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domingo, 31 de julio de 2011

El Señor de los Sueños. Una fábula

No le rinde cuentas a nadie. Es  caprichoso. Puede ser complaciente si está de buen humor o malvado  por llevarle la contraria a su propio estado de ánimo. A veces es ligeramente razonable y le da por sopesar los actos diurnos de los hombres. Entonces juega a las recompensas y castigos. Puede ser bondadoso -y se inclina a serlo- con los miserables. A un mendigo que duerme cobijado con periódicos, le puede suministrar sábanas de seda china y pieles de armiño. En asuntos de amor se inclina a favorecer a los solitarios o a los que tienen a sus amados muy lejos. Reparte noche a noche hombres magníficos a damas pesarosas y mujeres espléndidas a los más extravagantes engendros. No escatima. Al fin y al cabo tiene a su disposición todas las razas, todas las va- riedades, todos los sexos, todas las texturas de piel, todos los labios, todas las manos gentiles y amorosas. No existe nada que se le niegue. También puede ser un eximio torturador. A veces le basta una sombra para hacer delirar a un soñador, pero en ocasiones recurre a máquinas infernales. Puede hacer que un hombre, con toda frialdad, rebane sus dedos, sus manos, sus muñecas, sus brazos en delgadísimas tajadas con una cortadora de jamón. A veces, por simple descuido o capricho, reparte sueños equivocados. Convierte a un hombre sano y orgulloso de su virilidad, en una prostituta de lo más vulgar y vulnerable. 0 transforma a un anciano en una bicicleta nueva que vuela cuesta abajo. También suministra placidez a los que están al borde de] suicidio. A éste le retorna una sonrisa que perdió entre mil rostros anónimos, a aquél un paisaje que extravió en sus peregrinaciones, al de más allá, le devuelve un amor perdido, quizá el único que tuvo en la vida. Visita a todos los durmientes, pero son pocos los que recuerdan su rostro. La verdad es que nadie lo puede re- construir en la existencia vigil. Para lograrlo sería necesario vivir exclusivamente para atisbar los deslices del sueño. De todos modos está ahí, sentado al lado de las camas desde el instante en que las personas cierran los ojos. Entonces les pone sus dedos sutiles sobre los párpados y espera a través de ellos sentir las pupilas fijas, dispuestas a contemplar los paisajes de la noche. Es un viejo caprichoso que no obedece a nadie. Se divierte mucho. Pero eso solamente sucede durante la noche, cuando la mayoría duerme. El resto del tiempo lo pasa maquinando las fantasías que ofrecerá a sus protegidos en cuanto les llegue el sueño. El hombre de los sueñíos es el eterno insomne. No tiene tiempo par dormir. Si durmiera, los hombres carecerían de sueños. Y si los hombres carecieran de suefíos, sin duda, habría más catástrofes y crímenes de los que agobian al mundo. Hay quienes piensan que cada persona tiene su propio hombre o mujer de sueños. Algunos osados se atreven a pensar que el hombre de los sueños es la única divinidad auténtica a la que pueden tener acceso los seres humanos.

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