del Águila, donde hay un hermoso mirador, dos enormes y coloridas guacamayas peleando sobre una palma. Un mono fraile haciendo travesuras, tan confianzudo como un gato doméstico. Se descuida uno y se roba las gafas. Se las lleva a la selva. Nunca más volverás a verlas. Bajamos de la lancha y subimos por unas escaleras bastante empinadas. Sobre el barro se han colocado escalones de madera que ya están deteriorados, testimonio de que el sitio vivió tiempos mejores. Arriba hay un hotel atendido por su propietario, un ex jesuita. Me obsequia una de sus tarjetas. Allí se lee: “El Fray Rebelde”. Los miembros de la excursión nos aprestamos a viajar rumbo a los Lagos de Tarapoto. Allí se puede nadar bajo el propio riesgo de cada quien, dice Chirri-Chirri, nuestro guía. El caso es que está infestado de caimanes. “Lo bueno —dice sonriente— es que los caimanes le tienen miedo a los seres humanos... y con razón”.
Zancudos de tamaño descomunal nos asedian. La gran tortura del Amazonas no es el calor ni la humedad, ni las caminatas extenuantes, sino los mosquitos y los zancudos. Los excursionistas se han aprovisionado con repelentes y se untan las partes expuestas del cuerpo. Ningún remedio basta. Nubes de insectos invisibles acosan constantemente. “En tiempo seco no se aparecen los zancudos”, dice Chirri. Y agrega, consciente de su misión de narrador, de mago, de presentador del gran espectáculo del Amazonas: —Una vez capturaron a una enorme serpiente que tenía una protuberancia en el vientre. La abrieron y encontraron el cuerpo de un hombre acurrucado dentro, pero lo más increíble es que estaba vivo. Diez minutos después de salir en lancha de Puerto Nariño nos encontramos en el lago Tarapacá. Agua muy limpia. Allí hay delfines grises y rosados. Llegamos al canal donde desemboca el Yahuataca.
Hacemos un recorrido por un afluente del Amazonas hasta regresar a Puerto Nariño. Hay una hermosa cancha de básquet con porterías de fútbol iluminada por una planta de luz. Fui con los miembros de la excursión a observar caimanes en un recorrido nocturno por el río Amacayacu. Un potente reflector barría las aguas. El motor de la lancha estaba apagado. Los caimanes no aparecieron. Me acosté a mirar las estrellas sobre la quilla mientras la lancha se deslizaba silenciosa sobre el agua quieta. Los demás miembros de la excursión se mantenían en silencio, esperando que el chapoteo denunciara la presencia de un animal. Pude mirar la curvatura de la bóveda celeste y un cielo tan tupido de estrellas como nunca lo había visto. En pocos sitios como en la Amazonia se puede percibir la plenitud del planeta. Una impresión de sosiego, de absoluto presente, se apoderó de mí. Nada de lo que estuviera fuera del alcance de mis sentidos tenía importancia.
2Noche perfecta bajo el cielo de la Amazonia. Vemos un enorme árbol lleno de niños semidesnudos durmiendo, jugando, persiguiéndose, sobre las ramas que se proyectan sobre un gran canal del Amacayacu. Al ver que nuestra lancha se iba acercando comenzaron a lanzarse uno a uno, desde alturas de 15 o 20 metros. “Esos son tikunas”, dice Chirri. Impulsa nuestra lancha un motor de 20 caballos de fuerza. En ella viajamos el motorista, 10 personas y el guía. El agua se levanta a lado y lado. Tiendo una mano y dejo que el agua veloz la golpee, levantando una estela. El Chirri se frota las manos y sonríe, anunciando que va a contar algo digno de atención: “Este mundo de los indígenas amazónicos es imprevisible. Hay absolutos caballeros en plena selva y unos auténticos maquiavelos. Los indígenas curubas —Chirri sigue frotándose las manos, como si le correspondiera parte del botín— sonríen a los que pasan por el río Itacuari e Itui. Los pasajeros dicen “mira qué indios tan simpáticos”. Los turistas se bajan a conocerlos y ¡pum!, garrotazo. Luego llega el banquete para los kurubos… que son caníbales —eso dice Chirri. Después de una noche de sueño difícil en la Posada del Alto del Águila, al levantarme vi una fila de excursionistas esperando para bañarse en la única regadera. Descendí por las escalas de madera hasta el río Loretoyacu con la intención de nadar un momento. Fue imposible. Toda la orilla era una sopa de chocolate espeso. Luego regresamos a desayunar a Puerto Nariño. Compré ropa deportiva. Todas mis prendas estaban húmedas. Una de las condiciones a las que tiene que adaptarse el visitante de la Amazonia es la humedad. Un minuto después de ponerse ropa seca, el personaje la vuelve a tener totalmente mojada.
Volvemos a remontar el río Loretayaku rumbo a Santarem, pequeña comunidad tikuna. Nos detenemos un instante y, ¡ahí está!, una tikuna semidesnuda sobre una especie de balsa precaria formada por unas tablas amarradas a gruesos troncos de balso. Está lavando la ropa, los trastos de cocina, sobre sus piernas desnudas, bruñidas, al tiempo que ella misma se baña. ¿Podría haber forma más placentera de lavar trastos y ropa que hacerlo así, en medio del paisaje con todo un río como escenario, ella, totalmente integrada, bajo la sombra de un yarumo, bellísima, sonriente, tímida, medio atrevida y medio temerosa, sabedora sin duda de que es el paisaje más feliz que pueda depararle a un ser humano la naturaleza? “¡Ahí está, ahí está!”, grita radiante el Chirri, a quien ya le he contado la novela que estoy escribiendo, “ahí está la india de tu novela”. Corregida y aumentada, la indígena era una imagen pastoril, una estampa de belleza salvaje, en medio de la fronda del Amazonas, el más espléndido animal humano que se pueda imaginar. La lancha volvió a zarpar.
El plan de la excursión era ir a ver delfines rosados. Vimos unos cuantos lomos a la distancia. Los delfines parecían querer jugar a los escondites con los turistas. Parecían disfrutar de los últimos rayos del sol sobre las aguas absolutamente negras del Loretoyacu. Ya al borde de la noche, tendimos varias líneas dizque para pescar. No pescamos nada. El Chirri supongo que hacía aquello de ponernos a pescar para cumplir con la rutina. Permanecimos en silencio, con 10 cañas y 10 hilos tendidos, en completa inmovilidad, muy cerca de un islote en el centro del río, hasta que la oscuridad se hizo total. De aquellos momentos sólo me queda el recuerdo de las estrellas, la bóveda celeste, la curvatura de la bóveda, la paz. Los narcos colombianos desarrollaron aeropuertos muy originales.
En Cayaru, entre Leticia y Puerto Nariño, idearon que los indígenas hicieran casas portátiles que podían mover a su antojo sobre el aeropuerto. El objetivo era que pudieran aterrizar las naves con total sigilo y desaparecer como tragadas por el pueblo. Los pilotos de la aviación colombiana que sobrevolaban sólo podían ver una población normal. En otra zona selvática los narcotraficantes hicieron que los indígenas limpiaran un largo carril, luego amarraron lianas entre árbol y árbol, a lado y lado del carril, y dejaron que creciera una enredadera que se desarrolla a una velocidad impresionante.
Tardaron como un año en terminar su obra maestra de ingeniería ambiental. Se formó un techo de varios kilómetros de largo. Las avionetas salían y llegaban bajo techo, como saliendo y entrando de un garaje vegetal. En la época del presidente Belisario Betancourt las fuerzas antinarcóticos encontraron, en diferentes aeropuertos improvisados, en medio de las zonas selváticas más inaccesibles, hasta cinco o seis jets de la más alta sofisticación. Los capos construyeron sus villas de lujo en los lugares más espléndidos, a las orillas de ríos salvajes, junto a las cascadas o los raudales del Caquetá, el Guaviare u otros ríos inexplorados. Disponían de jet skis, lanchas aparatosas, piscinas, canchas de tenis, de fútbol, eran visitados por los cantantes famosos a los que pagaban sumas inconcebibles, enamoraban a las reinas de belleza y se codeaban con las altas esferas del gobierno.
Los narcos llegaban a cualquier lugar de Colombia con maletas llenas de dólares y compraban casas, haciendas, y si los vendedores no querían ceder, los masacraban con la sangre fría del deber cumplido. Hubo un estadounidense que hizo un hotel a orillas del Amazonas, en la Isla de los Micos, con muchísimas habitaciones, una larguísima construcción muy bien hecha, de la mejor madera. Prometía en sus promociones una estancia amable en la última zona intocada del planeta y excursiones a zonas de belleza incomparable. La ambición lo perdió. Lo agarraron con un cargamento de siete toneladas de coca. Hoy el hotel está abandonado. Se han robado todas las tazas de los baños, las llaves, los picaportes. Sólo habita las ruinas del hotel una familia de indígenas que vende artesanías sin gran entusiasmo. En medio del calor abrasador, la familia indígena se refugia en lo que fuera una gran sala, quizás el lobby. Hay hamacas tendidas de pared a pared y seres que miran a los turistas desde una especie de tristeza imbatible. Fuera del hotel hay una gran plancha de cemento que parece hervir con el calor. Es el sitio destinado al encuentro entre los micos y los turistas. Los árboles tienden sus ramas sobre la plancha y le dan algo de sombra. Uno o dos micos hacen el papel de vigías.
En cuanto llegan los turistas, los micos corren la voz. Pronto toda la zona está cubierta por criaturas de gracia sin igual, a la espera de los regalos de los visitantes. Día completamente nublado. Enormes bandadas de loros pasan sobre Puerto Nariño. En Puerto Nariño estuvieron la Reina Isabel de Inglaterra, Gabriel García Márquez y Nikos Kazanzakis. Por la mañana llegan los pescadores con los pescados más extraños, que parecen diseños imaginados por Julio Verne. El parque Amacayacu es uno de los más hermosos de Colombia. El río es un espejo de los árboles y del cielo, los duplica con fidelidad sin turbación alguna. Una belleza espléndida, inigualable. Vueltas y vueltas da el río, formando meandros, enroscándose entre los árboles, buscando perezosamente el cauce más cómodo. Árboles de 50 metros de alto, lianas, Chirri al frente como mascarón de proa. Regresé a mis rutinas de profesor, de escritor. Entré con tristeza y resignación en el engranaje de hombre “civilizado”, terminé de escribir una novela que se llama Agua clara en el Alto Amazonas, pero nunca olvidaré las noches bajo las estrellas, la bóveda celeste, la curvatura del firmamento, la paz y ese otro mundo, el de los tikunas y una enorme cantidad de percepciones, intuiciones, sospechas que guardé para mí y que quise cifrar en la novela.

Marco Tulio Aguilera Garramuño. Escritor colombiano residente en México desde hace 30 años. Académico de la Universidad Veracruzana. Autor de Agua clara en el Alto Amazonas, Historia de todas las cosas, Cuentos para después de hacer el amor y otros libros.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Una entrevista de Hernández Alpízar: Agua clara en el Alto Amazonas

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Extender la mano y atrapar el instante... o dejarlo ir
Un paraíso, una mujer, y un hombre que los pierde
Entrevista con Marco Tulio Aguilera sobre Agua Clara en el Alto Amazonas
Javier Hernández Alpízar.– Quizá en la vida, como en la lectura, el paraíso puede estar o desvanecerse según la paciencia o impaciencia con que lo vivamos. Es un idea que atisbó Franz Kafka, en sus Consideraciones acerca del pecado, una de las cuales dice:
“Dos pecados capitales existen en el hombre, de los cuales se engendran todos los demás: impaciencia e indolencia. Fue a causa de la impaciencia que lo han expulsado del paraíso, al que no puede volver por culpa de la indolencia. Aunque quizá no existe más que un solo pecado capital: la impaciencia. La impaciencia hizo que lo expulsaran, es con motivo de la impaciencia que no regresa.”
Agua clara en el Alto Amazonas es el título de una novela breve de Marco Tulio Aguilera Garramuño, publicada por Fomento Editorial de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. La novela consta de dos historias paralelas: un diario de viaje del autor, quien hizo un recorrido por el Amazonas para documentarse sobre él –porque estaba escribiendo ya su novela– y la novela propiamente dicha.
Esta publicación de dos textos que se van alternando, con historias paralelas y personajes parecidos, ha gustado y disgustado, confundido e interesado a distintos lectores. El diario de viaje ha sido publicado también en Maelström Agujero negro, un libro misceláneo, con cuentos cortos, ensayos, fragmentos, planes para futuros libros y comentarios a libros de otros, publicado por la Universidad Veracruzana.
En entrevista, el autor de Agua clara en el Alto Amazonas comentó un aspecto que nos pareció encontrar simbolizado en su novela: la idea de que si un hombre moderno visitara el paraíso comprobaría que no puede habitar en él. Que la novela tiene que ver con la idea del paraíso fue comentado también por Joaquín Diez-Canedo, en una presentación de la novela de Aguilera Garramuño: "La novela de Marco se relaciona con una carencia o con una intención o con una ilusión o con algo que tiene todos los años que tenemos, no nosotros, sino toda la especie humana: creo que tiene que ver con la búsqueda del paraíso. En realidad si uno lo piensa, ni siquiera mucho, el edén obviamente nunca existió, es un ideal, es más que todo una aspiración, no es un origen, ni siquiera tampoco posiblemente un futuro o un punto de llegada, simplemente es un deseo, una aspiración."
En Agua clara en el Alto Amazonas, tanto el narrador de la crónica de viajes como el personaje de la novela encuentran en el Amazonas una intensidad de la vida que los deslumbra y seduce. Junto con el viaje está la idea de encontrar a una mujer. Una idea masculina de paraíso normalmente incluye la presencia ahí de una mujer. Pero ambos viajeros no se quedan en el paraíso, ni con la mujer. Incluso ambos tienen un interlocutor nativo que vive en el Amazonas, que alguna vez se enamoró de una mujer, una indígena y la perdió, pues aunque la volviera a ver, ya no es la misma, y la nostalgia de esa pérdida los acompaña siempre.
Esta idea del erotismo en la novela de Marco Tulio Aguilera fue comentada así por Diez- Canedo:
"Hay dos tipos de viajes: uno el exterior, en el que hay muchas anécdotas, aventuras y peripecias; y otro, el viaje interior, en el que tales aventuras propician una transformación. El protagonista (los protagonistas) se conocen a sí mismos al conocer el mundo. Vale la pena destacar la identificación que el autor hace entre estas fantasías de viajes exteriores y las de tipo erótico. Lo que está más allá no solamente es el mundo desconocido y exótico, sino la mujer, la otra mujer. Todo en esta novela apunta a convertirse en una metáfora de la mujer. El aventurero va en busca de una mujer y no sólo de un territorio. Los que conocemos la narrativa de Marco Tulio sabemos qué él considera el deseo como motor y como razón del mundo. Y el deseo, pues claro, no podía estar ausente de esta novela".
El autor de Agua clara en el Alto Amazonas respondió sobre esta temática en sus narraciones:
– ¿Por qué elegiste la estructura de dos relatos, una novela corta al lado de una crónica, que también es ficción?
– Eres el primer lector que considera que la crónica del viaje al Amazonas, que es una de las dos partes de la novela, es ficción. En realidad no lo es: corresponde fielmente al relato de un viaje que hice por la Amazonia colombiana. Fue un viaje inspirado por mi gusto por los territorios selváticos, los ríos y las zonas vírgenes. También viajé a la Amazonia con el objetivo de documentarme personalmente viviendo unos días en el territorio que había imaginado para escribir una novela que ya tenía avanzada. Esta novela corresponde a una parte de mi personalidad que casi no he explotado en mi narrativa, que se ha ocupado más de intimidades. Si le buscara el origen a esta novela podría contar varias historias: una de ellas es el encuentro que tuve en Bogotá con una persona, una especie de santón, que había pasado toda su vida en la selva y que tenía muchas historias que contar sobre sus aventuras allá. Una de ellas es el relato de su enamoramiento con una indígena huitota. Ese relato me lo contó en una fiesta en Bogotá.
– En la idea de una indígena muy bella con la que el protagonista finalmente no se acuesta y la sospecha de que está enferma, ¿hay una especie de símbolo de la imposibilidad del personaje urbano de habitar en el paraíso?
– En general los escritores contemporáneos tienden a decir que lo que escriben no es simbólico, que no promueven mensaje alguno, que lo suyo es mero relato sin más allá, pero la verdad es que cualquier escritor serio sabe qué es lo que hay oculto, cifrado, en sus obras. Al final de la novela yo dejé abierta la posibilidad de que el protagonista se quedara en el paraíso. Es el lector el que debe decidir lo que significa la última frase del libro. Sobre el tema del regreso a paraíso hay mil novelas: desde el La Odisea hasta Los pasos perdidos, pasando por Robinson Crusoe,  las sagas de Tarzán, los libros de Haggard, de Tournier, etcétera.
– Esa idea central de la novela me parece muy interesante: una selva, un río, que son un paraíso, pero con la muerte que rodea al forastero en todas partes... Sin embargo, también la incapacidad, de quien va desde una ciudad, de quedarse en el paraíso... ¿Es una de las claves de la novela, por decirlo así?
– Sí, esa es una de las claves, la otra está en el planteamiento de que en la vida hay momentos en que uno pude tender la mano y atrapar el instante… o simplemente dejarlo pasar. La vida es un eterno sendero que se bifurca, diría Borges, si hubiera decidido ser menos poético y más filosófico. La novela está basada, no sé si te diste cuenta, en la repetición de historias muy similares: hombres que encuentran a la mujer “perfecta” y la pierden por ambición, y está basada en la insatisfacción del hombre “civilizado” contemporáneo, que por buscar la novedad, lo diferente, pierde lo básico, entre otras cosas, el amor y el sentido de la vida. A Enrique Serna, un buen novelista mexicano, no le gustó la novela, confundió los planos. A otros lectores les ha gustado mucho: a Joaquín Diez-Canedo, al poeta uruguayo Saúl Ibargoyen, a Fernando Tascende en España y a varias personas que me han escrito cartas sobre el asunto.
Distintas reseñas y comentarios de la presentación de Agua Clara en el Alto Amazonas se encuentran en internet. Además, Marco Tulio Aguilera tiene un blog, Descabezadero, con textos propios, noticias y comentarios sobre sus libros, y las presentaciones, reseñas y fotos. La dirección es http://mistercolombias.blogspot.com/

domingo, 11 de diciembre de 2011

El ojo negro de Gabo y otras fotos

Una de las pocas fotos que se conocen de Salinger

El ojo negro de Gabo

Pitol en la FILU 2008 y MT con panza

Mis siete medallas en el Torneo de Veracruz

Mi editor, RM Botello, como escaparate de mi Historia





martes, 6 de diciembre de 2011

Frases y expresiones de El Quijote


Dice Carlos Fuentes que todos los años relee el Quijote. No le creo y si le creyera le preguntaría: ¿Y entonces por qué no se le pega algo? Hace un par de años intenté releerlo y no pude terminarlo. De todos modos rescaté y guardé algunas expresiones que me parecieron graciosas e ingeniosas.

-Gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de la faz de la tierra
-Fiera y desigual batalla
-Gigante Briareo, sabio Frestón
-Encomendándose de todo corazón a la señora Dulcinea
-En diciendo esto.
-No se podía menear
-No es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.
-Toda aquella noche no durmió DQ, pensando en su sra Dulcinea
-Deshacer entuerto
-Gente endiablada y descomunal
-Fementida: canalla, falta de fe.
-Mal ferido
-Ahora veredes, dijo Agrajes
-Gran denuedo
-Las leyes del olvido.
-Dulcinea, la mejor mano para salar puercos
-Cide Hametye Benengeli, historiados arábico
-El bálsamo de Fierabrás
-Con mujer folgar
-Zagalón
-A quien se humilla Dios le ensalza
-Jerigonza
-Las discretas abejas
-Sin más vestidos para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y siempre ha querido
-Señeras
-Menoscabo
-Menesterosos
-Tal piensa que adora a un ángel y viene a adorar un sueño
-Tengo para mí.
-Rapaza
-Aunque viváis más años que la sarna
-Zaherir
-Embebecido y transportado
-Hermosura tan extremada
-Gentiles hombres
-Felixmarte de Hicarnia, Amadis de Gaula, Tirante El Blanco, Belanís de Grecia, Galaor (sin dama)
-Descripción de Dulcinea 94
-Disposición gallarda
-Enemiga mortal del linaje humano
-Ruido de lo hondo de mi amargo pecho
-La venenosa muchedumbre
-Mientras le cura la herida (final cap 41) que le han causado los gatos, Altisadora le dice: “Todas esas malandanzas te suceden, empedernido caballero,  por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tu lo goces , ni llegues al tálamo con ella, al menos viviendo yo, que te adoro”
-Traía colgada el alma
-Andarse hocicando (dándose besos)
-Amadís tomó el nombre de Beltenebros
-Recostando viudas y deshaciendo doncellas…
-Follón…flojo, perezoso, negligente, arrogante, cobarde, de ruin proceder
-Tuerta de un ojo y del otro le mana bermellón y piedra azufre, ámbar y algalia
-Non fuyais, gente cobarde y malnacida
-Más verdadera que los milagros de Mahoma
-Máquina de necedades
-Yo sé quién soy y quién puede ser, no sólo Rodrígo de Narváez Valdovinos y Abindarráez, sino todos los 12 pares de Francia y aun todos los de la fama
-Verdad, como que nací para morir
-Libro de desventuras
-Urganda, la desconocida
-Jayanes desaforadops y atrevidos
-Soñadas invenciones
- y así…al cabo…de donde… verdadera hiostorias… soñada historia o embeleco… porque… caraculiambro… holgarse (gozarse)…y más… moza labradora de muy buen ver… señora de sus pensamientos
-Dichosa edad
-No menos ladrón que Caco ni menos maleante que estudiante o paje…
-Amadís de Gaula, Palmerín de Inglaterra
-Princesa Pintiquinestra
-Espejode caballerías
-Reinaldos de Montalbán
-Historia del famoso caballero Tirantes El Blanco
-Quirieleison de Montalbán
-Doncella Placerdemivida.
-Poeta: enfermedad incurable y pegadiza

viernes, 2 de diciembre de 2011

Fotos de Garramuño en España octubre 2011


El el aeropuerto listo para zarpar
Mesa de novedades en Trama Editorial, Madridñadir leyenda
El rudo
La máneger
Goya mon egal
En Madrid flotan sombrillas en el cielo
Nuestro heroe al lado del anuncio de la presentación de su novela Historia de todas las cosas en el Ámbito Cultural de Barcelona
MT, que ya aspira a ser pieza de museo

Eduardo García Aguilar habla de Garramuño

SAMEDI 13 AVRIL 2019 LAS AVENTURAS LITERARIAS DE AGUILERA GARRAMUÑO  Por Eduardo García Aguilar La Universidad Veracruzana ...