Tengo 63 años y hoy me miré en un espejo de cuerpo entero. Me impresionó la flacidez de mis piernas. Las mismas piernas que hace más de 40 años pudieron correr diez hits de 400 metros en menos de un minuto mientras entrenaba con los atletas que se preparaban para los Panamericanos en 1971. Esas piernas que impresionaron a mi maestra de Filosofía Ilse Schultz en Cali hoy son masas de carne en las que apenas se vislumbran como fantasmas de fondo los músculos. Y hoy Profirio Carrillo me preguntó qué te pasa, por qué cojeas. Le respondí escuetamente, son los estragos de los años, y no quise explicarle el asunto de la condromalasia. Y hoy mismo había despetado temprano, impresionado por un sueño (ni siquiera fue pesadilla): el avión en que viajábamos LL y yo comenzaba a perder altura, se enfilaba hacia una autopista llena de autos, planeaba sobre una ciudad (¿Bogotá?), se inclinaba tratando de no rozar los edificios que hacían corredor a lado y lado de sus alas y, cuando estaba a punto de estrellarse, le dije con toda sangre fría a mi esposa, ponte el cinturón de seguridad, que vamos a chocar. No sé si el avión chocó. El caso es que amanecí en mi cama y todo el día estuve desorientado. Cuando le conté el sueño a LL ella me respondió: te saliste del sueño y me dejaste allá, canalla. Y yo le respondí: Y qué querías que hiciera: si te saco del avión tendría que convivir con dos LLs; imagínate, si no puedo con una, qué haría con dos. Contemplando a distancia el sueño puedo analizarlo: lo más claro es la preocupación (o más bien despreocupación) por el tema de la muerte. Otro elemento: pensé: esto no termina ni cuando termina, ahora debe venir otro capítulo. Y también pensé: ahora mis hijos se quedan solos. La verdad es que no me preocupé por lo que podría pasar con LL: ella es demasiado recursiva, tiene tantos amigos y protectores, todos ellos correrían a socorrerla y quizás sin mí su vida sería más serena, más ohhhm, más Dalai Lama, meditación y programación neurolingüística. Ya no me mandes links con las mafufadas que escribes sobre el pasado, me dijo, y fue a buscar una foto en la que se me ve con la cabeza inclinada sobre su hombro, demacrado, flaco como un perro callejero, sucio, mal vestido. Foto de los tiempos en que yo habitaba el infierno. Y me dijo: ¿Te gustaría que yo todos los días esuviera mostrándote esta foto? Pues eso es lo que haces con tus escritos: atormentas, aburres, te repites, humillas, te revuelcas en tus miserias. Cuando le preguntaron a Albert Camus qué cree usted que han olvidado los críticos de su obra, él respondió: La parte oscura, lo que hay de ciego e insitintivo en mí. Y en otra ocasión dijo: No hay verdadera creación sin secreto. Me pregunto: ¿Será posible que yo, MT, pueda escribir una novela en la que no haya ni un secreto? Tal vez eso sea lo que estoy intentando.
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