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jueves, 21 de julio de 2011

Malheridos de Pedro Ángel Palou


Marco T. Aguilera Garramuño
Toda novela auténtica es un misterio, un enigma que debe ser resuelto, un problema al que se le busca solución. La novela de Malheridos[1], de Pedro Ángel Palou, cumple de entrada este mínimo requisito. Los personajes al principio parecen desdibujados, pero  a medida que la novela avanza van definiendo sus perfiles:  el filólogo y su amante Vivianne, por un lado, y  el barón Lenz von Klitsche, por el otro, son protagonistas de un indudable melodrama: los primeros avanzando inconscientemente hacia el hallazgo de su arcadia, el segundo tratando de cumplir una inasible misión que tiene  algo que ver con el fracaso del gran proyecto hitleriano de crear una raza de superhombres. 
La novela se desarrolla en la isla de Sark, que ha sido ocupada por los alemanes. Allí se refugia el filólogo con la intención de terminar una biografía de Ovidio. Tras él llega Vivianne, la amante que lo ha seguido y  de la que se ha separado varias veces, en un intento de huir y encontrar el amor, que uno y otro buscan; el primero, fundamentalmente en los libros; la segunda en su propio cuerpo. El primero tiene su fe puesta en los libros, la segunda en la certeza de que el amor y el erotismo son posibles fuera de ellos, en la realidad extra literaria.
Lenz von Klitsche es un viejo residente en la isla, una figura fantasmal, aparentemente solitaria y cuyo misterio será el que mantenga en vilo la atención del filólogo —y del lector—, con quien se encuentra diariamente en un restaurante. Como un pescador paciente  Lenz va atrayendo al filólogo y luego a Vivianne, hacia la consecución de sus designios.
En un estilo francamente claro y sin más adornos que frases de filosofía lapidaria y citas de diversos autores, se  nos va entregando la novela, que va tomando cuerpo y forma a medida que las diversas historias se van  devanando y haciendo trama, hasta dibujar el tapiz final que es sin duda extraño, inquietante y suavemente trágico. Aunque, curiosamente, un final feliz, da la necesaria vuelta a la tuerca para que la obra cobre un matiz aun más insólito.
            Siempre que me encuentro ante una novela desconcertante como ésta me entra la curiosidad del novelista: de dónde salieron tantos elementos elementos “exóticos” —exóticos por diferentes a los elementos que maneja la novelística latinoamericana— y cómo logró asimilarlos Palou e  integrarlos con tanta naturalidad, al punto que podría pasar fácilmente por una novela escrita por un alemán o un inglés. Un autor mexicano que se atreve a escribir una novela con personajes alemanes, construida sobre el desenvolvimiento de la historia de Alemania. ¿De dónde tanto atrevimiento? Sin duda que no puede surgir sino de una investigación exhaustiva,  de estar tomando trozos de aquí y allá para armar la trama, para urdir una colcha a la que no se le notan los remiendos. Dos líneas básicas: una historia de amor y la historia del fracaso del proyecto hitleriano, son los que van tironeando la novela.
Una costumbre tengo, algo absurda en mis notas  de lectura; comenzar a escribir antes de terminar de leer la novela.  Evidentemente comento errores, pero estos se enmendarán en la segunda lectura. Además puedo ir agarrando las ideas al vuelo y me facilito a mí mismo aclararme qué es lo que estoy leyendo.
La novela me sorprendió en medio de dos desagradables circunstancias: la operación de un ojo y la pérdida de mis anteojos de lectura, de modo que la lectura implicó un esfuerzo físico, que sin duda hace honor a los méritos de la obra, que si hubiera tenido una fisura, me habría obligado a dejarla antes del segundo capítulo.
Como una composición polifónica, en la novela se alternan fragmentos sobre la evolución del proyecto hitleriano de crear una raza superior desde sus eufóricos principios hasta su caída y fragmentos sobre el triángulo amoroso entre el filólogo, el extravagante Lentz y Vivianne.
Hay algo de ajuste de cuentas en esta novela, hay algo de juicio del tiempo sobre las masacres y desafueros alemanes y  quizás haya algo de venganza: los alemanes, todos sin excepción, quedaron malheridos, quedaron marcados por estas masacres, aun más que los mismos judíos que siguen cargando, según algunos, la culpa por el asesinato de Cristo.
Muchos aspectos vale la pena analizar de esta extraña, impar novela de Palou que se apoya fundamentalmente en la historia y en Ovidio —, pero que nos lleva a pensar en Víctor Hugo y Goethe y que hace un recorrido detallado por espacios de erudición de difícil consecución —sin los fárragos y excesos de Fuentes   y del Paso, que parecen querer exhibir una lista de libros en cada página—: el aire de película neorromántica —actos de amor en el mar, perros mitológicos persiguiendo al filólogo, la existencia de una criatura humana en estado salvaje, la exaltada pulsión erótica de Vivianne, el análisis más que lúcido, deslumbrante sobre la cuestión judía y la cuestión aria —en oportunidades se nota el esfuerzo por crear matices, por no dejar la culpa de un solo lado: si no lo hubieran hecho los alemanes lo podría haber hecho otro grupo humano: la idea de crear una raza de seres perfectos o razas puras es vieja y desde el Antiguo Testamento la literatura ha registrado  incontables masacres en aras de la búsqueda de la perfección —la inquisición quiso hacerlo, los estadounidenses en Irak, las frecuentes “limpiezas étnicas”, son testimonio de la vieja tendencia que ha hecho creer desde los albores de la humanidad que sólo nosotros somos civilizados, los demás son bárbaros—. Los hitlerianos fueron o quisieron ser selectivos, y terminaron matando no sólo a los judíos sino a los mejores alemanes, a sus propios hijos. Palou dedica largas y bien razonadas páginas a tratar de entender y aclarar las razones por las cuales un pueblo como el alemán pudo seguir de manera tan irracional un paranoico megolómano como Hitler.
Al terminar de leer la novela encuentra el lector una lista de obras en las que se apoyó el autor para construir su obra y confirma que el texto es el resultado de una seria investigación bibliográfica. No me queda la menor duda que podría ser llevada al cine con fortuna grande.


[1] Joaquín Mortiz, Colección Narradores Americanos, 2003.

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