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martes, 11 de septiembre de 2012

PARAISOS HOSTILES: LA NOVELA FRACASADA


Como no encontré la portada de
Paraísos hostiles subí  la de
Las noches de Ventura,
casi contemporánea
Domingo 21 de diciembre de 1981.  Me pongo mi equipo de campeón olímpico de la Colonia Burócratas Federales. Tres kilómetros de trote hasta la cancha. Básquet bajo un sol yucateco. Cervezas bajo los árboles con los maleantes de Economía, los que me atacarón en masa hace un año. En el café de 7 a 10 pm. Regreso a casa. Primera vez que enciendo la TV en cuatro meses. Poco, aparte de la incomparable naturaleza verde, me puede ofrecer esta ciudad de niebla casi eterna. Me masturbé fríamente después de escuchar la voz de la señora Bárbara por el teléfono. Después leí y escibí lo siguiente: He terminado de leer  La colmena.  Cela es implacable, tan inhumanamente humano que uno se pregunta si un ser tan acerbo puede ser feliz. Un ser con ojos, con ojos, más que con imaginación. Que no hace concesiones a nadie ni se inclina hacia ningún ismo que no sea la plana, redonda, redomada riqueza y patetismo de la realidad. Hay que haber visto, vivido, gozado y sufrido, sobre todo hay que haber sido despiadado e impertinentemente curioso para escribir un texto como  La colmena. Cela lo publicó a los 35 años. Lo trabajó durante cinco años. Dice en el prólogo de la primera edición: Esta novela mía no aspira a ser más -- ni menos, ciertamente— que un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre.
            Y hoy, 32 años después, mientras estoy escribiendo esto me doy cuenta de que en la novela que por entonces tenía en proceso, Monterrey, Así es la vida, finalmente publicada bajo el título de  Paraísos hostiles, de alguna manera quise repetir el proyecto de Cela: mucha, mucha gente reunida toda en un mismo sitio, y cada una contando su historia. La diferencia es que yo sí le busqué un sentido general a esa “comedia humana” y lo encontré en el último capítulo de  El origen de las especies.  Reproduje las líneas finales: “No hay más ley que la guerra no otro consuelo del amor. Así es la vida”.
            El fracaso lamentable (y explicable: el editor ya iba en picada hacia la bancarrota y la obra es todo menos convencional) de esta novela en la que trabajé tantas horas de pie ante un atril que sostenía mi Olvetti Lettera 22, no me hace pensar que sea inferior a otras, que recibieron, como  Mujeres amadas 60 u 80 reseñas casi todas elogiosas, o como Breve historia de todas las cosas, a la que en el 2009 le quité la palabra “breve” y le agregué 200 páginas, que fue comparada con  Cien años de soledad y elevada por medio de valoraciones críticas casi insuperables. El fracaso de Paraísos hostiles, no hace que yo la considere inferior. Es una novela cerrada y pulida como una esfera de acero quirúrgico. Sé que vale. No ha habido reedición. Tengo tres ejemplares envueltos en pástico. Ya le llegará su hora. Y si no le llega. ¡A la mierda! Le echo un cinco al piano y sigo el vacilón.
            Debo escribir más sobre esta novela inquietante. Lo haré después de dedicarme a algo más leve y 

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