Con motivo de una reseña algo agresiva de Fernando Tascende a una de mis novelas, he buscado en internet datos sobre él. Sólo encontré otras reseñas y esta breve nota, ya bastante vieja, sobre Monterroso...
Augusto Monterroso, el pequeño gran escritor y
actual Premio Príncipe de Asturias, recibió en pasados días el homenaje, un
reconocimiento, una medalla conmemorativa, elogios sin medida de sus colegas
escritores y académicos y leyó ante un auditorio entusiasta, algunos de sus
ensayos personales. Todo ello sucedió en Xalapa, México, a fines de noviembre y
fue organizado por la Universidad Veracruzana, cuyo actual rector, Víctor
Arredondo, se ha caracterizado por emprender grandes obras, planes muy
interesantes de reformar la Universidad Veracruzana y el obvio deseo de
reelegirse para terminar sus proyectos (el más ambicioso es el llamado "Campus
de la Cultura y las Artes", que incluye una de las bibliotecas más grandes de
Latinoamérica, enormes extensiones verdes, canchas de todo tipo, un gimnasio
monumental, lagos y cigüeñas surcando el paisaje).
Monterroso, que ha hecho de la brevedad y la
modestia sonreía levemente ante el alud de elogios y no
pudo evitar la creación de una especie de aforismo, cuando Sergio Pitol (que se
ha convertido en el trapito de dar brillo a todos los escritores famositos que
llegan a Xalapa) lo llamó "uno de los escritores más grandes de la lengua" y "un
clásico viviente". Dijo Monterroso: "Avancé algo de un temor que me estaba
invadiendo: el que empiezo a creer los elogios que me dicen mis amigos en estas
ocasiones". Luego, al leer uno de sus ensayos sobre la vanidad de los escritores
señaló que sólo hay un elogio que pueda satisfacer a un escritor: que es el más
grande que haya existido desde el principio de los tiempos.
Jorge Ruffinelli, Margo Glantz, Sealtiel
Alatriste, el colombiano Hugo Chaparro y otros escritores y académicos leyeron
textos sobre Monterroso, quien los escuchaba con rubor y de vez en cuando
escribía en una servilleta y bebía un trago de agua para apurar tanto adjetivo.
Cuando le tocó el turno de hablar, Monterroso engarzó sentencia tras sentencia:
"Cuando comenzaba a escribir leí a algunos latinos que recomendaban la brevedad
y la concisión. Creí en Gracián cuando dijo: Lo bueno, si breve, dos veces
bueno... La brevedad es un ideal que puede llevar al fracaso...El famoso
dinosaurio (Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí)
me hizo famoso, pero también me perjudicó. Algunos lectores suponen que fue
lo único que escribí... El escritor de brevedades nada anhela más en el mundo
que escribir largos textos.
Los ensayos personales que leyó, uno dedicado a
Horacio Quiroga, otro a la fuga de cerebros y un tercero a la poesía quechua,
hicieron revivir en los asistentes la magia auténtica que tiene la palabra,
cuando la inteligencia y el talento se aplica a ellos. Particularmente el
dedicado la la fuga de cerebros fue una demostración valiente y perfectamente
lógica de que los lugares comunes (por ejemplo la lamentación de "los países en
vías de desarrollo" por la fuga de las inteligencias más destacadas)
generalmente están basados en imbecilidades que la mayoría de "los pensantes"
aceptan.
¿Qué pasa con los cerebros que no se fugan?, se
preguntó. Terminan aplastados por la mediocridad municipal, por la envidia y la
pequeñez. No hay mejor cerebro que un cerebro fugado, es una demostración de que
en nuestros países no se producen sólo bananos. Es mejor exportar cerebros que
mano de obra, que explotados, que miseria. Un cerebro latinoamericano puesto en
Europa o en Estados Unidos, hace mejor labor diplomática -y más barata- que los
ociosos agregados culturales que cobran fortunas y no hacen nada sino engordar y
volverse cada vez más inútiles.
Las anteriores ideas, la personalidad
agradable, sin prensiones y la disposición a aceptar homenajes, medallas,
discursos, cenas y acosos de lectores, fueron notas destacadas de la presencia
de este escritor, que fue calificado por el editor de Herralde :"Augusto
Monterroso, nuestro pequeño rey, ahora Príncipe de Asturias".
Por lo pronto debió quedar bastante satisfecho,
pues Sergio Pitol le enrostró un par de elogios que asumió con casta: "uno de
los escritores más grandes de la lengua" y "un clásico viviente". Monterroso
estuvo a punto de vivir in cold blood uno de sus propios ingenios. No
le dijeron que era el escritor más grande de todos los tiempos, pero faltó poco
para ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario