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lunes, 10 de diciembre de 2012

Opinión de mi compadre Magno Garcimarrero sobre Historia de todas las cosas

Antes: Lo que dijo Burgos Cantor en Bogotá
http://www.revistacoronica.com/2012/11/roberto-burgos-cantor-presenta-historia.html

Cuando se me ocurrió en mala hora pedirle a mi compadre Magno Garcimarrero --el único compadre que tengo en esta vida-- que presentara mi novela y le dije: Compadre, quiero que presentes mi novela, pero te pido que hablas mal de ella, quiero que le partas la madre porque estoy aburrido de tantos elogios, que además quizás ni siquiera sean sinceros, no sabía con qué iba a salir el tremendo compa. Y esto fue lo que dijo. 

Quiero sincerarme con el público y, como buen mexicano quiero decir que no creo que Marco Tulio Aguilera Garramuño sea buen escritor, ¡como puede serlo si es mi compadre! Si sé donde vive, si Lety, su esposa, es mi comadre y Sebastián su hijo es mi ahijado. Si nadamos en la misma piscina de barriada, o sea que somos renacuajos de un mismo charco. ¿Cómo puede ser buen escritor mi compadre, por muy Garramuño que sea?
            Historia de Todas las Cosas, de Garramuño, como su nombre lo indica… es muy difícil de leer, y muy fácil del entender. El autor, que tiene la buena suerte de ser mi compadre, como ha quedado dicho y repetido, ha inventado un nuevo idioma español para escribirlo, y debemos  darnos de santos que su genialidad tenga límite, que si se hubiera puesto a inventar un nuevo alfabeto, el libro sería imposible de leer lo que es fácil de comprender…
            No se trata de un documento breve, desde luego que contiene la historia de todas las cosas, es un libro al que hay que entrarle con harta paciencia y, sentado en el diccionario panhispánico de dudas, que seguramente no contiene ninguna de las palabras que se ha inventado mi compadre Garramuño, pero que por lo pronto nos permitirá levantar muchas veces nuestras asentaderas del diccionario, consultarlo, fracasar en el intento, y volver a sentarse en él resignadamente para continuar la lectura.
La primera versión de esta misma historia, la hizo Marco Tulio hace 37 años, se la editó entonces Plaza & Janes de Colombia, en tiempos en que mi compadre era un novel escritor en grado de tentativa. Esta nueva versión, que no tiene nada que ver con la primera, es la que le valió el comentario de su paisano García Márquez de: “…es lo mejor que has escrito, y quizá lo mejor que vayas a escribir en toda tu vida”. García Márquez lo sabe bien, porque a él le pasó lo mismo con Cien años de soledad.
Creo que ni el premio Nobel ni mi compadre hacen mucha gracia, porque nacieron y aprendieron a leer y escribir en el país en donde mejor se expresa y se escribe el idioma castellano: Colombia. Ahí se habla mejor castellano que en Castilla; la prueba está en los propios escritores mencionados, así como otros ejemplos: Álvaro Mutis, Fernando Vallejo, Porfirio Barba Jacob,  las piernudas de las telenovelas Café con aroma de mujer y Las muñecas de la mafia que trascurren en la pantalla chica haciendo alarde del bien hablar, entre montones de pesos y pezones, y que sólo basta hacer la versión mexicana para echarlas a perder, como ocurrió con el aroma del café que acabó siendo “La gaviota con aroma de sexenio”.
Los que tenemos el hábito de la lectura, presumimos de poder distinguir el estilo, el modo de escribir de nuestros autores favoritos, eso me ha pasado ahora con mi compadre de quien creo ser no sólo su mejor, sino su único lector. Leí el viejo libro de Breve Historia de todas las cosas y ahora el nuevo y no tan breve: Historia de todas las cosas. Me atrevo a afirmar que, aunque ambas versiones se refieren a la vida cotidiana de San Isidro del General, un pueblo colombiano de donde mi compadre es originario, y si no lo es, debiera serlo. He sentido digo, que el uso del idioma en el nuevo libro, igual que mi compadre, ya no es tan colombiano, está empapado de modismos mexicanos, me atrevería a afirmar que otros muchos son veracruzanos, y hasta tan jalapeños como los tlaconetes. Amén de las palabras inventadas cuya cantidad podría permitir hacer un gordo diccionario de neologismos garramuñescos, en honras del H.L., historiador literato, o más bien histeria-dor lito-orate, que no es un narrador, sino un ranador, para gusto y placer del atrevido que cometa la hombrada de comprar y leer el libro. Que finalmente, quiero decir, parafraseando al propio ranador Mateo Albán que en medio de sus tribulaciones nos advierte que en su libro se contiene “una ranación capciosa, personal e intransferible que en nada puede lastimar a un buen lector y menos a un donoso y próspero pueblo como San Isidro” y nos hace ver que “tiene el derecho de inventar lo que le venga en gana”, y el que quiera oír y leer, que oiga o lea, y el que no, que ponga a enfriar sus pelotas o el cofrecito de sus gustos” Amén.

Magno Garcimarrero.  Mayo 2012  

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