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jueves, 18 de octubre de 2012

Página 914: Seguro Social, Nabokov y las niñas



MT con la poeta Tishani Doshi en el Hay Festival Xalapa 2012
 
(12 horas y 45 minutos en la sala de urgencias con mi querido Gato, el gato humano, mi hijo menor, que regresó anoche a casa tras jugar fútbol con esa vehemencia verdaderamente suicida que lo embarga,  brincando en una pata, le envolví el tobillo en hielo, le di Ketorolako y supuse que amanecería bien. A las cuatro de la mañana me despertó L: Vamos al hospital que el Gato está mal, dijo, y allí fuimos: 12 horas y 45 minutos de espera: realidad mexicana, mujeres embarazadas con la cara manchada, apuñalados, una multitud durmiendo en los pasillos. Suciedad y pobreza, pueblo humillado, resignado, trasnochado y sin más esperanza que regresar a casa con unas pastillas de regalo. Nuestro Gato probó la realidad mexicana porque su nuevo trabajo en el banco le exige utilizar el Servicio Social. A cambio de las horas muertas en la antesala intenté leer El mal de Montano y fracasé, luego leí casi completo en un deslumbramiento feroz , feliz e inusual  El encantador. Nabokov y la felicidad,  libro de la grácil Lila Azan, escritora iraní, recién conocida en el Hay Festival . La realidad con su sucios frutos a cambio de la carne que nos tienta con sus dulces frutos,  quién lo dijo. Las niñas de Nabokov: Zina, a la que conoció, como Poe a su Anabel Lee, junto al mar; Colette, amiguita a los nueve años, cómplice en la caza de mariposas; Louise, escandalosita y llamativa; Polenka, hija de un cochero, a la que sólo vio de lejos, como Dante a su Beatrice; Tamara, la de ojos eslavos, que le dio entrada al jardín de la cruda voluptuosidad.  Todas las niñas que luego dieron vida a Lolita y a Ada, impúberes y sabias. Azam, la escritora iraní revive las novelas de Nabokov con pasión auténticamente rusa, pero con una sutileza y una discresión de hurí del Jardín de Las Hespérides.)
 16 de marzo de 1982.  Firmé contrato con Editorial Oasis para publicar  Paraísos  hostiles , la novela de Monterrey y la casa de Bartola (y hoy, 18 de octubre de 2012,  precisamente, al entrar en el baño del Mercado La Rotonda, tuve una visita olfativa fulgurante, como la de las margaritas de Proust, al ambiente de la casa en Julián Villarreal 218 Norte y más ceñidamente a lo que llamábamos los 30 habitantes “la cámara de gas”: ese inconfundible olor a orines, colillas de cigarros humedecidas, desinfectante y sudor humano). Serán 5000 ejemplares. Ni un centavo de adelanto. Y sin embargo me digo: ahora puedo estar tranquilo y dedicarme a… la novela de amor, si es que la vida y mi flébil voluntad lo permiten.

21 de marzo.  Yacía  en el sillón con la cabeza apoyada en su brazo derecho, La cabeza descuidada sobre el dorso de la mano. Su cuerpo estaba deliciosamente abandonado. Una pierna descansando sobre la otra. No le interesaba el mundo. Tenía la deliciosa languidez de las niñas de Nabokov. Esa languidez que da el sueño a los dieciséis. Se apellida Paisajovich, es hija de un biólogo argentino. Sólo eso supe. Le escuché un comentario inteligente. Regresé a casa y leí La novela de Violeta, que se atribuye a Víctor Hugo, Gautier y Maupassant. ¡Una erección de hora y media! (A la Paisajovich no la volví a ver jamás. Supe que huyó de su padre para casarse con un rastacuero cantante de música latinoamericana). Prometí no escribir nada serio durante un año y sin embargo me rascan las verijas por las ansias de escribir una novela tan fuerte, tan intensa, que sea insoportable su lectura. ¡Fuera máscaras! La bestia se desnuda y se sienta a escribir. Escribir mis amores con Kari, con Egle, con mi balletista (nunca hubo tales amores, simplemente pasaron a mi lado como cometas o aerolitos, maduraron y se perdieron en la noche de lo que nunca fue, se extraviaron en universos paralelos, que sólo se habrían materializado si hubiese escrito sobre ellas. Escribir es crear mundos paralelos. Obvio pero irrefutable).



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