http://www.revistacoronica.com/2012/11/roberto-burgos-cantor-presenta-historia.html
Cuando se me ocurrió en mala hora pedirle a mi compadre Magno Garcimarrero --el único compadre que tengo en esta vida-- que presentara mi novela y le dije: Compadre, quiero que presentes mi novela, pero te pido que hablas mal de ella, quiero que le partas la madre porque estoy aburrido de tantos elogios, que además quizás ni siquiera sean sinceros, no sabía con qué iba a salir el tremendo compa. Y esto fue lo que dijo.
Quiero sincerarme con el público y, como buen mexicano quiero decir
que no creo que Marco Tulio Aguilera Garramuño sea buen escritor, ¡como puede
serlo si es mi compadre! Si sé donde vive, si Lety, su esposa, es mi comadre y
Sebastián su hijo es mi ahijado. Si nadamos en la misma piscina de barriada, o
sea que somos renacuajos de un mismo charco. ¿Cómo puede ser buen escritor mi
compadre, por muy Garramuño que sea?
Historia de Todas las Cosas, de
Garramuño, como su nombre lo indica… es muy difícil de leer, y muy fácil del
entender. El autor, que tiene la buena suerte de ser mi compadre, como ha
quedado dicho y repetido, ha inventado un nuevo idioma español para escribirlo,
y debemos darnos de santos que su genialidad tenga límite, que si se hubiera
puesto a inventar un nuevo alfabeto, el libro sería imposible de leer lo que es
fácil de comprender…
No
se trata de un documento breve, desde luego que contiene la historia de todas
las cosas, es un libro al que hay que entrarle con harta paciencia y, sentado
en el diccionario panhispánico de dudas, que seguramente no contiene ninguna de
las palabras que se ha inventado mi compadre Garramuño, pero que por lo pronto
nos permitirá levantar muchas veces nuestras asentaderas del diccionario,
consultarlo, fracasar en el intento, y volver a sentarse en él resignadamente
para continuar la lectura.
La primera versión de esta misma
historia, la hizo Marco Tulio hace 37 años, se la editó entonces Plaza &
Janes de Colombia, en tiempos en que mi compadre era un novel escritor en grado
de tentativa. Esta nueva versión, que no tiene nada que ver con la primera, es
la que le valió el comentario de su paisano García Márquez de: “…es lo mejor
que has escrito, y quizá lo mejor que vayas a escribir en toda tu vida”. García
Márquez lo sabe bien, porque a él le pasó lo mismo con Cien años de soledad.
Creo que ni el premio Nobel ni mi
compadre hacen mucha gracia, porque nacieron y aprendieron a leer y escribir en
el país en donde mejor se expresa y se escribe el idioma castellano: Colombia. Ahí
se habla mejor castellano que en Castilla; la prueba está en los propios
escritores mencionados, así como otros ejemplos: Álvaro Mutis, Fernando
Vallejo, Porfirio Barba Jacob, las piernudas
de las telenovelas Café con aroma de mujer y Las muñecas de la mafia que
trascurren en la pantalla chica haciendo alarde del bien hablar, entre montones
de pesos y pezones, y que sólo basta hacer la versión mexicana para echarlas a
perder, como ocurrió con el aroma del café que acabó siendo “La gaviota con
aroma de sexenio”.
Los que tenemos el hábito de la
lectura, presumimos de poder distinguir el estilo, el modo de escribir de
nuestros autores favoritos, eso me ha pasado ahora con mi compadre de quien
creo ser no sólo su mejor, sino su único lector. Leí el viejo libro de Breve Historia de todas las cosas y ahora
el nuevo y no tan breve: Historia de
todas las cosas. Me atrevo a afirmar que, aunque ambas versiones se
refieren a la vida cotidiana de San Isidro del General, un pueblo colombiano de
donde mi compadre es originario, y si no lo es, debiera serlo. He sentido digo,
que el uso del idioma en el nuevo libro, igual que mi compadre, ya no es tan
colombiano, está empapado de modismos mexicanos, me atrevería a afirmar que
otros muchos son veracruzanos, y hasta tan jalapeños como los tlaconetes. Amén
de las palabras inventadas cuya cantidad podría permitir hacer un gordo
diccionario de neologismos garramuñescos, en honras del H.L., historiador
literato, o más bien histeria-dor lito-orate, que no es un narrador, sino un
ranador, para gusto y placer del atrevido que cometa la hombrada de comprar y
leer el libro. Que finalmente, quiero decir, parafraseando al propio ranador
Mateo Albán que en medio de sus tribulaciones nos advierte que en su libro se
contiene “una ranación capciosa, personal e intransferible que en nada puede
lastimar a un buen lector y menos a un donoso y próspero pueblo como San
Isidro” y nos hace ver que “tiene el derecho de inventar lo que le venga en
gana”, y el que quiera oír y leer, que oiga o lea, y el que no, que ponga a
enfriar sus pelotas o el cofrecito de sus gustos” Amén.
Magno Garcimarrero. Mayo 2012
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