La voz de Borges: una
conferencia
TOMADO DE SOLOLITERATURA
[Autoridades, Señoras y Señores:] Me
piden que hable de la creación poética. (...) La creación poética (...) parte de
la memoria y la memoria está hecha sobre todo de olvido; ya que la memoria, como
dijo Bergson, escoge lo que quiere o debe olvidar. Yo escribí un cuento sobre un
hombre abrumado por una memoria infinita, ese cuento se llama "Funes el
memorioso". Felizmente nuestra memoria no es infinita, uno puede olvidar, uno
puede inventar. Y todavía hay otro hecho: que cada lengua es una tradición, una
tradición literaria y poética. Yo no estoy seguro de que la palabra lune,
por ejemplo, en latín, en español, en italiano, en portugués o en rumano sea la
misma palabra que la palabra lune en francés. La palabra lune es
más fina y además es una sílaba, como esa palabra inglesa, muy larga,
moon.
Todas esas palabras no significan lo
mismo, todas esas palabras corresponden a una literatura anterior, es decir, si
digo lune hay que pensar que esa palabra ha pasado por Verlaine, que la
palabra moon ha pasado por Shakespeare y que la palabra "luna" ha pasado
por Virgilio; entonces, cada lengua es una tradición.
Con relación a la creación poética he
leído algunos libros de estética, conozco mi Aristóteles, mi Benedetto Croce,
por ejemplo, pero he preferido leer las reflexiones de los escritores. Sé que
hay dos teorías extremas de la poesía. La primera, que sería la segunda en el
tiempo, sería la de aquel gran poeta romántico, Edgar Allan Poe, al cual todos
debemos alguna cosa, como a Walt Whitman. La teoría de Poe, que él ha expresado
en su Filosofía de la composición, es que la poesía, la creación poética,
es un acto intelectual. Bien, yo estoy seguro de que él se equivoca. El tomó su
propio poema, un poema que ha sido bien mejorado por sus traductores, por
Baudelaire, por Mallarmé —"El cuervo"—, un poema bastante mediocre en inglés, y
explicó cómo llegó a ese resultado. Según él, comenzó por la idea del refrán; la
importancia, la fuerza estética del refrán. Entonces pensó: los dos sonidos más
sonoros de la lengua inglesa son [eer] y [oor], entonces llegó,
inmediatamente, según él, a la palabra nevermore y después pensó: es
bastante extraño que un ser dotado de razón repita continuamente la misma
palabra, entonces pensó en un animal, pensó en un loro, pero en fin... la
dignidad poética le hacía falta. El leía en ese tiempo Barnaby Rudge de
Dickens y ahí encontró un cuervo, entonces el cuervo le sugirió el busto de
Palas, el busto le sugirió una biblioteca y siguió así, por un sólido
razonamiento, hasta la escritura de su bastante mediocre poema "El cuervo".
Según él, comenzó por el último verso, Shall be lifted nevermore!, y
después escribió el resto para llegar a ese fin, un poco melancólico, diría yo.
Y bien, esta teoría de la composición poética como un acto intelectual, como una
serie de razonamientos y de silogismos es, me parece, del todo inexultable. Es
extraño que esa idea clásica sea la obra de un gran escritor romántico, como lo
era sin duda Edgar Allan Poe, sobre todo siendo que él no escribía versos sino
maravillosas fábulas en prosa, por ejemplo, Las aventuras de Arthur Gordon
Pym.
Y tenemos la otra idea. Es la antigua
idea de la inspiración. Esa palabra es demasiado grandiosa para mí, pero ¿por
qué no aceptarla durante el curso de esta charla?... Y bien, la idea de la
inspiración es la idea del poeta como secretario, digamos: como alguien que
recibe el dictado de una fuerza desconocida. Entonces. los griegos pensaban en
las musas, los hebreos pensaban en los reyes, en el espíritu... Esa idea es más
posible. Se puede pensar también en lo que el gran poeta irlandés William Butler
Yeats llamaba great memory, la idea de que en cada uno de nosotros yace
la memoria de nuestros ancestros. Somos infinitos. Entonces el poeta no se puede
reducir a su realidad personal y recibe cuando escribe esa gran memoria. Se
podría pensar también en los arquetipos platónicos, eso sería lo mismo; es
decir, uno tiene todo y uno lo expresa.
Y bien, eso puede aceptarse o no. Una
cosa es más verosímil que la otra. Yo quisiera hablar de mi larga experiencia,
mi modesta experiencia. Yo pasé... yo consagré toda mi vida a la literatura.
Siempre supe, desde que era un niño, que mi destino sería literario, es decir:
yo me veía siempre saturado de libros como en la biblioteca de mi padre, quien
quizá me dio esa idea. Y bien, sabía que pasaría toda mi vida leyendo, soñando y
escribiendo, y tal vez publicando, pero eso no es importante, no hace parte de
un destino literario, pero en fin... yo hice eso. Hice lo posible, no por leer
todos los libros, como decía Mallarmé, sino, en fin, para leer los libros que me
gustaban. Tuve conciencia de que la lectura debe ser considerada no como una
carga, sino como una fuente de felicidad, posible y fácil. Entonces voy a
contarles, puesto que estamos hablando de una manera tranquila, espero, mis
experiencias personales. Y bien, yo camino por las calles de Buenos Aires, por
la Biblioteca Nacional, que dirigí hace un tiempo y que dejé después, y, de
pronto, siento que algo va a llegar. Entonces espero. Ese algo llega. Es quizá
una fábula, una noción cualquiera, que no concibo de manera clara, pero percibo
siempre el comienzo y el fin y después me toca inventar lo que hay entre esas
dos cosas. Hago lo que puedo. Después siento que esa idea exige, digamos, un
cuento, un poema, un ensayo. Eso me es revelado después...
Las teorías pueden ser útiles para
estimular la poesía. Por ejemplo, yo no creo en la democracia, es una cuestión
estadística para mí. Pero esa idea ha hecho de Whitman un gran poeta. La idea de
la democracia, esa extraña idea de escribir un libro con un personaje... un
triple personaje, una suerte de trinidad. Pues el Walt Whitman de Hojas de
hierba es el periodista Walt Whitman que lo escribe; una imagen muy
magnificada de su propia vida y esta idea es genial... Es decir que cada lector
es un poco Walt Whitman, Walt Whitman se dirige a él; cuando uno lee el libro
piensa haberlo escrito de una cierta manera. Y hay un hecho que quisiera
señalar, bastante extraño, y es que todo el mundo imitó el resultado de Walt
Whitman. Todo el mundo; por ejemplo, Lee Masters, por ejemplo, Neruda, por
ejemplo, Carl Sandburg —puede ser su mejor discípulo americano—, en fin... todo
el mundo imitó aquello a lo cual él llegó, pero nadie ha repetido esa extraña
experiencia de un héroe que fue tres personas: el escritor; una imagen
glorificada del escritor y el lector. Y bien, ésa es una manera de
trabajar.
Pero, a veces, mi punto de partida
fue un texto cualquiera, ya que, entre las experiencias humanas, quizá una de
las más bellas, una que asegura la felicidad de una cierta manera, es, como lo
sabemos todos, la lectura. O, como decía Emerson, otro gran poeta: la poesía
nace de la poesía; o, lo que yo dije anteriormente: la poesía nace del lenguaje,
pues cada lenguaje es una manera de sentir el mundo, cada lenguaje es una
literatura posible, incluso si no llega a serlo. Y bien, ésa es para mí otra
manera de la creación poética.
Pero hay otra manera que yo he
empleado para mis modestos fines, esa manera es una reflexión cualquiera. Por
ejemplo, la palabra "inolvidable", que yo pensé en inglés,
un-for-get-table. Bien... Comencé por esa palabra. Me dije: todos los
días empleamos la palabra "inolvidable"... pero si algo fuera inolvidable ¿qué
pasaría? Uno no podría pensar en otra cosa. Si alguna cosa fuera continuamente
inolvidable, entonces uno se volvería loco. Ese fue mi punto de partida para una
historia que yo escribí, puede ser que ustedes la hayan leído... se llama "El
zahir". Es una moneda de veinte centavos que es inolvidable. El hombre que la ha
visto se vuelve loco al cabo de algunas páginas. Es un cuento bastante corto. Y
en otra ocasión, partí de una reflexión abstracta también. Pensé en esa
admirable invención teológica de la eternidad. Me dije: en la noción de
eternidad se piensa que hay un momento, un momento divino evidentemente —no
pertenece al hombre sino a la divinidad—, hay un momento donde se encuentran
todos los momentos del tiempo, es decir, en un simple momento de la divinidad se
encuentra todo el pasado, todo el presente y todo el porvenir. Y bien, pensé en
una categoría más modesta que el tiempo, el espacio. Uno puede imaginar, por qué
no imaginar, que en alguna parte hay un rincón donde se encuentran todos los
rincones del universo, entonces escribí una historia que quizá ustedes han
leído, "El aleph": yo no sé si es un buen cuento o no, ya mucha gente lo ha
leído y lo han encontrado... legible, digamos.
Y bien, mi punto de partida, en esos
dos cuentos, han sido esas dos ideas no muy interesantes, no muy nuevas que yo
sepa. Y además hay otra cosa: cada vez que escribí sentí la emoción, la emoción
de mi vida: yo creo que no se puede escribir sin emoción. sin pasión. La idea de
la poesía como chorro de palabras es una idea del todo errónea, yo creo, una
idea falsa. Y además. cuando uno ha vivido algo, cuando uno ha sentido algo, en
un hombre de letras esto pide una forma (...)
En La Odisea se lee que los
dioses dan desgracias a los hombres para que las generaciones siguientes tengan
algo que cantar. Veinticinco siglos después, Mallarmé pensó lo mismo, pero él
pensó en términos de un libro, dijo: "Tout abouti à un livre", es la
misma idea, la idea de que nuestras experiencias son hechas para el arte, son
hechas para hacer otras formas de arte. En este arte encontramos a primera vista
que quizá el infortunio es más rico que la felicidad, la derrota es más rica que
la victoria. La derrota puede hacernos pensar, mientras que en la victoria se
mezclan las interjecciones, la vanidad: entonces el infortunio es mejor.
Ciertamente todos tenemos nuestra parte de felicidad y de infortunio: pero la
felicidad es un fin en sí mismo y no exige nada mientras que el infortunio debe
ser transformado en otra cosa. Es decir, el infortunio sería la materia del
arte, o también la nostalgia, la nostalgia está ligada a una felicidad perdida,
a un paraíso perdido.
Hay un gran poeta en España en el
presente, el gran poeta Jorge Guillén, que quizá es el único que haya cantado la
felicidad presente. No la felicidad como el paraíso perdido, sino como si él
estuviera en el paraíso. Yo no conozco ningún otro poeta que haya hecho eso.
Whitman hace lo posible por cantar la felicidad, pero uno siente que él era un
hombre triste, solo, y que su felicidad es un deber que él se impuso, que su
felicidad es una faena, digamos.
Yo comencé, como todos los
escritores, siendo barroco. Eso es una forma de timidez. Comencé siendo
sorprendente y genio. En el presente sé que no lo soy. Yo quería ser Quevedo o
sir Thomas Browne o Leopoldo Lugones y tantos otros... en el presente yo me
resigno a ser Borges. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Parece que, como yo, la gente
se ha resignado a esto y yo puedo ser Borges sin correr ningún
peligro.
Yo estoy muy sorprendido de
encontrarme aquí con ustedes. Es una forma de felicidad a la cual yo nunca había
aspirado o en la cual yo nunca habría pensado. Alfonso Reyes me dijo una vez:
nosotros publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores. Eso es
verdad. Cuando publico un libro lo olvido, lo olvido holgadamente. Cuando me
dicen, y es una noticia sorprendente para mí, que hay bibliotecas enteras
escritas sobre mí... yo no he leído ni un solo libro... yo continúo pensando en
el futuro... pienso que es enfermizo pensar en el pasado, pensar en aquello que
uno ha escrito. En el presente, pienso en mis libros futuros. Tengo 83 años,
entonces mi futuro no es verdaderamente grande pero, con todo, trato de mirar
hacia adelante y no hacia atrás pues eso es enfermizo.
Cuando yo era joven era barroco,
buscaba palabras muy antiguas o trataba de forjar palabras: en el presente
intento interferir lo menos posible en lo que escribo. Es decir, escribo... dejo
la página de lado, la releo al cabo de algún tiempo, suprimo todas las palabras
o frases que puedan sorprender al lector. Trato de que eso resbale e incluso
estoy obligado a veces a dar esa impresión aunque yo sepa que eso nunca ha
resbalado, y a cambiar y a corregir, y a corregir mi corrección, y así de
continuo... Pero yo quiero que el lector, cuando lea mis libros (...) los
mejores son El libro de arena, El informe de Brodie, La
cifra. Son mis mejores libros, se pueden olvidar los otros ampliamente, yo
lo he hecho. Yo pienso que alguien que no ha leído nada puede comenzar por La
cifra, en la poesía, y por El libro de arena, en la prosa.
En el presente intento ser lo más
simple posible, siendo complejo pero de una manera secreta y modesta, de una
manera no evidente. Es decir, yo no tengo estética, no busco los temas, los
temas me buscan, yo intento detenerlos pero al final ellos me encuentran,
entonces hay que escribir para quedarse tranquilo (...) En ese momento yo
publico o no. En general lo hago para quedar libre de los borradores, como decía
Reyes. Pero creo que cada tema tiene su estética. Cada tema nos dice si él
quiere que lo escriba en verso, en forma clásica, en verso libre, en prosa...
creo que la estética es dada a cada tema. Hay temas que exigen una novela, esos
no me han visitado, no creo que escriba una novela, he leído pocas novelas, he
escrito demasiados cuentos, quizá, y bastantes poemas también. Y, lo repito,
intento sobre todo ser legible. No pienso en el lector salvo en el sentido de
que intento que la lectura sea fácil y, si es posible, agradable.
Pero quizá he hablado demasiado.
Quizá la ocasión, las palabras que he dicho, no son más que un punto de partida
para las preguntas. Estaré muy contento de responder a sus preguntas. Les
prometo una sola cosa: la sinceridad, no puedo prometer otra cosa además de
eso... En fin, amigos, gracias.
Este es el texto de una
conferencia en francés dictada por Jorge Luis Borges y filmada por Alain Jaubert
y François Luxereau en el Collège de France en 1983. Considerando la traducción
como una traición, esta transcripción es una doble traición ya que no solamente
hemos pasado las palabras de Borges del francés al español, sino que las hemos
llevado de lo oral a lo escrito. Este atrevimiento es mucho más reprensible si
tenemos en cuenta el tratamiento y los largos silencios en busca de las palabras
apropiadas que revelan al observador la timidez del conferencista: sin embargo
la lucidez y el orden de las ideas expuestas bien merecen este atrevimiento. Los
puntos suspensivos entre paréntesis indican fragmentos incomprensibles, ya sea
por la calidad de la grabación o por el titubeo de la voz de Borges. Este
documento audiovisual se encuentra en la Vidiothèque de la ciudad de París y es
de libre consulta. La transcripción y traducción son de Juan Moreno Blanco. Se
publicó originalmente en la revista colombiana Número, y lo reproducimos
para recordar que en agosto de este año se cumplen cien años del nacimiento de
Jorge Luis Borges.
Encontrado en: http://www.nexos.com.mx/internos/saladelectura/borges4.asp
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