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lunes, 14 de noviembre de 2011

Óscar de la Borbolla habla sobre Mujeres

En el local de la Editorial de la Universidad Veracruzana Óscar de la Borbolla presentó la 3a edición de Mujeres amadas... Así...

Yo no tuve juventud, quiero decir que me la pasé en blanco, e igual se me fue la niñez. Ya con el tiempo me hice de una infancia gracias a Mark Twain y fui, soy, Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Mis años párvulos los envenené con poetas a quienes no entendía y, luego, cuando lo reglamentario era andar corriendo detrás de las minifaldas,  yo andaba, literalmente, corriendo enfrente de los granaderos. Mis orgasmos mayores de estos años se los debo a Bakunin, Kropotkin y otros anarquistas. Dios y el estado o La conquista del pan fueron las obras que me llenaron el corazón de llamas y la cara de acné. De ahí que me haya costado trabajo conseguirme una juventud que cuadre a mi nostalgia. Salinger con su El guardián en el centeno casi me la brinda; pero no me gusta su minimalismo léxico, es bueno, pero no acepto que mi juventud sea redactada por un periodista plano y llano, podrá parecerles chocante, pero (y esta es mi verdad: la que marca mi gusto) Salinger maneja en ese estupendo libro menos vocabulario que el que yo tenía a la edad de su personaje. La vida de Holden Caulfied, sus cuitas y pesares, no obstante, los reconozco como míos y se los debo a Salinger.
Otro que también me procuró una juventud fue Fernando del Paso con su Palinuro de México, en esta novela sí que sobra el vocabulario, el vocabulario y los datos, quiero decir que es lamentable que un poeta de los vuelos de Del Paso no se haya autoliposuccionado, pues los amoríos de Palinuro con su prima Estefanía y las aventuras con el primo Walter y, en general, todo lo que es acción, poesía y no datos es una verdadera maravilla. En el Palinuro también encuentro recuerdos que, a falta de una juventud propia, he hecho míos. En Del Paso está el desmadre juvenil y la vida y la imaginación como a mí me habría gustado tenerlos y vivirlos. Lástima, insisto, que sea una obra elefantiásica a la que sobran algunos centenares de páginas.
 Hay entre los forjadores de mis recuerdos juveniles uno al que no encuentro ni una sola verruga: Ignatius J. Reilly, el personaje de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, esta es una obra a la que no le falta un gramo ni le sobra un pelo, pues es... dejemos a un lado los modales literarios y  digamos una vez siquiera un superlativo bien puesto, es una hiper chingonería de novela. Ese loco de Ignatius soy yo con su píloro mal puesto y su gorra de cazador y sus cuadernos Apache llenos de idioteces, creo que no hay retrato más acabado de la vida juvenil. En La conjura de los necios, se siente todo el despropósito, el desenfado, la ligereza y la gravedad de esos años. Gracias a Kennedy Tooole tuve juventud, mi memoria guarda aquellas escenas con más brillo que los años estúpidos de mis estudios de filosofía y toda aquella pérdida de tiempo que me ha hecho repetir mil veces, como mantra, lo que dice un personaje de Proust en Por los caminos de Swam: "y pensar que desperdicié los mejores años de mi vida con una mujer que ni siquiera era de mi tipo."
 Y hay otro más que me resarció de la juventud que no tuve: Roberto Bolaños con su obra Los detectives salvajes, aunque a mi gusto se extravió haciendo alarde de un virtuosismo con la polifonía. También a Bolaños debo la recuperación de mi juventud y máxime que precisamente él novela los años contemporáneos de los años míos que perdí.
No tuve, pues juventud y por eso, con sus altibajos, amo los libros que he citado y los traigo a colación aquí, porque es precisamente entre estos autores y entre esas obras donde quiero ubicar Mujeres amadas de Marco Tulio Aguilera. Ventura, el personaje central de esta novela pertenece a esta pandilla de jóvenes que me permiten vivir la que hubiera podido ser mi vida y no lo fue. Y por eso, sin ningún empacho, declaro que Mujeres amadas de Marco Tulio me ha regalado otra de las que sí habrían podido ser mi juventud. Ahora no tengo cuatro, sino cinco novelas para apropiarme de mí mismo.
¿Qué es lo primero que me gusta de Mujeres amadas? Pues obviamente la edificación de un clima desparpajado y juvenil: Ventura, presenta y representa una obsesión cuasi animal por el sexo y es, a la vez, capaz de idealizar hasta las cimas del amor platónico a Irgla, el personaje antagónico y primera interlocutora de esta obra que parece estar contada exclusivamente a ella; los disparates de Ventura y su pasión por Irgla me recuerdan el amor de Palinuro por su prima Estefanía: ese castigo que inventa Marco Tulio para Ventura de obligarlo a pasar 7 días sin poder levantar la vista para ver a Irgla, más los 7 días de dormir vestido junto a ella, más los 7 días de dormir desnudo junto a ella y en todos los casos sin poder tocarla, me evocan la locura de Palinuro y Estefanía cuando, creyendo que está enfermo, se llevan al espejo de paseo por las calles de México.
Otro aspecto que me gusta de la novela de Marco Tulio es el retrato de los dos personajes principales: Ventura, ese jovenzuelo contradictorio y desmadroso, consigue a lo largo de las páginas volverse un personaje de carne y hueso y lo logra a tal grado, que es imposible no creer que se trata del propio Marco Tulio; aunque yo en lo personal creo que Marco Tulio se ha disfrazado con la piel de Ventura y, que a estas horas, supongo, que a él mismo le resultará difícil distinguirse de su personaje, que es personaje-narrador y personaje-autor. En Mujeres amadas todas las distancias han desaparecido para dar a Ventura una realidad tal que lo saca del mundos de los seres de ficción para traerlo a este mundo donde parece estar vivo y coleando.
El grado de realidad que alcanza Ventura en la impresión del lector, es la misma que la que llega a tener Irgla: ella también se siente de carne y hueso: se comporta como una mujer, aunque como una peculiarísima mujer. Yo como lector sentí que la conocía y, ahora mismo, estoy convencido de que Irgla está en esta sala escondida, riéndose por dentro de todos nosotros, sin que podamos identificarla.
Me gusta también la sabiduría amarga y rasposa que destila esta novela. Los ejemplos están en todas las páginas, desde el principio, cuando el Big Ben --un samaritano mitómano, un celestino negro-- quiere ayudar a Ventura llevándolo con Mary Lou, mujer que supuestamente está enamoradísima de Ventura y que obviamente ni lo conoce y que cuando es forzada a recibirlo debe de contener el asco que le provoca para no vomitar, hasta casi el final cuando Ventura dice: "no te parece terrible que las verdades de nuestras propias vidas no las hallemos en las obras maestras sino en películas insulsas y canciones cursis" (p. 170); de un lado al otro campean este tipo de frases o de anécdotas que dan cuenta de que Marco Tulio ha pensado en la vida y lo ha hecho bien.
Y Mujeres amadas me gusta porque, más allá de esa coherente visión desencantada de la vida, contiene, como en toda obra que auténticamente me gusta, pasajes que consiguen estremecerme, que me obligan a experimentar un sentimiento. En la novela de Marco Tulio hay muchos momentos de este tipo, pero sobre todo uno que me atrevo a calificar de sublime: cuando y Ventura e Irgla se acuestan por fin, cuando se acuestan por primera vez. Esta escena no solo hace visible una relación sexual que convierte al lector en vouyerista, sino que permite palpar el amor que en ese momento están sintiendo los personajes y, simultáneamente, sin que esta vivencia se perturbe, uno también se entera de lo que piensa el narrador que va intercalando sus reflexiones (pp 90-93).
Hay otros aspectos que seguramente serán muy elogiado por la crítica académica cuando ésta se dé permiso de salir de su encierro, concediéndose la oportunidad de leer a un autor disfrutable como Marco Tulio Aguilera, me refiero a la dislocación de la línea temporal y espacial que Marco Tulio lleva a cabo en esta novela, y no sólo eso, sino también a la dislocación de la voz narrativa, pues Marco Tulio disgrega la narración mostrando un dominio de las técnicas de la novela moderna. Esos alardes a mí no me gustan, pero los aprecio. Y me desagradan porque ponen a prueba mi capacidad gestáltica, porque me ponen a trabajar, porque me quitan el gusto de dejarme ir, sin más, en la lectura. Con todo, en Mujeres amadas se consigue un manto que envuelve al lector, que lo envuelve como mundo. Aunque yo, como he intentado explicar disfruto más los mantos sagrados de la tradición lineal y no las túnicas de retazos por muy bien cosidas que estén.
Me congratulo, en suma, por haber leído Mujeres amadas, y agradezco públicamente a Marco Tulio por el regalo que sin saberlo me ha hecho: tengo, gracias a él, una nueva ruta para reconstruir mi juventud perdida.
Xalapa, a 2 de septiembre de 2011.

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