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jueves, 12 de mayo de 2011

RUBEM FONSECA

RUBEM FONSECA: EL VIEJO MÁS SIMPÁTICO DEL MUNDO
Rubem Fonseca es el viejo más simpático que he conocido en mi vida. Simpatizaba con el muchísimos años antes de conocerlo en la Feria Internacional de Libro de Guadalajara (¿2008?). Sus libros me parecieron siempre de un atrevimiento supremo,  pero de una naturalidad asombrosa. Ese mismo atrevimiento se manifestó en Guadalajara, donde leyó ante un público multitudinario que incluía empringotadas damas, jóvenes universitarias y gente de toda laya y condición  un texto que haría sonrojar al  Marqués de Sade. Lo leyó con tal gracia y sencillez, sin dramatismos o sofisticaciones, que todos y todas cuantos lo oyeron quedaron subyugados. Cuando fui presentado a Rubem Fonseca, dijo algo que nunca olvidaré y que recuerdo como una de las más altas condecoraciones de mi vida: “¿Eres Marco Tulio Aguilera?... Desde hace muchos años soy lector tuyo. Todo lo que haces me gusta”. Por un instante quedé lelo. Luego me dije: “Esto no se puede quedar así. Necesito testigos para que no digan que soy un mentiroso cuando yo diga lo que me dijiste”.
Llamé a un testigo muy cercano a mí, mi querida L,  y le pedí a Rubem que repitiera lo que acababa de decir. Lo repitió con toda naturalidad. Fue entonces cuando me atreví a abrazarlo y le hice una confesión: “Pues si tú lees lo que yo escribo, yo plagio lo que tú has escrito. Incluso te puedo decir el nombre de un cuento mío que fue escrito a tu manera: se llama El suave olor de la sangre; con él se ha hecho teatro y cine, narración oral y programas radiofónicos”.
Mi contacto con Rubem Fonseca no fue más allá. Al viejo se lo llevaron casi en andas sus cicerones. Entendiendo esto como un  asunto perfectamente natural lo vi alejarse. Me dejó un libro suyo dedicado. Bajo su firma colocó su dirección electrónica, escrita de forma tan abstrusa que no pude descifrala… Además el libro lo perdí en el viaje de regreso a Xalapa (o el Moch, compañero de viaje, se quedó con él, no sé).
Antes de despedirme del hermoso viejo, le robé un beso a su acompañante, su secretaria o su amada, una chica que tendría acaso 20 años, pero tan brasileñamente hermosa y pizpireta que no pude hurtarme de mirarla de soslayo y peligrosamente, pues mi dueña estaba a mi lado con la espada a medio desenvainar.
¡Qué diferencia la de Rubem Fonseca con respecto a García Márquez, que escatima sus elogios con el pretexto de que no quiere perjudicar a nadie! De Rubem Fonseca hace muchos años traduje un cuento que se llama “El campeonato de conjunción carnal”. Fue publicado en la revista El Cuento, de Edmundo Valadés, luego en La Palabra y el Hombre y luego en una antología de la Universidad Veracruzana. Le dije a Rubem que me parecían infames las traducciones que se han publicado de sus libros en México, le ofrecí mis servicios, dijo que podíamos hablar sobre el tema. No lo he vuelto a ver, pero lo sigo leyendo. ¡Qué mal escribe Rubem Fonseca, qué descuidado, pero qué bien se lee!

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