Memorias de 1981. Por la tarde fui a lo que he llamado Paraíso II. Estuve leyendo Situación límite frente al horizonte curvo del mar. Sentía la soledad muy hermosa, tranquila y plácida. Hablé solo, canté y grité convocando a Conrad. Gritaba ¡quiero ser Conrad! Salté luego de hacer ejercicios de flexibilidad. Me daba rabia no poder superar los tres metros setenta. Comencé a gritar, ¡quiero volar, quiero volar! Me santigüé con agua de mar, convoqué a las fuerzas del universo y eche a correr a toda velocidad. Cuando medí el salto me percaté que había volado tres metros noventa y siete centímetros.
En Barcelona, 2011, con 30 años de más y 20 kilos de más |
(Hoy treinta y un años después me pregunto, mientras paso las notas anteriores de un cuadernillo Sbribe deteriorado a la lap top, si es que yo llevaba a mis retiros en Villarrica una cinta métrica, lo que es bastante improbable; sí creo verosímil que hubiera medido con mis patas de neanderthal, que ocupan cada una veinte centímetros en el espacio longitudinal).
La condición del mar era eléctrica y brillante. Como si fuera el océano de otro planeta. Las olas se levantaban con velocidad alucinante y caían con fuerza rabiosa, como queriendo vengarse de la tierra. Y sin embargo el agua era muy clara, de un color metático verde azulado. A las cuatro de la tarde el sol brillaba espléndido pero no ofendía los ojos. Me desnudé y fecundé abundantemente el mar. Perfección. Queda curvo el firmamento, compacto azul sobre el día, es el redondeamiento de la plenitud, mediodía. Nunca olvidaré esta estrofa en los belfos casi histéricos de Debiki, como jamás olvidaré la rubia, casi blanca cabellera de la alumna que era su adoración en KU.
(Fecundé abundantemente el mar. Ironías y oprobios del tiempo: ahora no fecundo ni los calzoncillos. El cotidiano Avodart que me receta el urólogo ha hecho que mis quintaesencias no salgan a la luz del mundo, sino que sean reabsorbidos por el cuerpo. El placer sigue presente y vigente, no con cataclismos y centellas, pero obvio, y la imaginación, mientras más viejo, más efervescente).
--Si este camino hablara me hubiera dicho hace muchos años lo que después yo iba a sufrir –-dice La Bala, una de las putitas que trabajan en El Foco Rojo de Cardel. La Bala es muy pequeña, tiene dos o tres dientes vivos en la encía superior. Las piernas muy delgadas. Luce un vestido azul de terciopelo, evidente obsequio de alguna patrona, y en sus pies chanclas Nike. Cuando se refugia en Villarrica es para descansar. No quiere dinero sino amistad y cariño. Comer pescado y ceviche y beber caña. Y coger, coger mucho, pero sin cansancio, porque lo hace por gusto. Dice.
(No olvido que Tribilín, alias Mocolevá, alias Californio El Simple, personaje de mi Historia de todas las cosas, y persona muy querida en San Isidro de El General, gritaba como las prostis del pueblo cuando estaba contento: ¡Qué rico y ganando! ¡Qué rico y ganando!)
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