Marco Tulio Aguilera
Huberto Batis es uno de esos personajes —más
que persona es un personaje—que van más allá de una época y de una definición,
más allá de un grupo, que rebasan las fronteras una y otra vez: inquieto,
atrevido, iconoclasta, ha marcado a la literatura mexicana de una forma que
todavía no se alcanza a comprender. Mónica Braun —una de las plumas más osadas
que tuvo en sábado de unomásuno (no olvido un texto suyo, de un
atrevimiento casi inaudito, en el que una niña llega a una tienda y por alguna
razón que no recuerdo, termina chupándole al cálamo al dueño del
establecimiento)—Mónica hizo una caracterización muy acertada, en uno de los
textos que se incluyen en el libro Por sus comas los conoceréis[1], que pretendo de alguna forma reseñar... lo que
es bastante difícil, por la diversidad de textos, la disparidad de temas y el
tamaño de la obra—. Así caracterizaba Mónica Braun a Batis: “Neurótico, generoso y temible, de
una franqueza desusada que intimida o molesta, reconocido erotómano, inagotable
decidor de anécdotas...” ¿Qué fue, qué es Batis? En este volumen se intenta
responder con una especie de muestreo de artículos alusivos a él, escritos por
las plumas más diversas: Juan José Reyes, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce,
Juan de la Colina, Emmanuel Carballo, Enrique Serna, Alberto Ruy y muschos
otros.
El
estilo de ser de Batis es irrepetible: insolente hasta el atrevimiento, para
llegar hasta su corazón más tierno, hay que superar el umbral de la
repugnancia, de la insolencia, de la soberbia, de la erudición. A mí me mentó
la madre varias veces y yo le respondí apropiadamente. Recuerdo que me dijo:
“Nadie lee tus porquerías”. Eso fue hace ya muchos años. Y este año me revela
que sí había quien me leyera: Castro Leñero, García Ponce y otros amigos se
reunían a divertirse con mis escritos, mientras yo allá en mi provincia
jalapeña me sentía marginado, sin auditorio.
Un
alud de amigos se reunieron en este libro, Por sus comas los conoceréis, convocados
por Batis y por las editoras Patricia Pineda y Mireya Vega, con el objetivo de
celebrar un tiempo, una actitud, un largo atrevimiento. Si algún valor destaca
entre los de Batis, el que más me impresiona, fue su capacidad de nadar contra
la corriente del formalismo, del engolamiento, de la pretensión, de los
intelectuales pretendidamente puros —puros mercenarios, habría que decir— que
compraban a escondidas el sábado, lo leían de principio a fin, y luego
juraban que jamás en su vida habían posado sus ojos en ese hoyo de pus, en ese
degenere, en esa vergüenza suprema. Y Batis, como Quevedo... Ande yo caliente.
La
complicidad con Melo, García Ponce, Arredondo, hace un capítulo aparte. Su
trabajo como editor, como director de revistas, como maestro universitario,
todo ello se halla registrado en este libro, que es un merodeo en torno a otro
libro que Batis queda debiendo: sus memorias, en las que debe contar todo lo
que cuenta cuando se reúne con sus amigos: cómo se reunió con García Ponce para
abuchear a Fernando del Paso cuando presentó JoséTrigo, el bochorno que
pasó cuando lo invitaron a develar una placa de una obra de temática gay, donde
diez o doce chicos bastante olorosos se
vapuleaban entre sudores en un escenario diminuto, la forma en que perdió su puesto
de director de sábado, el largo comercio con las chicas del diván de Sábado,
su difícil equilibrio entre el montón de locos maniáticos que eran los
colaboradores de sábado. Pero sobre todo ello, su maniática afición a
coleccionar papeles, revistas, fotos y periódicos, que lo convirtió en una
especie de misántropo que con gran facilidad se habría ganado una docena de
records Guiness ...cosa que a él, naturalmente, no le interesa. Vive en un
mundo aparte, en el que el atrevimiento, la sinceridad, la falta de compromisos,
la amistad de los valientes y los íntegros, es su auténtico paraíso.
[1] Huberto Batis, Por sus comas los conoceréis, CONACULTA,
colección Periodismo Cultural, México, 2001.
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