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sábado, 12 de enero de 2013

Rumbo a Costa Rica


Octubre de 2010. Y hoy martes voy rumbo a Costa Rica acompañado por LL, que desde hace varios años va conmigo como una sombra protectora a todas partes. Y va conmigo desde que se enteró que tuve una grotesca aventura en, bueno, sigamos: El año pasado estuvimos en Medellín casi quince días pero no conté bien la experiencia, pues hubo asuntos desagradables en ese viaje que preferí por una vez guardarme. Recibí, eso sí, el afecto de mucha gente y supe que había personas que leían mis libros y que incluso se sabían mis cuentos de memoria. Lo que soy el día de hoy, bueno, malo y más o menos, productivo, feroz, crítico, vanidoso, voluntarioso, admirador de la belleza, lector voraz, estudioso de todo lo existente, aventurero, soberbio, buena gente, honrado, sincero –eso digo yo, habrá que ver qué opina le gente--, todo lo que soy tuvo su semilla en un pueblo-ciudad de Costa Rica que se llama San Isidro de El General: allí tuve todos mis estrenos, incluyendo uno fundamental en el Bar Tico, leí todo Dostoievski, Miller, las Mil y una Noches, Vargas Vila, recibí clases de Vilma Alfaro de Vega y de don Danilo Salas y de Lindor, allí gané mi primera carrera atlética compitiendo ni más ni menos que contra Rafael Ángel Pérez, allí tuve una existencia silvestre perdido como un pastor de Garcilaso en las vegas del río y conocí a mujeres asombrosa e inconcebiblemente hermosas. Allí comencé a escribir y gané mi primer concurso con una Biografía de Beethoven: el premio fue escuchar la Novela Sinfonía en el Teatro Nacional de San José (recuerdo que la escuché en el gallinero del Teatro, enfundado en un traje de paño negro grano de pólvora que me regaló el señor Rossi, dueño de la fábrica de fideos en donde trabajé empacando tallarines; recuerdo que mi madre recibió el traje de regalo y le pidió a un sastre que lo redujera para que se ajustara a mi cuerpo de quince flacos años). Y a ese pueblo-ciudad es a donde voy a ir a dar conferencias sobre la novela que escribí hace más de 35 años, una novela en la que yo describía a las lindas putas y al sargento y a las bellas, y al padre Coto y a don Danilo y a la Sietecolores y a la Musoc … Esa novela fue publicada por La Flor en Buenos Aires, tuvo una edición de 25 000 ejemplares en Colombia, le gustó a García Márquez, recibió el Premio Aquileo J. Echeverría, fue declarada novela post moderna y fundadora del post boom, fue criticada, censurada, alabada, acusada de plagio, el título de la obra –Breve historia de todas las cosas—fue usado por un filósofo norteamericano de apellido Wilbur y de nombre Ken, que según parece ha tenido buen éxito… Y por esa novela es que ahora estoy regresando a San Isidro de El General y a Costa Rica. Me encontraré con muchos buenos y viejos, bastante viejos, amigos… Y tal vez con unos cuantos enemigos que consideran que insulté en la novela a sus nietos, a sus padres… pero bueno: ¿cómo puede uno pasar por la vida sin levantar polvo? Traje Necrópolis, la novela de Santiago Gamboa, para terminar de leerla, pero no ha habido condiciones. Todo el tiempo lo hemos pasado: sentados viajando, comiendo, hablando, dormitando, mirando revistas de estupideces. Espero que en este viaje de conferencias no me cargue el cuerpo con unos kilos de más y que después tenga que sufrir para bajarlos... o simplemente deba aceptar la derrota y cambiar de talla. Ahora escribo en Heredia. Una conferencia formal “Escenas de amor y eros en la obra de García Márquez”. Hice lo que no acostumbro: leer la conferencia. Aunque había olvidado los anteojos traté de descifrar lo que había escrito en Xalapa. Bizqueando salí airoso del asunto. Luego hablé de forma rápida sobre mi presencia en Costa Rica. Mi maestro, mi gran maestro, Faustino Chamorro, hoy profesor emérito de la Universidad de Costa Rica, me llevó al hotel varias fotos viejas y dos severos tomos en los que se sintetiza su erudita aportación a la cultura tica. Me regaló una corbata segoviana, una especie de cordón con un emblema de oro, que se ciñe en torno al cuello. Vi mucha emoción en él, gran modestia, aunque es el gran maestro no sólo de San Isidro sino de Costa Rica. Mucho de lo que soy se lo debo a él, a su erudición, buen humor, energía superior, a su espíritu luminoso y generador de luz, a su creatividad y en cierta medida a su sentimiento de superioridad sobre el mundo que lo rodea. Luego cominos arroz con pollo, la comida que los ticos comen en todos los eventos. En Costa Rica se come arroz con pollo o gallo pinto al desayuno, almuerzo, en los matrimonios, bautizos y todos los grandes eventos. ¡Pura vida! Después el viaje bordeando la ciudad de San José por lo de una restricción vehicular, colinas suben y bajan, calles tortuosas, laberínticas, trazadas sobre paisajes de belleza apasionante. Luego hicimos el viaje a San Isidro de El General, mi pueblo y el espacio donde se desarrolla mi primera novela, por la carretera en la que hace casi cuarenta años, cuando era un adolescente flacuchento y fanfarrón trabajé como timekeeper. Gran emoción recorriendo mis viejos territorios. San Isidro de El General ya no es el pueblo de 6000 habitantes que habité hace décadas sino una ciudad de más de cien mil, con malls, una gran autopista que ya tiene 70 muertos por mes, infinidad de deslumbrantes iglesias de sectas extravagantes, varias universidades, muchos edificios nuevos, pero, sigue siendo una ciudad llena de mujeres de belleza que causa espanto a los hombres e infarto a las esposas y con una enorme cantidad de prostitutas. Mario, nuestro conductor y guía, nos señaló una puertita, apenas a ciento cincuenta metros de la catedral. Frente a ella había una fila de ancianos como la que se haría en México para comprar tortillas. Sentada en el quicio de la puerta una bella chica de ojos verdes, que apenas tendría 17 años. Esa es la que se llama La Casa de Los Viejitos, dijo Mario, se atiende solamente a ancianos. Son campesinos que vienen de la montaña a buscar su dosis de placer. La puticas los atienden a bajo precio en cuartitos minúsculos en sesiones de diez minutos máximo.

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