Me escondió los zapatos para que no saliera de casa. Hemos hecho el amor casi a diario:
--Te voy a confesar una cosa –dijo con gesto trágico.
--¿Qué?
--Yo nunca me he venido.
--¿De dónde, de tu casa?
--Nunca me he venido. Nunca he tenido un orgasmo, ¡tarado!
--Pero entonces por qué gritas y te emocionas y me das las gracias y me dices miamor, mamor y luego me pides papel para ponerte entre las piernas y luego te duermes como santa Teresita de Jesús tras hacer la buena acción del día.
--Te digo que nunca me he venido.
--No lo creo.
Meditó un instante. Me miró disparando su mirada bajo la línea perfecta de sus cejas. Frunció el bello ceño.
--¿Qué es venirse? ¿Qué es un orgasmo? Dímelo tú que eres dizque el notario de la intimidad femenina.
--Es una descarga emocional y física intensa, incomparable. Luces, estrellas, relámpagos, agitaciones, te palpita todo el cuerpo, sientes que viste a Dios, cosas de esas.
--Yo sí siento así bonito, pero no echo mucho líquido con bi bis como tú.
--¿Entonces crees que la mujer se viene igual que el hombre y se moja todas las piernas y se hace sopa con los bi bis?
--¿No?
--No. La descarga de la mujer es interna.
--Entonces yo sí me vengo –suspiró aliviada o tal vez un poco desilusionada--. Creí que era anormal.
--Que eres anormal, eres anormal.
--No sé si eso sea elogio o insulto. Pero, bueno, dejémoslo entre pariéntesis.
Volvió a reflexionar.
--Ah, pero me gustaría tener puebas palpables, como las de los hombres.
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