Vistas de página en total

martes, 9 de agosto de 2011

Sally en el sauna (Erotismos canadienses III)


Yo estaría tendida en las tablas del sauna, que forman una especie de coliseo romano en torno a las piedras hirvientes a las que un momento antes había rociado con agua fría. El vapor cubriría por completo la visión y me entregaría a una especie de pequeña muerte, de desánimo, de desamor. Allí estaba sola, sin nadie en el mundo y mi cuerpo, siempre tan exigente, se hallaba solo, tan libre y tan triste. Había aflojado la toalla, que antes rodeaba mi cuerpo, cubriendo desde mi pecho hasta el feliz nacimiento de mi Teddy Bear. Ahora la suave tela sólo cubría la carne fresca, soy carne fresca para la vida, y si nadie me aprovecha, muy pronto comenzará la corrosión del tiempo, mi piel se tornará flácida, descolorida, aparecerán lunares, arrugas, manchas pardas, se amarillarán mis dientes y mis uñas. Levanté una de mis rodillas y dejé que la toalla se deslizara sobre mi piel y que cayera, casi cruel, sobre mis entrepiernas abandonadas, entre las cuales saltó hacia afuera, como un muñeco de sorpresa, mi clítoris. Ey, niño, qué haces ahí. Hice que una de mis manos bajara desde mi cuello sudoroso hasta mi pecho, donde descubrí un seno, en cuya cima hallé con sorpresa un pezón erecto, duro como una piedra de río. Oh, Dios, si en este momento entrara alguien al coliseo, me vería sin fuerzas para cubrir mi cuerpo, llena de una voluptuosidad que me inmoviliza. Sí, señores, las mujeres somos seres frágiles, delicados, que tenemos momentos de debilidad. Tenemos fisuras. Esa es nuestra debilidad y nuestra fuerza. Los hombres son todo fisuras. Los hombres (casi todos) son una debilidad hecha carne. Por eso somos más castas, más espirituales, pero cuando somos putas, somos más putas. Ay, esta debilidad que siento, esa dejazón, esta entrega al calor, esta derrota, me deja a la intemperie. Si alguien entrara no sabría qué hacer. La toalla se ha empapado con el vapor y pesa como una losa. La tiro a un lado, estoy desnuda como una rosa recién salida del botón: soy fresca, soy dulce, soy bella y perfumada, estoy como en medio de un sueño, a punto de desmayarme. Tiendo una mano y con enorme dificultad logro verter más agua sobre las piedras. Sólo el vapor me salvará de la indiscreción de ese personaje que tarde o temprano va a entrar. Todo se nubla, se hace blanco. Vuelvo a caer derrotada sobre las tablas. La mano que levanté cae sobre mis muslos y halla acomodo muy cerca de mi Teddy Bear. El canto de mi mano me parte en dos mitades y me roza como el arco a las cuerdas de un violín. Escucho un sonido. Es la puerta que se abre. No sé si es hombre o mujer, niño, joven o anciano. ¿Qué haré? No tengo fuerzas para levantarme como movida por un resorte, sentarme correctamente, cubrirme con la toalla y, cuando el vapor se disipe, sonreír discretamente o simplemente ignorar a quien acaba de entrar. Dejo que la vida siga su curso. Mi cabeza cae a un lado, siguiendo la dirección del cuerpo que adivino entre brumas. Es del género masculino,  no hay dudas, y corpulento, sin ser excesivo. Podría ser un joven atleta. De los que hacen diez millas todas las tardes y luego vienen a terminar de acabarse para dormir tranquilos, sin malos pensamientos. No puedo determinar si es joven o adulto. A medida que el vapor se disipa puedo verlo entre mis pestañas entrebiertas. En torno a la cintura tiene una toalla brevísima, que se abulta levemente en el instante en que se tiende sobre la madera, en el extremo más alejado de esta habitación maravillosamente pequeña. Voltea hacia la pared porque no quiere mirarme. Es un prepotente o un tímido. Suspira a fondo. Veo que me mira. Estoy tendida, desnuda, abierta, dispuesta. Qué esperas tontico. Ven acá, le digo, apenas murmurando. Mi mano se entierra levemente en mi Teddy Bear. Veo que el milagro comienza a realizarse. La toalla de mi hombre vive bajo su sexo poderoso, tiembla. El hombre no hace nada por ocultar su erección. ¿Quién hará el primer movimiento? No voy a ser yo. No puedo. Veo que se levanta, se despoja de la toalla y me amenaza con su falo como un puño listo a descargarse sobre mi inerme personita. Ven acá. Se acerca. Se pone a mi lado. Espera una sonrisa de aquiescencia. Se la doy. Coloca cada una de sus manos en cada una de mis rodillas, las abre, me mira como dudando y yo lanzo un gemido, ay, soy tan débil. Se arrepiente de su primer intención. Me da un leve beso en los labios y luego regresa a mis entrepiernas. Entierra ocho dedos de pesisita en mis labios más sensibles y los abre como si fueran cortinas. Da un solo lenguetazo largo y profundo que me cimbra de pies a cabeza. Mi cuerpo se arquea. Coloco mis dos manos sobre mis pechos como asiéndome al borde del abismo y me dejo ir. Luego separo una de mis manos y la coloco sobre la base de su pene y aprieto con todas las fuerzas que me quedan. A manera de respuesta el hombre entierra todo su rostro en mi osito, rodea mis nalgas con sus manos y hunde sus dedos en mi esfínter. Soy toda suya, me despeño, me desboco, me derramo. ¿Qué puedo hacer, si tengo fisuras, lados flacos? No lo conozco ni quiero conocerlo. Siento que todo el hombre palpita entre mis dedos y que comienza a deshacerse. Termina, se levanta, se coloca la toalla en la cintura y se va.



4. La encrucijada de Sally


Pero la verdad es que no suce

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Eduardo García Aguilar habla de Garramuño

SAMEDI 13 AVRIL 2019 LAS AVENTURAS LITERARIAS DE AGUILERA GARRAMUÑO  Por Eduardo García Aguilar La Universidad Veracruzana ...