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jueves, 28 de julio de 2011

El masajito bayamés


 Cuento incluido en el libro  Cuentos para  ANTES de hacer el amor (Editorial Educación y Cultura, 2007),  que forma parte de la trilogía formada por Cuentos para  DESPUÉS  de hacer el amor (Editorial Alfaguara-Santillana, Colección Punto de Lectura) y  El imperio de las mujeres  (Educación y Cultura, México).


Cualquiera hubiera pensado que aquí terminaba la historia gloriosa de Willy y que se reintegraría con modestia de santo a su caverna doméstica y a su escritorio cerca del baño, pero la realidad fue muy otra. Meses más tarde supe que Willy de alguna manera -que sin duda tenía que ver con sus comercios epistolares y sus coqueteos con las musas- había sido invitado como representante de la editorial a una especie de congreso de poesía en Villa Muelas, muy al sur de Cuba. Me enteré que estaba haciendo los preparativos y finalmente, cuando vi su escritorio vacío supe que iba por su segundo sueño. Pasaron diez días y de nuevo estuvo Willy en la editorial. Lo primero que hizo fue visitar mi cuchitril. Se instaló con todos los derechos en la silla de las visitas. Dos horas duró hablando y ni por un momento se me  ocurrió pedirle que se retirara. Ahora Willy no era simplemente un oficinista, un doctor en derecho y un esposo abnegado con ocasionales deslices, sino que regresaba con un no sé qué de autoridad, una digamos (de forma  provisional) aureola de elegido y un indudable don de la simpatía que vedaba cualquier humillación.
            Llegando, me dijo, al mostrador del aeropuerto de La Habana, un militar de verde olivo buscó mi nombre en una computadora del año de upa y dijo, ah, usted es el colombiano. Entendí que decía El Colombiano con  mayúsculas pero no supe si eran peyorativas o chingativas. Tiene reservación en el Hotel Playamar de Villa Muelas y será tratado de acuerdo a su rango.
            Mi rango, me dije para mí, chiquitico, esto se pone (provisionalmente) bueno. Me presentarton a un negro (tirando a azul) de dos metros de altura con cara de niña y me dijeron mira, chico, este es tu niñero, tu guardaespaldas, va a estar contigo desde que el sol amanece hasta decir basta y sólo se separará de ti cuando tú te despidas de Cubita la Bella. Y así fue: el negro, que se llamaba Julia, así, Julia, estuvo a la orilla de la playa cuando la poeta Noe me quitó la ropa en Bayamo y me demostró lo que es fogosidad, estuvo a mi lado en la guagua flamígera cuando la rubia pequeñita me metió mano, custodió mi puerta cuando las dos poetas en blanco y negro me dieron la prueba de lo que es la pasión. El negro Julia estuvo conmigo cuando recibí los laureles y fue él quien me explicó la dimensión de mi triunfo y nunca, nunca sonrió ni me cerró un ojo ni me juzgó, simplemente estuvo ahí, como si la gente a mi alrededor fuera invisible y yo fuera, ni más ni menos, el rey de Mozambique.
            Pues el negro Julia me acompañó al avión en el que partiría hacia Villa Muelas, se sentó a mi lado, con sus rostro de piedra y un pistolón que le llegaba a medio muslo. Súbitamente el avión comenzó a descender y el negro Julia dijo qué raro, si hasta Villa Caries son tres horas. Y es que, luego lo sabría, una autoridad de Varadero se había enterado que yo iba en el avión y decidió agasajarme, desviar la aeronave, casi secuestrándola, de modo que yo, este pobre leguleyo cargapaquetes pudiera tomar unas cervezas con el comandante de Varadero. Y al llegar escucho mi nombre, se solicita mi presencia en la Oficialía Mayor. Me toma un militar del brazo y allá voy aterrorizado.
            Pero es que el avión me va a dejar, le digo, y el militar responde, no lo va a dejar porque aquí los aviones salen cuando mi comandante Mateo dice. Yo miro a mi niñero Julia y él asiente. De modo que llegué a la oficina de un combatiente de alto rango que me abrazó y me dijo tengo órdenes superiores de tratarlo bien. Y en la pista estaban casi cien personas encerrados en el avión esperando que el comandante terminara de hacer su gusto. Imagínate, qué barbaridad, el avión bajó en Varadero por capricho del comandante y estuvo allí dos horas detenido hasta que el individuo se dio por satisfecho y nos dejo salir.         
            Llegamos a Villa Muelas y allí fue Babel. Como primer acto fui presentado a la Poeta Reinante del Sur, Noelia. Dejé pasar el título y me dediqué a detallarla. Noelia. Fea, recontrafea, ultraespantosa, pero simpática y una verdadera estrella, una diva, toda una multitud de 300 poetas de todos los rumbos del Caribe había acudido a Villa Caries para escucharla, para tocarla, para sentir su respiración. Noelia era como la musa de la poesía, Erato, en carne viva y con ropa de batalla.
            En cuanto la Poeta Reinante del Sur me vio, lanzó una carcajada de bruja mala y puso su garra sobre mi brillante cabecita. A partir de entonces me sentí coronado por el privilegio y el yugo de su cariño y todavía hoy, que me encuentro de nuevo en mis rutinas de miseria y a salvo de ella, pero en la trampa de los gritos de mi esposa y las protestas de la contadora de la oficina, en ocasiones me toco la calva para ver si todavía esta ahí la garra de terciopelo de Noelia.
            La primera sesión del Congreso, dijo Willy medio encorvado y con una mano cubriendo sus hidalguías enfundadas en un pantalón de mezclilla, se celebró bajo un enorme árbol de mango "donde Fidel en el año de 1945 entregó el fusil y el mando de la zona a la guerrillera Carlota Peral". En torno al árbol se sentaron los 300 poetas, Noe y un mexicano, tu servidor. Mi sorpresa fue mayúscula cuando Noe me tomó de la mano como si yo fuera Carolina de Mónaco y me llevó a una especie de podio y dijo el eximio poeta colombiano Willy Báez nos hará el honor de inaugurar este congreso y yo qué decirte estaba asustado, no sabía qué decir ni que hacer hasta que columbré un acto que fue el siguiente: pedí un vasito jaibolero vacío, saqué una banderita colombiana, la puse en el vaso y dije que hoy era día de fiesta en mi país, 20 de julio, aniversario en el que se celebra la independencia del yugo realista, acontecimiento por el que que era para mí un doble honor el inaugurar un evento de tal trascendencia y el recordar a mi patria querida. Aplaudieron los 3OO poetas a rabiar y sonó un mariachi y a partir de entonces se rompió el turrón y comenzó, perdoname la palabra, la pisadera. Sí, es cierto que poetas y poetos leyeron sus poemas, que hubo fraternidad universal y la papa grande, pero el resto del tiempo era un ajetreo bárbaro y yo, señor mío, estuve en medio de aquel desgarriate.
            Bajo el árbol de mango, sentados en el pasto, con 41 grados de tempratura, leyeron poemas 75 bardos en un solo día y aquello era un aplaudidero y en medio de todos Noe, que se encontraba a mi derecha y el lindo niñero de  verde olivo a mi izquierda. A las dos de la tarde comimos un plato de arroz, !un plato de arroz!, tomamos cerveza roñosa y caliente y siguió la lid de los poetas. Yo estaba que me caía de sueño, sentado al frente de todos como si fuera un cuadro para una exposición o como si fuera el notario de aquel desastre poético, y cuando cerraba los ojos sentía el codo de Noelia en mis costillas. Chico, que esto es cosa seria. Me estaba derritiendo, me moría, me faltaba el aire, me deshidrataba, me subía y me bajaba la presión, y Noelia arriba colombianito, las patrias hermanas te llaman, Colombia y Cuba un solo corazón!, y vengan más poetas y más poetas con Fidel y la bandera y la patria y Bahía de Cochinos y grandes cantidades de arroz y cerveza  y Noelia erguida sobre su cintura como una palma, con su pelambre de furia, y vengan más poetos y poetas con Fidel y la bandera y la patria y ríos de amor y de honesta lujuria, Bahía de Cochinos y grandes  cantidades de arroz y cerveza y Dios!, todo tipo y laya de poetas. Y a las cuatro naufragé en las aguas del sueño, fui cayendo, me dijeron, en cámara lenta, de medio lado sobre las piernas de Julia, mi negro niño, caí dormido, y Noelia fue por una cerveza fría y ante el escándalo feliz de todos me enjuagó el rostro con ella y me desperté ante aquel congreso de locos y tuve que sonreír como Cuasimodo ante la horca y seguí muy atento a los poetos y poetas y a las seis de la tarde, con un bochorno de crematorio, ya estaba a punto de embolia y asesinato colectivo, me dije basta carajo, y me puse de pie y dije voy a dormir y Noelia me tomó del brazo y me dijo, no miamor esto no se hace. Miré a mi negro Julia y él, como una estatua de bronce bajo el sol, asintió: eso no se hace. De modo que volví a sentarme y siguió la poesía, kilómetros y kilómetros, años luz de poesía, no sé si buena o mala, y todos sudando como condenados pero con ojos de quinceañera  y un escándalo de fiesta de rancho, como si estuvieran asistiendo al espectaculo de la venida del Señor y llovieran ángeles por los huecos del cielo. Y a las ocho de la noche, casi como arrebatado por una furia, me puse de pie y sin mirar a Noe o al negro Julia salí corriendo y me encerré en mi habitación y dije a descansar, hijo de mi madrecita santa, a dormir, respeta tus canas, Wilebardo Báez, recuerda que tienes hijos, una esposa, dignidad, un trabajo discreto, pero trabajo al fin y al cabo. La habitación una maravilla de ingenio tropical, con sala de bejucos, aire acondicionado natural, cama de diversos niveles, espejos de planos diversos, ventanas al mar. Llego, sin bañarme me tiro a la cama y me digo a la cuenta de tres voy a estar dormido. Ya llevaba dos cuando escucho el toc toc toc. Abro y veo la criaturita más linda del mundo: una rubia chiquita, muy joven, de rostro de angelito cachetón, que me dice colombianito, estaba preocupada por ti, tantas tensiones en un solo día y me dije qué puedo hacer por él y me respondí darle su masajito bayamés. Yo que apenas vislumbraba el mundo a la distancia tras las nubes de mi cansancio supe que se me estaba ofreciendo el cielo pero tuve que renunciar a él. Mira, le dije, estoy tan cansado, tan cansado que sería incapaz de levantar los párpados, cuantimenos otro músculo indispensable para los masajes de todo tipo. Es una lástima, dijo sin mostrarse ofendida, colombiano, pero ya sabes, amor, cuando se te ofrezca me llamo Lidiosaya  y soy la del masaje bayamés, la-del-masaje-bayamés, así dices y como un genio de botella apareceré presto prestísimo.
            Pues le cerré la puerta en la nariz a Lidiosaya, la visión del paraíso, me acosté a dormir, conté a hasta dos y lo siguiente fue que toc toc toc, estaban tocando a la puerta, miré el reloj, eran las ocho de la mañana. Ay perdoname, dijo Noelia Cimarrone, que tal era era su apelativo completo, ayer me porté como una verdadera bestia y te dejé solo, pero tú sabes chico la responsabilidad de ser la Reina Sostenedora de la Poesía de Villa Muelas, tuve que estar hasta las dos de la mañana cuando terminó de leer el Centauro del Soneto, Pedrarias Cleofas, y me fui directamente a mi cama, ay perdoname mi amor, pero apúrate que las nueve de la mañana tengo que abrir yo la sesión y no quiero que por nada del mundo te la pierdas.  Le sugerí tímidamente que quería bañarme y ella dijo bien, chico, adelante, pero necesitaba que se retirara para desvestirme. Anda, niño, acelérate, dijo, y comenzó a quitarme la ropa, hasta el mero meollo, es decir, el calzoncillo, y yo pensando en el lindo niñero allá afuera, qué diría, pues me desnudó la reina, me empujó a la regadera y ahí estoy moviendo el culín cuando siento una mano recorriéndome la espalda, era Noe que se había desnudado y estaba a mi lado con estropajo y jabón restregándome con delirio de lavandera.
            Me bañó, se bañó (sin consecuencias linfáticas) y a las nueve estuvimos bajo el árbol de mango, Noelia declamando su poesía. Hijo, aquello era el mismísimo Luzbel hembra cogiéndose a la castísima poesía que gritaba ay ay me duele pero me gusta, cada palabra suya parecía salir con lenguas de fuego, sangre e intestinos, flora y fauna del trópico, el puro esplendor barroco en la Zona Tórrida, y fue la apoteosis. Yo, te confieso, nunca había oído nada parecido. No se trataba de lo que decía, que podía ser convencional, sino de una expresión tan profunda como si ella misma estuviera inaugurando el lenguaje.
            El negro lindo, al amparo de una cerverza, me dio fundamentos: cada año se reúnen los poetas del sur de Cuba y el Caribe y coronan a un rey o reina por aclamación y Noelia lleva diez años aferrada al cetro sin posible redención y sin sucesor en el horizonte, aunque oleadas de poetas vengan con talentos océanicos de todos los rumbos y nazcan y crezcan exuberantes, ella sigue inexpugnable como una estatua de sirena en medio de la turbamulta del mar. Naturalmente le pregunté al negro lindo si él también era poeta y me respondió con entera certeza: en Cuba todos somos poetas. Lo dijo luciendo el fulgor de sus ojos como una condecoración.
            Terminado el espectáculo, Noelia regresó a mi lado y me dijo tenemos que salir un rato de aquí. Y así fue, pero antes estuve al pie del cañón escuchando a 150 poetas de todo pelaje y condición, uno tras otro, con el militar lindo de un lado y Noelia del otro. Y por la noche Noe me llevo a una caleta con diez palmeras, un arroyo partiendo el paisaje y dijo ufff. Ella me quitó la ropa, se desnudó y nos metimos al agua y allí fue Troya, Waterloo y la Batalla de Boyacá. Te juro que si antes la vi fea y recontrafea, ahora resultó Afrodita misma, que pasión, que frenesí, bajo una luna panzona, parecía que su consigna era acabar con mi columna vertebral, con mi lucidez y mi masculinidad, me cabalgaba entre las olas, me chupaba, me hacía tragar y vomitar agua salada, mientras Lindo en su uniforme verde oliva fumaba sin despegar los ojos soñadores de la luna, y estoy seguro que no le importaba un ardite lo que estaba sucediendo.
            Regresando al hotel Noe me llevó a mi cuarto y me dijo espérate, cuando regresó traía sus maletas. Las deshizo, se instaló a sus anchas en la habitación y dale, a moler. A partir de ese instante, hasta el día venturoso en que puede despedirme de ella, tuve su zarpa de tigresa sobre la calva, y no me lo vas a creer, incluso así hubo otras moliendas.
            Ya para el cuarto día todo el congreso estaba enterado de que el colombiano era propiedad de la Reina de la Poesía y a nadie le importaba. La verdad es que la marcación de Noe estaba comenzando a hastiarme y yo hacía todo lo posible para huir pero no podía.
            No todo fue molienda. También hubo actos oficiales. Me llevaron a una comunidad y  ¿qué crees? Me recibió el alcalde, me hizo inaugurar una bibliteca, yo no sabía qué decir y prometí una donación de 500 libros, el alcalde emocionado al instante decretó que a partir de entonces comenzarían a juntarse monedas y objetos de metal para hacerme una estatua. Lo juro, amigo, es cierto.
            Luego me tocó regresar a Villa Caries en autobús, y ni te imaginas, esto es buenísimo. Que se llevan a Noe para atrás del vehículo, al que llamaban La Llamarada, porque no tenía ventilación ni aire acondicionado y no se podían abrir las ventanillas y me veo libre de Noelia, en el primer asiento del autobús La Llamarada, al lado de una rubia deliciosa, tan grande y tan bella como Claudia Schiffer, que era la encargada de vender los libros de los poetas, y para fortuna mía estábamos en un lugar estratégico, donde nadie nos podía ver sino el negro Lindo. Me puse nervioso, pero antes, espérate, que con ese calor de 40 grados y aquella lata de sardinas, los poetas comenzaron a quitarse la ropa y las chicas sus brasieres y quedaron con los pechos al aire y todos cantando, y yo volteaba y veía aquel paisaje de pechos divinos y podía casi sentir las gotas de sudor temblando en las puntas de los pezones y que de pronto siento una mano en mi muslo y es la rubia que se va tomando sus libertades mientras me decía, ay colombiano, es que te amo y sacaba mi aparato y le daba vuelo como güiro y yo muy nervioso pero nadie nos presataba atención, ni el conductor, un pelirojo dientón, y que me digo al diablo con mis moralismos pequeñoburgueses y que le paso el brazo sobre un hombro y le acaricio los pechos y la individua comenzó a gemir como marranita con cuchillo en yugular y grite y gima y yo asustado le quité la mano del sitio pertinente y ella me la tomó y la volvió a poner en su lugar y dale a gemir hasta que aulló como endemoniada y supe que la hembra había llegado a su gusto al tiempo que yo me deshacía levemente y nadie, mira, por esta cruz, se dio por enterado, ni el chofer, ni la señora con anteojos de colitas que estaba atrás y era una especie de sargenta, ni el negro Lindo que ocupaba él solo los dos asientos de al lado.
            Eso pasó en la guagua llamada Llamarada y llegamos a Villa Muelas yo tan limpio como un gentleman porque la rubia había tenido el generoso e higiénico detalle de sacar un pañuelo colorado y recoger los  escasos frutos de su esfuerzo. Llegando al hotel supe que sí había una persona que se había enterado del asunto y que estaba furibunda. Noe me tomó de la oreja, amiguito, me llevó a la habitación y como castigo, mientras me regañaba, me pegó la chupada del siglo. Ya para entonces ibamos para el quinto día de congreso y yo estaba convertido en una sombra. Seguían las lecturas de poetas, marejadas, oleadas, vientos huracanados de poetas telúricos, bíblicos, encomiásticos, escatológicos, metafísicos, hermenéuticos, horas y horas de poesía alucinada. Y la comida seguía siendo arroz y cervezas, nada más y todos estaban felices y se suponía que yo debía superar a los demás en felicidad. En sintesis, en siete días, no lo vas a creer, lo  juro que no lo vas a creer, inauguré cuatro biblitecas y fui devorado por media docena de hembras que me abordaban en los pocos instantes en que Noe me dejaba solo. Ahora recuerdo: un par de hembras a las que llamé Blanco y Negro, por ser una mulata y una rubia, jóvenes y atléticas las dos, flexibles y bellas como odaliscas, se arrimaron mientras estaba en el bar, me pagaron dos cervezas y pideron el don de que yo escuchara sus poemas en privado, me llevaron a mi habitación y mientras una leía su "Oda a la Evolución de las Especies" la otra comenzaba el ajetreo, y querido, yo moralista, al borde de mis últimos alientos, tenía aquel harem para mi solito y nada más tuve tiempo de tender la mano y agarrar mi atadito de condones y adelante. La rubia misma fue quien dijo: en confianza miamor, yo te lo pongo. Y esas dos tipas, Blanco y Negro, me dieron una batalla sin cuartel hasta que Noelia tocó a la puerta y las dos hembras agarraron su ropa y salieron despavoridas por la ventana. Yo medio me di las mañas para vestirme y recibí la zarpa de Noelia sobre la calva y me resigné, pero luego supe que estaba en el infierno de la lujuria, un infierno que ni Dante habría imaginado, recé en mente un Padre Nuestro y me dije adelante, casi me pongo a llorar, y pensé que ya mi aparatito estaba muerto para siempre, pero asómbrate, lo que son las maravillas de la natural naturaleza, Noe hizo su danza de lluvia y allí estaba otra vez mi  pendenciero corazón como asta para la bandera del amor y espada para la batalla del honor.
            A veces yo sacaba la cabeza de aquel pantano de poesía y amor y me decía que nada es eterno, comenzaba a ver un puntito al final del camino, como una ventana de luz al fondo del túnel, desde donde me llamaban mi esposa y mis hijos y luego volvía a caer, cerveza, poesía y amor, arroz, cerveza, poesía y amor, me volvía a hundir hasta las rodillas, los hombros, la cabeza, sacaba la nariz nada más para respirar, y adelante y así hasta el infinito, como si estuviera nadando en un mar sin islas. Vino a salvarme la piedad del tiempo. Pasaron los siete días y llegó el cierre de aquella ordalía.
            El último día a mí me tocó dar lectura al acta del jurado que nombraría a la Reina de Poesía del Sur 1995, y  ¿quién crees que ganó? Noe, mi Noe, y todo el mundo gritó con enorme sorpresa y Noe saltó y recibió su premio de 500 pesos y a su vez dijo que había algo para mí y leyó el acta de un Concurso de Poesía Fantasma ¿y sabes quién fue el ganador? Yo!, amigo, yo, que no había leído públicamente ni un poema y era apenas el representante de una editorial universitaria puesto en un extraño trance que no acabo de explicarme. El público estuvo de acuerdo con este concurso de poesía fantasma pero quería pruebas de la calidad de mi literartura y comenzaron a gritar que lea, que lea, que lea y yo, lleno de pudor, porque amigo, ya sabes, no soy poeta, seamos sinceros, yo soy un pobre abogadillo metido a héroe por una situación rarísima, pues estuve negándome hasta que decidí sacar del bolsillo un recorte de El Espacio y leí mi cuento erótico para niños, por si no lo sabes, a veces escribo, y olvídate, amigo, aquello fue el recontrafin del mundo, todos tiraron el sombrero, las chicas sus brasieres, sujetadores les dicen, y el negro Lindo apenas sonrió, por primera vez sonrió y dijo, chico, que acabas de inventar un género literario y ya nadie te va a quitar el lugar. Tú, chico, y Cervantes de Saavedra compartirán pedestal en el olimpo de los dioses literarios.

Llegué al aeropuerto de La Habana con una línea de suero cuya botella sostenía la rubia Lidiosaya. No supe qué pasó con la Reina de la Poesía del Sur. El viaje lo hice casi en estado de coma y no conocí detalles sobre la despedida. Varias horas más tarde me vi en la aduana de Bogotá. Mi esposa me regañó exactamente durante tres horas y me hizo dormir en la sala. Por la mañana me levantó a las cinco. Me puso a lavar ropa, a preparar el desayuno, a lavar los platos y solamente después me dejó venir a la oficina. Y aquí estoy.
            Aquí está mi amigo Willy Báez, pálido, flaco como un personaje del Greco, pero con una chispa de vida que antes no tenía.
           
Cinco días más tarde entra Willy a mi oficina con una taza de café humeante que pone sobre mi escritorio. Antes de partir dice:
            -Yo me pregunto: ¿cómo será el famoso masajito bayamés?¿Tú crees que las intenciones de la primera visión, recuerdas, eran honradas? Tal vez yo tergiversé todo. No puedo dejar de pensar en eso.
            ¿Qué decirle al buen Willy? Nada. A mí sólo me queda esperar que haya un tercer viaje.    











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