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lunes, 12 de marzo de 2012

Lo que escribió Guillermo Vega Zaragoza en Revista de la Universidad de México

Aguilera Garramuño: La risa libérrima Por Guillermo Vega Zaragoza

Así como se sigue considerando que todos los escritores mexicanos son hijos de Pedro Páramo, para muchos es casi ley que todos los escritores colombianos sean hijos de Aureliano Buendía. Pero en el caso de Marco Tulio Aguilera Garramuño (Bogotá, Colombia, 1949)no era para menos. En 1975, cuando sólo tenía 24 años, tuvo el infortunio de que su primera novela, Breve historia de todas las cosas la promoviera Ediciones de La Flor como que era mejor que Cien años de soledad y que Marco Tulio era un escritor mejor que Gabriel García Márquez pero sin bigote. Las coincidencias eran muchas (sin contar el hecho de que ambas fueron publicadas originalmente por editoriales argentinas): la historia de un pueblo y de sus pintorescos habitantes, el ánimo voraz de la novela total y una narrativa exuberante como la selva misma.

Sin embargo, en ese entonces muchos lectores se fueron con la finta. Ahora sabemos que Aguilera Garramuño no era ni es, ni por cerca, un seguidor del “realismo mágico”. Así lo demostraríacon su vasta obra posterior, que incluye más de treinta libros, los cuales han recibido diversos premios y reconocimientos, entre los que destaca el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí por sus célebres Cuentos para después de hacer el amor.

En el caso de su primera novela, se trató más bien de un ejercicio de parodia, pleno de humor, que se desdoblaba en una crítica más puntual a la idiosincrasia de los pueblos latinoamericanos, retratando sus lacras, infortunios y desatinos, pero pocos parecieron entender el chiste.Uno de los pocos que apreciaron con justeza la apuesta fue ni más ni menos que Seymour Menton, quien señaló en La novela colombiana. Planetas y satélites (FCE, 2007): “Breve historia de todas las cosases una especie de parodia deCien años de soledad, que se distingue de su modelo por el tono predominantemente humorístico y por su afiliación con la novela autoconsciente, o sea la novela estilo Rayuela que comenta su propio proceso creativo”. Luego de hacer un análisis comparativo puntual y detallado entre las dos obras, Menton concluye: “Aunque no tenga las dimensiones universales y trascendentes deCien años de soledad, la novela de Aguilera Garramuño es de mayor magnitud que todos los otros satélites macondinos de la última década”.

Pero treinta y seis años después, Aguilera Garramuñodecidió trabajar de nuevo sobre esa primitivaexperiencia. Ahora la ha rebautizado comoHistoria de todas las cosas que es —y no esal mismo tiempo—una versión corregida y aumentada de aquella primera incursión novelística. Lo es porque conserva gran parte de las anécdotas que tienen como escenario el poblado imaginario de San Isidro de El General, ubicado en Costa Rica, y aparece la galería de personajes ya conocidos, una inacabable corte de los milagros que ya poblaba las páginas de la alucinante narración original.

Y no lo es porque, ya desde el título, el autor ha decidido hincar aún más sus sardónicos dientes. Ya no se trata de una “breve historia”: se trata de “Lahistoria” de todas las cosas. Ha llenado huecos, ha introducido nuevos personajes, ha replanteado escenas y descripciones, la ha aumentado hasta sobrepasar las 500 páginas, proponiendo al lector una experiencia literaria renovada. En efecto, esta reciente versión se lee de manera diferente y sobresalen en ella, ya sin tomar tanto en cuenta la impronta macondiana, los mejores artilugios con los que siempre ha contado el autor, como lo ha demostrado en otras novelas comoMujeres amadas, Las noches de Ventura, La pequeña maestra de violín y La hermosa vida.

A la manera de Rabelais, en Historia de todas las cosasAguilera Garramuño ha realizado“una obra basada en la risa que degrada, corporiza y vulgariza ante la imposibilidad de llegar a la verdad con certeza”, como ha dicho Diógenes Fajardo, a propósito de Gargantúa y Pantagruel. En el mismo sentido, Mijaíl Bajtin ha señalado que Rabelais rechazó los moldes literarios de su tiempo“mucho más categóricamente que Shakespeare o Cervantes, quienes se limitaron a evitar los cánones clásicos más o menos estrechos de su época”. En Rabelais, dice Bajtín, “no hay dogmatismo, autoridad ni formalidad unilateral”. Las imágenes rabelesianas son “decididamente hostiles a toda perfección definitiva, a toda estabilidad, a toda formalidad limitada, a toda operación o decisión circunscritas al dominio del pensamiento y la concepción del mundo”.

Así Aguilera Garramuño en este libro desternillante, libérrimo, totalmente disfrutable. Como Rabelais, se ha resistido a ajustarse a los cánones y reglas del arte literario dominantes, tal cual lo señala el propio narrador de la novela: “Tengo, amigos, el derecho de inventar lo que se me de la gana. Fácil, en la tramoya literaria todo se puede, hasta lo que no se puede. El que quiera oír o leer, que oiga o lea, y el que no, que ponga a enfriar sus pelotas. En lo que escribo, señor orate, soy rey soberano, dios y el mundo se callan.”

Marco Tulio Aguilera Garramuño. Historia de todas las cosas. Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, México, 2011. 515 pp.

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