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lunes, 28 de enero de 2013

La insaciabilidad

Con el siguiente párrafo se inicia la novela que estoy corrigiendo y que se llamará La insaciabilidad, obra que estará basada en la novela Las noches de Ventura (publicada en México por Planeta y en Colombia por Plaza y Janés, bajo el nombre de Buenabestia).

Me sucede con las mujeres lo que me pasa con los buenos violines: no puedo ver uno sin querer tenerlo entre mis manos, ob¬servar el tipo de madera, la textura y brillo del barniz, oler su cuello, su superficie, su interior, buscar la marca, indagar el origen, mirar en su intimidad, tocarlo si es posible, titubeante al principio, luego con mayor confianza y reverencia, afinarlo teniendo cuidado de no reven¬tar las cuerdas, lanzarme a la aventura de emprender una escala ele¬mental, después notas difíciles, golpes de arco intrincados, agresivos o acariciantes, para sentir el disfrute que proporciona la vibración ex¬tendiéndose del brazo a la mano, de la mano al arco, del arco a las cuerdas, de las cuerdas al puente, del puente a la base, de la base al al¬ma, del alma a todo el cuerpo del violín y al resto del mundo. Cada violín tiene su gracia y su arcano. Mi violín poco placer puede darme. Es un humilde instrumento firmado por F. Heberlein, de fabricación en serie, que a lo más tiene 150 años y fue fabricado en Markneukir¬chen, pueblito anónimo de Baviera. Tiene un gran clavo en el gaznate, un trozo de lápiz en lugar de alma y la cuarta cuerda vibra de manera antinatural. Aparte de ello, grietas en el cuerpo y un puente demasiado bajo. Estaba seguro, puesto que la experiencia me lo había enseñado, que con un buen instrumento podría interpretar música amable. Y con una buena mujer cultivar un buen amor.

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