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sábado, 26 de enero de 2013

Poética sin máscara


Bah, siento que esto ya perdió su cauce: ya no es una novela sino una relación de chismes de oficina kafkiana. Pero, amigos, qué voy a hacer: esa es mi realidad. ¿Estructura?, me pregunto. Nunca al escribir he pensado en ella. A veces la descubro a mitad del escrito. Lo único que me está guiando ahora es el cuento de las redes neuronales y los coágulos narrativos. Fea denominación ésta última. Joyce tenía expresiones más elegantes: epifanía, por ejemplo. Momentos de iluminación. Variaciones sobre las viejas musas que cantan la cólera del pélida Aquiles. Los héroes. Ese es un tema central en mi vida. Los héroes. Desde niño, no sé por qué, me he sentido predestinado a ser, digamos, un Beethoven o un Miguel Ángel. ¿Sabían que Thomas Mann y Goethe sentían asco por el salvajismo impetuoso, la suciedad, la insolencia de Beethoven. Recuerdo que el escritor Bache, personaje de mi novela Paraísos hostiles, basado en la personalidad del malogrado literato y beodo consuetudinario Juan Vicente Melo, acostumbraba  a hacer este tipo de juegos: ¿Entre Rilke y Saint John Perse? ¿Entre la Quinta de Beethoven y la Quinta de Malher? ¿Entre los vinos de la Rivera del Duero y los de Vega Sicilia? ¿Entre Picasso y Rembrandt? Anoto: después de leer Doctor Faustus  iniciaré la lectura de  Vidas ejemplares,  de Romain Rolland. Beethoven, Miguel Ángel, Tolstoi (frente a ellos Mann se antoja un niño de pecho). Subyace en mi débil arquitectura mental (acuérdense que soy un mediocre que trabaja) la idea de que mientras uno escribe debe rodearse de grandes espíritus. Lo mismo hacía Mann: no que robara ideas a Nietszche, Schoenberg o Goethe, sino que quería apropiarse de alguna manera de su grandeza. Suena rústico el asunto, pero creo que en el fondo todos los grandes lo han practicado. No es lo mismo escribir desde el suelo que hacerlo desde los hombros de los grandes. Creo que fue Schopenhauer el que dijo esto. Me parece que éstas son las últimas palabras que escribiré antes de viajar al DF a presentar  Historia de todas las cosas.  No espero apoteosis. Tres amigos, buenos escritores, no genios pero sí entusiastas lectores y viejos conocidos, hablarán sobre mi obra. Obra que hasta ahora ha tenido crítica excelentísima, no tanto de fiar, puesto que los autores son, como dije, amigos, es decir, lectores prejuiciados, cómplices. La novela salió en edición de lujo. La tengo sobre mi escritorio. A veces la abro al azar y leo. No me parece mal. Es divertida, ocurrente, irresponsable, feliz, hasta cierto punto caótica.

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