Estábamos en Xalapa. A la una de la mañana seguíamos buscando hotel
en Veracruz por medio de internet. Me dormí a las dos de la mañana y
desperté a las 4:30. A las 5:30 salimos. Mi mánager LL insistió en
manejar, lo que sería fatal, pues ella evitó las carreteras de peaje y
condujo a menos de 80 kms por hora, con el resultado de que llegué al
borde de la playa cuando ya estaban entrando al mar los 60
triatlonistas. Supliqué que me esperaran mientras corría al coche a
decirle a mi máneger que me esperara en el hotel. Corrí los 200 metros,
le dije lo pertinente a mi máneger, le pedí a los empleados del Oxxo que
me guardaran mi mochila --yo mismo la escondí bajo el bote de basura.
Corrí
de nuevo a la playa, ahora descalzo, sólo con las mascarilla, pero
hallé que no sólo ya se habían lanzado al mar sino que iban más de cien
metros adelante. No lo dudé un momento. Me lancé osadamente --nótese lo
valiente-- y nadé duro, pero, amigos, cómo los iba a alcanzar, si ellos
son triatlonistas jóvenes, y, debo confesarlo sin pena, estoy en la
mitad de la vida multiplicada por dos.
Naturalmente
fui el último en llegar a Isla Sacrificios, recibí el aplauso
correspondiente, pero... por más que les supliqué que me dejaran
descansar, que me esperaran cinco minutos... no lo hicieron, de modo que
otra vez me eché al mar --miento, no me eché al mar, pedí que me
avanzaran un poco en la lancha mientras descansaba--. Bueno, cuando la
lancha alcanzó a los que iban en medio, me volví a echar al mar. Y
comencé a nadar en zigzag, con el resultado de que en lugar de nadar
2000 metros en el regreso debí nadar como 4000 metros. ¿Cansado,
exhausto? No, más bien desesperado, porque parecía que no avanzaba
nada.... Hasta que vi unas manos ondeando: eran las del nadador que en
la pasada competencia en AquaX ganó todas sus pruebas. Me dijo que
estaba nadando como borracho y que así no iba a llegar nunca. Y me pidió
que lo siguiera. Lo seguí, y finalmente llegué a la playa. Pedí que me
tomaran fotos con el objetivo de subirlas al blog. Por ahí andan
diciendo que mis modestas hazanas de super heroe casi senil son
inventadas. Y no, eso sí que no. Las proezas de mi espiritual pinga no
permito que me las pongan en duda. De modo que si el gringo del kayac
que me tomó las fotos las sube al "Caralibro", es decir al Facebook, me
permitiré ponerlas en este artículo. Al llegar al auto descubrí que mi
máneger no se había ido al hotel sino que estaba durmiendo con la cabeza
apoyada en el volante. El problema es que no puedo cambiar de máneger
porque... es mi esposa.
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