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sábado, 2 de junio de 2012

SUBLIMES INADAPTADAS EN LA HABANA


Continuación del texto que encontrará en el blog Mongolia Central
24 de diciembre de 2002.  Por la noche me separé de los miembros de tour y me fui con mi Tadzia y con su hermana Etiopía al cabaret del Hotel Riviera. Hubo un show que me voy a saltar y un largo solo de Omara Portuondo, que sostuvo la emoción durante media hora. Nos bebimos una botella de ron Habana entre los tres. En realidad Etiopía no bebió. Parecía un lince oteando el horizonte.  Pasó el tiempo embebida en el show, escuchando con una intensidad casi alucinada. No respondía a las preguntas. Bailé con Rayza. Me porté de forma torpe y no puedo argüir que fue a causa del licor, pues estaba perfectamente lúcido. Toqué descaradamente sus tetas despiertas y palpitantes en la oscuridad. Rayza aparentemente aceptó con naturalidad. Luego, ya en la mesa, estuvo seria y silenciosa. Cuando habló fue para decirme que le inspiraba asco. ¡Me das ajco, colombianito de  mierda!, dijo. Agregó que  no soportaba mi narcisismo, que no le interesaba mi currículum, igual podía ser vendedor de lotería o limpiacaños que escritor, bah, vaya presunción.  Lo que entendí fue que  se estaba ufanando del poder de su cuerpo y aprovechándose de un turista pendejo que la invitaba a darse los lujos que no tenía habitualmente. Eso me ofendió profundamente. Me hizo verme desde una perspectiva exterior bastante deplorable, de burocrático viejo verde (aunque por entonces apenas estaba pasando de los 30 años).
Era obvio que Rayza y Etiopía eran visitantes habituales de los cabarets.  Conocían los nombres de los artistas, tarareaban sus canciones, chismorreaban sobre sus vidas, conocían las rutinas de baile y los chistes.
Le pregunté a Etiopía cómo se conciliaba  ese show lujoso con la austeridad de la vida de los cubanos.
  --Este show, amigo, y los demás, fueron montados para turistas porque Cuba necesita divisas.
  --Pero a los cubanos nos gusta venir –dijo Rayza--. Gesticuló un poco al estilo de Elvira Madigan e Isadora Duncan, haciendo volar al aire del Ferrari una larga pañoleta de seda china: --… especialmente a nosotras, las sublimes inadaptadas.
Nos quedamos en el cabaret hasta que todos los demás hubieron salido. Luego caminamos por el malecón.
Orino (como un gato que se apropia del territorio, pienso ahora, al escribir esto) en el centro de la calle, y recuerdo que hace años oriné en el corazón de Guadalajara, cuando estaba tras los huesos de la judía Mendy Calef.
 Tomamos un taxi a las cinco de la mañana. El auto avanza a una velocidad de película. (No sé si ese dato es objetivo o producto de la borrachera, que por entonces me poseía). En voz baja le pregunto a Rayza. Ella me dice que efectivamente estamos en el límite menos cuerdo de la velocidad, que falta poco para que nos matemos los cuatro. Y aplaude y se ríe. Le parece bellísimo morir un 24 de diciembre, tras una noche de farra. Corra más, le pide alborozada al conductor mientras le mesa el cabello. Yo trato de ordenar mis pensamientos. Finalmente concluyo que la situación no amerita morir. Además en Xalapa me espera mi gato Mishkin. Pongo una de mis considerables manos en el hombro derecho del conductor y aprieto con todas mis fuerzas.

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