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martes, 21 de junio de 2011

LECTURA ÍNTIMA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ UNA VIDA



Hay cuatro certezas que el libro de Gerald Martin Gabriel García Márquez una vida (Debate, Barcelona, 2009) ha contribuido a reafirmar en mí: que Dios, si existe, debe ser mujer; que sólo los grandes mentirosos pueden ser buenos novelistas; que lo único que puede salvar al hombre de la miseria metafísica es la imaginación y que el gran arte sólo es posible en los países azotados por la desventura. Al presentar la biografía de Gabriel García Márquez en Bogotá, Gonzalo Mallarino, uno de los  primeros amigos que Gabo  tuvo en Bogotá, dijo que la vida de este autor es una mentira fantástica y maravillosa.
Efectivamente desde que comencé a leer la novela de Martin no pude parar: llevaba el gordo libro (762 páginas, letra chica) a mi estudio de arriba y mi estudio de abajo, al baño, el jardín, el comedor y  la cocina, lo llevé al hotel en Lechuguillas donde pasé con mi familia unos días espléndidos… Fue tanta la obsesión por ese libro que cuando le  pregunté a mi esposa, “¿Te leo?”, ella respondió: “Ya deja esa manía, parece que estás enamorado de GM”. Ciertamente, lo asumo: si ha habido una obsesión notable y hasta censurable en mi existencia es GM, su obra y su vida, tanto así que leí Cien años de principio a fin acostado en una pensión de Cali y que mi primera novela fue acusada con justa razón de tener una fuerte influencia de las artimañas del rey de Aracataca y se llegó a hablar de plagio —cosa que el mismo GM desmintió públicamente (yo le había regalado mi primera novela con una dedicatoria que decía así: “Para Gabriel García, a quien pienso matar… literariamente”: año 1976, local de la revista Alternativa, Bogotá). 
La de Martin es una biografía chismosa, como deben ser las biografías (no es una típica y aburrida biografía inglesa, sino una biografía muy caribeña, de negra con balcón): no sólo está basada en hechos comprobables sino en versiones y chismes de los testigos de esta vida que ya es tan pública que en realidad uno parece estar leyendo algo que ya sabía, como sabe las noticias de las estrellas de la farándula…lo que es paradójico, pues GM se ostenta tímido cuando en realidad desparpajado, absolutamente seguro de sí mismo, fanfarrón, petulante, lo que no se le perdonaba en sus primeros años y ahora, que es más famoso que el papa y la Coca Cola, se le celebra. Entonces, tenía razón: aquel tipo de baja estatura, desaliñado, flaco, vestido de colorines, bigotón, que se atrevió a desafiar el protocolo de los reyes de Suecia, en verdad iba a ser lo que prometió desde chiquito: el mejor escritor del mundo. Gabo nació famoso y morirá famoso. Ese parece ser su destino, no sé si aciago o venturoso. Tomás Eloy Martínez registró esta frase que le escuchó a GGM: “Yo era famoso ya cuando me recibí de bachiller en el colegio de Zipaquirá, o antes todavía,  a Barranquilla. Fui famoso siempre, desde que nací. Pasa que yo era el único que lo sabía”.
Martin es un biógrafo crédulo o fingidamente crédulo, pero inteligente, lo que lo hace a él y a su personaje tan atractivos como los personajes de Faulkner. Eso de pensar que la mamá Grande es en el fondo una crítica a una Colombia incapaz de cambiar , “una furiosa reacción de García Márquez ante la situación nacional”, es bastante divertido pero incorrecto desde el  punto de vista epistemológico: la esencia  de este relato es una bella retórica, palabras, encanto, cuento de hadas: GM ha explotado la realidad para crear una fábula, lo que es coherente con su vida. García Márquez nunca ha querido dictarnos cátedra: lo suyo es contarnos cuentos que nos ayuden a conciliar el sueño. GM no ha querido explicar el  mundo sino explotarlo para alegrarnos la vida con sus fábulas y embelecos. Esto lo dije hace muchos años y lo sostengo: GM es un escritor de cuentos de hadas. (Esta idea la expresa Gerald Martin hacia el final de su libro: no sé si porque llegó a la misma conclusión que yo expresé en un artículo en 1983 o porque leyó mi texto y se apropió de mi concepto).
Hasta llegar a la página 311, en la nota de pie de página, me enteré que Martin no había incluido mi nombre en sus agradecimientos en el prólogo para llenar páginas, sino porque en verdad tuvo una entrevista conmigo. En efecto en 1993 estuve en la Universidad de Pittsburgh, donde dicté una conferencia sobre un tema diametralmente opuesto al que había ofrecido.  En esos tiempos Martin era profesor en esa universidad y yo un escritor que tenía éxito entre dos o tres académicos norteamericanos desorientados. El caso es que mi memoria no registraba ese encuentro. Sólo cuando leí la nota de pie de página comprendí por qué su cara de inglés agringado me era tan familiar
Inevitablemente me veo metido en este mundo de GGM cuando me encuentro en el libro con el nombre de Germán Vargas, uno de los siete sabios de  Cien años de soledad (a quien conocí cuando fui jurado del concurso Jorge Isaacs de Novela en Cali y quien me explicó que lo que yo estaba usando como cenicero ante las señoras organizadoras del concurso no era tal, sino un recipiente para mariscos); (Germán Vargas fue el primero en recibir el manuscrito completo de  Cien años años de soledad y el primer periodista en escribir en Colombia sobre mi primera novela, Breve historia de todas las cosas). Cómo no sentirme aludido por el libro de Martin si me encuentro  con el nombre de José Donoso (miembro del jurado mismo concurso, quien me habló con superioridad de Gabo, me reveló sus íntimos gustos por los mozalbetes (gustos de José, no de GGM, que sin duda debe preferir las mozalbetas, a juzgar por la cándida Eréndira, América Vicuña, las putas tristes y otras infantas de buen ver) … y me reprochó (Donoso) mis aires de donjuán (no olvido que a Donoso le subió la presión en una multitudinaria rueda de prensa y se atrevió a ironizar diciendo: “Parece que voy a cumplir mi sueño de morir ante veinte cámaras de televisión y frente a un público ferviente”). Me encuentro en el libro con Carmen Balcells, quien me ha representado tres veces y en las tres hemos terminado separándonos, más por mi ansiedad de ver mis libros publicados que por su voluntad (lo que me parece providencial: si Balcells me hubiera seguido representando no dudo que habría escrito  mucho menos y de menor calidad y ahora, a mis 61, en lugar de ser un  sano deportista, sería un anciano cacreco con todos los reumatismos y resabios del mundo).
Martin llama la atención en el libro sobre el vuelco de la actitud de GGM ante la fama: en la primera etapa de su vida, antes del la  eclosión de  Cien años de soledad,  la buscó casi con desesperación; una vez que la alcanzó, huye de ella al punto de no aceptar entrevistas. Esto es lo que mi mujer llama “el síndrome de la minifalda”. Las mujeres se la ponen y sin embargo se molestan porque les miran las piernas.
El libro es despiadadamente indiscreto: denuncia que GGM es una especie de garañón y que Mercedes es permisiva hasta el extremo; que GGM e incluso su esposa han abandonado muchas veces a sus hijos para dedicarse a viajar y a vivir los deleites de la gloria; muestra a un GGM tan obsecuente ante el poder, que se pasa meses enteros esperando una palabra de Fidel; afirma que GGM ha solapado a los presidentes de México incluso en asuntos tan graves como la matanza de Tlaltelolco y que tiene una particular inclinación a codearse con los poderosos de la Tierra. Y sin embargo, más que juzgarlo o condenarlo, Martin  simpatiza con su actitud. Hay con frecuencia alusiones al carácter mestizo de GGM, como si esto fuera un defecto. Hay una ligerísima veta de racismo en el libro de Martin, que es difícil soslayar.
No es estrictamente una biografía. Va más allá: entra en cada libro de GGM no sólo buscando los orígenes vivenciales de las anécdotas sino tratando de entender sus motivaciones políticas, su estructura, su relación con las obras anteriores, mostrando con ello que la obra biográfica es el resultado de una vida entera de dedicación a un  tema y no simplemente un trabajo académico que persigue prestigio efímero. Simpatiza con su biografiado, al punto de justificar, en aras del arte, algunas zonas oscuras: saca a la luz asuntos que sin duda molestarán a GGM y a Mercedes, como es el del aborto que sufrió Tachia –mujer de Gabo en Europa—, motivado en cierta forma por la irresponsabilidad de GGM; por una parte muestra a una Mercedes poco interesada en asuntos intelectuales y más adicta a las compras y las banalidades y por otra la muestra como una matrona de mano férrea, una administradora eficiente  y una auténtica madre telúrica tanto para su marido como para sus hijos.
Martin hizo con GM lo que ningún autor –a excepción de GM, supongo—quiere que sus biógrafos y críticos hagan: a partir de sus libros, sus declaraciones y de estudios de otros académicos y periodistas, descubrió las más ocultas debilidades del autor: su fobia a su padre, su debilidad por las mujeres, particularmente las demasiado jóvenes, su sentimiento de superioridad (petulancia, arrogancia… repiten una y otra vez sus fuentes)…, su timidez, su desfachatez y su ansia descarada de fama —en la primera etapa, cuando era pobre y sometía a su familia a los rigores de una vida de artista y bohemio--, su dependencia casi infantil de mujeres que han ejercido sobre él autoridad soberana (su madre Tranquilina, Carmen Balcells, su representante; también Tachia y Mercedes Barcha –esposa, sargenta, autoridad ejecutiva, mujer de poder… sin embargo condescendiente y dispuesta a sobrellevar todo para mantener viva la llama del artista e integrada a la familia). Martin pinta en GGM un carácter infantil, caprichoso, obstinado, dispuesto a salirse siempre con la suya –rasgo éste muy notable que GGM quiso hacer notar en Vivir para contarla, primer tomo autobiográfico en el que Gabito niño es el protegido de todo el mundo, el ungido, el elegido.
No hace mucho tiempo en estas mismas páginas de la revista Crítica hice una reseña de mi lectura de esta obra. Recupero algunas líneas: Primero que todo tengo que decir que Gabo —digámoslo en confianza, pues ya parece ser pariente de todos, una especie de papá grande o abuelo universal— cae de lleno y sin autocompasión en el abismo que todo libro de memorias bordea: el de la autoalabanza, y la glorificación. Dice que fue una  especie de niño prodigio, que recitaba poemas enteros del Siglo de Oro, que cantaba como un mirlo y pintaba como un Miguel Ángel; dice que sus títulos académicos le fueron otorgados por el don de su gracia y que terminó sus estudios con el pecho acorazado de medallas. Dice que era recibido en cantinas, burdeles y redacciones periodísticas con aplausos, con exclamaciones inverecundas (¡Ya llegó el genio! ¡Llegó el gran Gabo!) Cuando publica su primer cuento, el grande crítico Zalamea exclama “¡Con García Márquez nace un nuevo y notable escritor”.) Informa que no tuvo que hacer grandes esfuerzos en la vida porque tuvo amigos, y como dice un famoso filósofo de Guadalajara, los amigos son mejores que Dios. Dice que decían de él que su correspondencia la recibía en los burdeles y no en su casa familiar comme il faut; se autocondecora con el título de “veterano de tres blenorragias”. Dice que su primer premio literario no lo buscó sino que se lo ofrecieron. Dice que el mundo literario antes de él en Colombia estaba casi vacío...”
¿Qué hizo Martin en su libro? Simple y llanamente seguirle a Gabo el juego de la celebración sin límites, contribuir a cultivar el mito. Mis observaciones sobre  Vivir para contarla son perfectamente válidas para la obra de Martin: este protagonista de la obra biográfica escrita por el inglés está tan lleno de fanfarrias y timbales, se pinta a Gabo tan digno, incluso en los momentos de mayor miseria, que uno se pregunta si en verdad existe alguien a quien hasta los pecados y las lacras le sirvan de condecoración. Es claro que casi todo lo que ha escrito Gabo y casi todo lo que nos han contado de su vida es una fábula, un embeleco y que encontró a lo largo de su vida cómplices dispuestos a certificar sus fantasías.
“Si uno quiere ser escritor debe ser mejor que Cervantes”, ha dicho. No es un secreto que cada escritor y cada ser humano se crea y se cree su propia leyenda. La del Gabo ha ido tejiéndola él mismo y nos la ha hecho creer. Martin se ha constituido a partir de ahora en su corifeo mayor y no dudo que cosechará denuestos y descalificaciones: simpatiza demasiado con el protagonista de su novela, lo que le resta méritos, la rebaja a nivel de telenovela. Nos da solo una cara de la moneda (es cierto que le pone reparos, lo critica, a veces lo injuria… pero también es cierto que termina por discularlo…El arte, los momentos de encanto que nos ha dado con sus obras, bastarían pare merecerle el cielo. Tal parece ser su razonamiento de fondo.
Reproduciré otro párrafo de mi nota sobre Vivir para contarla:
Para quienes, como yo, no hayan quedado satisfechos con el primer volumen de sus memorias y para quienes ya saben que no vendrán los subsiguientes hay una consoladora noticia. Es una información que tendrán los lectores de Crítica como primicia mundial: Gabriel García Márquez está escribiendo, muy en secreto, sus verdaderas memorias, una obra de altísimo calibre en todos los ámbitos, en la que no dirá ni una sola mentira, no inventará la más leve fábula y con la que va a demostrar para siempre y de manera irrefutable, que la realidad supera a la más desaforada fantasía. Esta obra solamente será publicada de manera póstuma, pues contiene materiales tan extraordinariamente delicados, que harán temblar los cimientos no sólo de la literatura, sino de la humanidad en pleno. Tal obra sentará los cimientos de una nueva moral, una nueva política y una nueva forma de entender a las mujeres.
El anterior artículo fue publicado en el 2002. Hoy a  partir de una conversación con el gabólogo Fernando Jaramillo, me he enterado de que en efecto, las memorias secretas están escritas y guardadas en caja fuerte en Cartagena.
Que GGM recibió el Nobel frente a los reyes de Suecia en un atuendo que a los señores con trajes de etiqueta les debió parecerles piyama, que usó botas negras y prendió un enorme puro en plena recepción, fueron ocurrencias sublimes y salidas de contexto; que en sus discursos regañó a toda la civilización occidental y a Estados Unidos y se permitió alzar los brazos como si fuera  Kid Pambelé tras ganar el campeonato mundial … todo ello es reseñado por Gerald Martin con ecuménica comprensión y tolerancia: al fin y al cabo podía hacer lo que se le diera la gana: había escrito una novela comparable al Quijote.
Martin es un biógrafo que, a partir de un examen exhaustivo, y una imaginación diríase morbosa, ha llegado a reproducir no sólo hechos verificables, sino hipótesis, que en algunos casos podrían alcanzar la categoría de chismes:  escribe: “incluso ciertos teóricos de la conspiración  creen que desde entonces (GM y Fidel Castro) empezaron a subvertir juntos América Latina”; refiriéndose al célebre puñetazo que le dio Vargas Llosa a GM afirma: “Algunos dicen  que quiso consolar a la esposa de Vargas Llosa, aconsejándole  que iniciara los trámites de divorcio; otros dicen que trató de consolarla de manera más directa”. Es obvio que el “algunos dicen” corresponde a la categoría de chime, precisamente por el carácter anónimo de la especie.
Los capítulos dedicados a asuntos políticos muestran a un escritor preocupado por los problemas de América Latina y convertido en una especie de super consejero de presidentes, revolucionarios cubanos, chilenos, sandinistas, y transformado en una especie de Mesías o correveydile que batanea de un lado a otro tratando de arreglar los problemas de los presos políticos, de madres atribuladas y escritores en desgracia, que se entrevista con Fidel, el papa, los presidentes, reyes y embajadores de varios países.
Me consta que independientemente de las labores políticas muy difundidas GM emprendió campañas secretas a favor de algunos escritores menesterosos o conflictivos. Recuerdo particularmente –lo que naturalmente no está incluido en la biografía--, que GM sacó al escritor colombiano Magil, una especie de hippie internacional adicto a todas las causas de izquierda, de una cárcel de Europa; recuerdo que GM me salvó de una  fulminante expulsión de México, un fatídico 33, que me había anunciado Ruben Pabello Acosta, director del  Diario de Xalapa,  acusándome de escribir artículos que erosionaban la moral de prestantes damas locales de Xalapa, ciudad que me ha sufrido ya por casi treinta años. (Lo que casi nunca hizo fue ayudar a escritores de menor rango que él a publicar sus libros y a difundir la noticia de su calidad. A mí me dijo simplemente: “El día que yo hable bien de ti, te jodo la vida para siempre”).
Antes del capítulo final de la biografía hay un párrafo conmovedor que vale la pena reproducir:
(Gabriel ) Me miró y dijo:
--¿Sabes? A veces me deprimo.
--¿Tú, Gabo, después de una vida como la tuya? No es posible. ¿Qué razón puede haber?
Hizo un gesto hacia el mundo que se extendía más allá de la ventana (la gran vía urbana, la fuerza silenciosa de todos aquellos individuos corrientes que se dirigían a sus quehaceres cotidianos en un mundo que ya no le pertenecía), y  luego me miró de nuevo y murmuró:
--Darme cuenta que todo esto se acaba.
Que se nos acabe García Márquez será sin duda una tragedia de la que el mundo difícilmente podrá recuperarse. Nos queda la esperanza de que se publiquen  sus memorias secretas. Quizás opaquen a las de Puskin. Y lo más probable es que sus parientes las califiquen de apócrifas.
El Epílogo se ocupa de los homenajes que las personalidades más importantes del mundo le tributaron a aquella mamá grande —estuvieron en la última celebración en Cartagena cuatro presidentes de Colombia, el de Estados Unidos, el rey de España; sólo faltaron Fidel Castro, el papa y Dios (la ausencia de este personaje podría ser indicio de que Él no existe) —. Hubo  divertidos discursos y anécdotas. La asistencia de Gabo a tal evento fue la demostración de que para nuestro escritor era más importante el reconocimiento mundial que su necesidad de cursar en la intimidad la enfermedad que lo aquejaba y que ya estaba afectando gravemente su memoria. Allí estaba, vigilante, tolerante, condescendiente, Mercedes Barcha, como un cimiento: aparentemente invisible, pero tan fundamental que sin ella todo el andamiaje de aquel evento  —y del evento de la vida de Gabo— se habría venido abajo.
En este caso el terrible lugar común según el cual tras todo gran hombre siempre hay una gran mujer, se ha cumplido. Seguiremos esperando nuevas obras de nuestro Gabo. Si no es eterno, sin duda habrá por lo menos una tonelada de manuscritos inéditos escondidos en cajas fuertes de Cartagena, Barcelona, Bogotá y París,  y entre ellos estarán las memorias secretas, libro que de existir y de ser publicado podría arrasar con  la reserva de papel del mundo entero. ¡Larga vida al Papá Grande!
Marco Tulio Aguilera, 5 de abril 2010

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