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martes, 13 de septiembre de 2011

Cuando los parias de Viet Nam llegaron a San Isidro de El General (fragmento de Historia de todas las cosas)

37. 101 ST. Airborne División, Screaming Eagles.
 Malone, encargado del mantenimiento de las máquinas, estuvo en San Isidro varios años. No pudo hacerse amigo de ninguno de los demás norteamericanos que a su vez parecían despreciarlo. Y es que, en verdad, se le veía diferente, con sus gastados sombreros de lona, sus overoles flojos y su mirada de vaca paciente. Y a pesar de la calma que parecía emanar de su persona, era colérico e irascible a grados a veces peligrosos. No aceptaba que ningún peón le dirigiera la palabra sin responderle con un grito incomprensible. Su carácter cambió, sin embargo, en cuanto su familia se instaló en el pueblo. Alquiló una casa en el Barrio del Prado, y, con la ayuda de cien abonos y una paciencia de benedictino, logró producir gran cantidad de flores. Sus hijos asistieron al Liceo Unesco y esparcieron la fiebre del juego de caníbales llamado fútbol americano.

Johnny no se movió del Motel El Prado. Allí tenía todo lo que deseaba, una cancha de básquet, una piscina olímpica, mujeres para el amor y para la guerra, sus amigos y la edición de lujo del Quijote de Garnier Hermanos con ilustraciones de Gustavo Doré. Su relación con Estrella Fernández no duró más allá de quince días. Ella no estuvo de acuerdo con la filosofía de que el cuerpo humano se había hecho para exprimirle hasta el último gramo de placer. Más tarde cayó en la trampa urdida por Renato e Epaminondas Pedernera, pero no se entregó por lujuria o interés, sino por curiosidad y por ganarle la partida a Sol.

Mortimer tenía ojos de eterno trasnochado. Y no porque tomara excesivamente, o porque tuviera visitas nocturnas extremosas, o porque trabajara demasiado, sino simplemente porque no dormía. Y no dormía por la sencilla razón de que todavía no alcanzaba a comprender cómo había llegado a ese lejano pueblo, tan lejos de Nueva York, cuando lo suyo era la vida alborotada del Barrio Chino y las amistades peligrosas. Como era ingeniero sanitario, trabajó en los servicios de agua y drenaje de la ciudad de la gran manzana, con tal dedicación y honradez, que fue despedido al poco tiempo. Eso decía. Y estando sentado en el Central Park leyó en un anuncio que solicitaban un especialista. La Ralenger, Ropino and Rashville no fue muy minuciosa al elegirlo. Rotenhook estaba al frente de la oficina de admisiones y ni siquiera le pidió el título, recomendaciones de antiguos patrones o certificados de buena salud. Le hizo dos o tres preguntas y después le dijo:

—Here is your plane ticket. We leave friday.

Después de salir de la oficina se acordó que ni siquiera había preguntado cuál era el sitio de trabajo. Miró el tiquete de avión y leyó: 2d CLS-1WY-KEN-SJO.

Glen Phlegm, decepcionado porque los Cuerpos de Paz lo rechazaron, decidió unirse a la compañía, y su guía espiritual, casi su madre, el guru Marajuya, debió quedarse en San Francisco esperando sus diez dólares semanales. Fue una separación difícil, pero Glen estaba decidido a conocer el mundo. En realidad no le prometieron un cargo específico. En su solicitud se aclaraba que tenía experiencia en topografía (en realidad lo único que había hecho, hacía muchos años, era sostener una regla grande para que un topógrafo pudiera tomar las medidas pertinentes) y amplios conocimientos sobre política internacional, con especialidad en problemas latinoamericanos.

El caso de Hope fue mucho más radical. Le decían el gringo triste porque se embriagaba en el Prado y lloraba acompañado por una maestra, una colegiala o una prostituta de precio razonable, no importaba el rostro o la apariencia, con tal de que estuviera dispuesta a escuchar sus experiencias en la guerra: primero volábamos sobre la población fumigando para que no picaran los insectos a nuestros paracaidistas, luego bombardeábamos durante el tiempo que fuera necesario hasta asegurarnos de haber eliminado los focos de resistencia, lanzábamos de nuevo insecticida, esta vez para que la piel se les fuera escurriendo, no a los insectos sino a los amarillos. Esperábamos otras dos horas hasta que el viento disipara nuestra arma secreta y finalmente nosotros, los Screaming Eagles, las Águilas Gritonas del 101st Airborne División, descendíamos suavemente entre los gritos jubilosos de los lindos y agradecidos amarillos sobrevivienrtes que nos aclamaban como sus salvadores.

Y después de hablar, con su español casi perfecto, Hope caía en crisis, gritaba que quería volver a su país pero no podía. Luego hablaba en inglés y algún idioma de chinos y parecía estar declamando un largo poema.

Cuando Roternhook estaba en sus cabales y todavía conservaba su dosis de autoridad de cabeza visible de la Compañía, arrastraba a Hope hasta su canbina y lo molía a patadas, contaba Alisio, el enterrador, mesero y maratonista. ¿La razón? No se supo.

Hope se cortó las venas con los vidrios de una botella de whisky y se ahorcó con un cinturón que tenía un alto relieve de la bandera de Estados Unidos. En las paredes de su cabina se encontraron pintadas en grandes letras de sangre las siguientes palabras:


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