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lunes, 12 de septiembre de 2011

Comandante Paraíso de Gardeazábal

Gustavo Álvarez Gardeazábal,
Editorial Mondadori, Colección Letra Grande,
Bogotá, 2002
Comandante Paraíso, la más reciente ¿novela? de Gustavo Alvarez Gardeazábal, es un monólogo del autor que se dedica a reflexionar sobre Colombia, su situación actual y las razones por las cuales se halla en la actual guerra (¿Como llamar a lo que sucede en Colombia? ¿Crisis, guerra, debacle, estado alterado...? Las palabras no alcanzan para definir o describir: Colombia es un país como no hay otro. Después de  décadas de guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, gobiernos autoritarios y centralistas, Colombia sigue en pie, se mantiene en una precaria democracia que parece ser más sólida que las democracias de mayoría de los países vecinos). La superficie —el estrato más aparente— de la ¿novela?  lo que nos ofrece es el relato del ascenso de un modesto campesino lechero, hasta el gobierno de un imperio del narcotráfico. El comandante Paraíso, este lechero convertido en capo, es un utopista, que pretende rescatar a Colombia mediante el poder de los narcotraficantes, enfrentándose a los guerrilleros, a los paramilitares, al ejercito colombiano, a los Estados Unidos. Un proyecto loco, con deleznables bases éticas. Sobre dos andamiajes: el monólogo del autor sobre Colombia y el diálogo del comandante Paraíso con Gardeazábal (que se pone a sí mismo como carne de represalias, al utilizar su propio apellido y ligarlo con un jefe del narcotráfico, asunto que puede ser ficticio, pero que en un país como Colombia no se perdona— se levanta esta ¿novela? Insisto en poner la palabra entre signos de interrogación, porque el autor conscientemente introduce elementos históricos bien conocidos, revela secretos explosivos, analiza lúcida y despiadadamente la situación colombiana, se lanza como kamikaze contra la oligarquía colombiana que vive en Bogotá y pasa el tiempo tomando whisky y enriqueciéndose a costa de la miseria y la muerte del resto de los colombianos.
    Tras leer esta ¿novela?, tras enterarnos de la cantidad de fuerzas contrapuestas que pugnan por dominar, exterminar —tomar el poder no creo que le interese a ningún grupo: la guerra —plantea Gardeazábal—es un gran negocio, un negocio de cifras estratosféricas, en el que salen ganando, ¿adivinen quien? En primera instancia los Estados Unidos: la industria bélica que crece como un cáncer y va carcomiendo todas las estructuras, corrompiendo cualquier intento de promover una política con sentido humanitario. El dinero de los narcos sirve para comprar armas, las armas las producen en Estados Unidos, la droga destruye el tejido social de la nación productora y de la nación consumidora ... aquello es un coser y cantar, un nadar en sangre, con la apariencia de que la gran nación democrática lucha para que se arreglen las cosas, triunfen el bien, la democracia, los grandes ideales. ¿En verdad a los Estados Unidos —a ese país profundo, el dominado por las fuerzas del capital y los intereses trasnacionales— les interesa perder esos raudales de dinero?
Gardeazabal analiza todos estos datos, los desmenuza, nos los muestra despiadadamente, pero no nos da respuesta, no deja salida alguna válida. Eso de que el comandante Paraíso vaya a arreglar a Colombia, bien puede ser una salida novelística, pero como posibilidad real es espeluznante. Una narcodemocracia, una nación contra el mundo, un paraíso de la droga... Gardeázabal nos pone los elementos sobre la mesa, pero no termina por hacer la jugada final, la deja en suspenso... Así como está la historia de Colombia en este momento, así termina la novela...Un loco utopista (que podría llegar a presidente, que podría ser un jefe de los paramilitares o de los narcos), se propone organizar un ejército para exterminar a todos los grupos opositores y arreglar al país. Detrás de todo este entramado dramático —en el que no faltan los elementos novelísticos, las descripciones verdaderamente sardanapalescas de las fiestas de los narcos, los relatos que muestran como la muerte se ha transformando en una auténtica industria, las historias increíbles de la manera en que los traficantes mueven sus productos, las revelaciones políticas que muestran la corrupción de gobernantes, jueces, curas, militares y prácticamente todos los grupos sociales— hay un mensaje  que Gustavo Álvarez envía al mundo. El lector debe desentrañarlo.
            Novela, ¿novela?, que se atreve a decir grandes verdades que involucran fuerzas de orden mundial, novela suicida, relato literario bien tramado, marca el regreso de Gardeazábal al ámbito literario, después de la estancia del ex alcalde, ex gobernador, ex profesor universitario, en la cárcel —las fuerzas contra las que luchó no soportaron su tumultuoso ascenso y la posibilidad de que llegara a la presidencia, se le inventó un crimen y se le sepultó en la cárcel durante varios años—. La cárcel no lo dobló. Más bien templó su espíritu. Comandante Paraíso es la demostración del poder que tiene eso que llamaban los indígenas de los Altos de Chiapas un hombre verdadero  y ante el cual ningún  poder puede prevalecer. Para Gardeazábal parece estar hecha la célebre estrofa del poeta Hierro: “Serenidad para el muerto. Yo estoy vivo y pido lucha”.

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