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lunes, 1 de octubre de 2012

Morir en Villarrica

Diciembre de 1981. Tras un año de habitar entre las nieblas de Xalapa he encontrado un refugio en la playa de Villarrica. Allí paso los fines de semana con mis amigos los pescadores. El fin de año lo paso allí, lejos de las lujurias intelectuales jalapeñas. El 30 de diciembre fui a la pesca con mar picada. Rodolfo, el patrón de la lancha, no quería llevarme pero insistí. Una vez que salimos de la bahía y pasamos cerca de las rocas del cabo en el que se levanta la colina, el viento nos golpeó de frente. Por fin entendí lo que significaba viento en popa. Me sentí Byron en las islas griegas. Las olas se levantaban varios metros y con ellas la lancha, que luego quedaba suspendida en el aire y caía en el abismo. Yo me senté en la banca de adelante y tenía que asirme con todas mis fuerzas. Era como estar en el lomo de un potro cerril. Las manos por el esfuerzo de aferrarse me dolían y luego se negaban a obedecerme. Al llegar a la red, hallamos que no había ni un miserable pez. Apenas vimos blanquear una cosa blancuzca y fofa. ¡Mierda, nos cayó la mala! ¡Un bagre podrido!, gritó Pawa. Después Rodolfo me explicó que el bagre podrido era un anuncio: uno de los que iban en la lancha moriría muy pronto.
            (Un año después regresaría a Villarrica pare enterarme que Pawa se había ahogado precisamente en el lugar donde nos sorprendió el viento en popa).

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