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miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Para qué leer?

Marco Tulio Aguilera


Para consolarnos de la espléndida miseria de vivir una sola vida, con una sola esposa, con los mismos hijos de siempre, en el trabajo acostumbrado, para alimentarnos con los manjares más extraños y liberarnos de los vecinos latosos que miran con envidia nuestro pobre volkswagen e inventan chismes sobre nuestras costumbres más castas que la luna, para viajar sin pagar boleto alguno a las islas Fidji o a Katmandú y visitar las cumbres del Kilimanjaro y pescar ballenas blancas sin mojarnos, para disfrutar de  las más grandes pasiones sin sufrir sus consecuencias y sin que nos entren ganas de suicidarnos, para morir y resucitar impunemente y volar sin alas, para ser más sabios y más venales que Salomón, más felices que la felicidad más grande, para estar en una cárcel inmunda durante una vida entera sin padecer los ataques de las ratas y los mordiscos del hambre y los desasosiegos de la falta de amor, para abatir al enemigo con un papirotazo del índice contra el pulgar, para derrotar al tirano tiempo que pasa torturante mientras esperamos el autobús o la muerte de a  veras, para que los insultos y las injurias resbalen sobre nuestra piel de rinoceronte y podamos superar una gastritis, un cáncer o una suegra arrasadora, para tener argumentos contra los cobradores en tiempo de penuria y para conquistar a una mujer aparentemente inexpugnable, para conocer los más altos sortilegios del amor, las palabras más conmovedoras, las cumbres de la ironía o el despecho, para endulzar el café en tiempos de escasez  y sacar fuerzas de flaquezas y consuelo a la gordura irrefutable, para tener más argumentos que Quevedo sin sus lentes y poder defenderse ante los tribunales más arbitrarios, para abrir las puertas del sueño con un buen aperitivo, para vivir, en fin, a plenitud, sin limitarse a los estrechos límites del cuerpo y vivir mil vidas y amar a mil criaturas sorprendentes, para afrontar el trance final sin arrugar el ceño o pedir compasión a deidades mediocres o representantes vicarios, para eso, y para todo lo que falta, que no es mucho sino todo, para eso se hizo la lectura. Cuando lleguemos al instante del gran balance lo más probable es que el gran juez no nos pregunte “¿cuánto has pecado?” sino “¿cuánto has dejado de leer?”.

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