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martes, 4 de diciembre de 2012

La serpiente sin ojos de William Ospina

Hace algunos años escribí un ensayo que llamé “El Amazonas de William Ospina” (http://mistercolombias.blogspot.mx/2010/11/el-amazonas-de-william-ospina.html). Hoy, que he terminado la lectura de La serpiente sin ojos (Literatura Mondadori, Colombia, 2012), tercera novela de la serie que William Ospina ha dedicado al Amazonas, me parece que lo que escribí no sólo sigue vigente como promesa sino que se ha cumplido: “…tras una visita personal al Amazonas (que me sirvió para terminar mi novela Agua clara en el Alto Amazonas), donde fui consciente de su majestad y del poderío de la naturaleza y del sentimiento de indefensión que se apodera del viajero ante la soberanía de la selva, no puedo menos que asombrarme ante la magnitud de la hazaña emprendida por Pizarro, Orellana, Ursúa y Lope de Aguirre, auténticos héroes, seres de dimensión casi mitológica, en general despiadados, a veces compasivos, los unos adoradores de la naturaleza, los otros descarados perseguidores del brillo del oro, depredadores de todo lo que pueda parecer ajeno, extraño o diferente. Y tampoco puedo evitar asombrarme ante la hazaña narrativa emprendida por William Ospina: una saga sobre los esplendores del Cuzco, la Amazonia, la sabana de Bogotá, las hazañas que motivaron aquellos paisajes que no volverán y los hombres que las acometieron y disfrutaron. No sólo el poder narrativo de Ospina es admirable sino la serena poesía que emana de la prosa de quien fuera considerado uno de los poetas más interesantes de Colombia actual y que ahora, considero, debe ser colocado al lado de los grandes narradores”. Hoy, frente a La serpiente sin ojos, cierro el ciclo de escritura y reflexión que ha suscitado en mí la obra (magna obra, sin ambages, hay que decirlo, de Ospina): crónica de un sueño, de la búsqueda y pérdida de El Dorado, historia de amor de un rufián seductor y despiadado, narración de una expedición maltrecha, en la que Ursúa lleva a su mujer, Inés de Atienza; lleva también a cientos de indígenas; lleva numerosas balsas y canoas, bergantines, chatas, cerdos, perros, caballos; se hace acompañar por cientos españoles, y entre ellos por Lope de Aguirre, que a su vez lleva a su hija amada. Es una expedición mal armada desde el principio, plagada de personajes insidiosos y llenos de rencor, envidiosos. Inés y Ursúa, a lo largo de la desafortunada expedición, que parecía destinada a fracasar desde el inicio, exhiben inverecundamente sus lujurias en las soledades de las noches amazónicas ante una horda de hombres atacados por los ardores propios de las prolongadas abstinencias. Tras una tormenta que cegaba el mundo y hacía perder toda esperanza, llegaron a la región de Machifaro: Una tierra de indios desnudos que se pintan los cuerpos de colores vivos, y sólo llevan collares de semillas rojas y adornos de plumajes. El que narra la historia de la expedición es Fray Gaspar de Carvajal, quien acompañó y cronicó la primera expedición de Orellana en la que se recorrió todo el río Amazonas, desde sus fuentes primarias, hasta desembocar en las bocas en el Atlántico en Brasil. (Ospina usa las crónicas históricas para alimentar su novela y al lector de novelas no se preocupa de si fue fiel o no). El asesinato de Ursúa, perpetrado por diez conjurados con espadas, puñales y floretes, es memorable, y evoca el atentado de Bruto contra César. También es memorable el destino final de su cadáver: No hubo féretro, ni honor ni ceremonia. Bajo rezos susurrados su cuerpo entró a la selva para volverse musgo y agua, y el alma no encontró ángeles entre los árboles gigantes sino alas de guacamayas, silbos de pájaros. También Inés de Atinza cae, tras huir a la selva con sus doncellas, perseguida por lebreles de Lope de Aguirre, el traidor contrahecho. El final de Inés tiene la altura de una tragedia shakespeariana: Nosotros la encontramos después sobre el suelo de hojas descompuestas y entre el cerco de árboles silenciosos, vimos su palidez y su resignación a la muerte. Yo vi en su rostro que no sabría cómo encontrarse con Ursúa en la noche del musgo, después de haberse aferrado a su asesino, pero sé que el amor resuelve de otro modo las cosas, y que en la soledad de la muerte los amantes que estuvieron juntos siquiera un instante sabrán acompañarse para siempre. Luego la novela recupera el relato del resto de la aventura que llevó al traidor Lope de Aguirre a seguir la expedición: Nosotros seguimos todavía muchos meses bajo la locura tenebrosa de Aguirre, cada vez más infame y más cruel. Aguirre termina acuchillando a su propia hija antes de ser derribado por dos disparos de arcabuz. El protagonista del final de la novela resulta ser Lope de Aguirre (sobre quien ya tanto se ha escritor, filmado, comentado, particularmente a partir de la película de Herzog, inolvidable): … no se lo llamó tirano por ser tan sanguinario, pues derramar sangre era el oficio de aquellas expediciones: lo que le ha dado su leyenda y su sombra es haber sido el asesino de 72 españoles y haberse atrevido a alzar su voz contra la corona. La leyenda de El Dorado (una de las grandes leyendas de la historia universal, que compite en prestigio con la leyenda de la Atlántida) cobra vigencia con las tres novelas de William Ospina: Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos. Me parece un proyecto novelístico que merece los más altos reconocimientos. Sólo le hallo dos defectos: los poemas que separan los capítulos (que me parecen accesorios y desechables) y… el hecho de que la trilogía se cierre, dejándonos con la nostalgia de lo que podría ser o seguir siendo.

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