Indiana University at Pensylvania
Prólogo del libro inédito
La literatura no puede
alimentarse ni de ideas, ni de hechos históricos, ni de datos estadísticos,
sino que halla su sustento en los seres contingentes, en el pequeño suceso, en
la nadería cotidiana. La diferencia es que estos seres, sucesos y naderías, son
elevados, por medio de una muy especial alquimia, a un nivel universal. De modo
que al final resulta que lo cotidiano deja de ser lo cotidiano y se transforma
en lo significativo (La cuadratura del huevo 11).
Marco
Tulio Aguilera Garramuño escribió estas palabras hace más de veinte años en la
“Nota preliminar” a una colección de ensayos literarios, y esta caracterización
de la literatura es aplicable más que nunca a lo que está escribiendo. En sus
cuentos para niños y en su Libro de la vida, los pequeños detalles de la
vida de todos los días se elevan a un nivel de verdadero arte literario.
Aguilera Garramuño no aborda las grandes corrientes de la historia en su obra.
No pretende defender una ideología o criticar una política a través de su
literatura, sino que busca en las interacciones de sus personajes un
acercamiento a las ideas filosóficas y psicológicas que nos afectan en lo más
personal de nuestra experiencia.
La génesis de esta actitud se
encuentra en la experiencia vital del autor. Durante su vida ha sufrido los
trastornos de la pérdida temprana de su padre, el desarraigo de los cambios
bruscos de patria, y los efectos de una crisis profunda de adolescencia
(narrada en su novela El juego de las deducciones). Si agregamos a estas
experiencias los estudios de filosofía que siguió en Cali, tenemos una idea muy
clara del origen del fondo psico-filosófico de la mayor parte de la obra
garramuniana.
Hasta la fecha (2001), Marco
Tulio Aguilera Garramuño ha publicado seis novelas y siete libros de
cuento. Otra novela, finalista al premio
de novela de la editorial Alfaguara, se publicará dentro de poco, y dos más
están listos para publicarse también.
La primera novela, escrita
cuando todavía estudiaba la licenciatura en Cali, fue Breve historia de
todas las cosas, que apareció en Ediciones de la Flor en Buenos Aires en
1975. Posteriormente hubo una edición colombiana. Esta novela le ganó el premio
nacional de novela otorgado por el Ministerio de Cultura de Costa Rica. Ofrece
una visión panorámica, satirizada, de la vida de San Isidro del General, Costa
Rica, lugar donde Aguilera Garramuño terminó el bachillerato.
Esta primera novela tiene una
estructura muy flexible y una trama no muy visible.[1] Los dos
fenómenos se deben, seguramente, a la forma en que se escribió, que Aguilera
Garramuño describe así:
Al inicio no fue más que
un relato largo, abigarrado, en el que contaba la historia del hijo subdotado
de un músico [Californio el Simple]. Al lado del relato, a manera de ramas,
aparecían varios personajes, numerosas anécdotas, todos ellos inexplotados
(Nacimiento de una novela 7).
Es decir, empezó con un tema,
sin tener idea de la meta de su relato, pero luego, sin haber desarrollado este
tema hasta el final, se dejó llevar por temas laterales, ramazones, hasta que,
al final se perdió casi por completo el tema original entre el follaje
agregado.
El resultado es un retrato de
San Isidro del General, Costa Rica, desde los años después de la revolución de 1948
hasta aproximadamente la primera parte de los años setenta, a través de una
serie de anécdotas, más o menos conectadas. Es una representación no sólo de
los personajes más exóticos del lugar, sino del desarrollo de un pueblo que, en
su aislamiento relativo, también participa de todas las corrientes más
importantes que fluyen por las naciones latinoamericanas en este siglo. Jorge
Ruffinelli, en su reseña en La palabra y el hombre, define estas
corrientes como: “el gremialismo, la rebelión estudiantil, las relaciones
amorosas, las pandillas, los clubes nocturnos, las orquestas de pueblo, los
monumentos, los negros, los judíos...” (76). Podría haber mencionado también la
burla que se hace de la iglesia, de los misioneros evangélicos y mormones, del
macho latinoamericano, etc. “Todas las cosas” que se entretejen en esta novela
se presentan, teniendo como telón de fondo un colorido tapiz que representa la
gradual modernización, la construcción y pavimentación de la Carretera
Panamericana y el paso incierto de pueblo a ciudad, en lo que podría ser un
compromiso con la realidad sociológica, pero no lo es, pues no se presentan ni
juicios ni soluciones posibles a la situación.
El próximo libro fue la primera
colección de cuentos, Alquimia popular, publicado por Plaza y Janés en
Bogotá en 1979. Ese mismo año publicó, en Monterrey, en el Instituto de Artes
de la Universidad Autónoma de Nuevo León, una colección de artículos de teoría
literaria, titulada La cuadratura del huevo. Los cuentos incluyen
elementos derivados de las experiencias de Aguilera Garramuño en Cali, en
Guadalajara, en Kansas y otros lugares.
Incluye también lo que podría ser el borrador de una novela que nunca
llegó a publicarse. El libro de ensayos es una manifestación clara de la
constante preocupación del autor con el arte literario.
Seis años más tarde, en 1985,
vio la luz la segunda novela, Paraísos hostiles, publicada por Leega
Literaria en México. Esta novela, según
el autor, tuvo su origen en sus experiencias en una inverosímil casa de huéspedes
en Monterrey: “Es una novela que yo viví en una casa en Monterrey, ... en la
casa de Bartola, durante dos años en un período de miseria económica. Y todos
los personajes, o casi todos los personajes, que aparecen en esa novela fueron
personas que compartieron mi vida allí” (Gutiérrez 46).[2]
Los sucesos de la novela se
desenvuelven en, y en torno a, la casa de huéspedes. Es un laberinto, con
infinidad de patios interiores, cuartos, pasillos y lugares inexplorados. Allí
habita una enorme variedad de personajes cuyo único rasgo común es la penuria.
La casa de Bartola desempeña en Paraísos hostiles un papel parecido al
de San Isidro en Breve historia..., aunque en este caso se trata de un
lugar ficticio. Al juntar a un grupo tan variado de personajes en un lugar
cerrado, la casa crea las condiciones propicias para toda clase de relaciones
personales, las cuales son la base de la acción de la novela.
Este lugar, que de algún modo
separa a los personajes del resto del mundo, es el “paraíso hostil” del título,
un mundo aparte, un edén en el que rigen las leyes de la naturaleza. Allí
sucede lo que sucedía en los primeros tiempos del mundo. De ese sitio salen los
que logran sobrevivir, los que de algún modo son los más fuertes. Este tema
darwiniano se establece en un epígrafe, cita del Origen de las especies,
con el que se inicia el libro:
Batallas tras batallas
han de repetirse continuamente con diferente éxito, y, sin embargo, tarde o
temprano las fuerzas quedan tan perfectamente equilibradas, que el aspecto del mundo
permanece uniforme durante largos períodos de tiempo, a pesar de que la cosa
más insignificante daría la victoria a un ser orgánico sobre otro.
En el mismo año de la
publicación de Paraísos hostiles, 1985, Aguilera Garramuño también
publicó las primeras ediciones de Cuentos para después de hacer el amor. Con este libro empieza la costumbre de hacer
diferentes versiones de sus libros para Colombia y México. Los cuentos de las dos ediciones son, en su
mayoría, los mismos, pero no todos. Lo mismo hace con Cuentos para ANTES de
hacer el amor, donde la versión colombiana es muy diferente, y con su
última novela publicada, titulada Buenabestia en Colombia y Las
noches de Ventura en la edición mexicana.
En este último caso, no hay diferencias notables entre los dos textos. Cuentos
para después de hacer el amor es el libro de nuestro autor que más éxito ha
tenido, con una edición mexicana y cuatro colombianas, todas cambiadas en un
aspecto u otro. Las ediciones
colombianas también han tenido numerosas reimpresiones.
La próxima novela de Aguilera
Garramuño, publicada en 1988 por la editorial de la Universidad Veracruzana, es
Mujeres amadas. Aunque claramente una obra de ficción, Mujeres amadas
es la autobiografía novelada de Marco Tulio Aguilera Garramuño desde que dejó
Cali para estudiar en la Universidad de Kansas (ficcionalizada con el nombre de
“Stillwater” en la primera edición[3]),
pasando por su estancia en Monterrey, hasta su llegada a Xalapa, Veracruz,
ciudad donde actualmente reside. Narra las peripecias de un protagonista,
Ramos, como estudiante y amante. Ramos se enamora de una estudiante mexicana,
regiomontana, para la que siente una atracción tanto intelectual como física.
Ella se llama Irgla, y Ramos la persigue por toda la novela, usando la narración
de sus aventuras amorosas como medio de seducción. Al final, Ramos logra su
meta, sólo para perder lo logrado con el descubrimiento tardío de que Irgla no
era, realmente, lo que deseaba.
Varios críticos han comparado
la armazón de Mujeres amadas con la estructura de Las mil y una
noches, donde Ramos sería Scherezada y las aventuras que él le cuenta a
Irgla serían comparables a los cuentos de la cortesana. Esta estructura no
presenta complejidad alguna en el clásico de la literatura oriental, pero en Mujeres
amadas sí. La complejidad se basa en el hecho de que Aguilera Garramuño, a
diferencia del narrador árabe, no indica tan claramente los cambios de
focalización en su narración, causando que algunos lectores hayan visto la
estructura como confusa.
Desde luego, esta estructura
narrativa no es lo que más ha llamado la atención con respecto a Mujeres
amadas. Lo que causa más efecto en todos los lectores es el erotismo, que a
veces linda con la pornografía, pero en otras ocasiones se presenta como
anécdota humorística, o simplemente como una tensión que subyace a las
interacciones entre personajes. Aguilera Garramuño ha afirmado en más de una
ocasión que hizo un estudio profundo, o por lo menos amplio, de la literatura
erótica como preparación para escribir esta novela. También se supone que
incorporó sus experiencias personales. De todos modos, se percibe en este texto
un interés tan intelectual como humano en los asuntos del amor.
En términos de publicaciones,
ésta es la época más productiva de Aguilera Garramuño. Después de Mujeres amadas, publicó en
los próximos doce meses dos novelas más: El juego de las seducciones
(México, 1989), y Los placeres perdidos (Colombia, 1989–edición
mexicana, 1990). Son dos novelas
realmente diferentes.
Durante quince años o más,
mientras publicaba Breve historia de todas las cosas, Alquimia
popular, Cuentos para después de hacer el amor, Paraísos hostiles
y Mujeres amadas, Aguilera Garramuño trabajaba en una novela bastante
diferente de sus otras obras.[4]
Finalmente, en 1989, esta obra “secreta” vio la luz con el título de El
juego de las seducciones. Se trata de una novela profundamente psicológica,
con reminiscencias de Dostoievski y de Kafka. Hace uso de los mitos de Edipo,
de Narciso y de los orígenes del mundo. Pero, más que nada, es una novela
íntimamente personal, que gira en torno a la crisis de adolescencia de un
personaje complejo.
El juego de las seducciones
se presenta como la autobiografía del personaje Alejandro Rivera Barbieri, alter
ego obvio del autor. Lo vemos a él, y vemos a su familia, desde su primera
infancia (e incluso antes, pues tenemos también mucha historia de la familia)
hasta que sobrevive una crisis de identidad cuando todavía cuenta con menos de
veinte años. Es la historia de una familia muy singular, venida, poco a poco, a
menos después de la muerte del padre. Seguimos sus pasos desde Colombia hasta
Estados Unidos y de allí a Costa Rica. En Costa Rica el protagonista, al
terminar su bachillerato y viendo la necesidad de contribuir a la economía familiar,
y con la intervención de su madre, consigue un puesto como maestro rural en
Sidón, una aldea remota al sur de Costa Rica. A raíz de sus experiencias en el
pueblo, sufre una crisis psicológica que le mete en una profunda depresión, de
la que sale poco a poco. En una escena que se presenta como una metáfora de su
relación con una criada, se describe el trastorno interno de Alejandro que está
al centro de la novela, y su eventual resolución:
Una imagen podría dar
idea de la batalla que estaba librando: el espectáculo de un remolino de
proporciones asombrosas al pie del acantilado, la descripción detallada de la
atracción terrorífica e ineluctable que ejerce sobre barcos, peces y cuanto se
halle en su radio de acción, la frialdad del narrador que se atreve a mirar por
segunda vez aquel vórtice en el que estuvo una vez, y, por encima de todo lo
anterior, el relato de ese girar lento hacia el fondo, la bruma que se eleva
desde la profundidad y que forma un arcoiris con la luz de la luna. Eso,
precisamente eso, era lo que me estaba sucediendo, pero a diferencia del
narrador del cuento de Poe, durante los dieciséis años de vida que llevaba,
nunca, nunca había alcanzado la posibilidad de mirar el abismo desde el
acantilado sabiendo que tarde o temprano, si se aprende a vivir con paciencia y
serenidad, todo lo que se sumerge vuelve a salir a flote (233-234).
Los placeres perdidos,
la otra novela publicada ese año, reúne las mismas características que las dos
primeras novelas, Breve historia... y Paraísos hostiles,
(caricatura, personajes estrambóticos), pero les añade un personaje central y
una trama más o menos tradicional. Con esta novela Aguilera Garramuño ganó, en
1988, el Premio Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera en Colombia. Al
presentarse para el premio llevaba el título de Venturas y desventuras de un
frenáptero.[5] Se mejoró el título al
publicarse, pero el título original revela claramente la naturaleza de esta
novela: es un título de novela. Se trata, de hecho, de una novela que venía
trabajando Aguilera Garramuño desde hacía mucho tiempo, pues ya en su segundo
libro, la colección de cuentos, Alquimia popular, se incluyó un borrador
de las primeras páginas bajo el título de “Biografía parcial de un frenáptero.”
Su ubicación en Cali sugiere también una larga gestación, pues cuando se
publicó la novela en 1989 el autor ya llevaba más de una década fuera de
Colombia.
La trama de la novela sigue la
trayectoria vital del protagonista, el “frenáptero” Adolfo Montañovivas. Lo
vemos crecer desde su casta y frenética adolescencia hasta que se convierte en
un adulto, tiene una relación amorosa estable, y espera la llegada de un hijo.
Aunque sus experiencias lo tranquilizan hasta cierto punto, es, todavía un ser
libre de mente alada al final del libro.
Como lo han notado casi todos
lo que han escrito sobre su obra, hay una fuerte corriente erótica en el arte
de Aguilera Garramuño, que a veces algunos, erróneamente, han tachado de
pornografía. En Los placeres perdidos el amor sexual, que existe en gran
porcentaje de sus versiones, siempre es algo positivo. Las relaciones
verdaderamente duraderas que termina teniendo Adolfo son con Albamarina. La
primera vez que hacen el amor, que parece ser la primera vez que Adolfo llega a
completar el acto, Aguilera Garramuño se deleita en prolongar la descripción
durante unas quince páginas, descripción que se interrumpe repetidamente para
narrar otras cosas no relacionadas con la escena de amor, como si estuviera
jugando con sus lectores. En esta descripción también demuestra el puro placer
que le dan las palabras con las que narra este acto de sensualidad completa.
Después de lo que parece un larguísimo tiempo desnudos, empieza el acto final:
·
¿Y ahora?
·
Eso pregunto.
·
No comprendo muy bien el juego de la
vida–confesó Adolfo–. Tengo muchas ideas confusas. He visto películas en las
que las mujeres suspiran y se les acaballan a los hombres. Ehem, ¿qué tal si
haces eso? (150).
Una vez que Albamarina ha
subido, Adolfo empieza a pensar, y le hace preguntas, pero Aguilera Garramuño
ya no puede permitir que escape, y, con palabras escogidas más por el efecto de
ligero humor que por su claridad descriptiva nos cuenta lo que pasó:
Alba estaba ocupada en
otros menesteres menos teóricos. Buscó mejor acomodo. Su territorio interior,
allende el bosque de helechos, se ciñó sedoso al divino calvo de su amado.
Sonrió al sentir que el milagro de la naturaleza estaba invadiendo su campo
florido y que éste destilaba rocío de amor (150).
Y así; la descripción del acto
continúa por casi una página más.
Y es precisamente este deleite
en el lenguaje que constituye el otro factor, además del erotismo, que más se
ha notado en toda la literatura de Aguilera Garramuño. En Los placeres
perdidos el gozo del lenguaje llega a veces a niveles orgiásticos. En esta novela,
como en pocas, el lenguaje de la narración es fiel reflejo de lo más
sustancioso del contenido. Adolfo Montañovivas, y, por medio de él, Marco Tulio
Aguilera Garramuño, ejemplifica y proclama la libertad absoluta como obra de
arte.
La novela más reciente de
Aguilera Garramuño–Buenabestia en la edición colombiana, La noches de
Ventura en la mexicana–es también la primera que refleja plenamente su
residencia en Xalapa. Como Mujeres amadas, tiene como tema central la
relación entre la vida y la literatura en un contexto del más alto erotismo,
pero en ella se nota menos el peso de la investigación en textos clásicos y se
aprecia una profundización en el concepto artístico. Como lo indica el segundo título–Libro de
la vida I–esta novela se proyecta como la primera de una serie. (Las dos
últimas novelas de la serie están por publicarse, probablemente en 2002. La
segunda lleva el título de La hermosa vida, y la publicará el Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, y la tercera, que será publicada por la
Universidad Autónoma de Puebla, se llama La pequeña maestra de violín).
Esta novela dio sus primeros pasos como contribución semanal a la revista
xalapeña Línea. Allí, empezando con el número tres de la revista,
correspondiente al 17 de junio de 1988, se publicó cada semana durante la vida
de la revista, una página de divagaciones entre imaginarias y autobiográficas.
Las entregas semanales en Línea llevaban como título “Diario de un
frenético.” Retrataban y parodiaban cruelmente el ambiente intelectual y artístico
de Xalapa.
Buenabestia / Las noches de
Ventura está construida con base en la tensión entre escribir y hacer. Se
trata de un período en la vida de un escritor, Ventura, en que está tratando de
escribir una gran novela al mismo tiempo que es asediado constantemente por la
necesidad de satisfacer sus deseos eróticos. En un nivel, es una novela
episódica, pues seguimos una serie de aventuras del protagonista en su búsqueda
de satisfacción física y amorosa. Al mismo tiempo es una novela de evolución del
protagonista, quien se analiza constantemente, que termina enamorándose de
verdad, sólo para descubrir que ese amor no va a prevalecer. También es una
novela que se parodia a sí misma: Ventura escribe una novela por entregas que
paralela sus obsesiones de forma caricaturizada y que está intercalada entre
las aventuras referidas. Los otros personajes leen las entregas de esta segunda
novela en el diario, y lo que leen afecta su relación con Ventura. (Esta novela
intercalada está incluida en la presente colección bajo el título de la
“Historia completa de Ranita.”)
A Aguilera Garramuño le
preocupa en sumo grado, como hemos visto, el arte literario. Siempre hay para
él una vinculación muy estrecha entre la literatura, que es una expresión
artística, y la vida, y nunca ha podido, por mucho que haya escrito sobre el
asunto, establecer una separación entre las dos. Ya desde sus primeros años
como escritor, publicó sus ideas sobre lo que es, o debe ser, la literatura, y
sigue hasta la fecha dando conferencias y talleres en que presenta sus ideas
sobre el arte de escribir. En la propuesta que presentó en 1999 al Sistema
Nacional de Creadores de México para solicitar una beca, describió así el
proyecto para las novelas que componen El libro de la vida: “No será un
libro de gran complicación formal, sino de trabajo minucioso sobre la prosa y
de una construcción milimétrica de la estructura. Buscaré básicamente la
transparencia en la escritura y la claridad expositiva en las ideas.”
En otra ocasión, en una
entrevista, publicada en una revista brasileña, dice con respecto a su público:
É esse o sentido que
geralmente tento passar para os leitores desprevenidos. Apunhala-los pela
espalda e logo surpreende-los com a novidade de que não são um escritor
erótico, escandaloso, exibicionista, ou dado a temas truculentos, sou um
escritor sério, disciplinado, que mede cada uma de suas palavras (Simões 3).
“Que mide cada una de sus
palabras.” En esta frase tenemos la clave para entender el estilo de Aguilera
Garramuño. Más que nada, lo que caracteriza este estilo es el cuidado y el gozo
con los que Aguilera Garramuño escoge su vocabulario, inventa sus neologismos,
da vida a sus personajes e insinúa su concepción del mundo y del arte. Andrés
Garza, en una reseña de Cuentos para después de hacer el amor, el libro
del autor que más éxito de ventas ha tenido, dice: “Marco Tulio Aguilera
Garramuño es un romántico que parece estar haciéndole el amor a las palabras.”
Y es una indudable
característica del estilo de Aguilera Garramuño; está enamorado de las palabras
que le facilitan sus obras y las trata, las acaricia y las domina de una forma
casi impúdica. En este afán de buscar un lenguaje exacto, pulido, original y
expresivo vemos al máximo grado la emoción, la pasión con las que Aguilera Garramuño
se esfuerza para crear sus obras.
Considérese, por ejemplo, esta
oración en dos versiones que demuestran de forma muy clara el esfuerzo, hasta
el cariño con el que Aguilera Garramuño se acerca a su prosa. Viene de “El
suave olor de la sangre,” que apareció por primera vez en las ediciones
primeras de Cuentos para despues... y que forma parte de esta
antología. Citamos aquí de la edición
colombiana de 1985. El narrador-protagonista, que está asaltando un autobús con
una pandilla de hombres vestidos más o menos de neo-aztecas, se dirige a los
pasajeros: “Como podrán notar si miran con cuidado a lo largo de la extensión
de este vehículo automotor hay la cantidad de trece jóvenes sonrientes y
armados con puñales, dagas, macanas, llaves inglesas, picahielos, cuchillos
matamarranos y estiletes, de modo que lo más conveniente para la salud y el
correcto tejido de la piel es que permanezcan en silencio, inmóviles y
tranquilos como en misa.” Eficazmente el autor ha logrado comunicar la idea de
que se trata de una persona que trata de elevar su discurso a algo más que una
simple amenaza de asaltante pero que carece de una formación adecuada para
hacerlo. Así dice, por ejemplo, “vehículo automotor,” frase de resonancia
cuasi-jurídica. También refuerzan este tono las palabras excesivas que emplea,
como “a lo largo de la extensión de” y “la cantidad de,” frases que sólo sirven
para resaltar el carácter del discurso y no para comunicar.
Cuando reescribe este cuento
para Cuentos para ANTES... (edición colombiana), Aguilera Garramuño hace
unos cambios sutiles pero eficaces en la oración: “Como podrán notar si miran
con cuidado a lo largo de la extensión de este vehículo automotor hay la
cantidad de trece jóvenes sonrientes y armados con puñales, dagas, macanas, llaves
inglesas, picahielos, cuchillos matamarranos, estiletes y hasta inclusive
martillos de emergencia, de modo que lo más conveniente para la salud y el
correcto tejido de la piel es que permanezcan en silencio, inmóviles,
tranquilos, como en misa, digo.” El primer cambio es la adición de otra arma,
“y hasta inclusive martillos de emergencia.” Representa un reductio ad
absurdum de una lista ya excesiva, precedida de una frase más de un
ignorante que presume de cultura, “y hasta inclusive.” El otro cambio es el
modo de terminar la oración, donde el efecto que se busca es devolver la
expresión a un nivel más convincentemente hablado y menos literario. Comunica
lo mismo que la primera versión, pero el autor ha vuelto a acariciar sus
palabras, buscándoles otra arista de perfección.
Otro ejemplo de cómo trabaja
Aguilera Garramuño su estilo se encuentra en las palabras con las que se abre
“Cantar de niñas,” otro cuento que hemos incluido y con el que comienza Los
grandes y los pequeños amores: “Con su noble sonrisa, plácida y segura, la
vi ejerciendo una encantadora felicidad de niña.” Esta sencilla y rítmica
oración, casi versos de romance (puede dividirse fácilmente en un heptasílabo,
dos octosílabos y otro heptasílabo, con rima asonante entre los dos
heptasílabos), establece un aire de tranquilidad y sobriedad que, quizás
irónicamente, se desarrolla luego en una historia de la obsesión de un hombre
mayor hacia una niña, al estilo de la Lolita de Nabokov, aunque sin
llegar a cumplirse ningún acto sexual. Esta oración inicial le da al cuento el
tono del epígrafe, unos versos de Antonio Machado:
Del romance castellano
no busques la sal castiza:
mejor que romance viejo,
poeta, cantar de niñas.
Es una apertura perfectamente
lograda.
Sin embargo, no es la primera
versión publicada del cuento. En las versiones originales de Cuentos para
después..., aparece bajo el título de “Fruta verde.” Es el mismo cuento,
pero el autor ha continuado perfeccionándolo. La primera oración de esta
versión dice así: “Muy blanca, con su hermosa sonrisa plácida y segura, la vi
ejerciendo una serena felicidad de niña.” Es también una frase bien hecha, pero
los cambios la han mejorado notablemente. La tranquilidad está allí en las dos
versiones, sugerida por palabras como “plácida,”“segura” y, en la versión
original, “serena.” Pero, al sustituir “serena,” observación objetiva, con
“encantadora,” interpretación subjetiva, Aguilera Garramuño ha logrado iniciar
con una palabra la comunicación de lo que siente el señor al contemplar a esta
niña. La frase “muy blanca” que inicia la versión original, aparte de su ritmo,
no añade nada a la imagen que se va creando. En cambio la “noble sonrisa” eleva
la imagen a un nivel de placer maduro, desarrollando así lo introducido en el
epígrafe, que falta en la primera versión.
El cambio de título también es
un logro. La primera versión, “Fruta verde,” subraya la lujuria implícita en la
obsesión del señor. El título “Cantar de niñas” pone el énfasis en lo atractivo
de la niña (y de las niñas en general). Es un cambio sutil, pero tiene el
efecto de reducir lo que podría verse como grosero en la relación y elevar lo
estético.
Otro rasgo de este estilo
cuidado, en que las palabras son seleccionadas con mucha precisión, es el
invento de neologismos. Son relativamente pocas las palabras que ha inventado
Aguilera Garramuño, menos que otros escritores con este afán lingüístico, pero
una vez inventadas se repiten con mucha frecuencia y sirven para identificar un
elemento de gran importancia en la literatura del autor. La tres palabras
garramunianas que más ocurren en su obra son “frenáptero,” “frenolito” y “saúd”
(o “saúde” en algunas versiones). Esta última tiene todo un cuento (incluida en
la antología) dedicada a ella: “”Los saúdes” de Cuentos para después... Se
explica así, por lo menos en parte, su etimología:
De la palabra “saudade”,
tienen los saúdes, el carácter indefinible que impulsó a otro poeta a decir:
“Tem a palavra saudade, tristesa que outra palavra não tem”. Parafraseando al
poeta diremos que tiene el saúd una belleza esquiva que ningún otro ser
conocido posee (26).
Este concepto de belleza
esquiva, junto con una idea de libertad absoluta, se manifiesta como ser humano
con el concepto del “frenáptero,” palabra derivada de raíces griegas que
significan “mente alada.” Así define Aguilera Garramuño no sólo al protagonista
de Los placeres perdidos sino a toda la banda de amigos que lo acompañan
en sus aventuras. Estas dos palabras representan un ideal de la persona
absolutamente libre, no reprimida por las normas de la sociedad y, en el
segundo caso, eternamente feliz. Su contrario es el “frenolito,” la persona con
mente de piedra. (La importancia de este concepto para el autor se evidencia en
el hecho de que en sus tarjetas personales se identifica como “escritor frenáptero.”)[6]
Este ideal de libertad
espiritual será, junto con lo erótico, tema subyacente en la mayor parte de la
narrativa garramuniana, y lo hemos usado para identificar un grupo de las obras
incluidas en la antología. Pero, a diferencia del erotismo, el concepto del
“frenáptero” contrasta con la forma de escribir, por lo menos en los últimos
años. Si bien escribir es, para Marco Tulio, un acto erótico en sí, no es un
acto libre. Controla al mayor grado posible todos los aspectos del lenguaje que
emplea.
En una entrevista con el autor
que se publicó en el periódico mexicano Excélsior, con motivo de la
próxima publicación de Cuentos para después..., Aguilera Garramuño
contrastó la manera en que escribía inicialmente, libre y frenético, con el
modo de trabajar que desarrolló posteriormente:
Al principio se me hacía
muy fácil escribir y lo hacía a carretadas y considerando que cualquier cosa
que escribía estaba bien, pero a medida que va pasando el tiempo uno se va
dando cuenta que eso no es la literatura, que la literatura es más un trabajo
de destrucción como decía Hemingway. De destrucción del estilo que uno cree
propio y no lo es. Uno tiene que destruir lo que ha creado para que la
estructura se convierta en rompecabezas, en enigmas, entonces es cuando verdaderamente
uno comienza a desarrollar lo que puede hacer y creo que mientras más difícil
le sea a uno escribir mejor escribe (Maitret).
Esta destrucción, este rechazo
constante de versiones hasta encontrar la más adecuada, la más exacta expresión
posible, es lo que hemos visto en los ejemplos citados arriba.
Esta búsqueda del lenguaje
exacto, este afán de crear un estilo personal, apropiado a lo que quiere
comunicar en su narrativa, es parte de lo que llamara en una ocasión Aguilera
Garramuño su contribución a la “dialéctica creativa de la sociedad” (Hacia una
teoría...). Aunque niega tener interés en la historia, o como lo dice en otro
lugar, le “interesa más la sicología que la sociología” (Peláez González), este
mismo deseo de comprender las motivaciones de los que lo rodean lo inscribe
dentro del contexto social desde el cual crea su narrativa. No escribe
literatura de compromiso social, pero sí de arraigo en la sociedad.
Después de la prosa algo
desbordada de Breve historia de todas la cosas, su primera novela,
Aguilera Garramuño, ha ido descubriendo más y más la forma de presentar sus
ideas de la manera más eficaz, creando un lenguaje literario cada vez más
directo en su expresión, pero sin perder la originalidad que siempre ha
caracterizado su escritura. Esta preocupación por la expresión de sus
narraciones refleja el cuidado con el que desarrolla las ideas que se presentan
en ellas. En la continuación de la propuesta para una beca ya citada, describe
de forma muy clara su manera de acercarse a su escritura:
Será ... una novela de
ideas: exploración en temas como el amor, la muerte, el erotismo, la naturaleza
de las mujeres (si es que la tienen diferente al hombre, lo que creo
firmemente), la naturaleza del hombre, los objetivos de la vida, Dios o su
ausencia, etc. Muy importante será el trabajo sobre la tensión novelística:
intentaré no repetir lo que considero errores que cometieron autores como
Proust, Durrell o Miller (los excesos discursivos, la insistencia en temas
históricos, las descripciones demasiado detalladas, el tono profético...). El
trabajo que haré quiero que sea a alta presión: nada sobrante, solamente lo
significativo, tendrá lugar en las novelas.
Es decir, piensa con mucho
cuidado lo que va a presentar, está consciente de las ideas detrás del
desarrollo de los personajes, y construye meticulosamente los relatos de sus
narraciones. El resto, el mundo alrededor de sus novelas, no entra como
elemento importante en sus consideraciones.
Aguilera Garramuño sí está
consciente, por una parte, de su situación histórica; es decir, escribe desde
la realidad que lo rodea, a veces sin siquiera ficcionalizarla, y no ignora los
conflictos ideológicos que influyen en las vidas de sus personajes. Por otra
parte, nada de esto es de gran importancia para sus novelas y cuentos. Sirve
más bien de trasfondo, destaca en cierto modo el realismo de las narraciones,
hasta podría verse como parte de una postura ante el mundo que se revela a
través de sus palabras, pero lo central en todas las obras, sin excepción, son los
personajes y lo que ellos revelan en lo más íntimo de su condición psicológica.
Durante todos sus años como
escritor, Aguilera Garramuño ha hecho referencias repetidas a este aspecto de
su obra, al hecho de que lo importante par él son sus personajes y lo que
revelan acerca del ser humano, y no los grandes temas históricos; ante
cualquier tema extra-literario, prefiere poner su atención en lo íntimamente
humano. Por ejemplo, en una entrevista que le hizo el escritor argentino Mempo
Giardinelli, en la que se trata de identificar la nacionalidad de su obra
sostiene que:
La discusión de políticas
culturales y de la existencia de una cultura nacional es un asunto muy
importante que, por el momento, no me interesa. Es un paquete demasiado
complejo, para el cual no tengo ni tiempo ni formación, ni autoridad, ni
capacidad. Prefiero ocuparme de mi propia intimidad y de la de los que me
rodean.[7]
Lo mismo afirma en una
entrevista publicada en la Hispanic Journal: “Lo que yo hago
fundamentalmente es contar historias que involucran a personajes” (242). Y, un
poco más ampliamente, en la entrevista que le hizo Carl Gutiérrez para la
revista Chasqui, dijo:
Yo pongo todo lo que soy
en cada cuento; y todo lo que soy es resultado de todo lo que yo he podido
chupar de la realidad. Yo no soy una persona que tenga objetivos nobles. Yo no
quiero ser bueno. Yo no quiero redimir a la humanidad. Yo quiero hacer obras
atractivas, sugerentes, apasionantes, violentas, inolvidables. En ese sentido
yo soy un romántico; yo soy un escritor romántico, no sé si trasnochado o en
vigilia (48).
He aquí lo fundamental de la
obra de nuestro autor: se centra en la persona del autor y en sus experiencias,
y se dirige hacia un lector que busque satisfacción a nivel estético y en la
representación, no en una visión de la sociedad.
Aguilera Garramuño recibió su
formación literaria a través de la influencia de autores muy diversos. Él mismo
reconoce su deuda a Borges, a Cortázar, a Rubem Fonseca y a García Márquez,
entre otros.[8] Su primera novela, Breve
historia de todas las cosas, se escribió también a la sombra de García
Márquez. El juego de las seducciones tiene obvias resonancias, en lo
psicológico, de Dostoievski. En otras obras se ven fácilmente elementos de
otros grandes escritores, tales como Poe, Cervantes, Proust, Lawrence, Kafka,
Rabelais; pero la influencia más clara en la mayor parte de las novelas es la
de Henry Miller, autor a quien menciona con admiración desde sus primeros años
de escritor, a quien cita textualmente en Mujeres amadas, y que le
proporciona un modelo para llevar las experiencias personales más íntimas a sus
novelas y cuentos.
Henry Miller se conoce
principalmente por su serie de libros autobiográficos en los que narra sus
encuentros artísticos y sexuales y sus reflexiones sobre ellos. Las novelas Mujeres
amadas y Buenabestia / Las noches de Ventura siguen en cierta forma
el mismo plan. En El juego de las seducciones Aguilera Garramuño
describe cómo descubrió de adolescente:
las increíbles escenas en
los libros de Miller (aquel judío lavándose la verga después de follarse a la
hermana de su mejor amigo; dos parejas sentadas a la mesa y mezclando coitos
con bocadillos de caviar; los polvos veloces a judías de cejas pobladas y coños
peludos frente a la puerta de la casa de la madre furibunda; el lenguaje de la
vida por vivir, tan posible, tan difícil de entender) (170).
Las descripciones francas de
actos sexuales y a veces brutales que manifiestan el gozo, o al menos la total
falta de inhibiciones, del narrador al rememorar lo que describe, que se
encuentran en todas las novelas de Aguilera Garramuño, son evidencia en sí de
la influencia de Miller.
Y es cierto que en el enfoque
en los detalles de la vida cotidiana, la representación de actos físicos y
reacciones psicológicas, y en la preocupación por la creación literaria, se
puede ver algo parecido a lo que escribiera Miller. Pero con todo esto, sería
exagerado afirmar que la prosa de Aguilera Garramuño sea imitativa de la del
gran bohemio. Lo que en Miller es, con frecuencia, sordidez y cinismo, en
Aguilera Garramuño se convierte en ordinariez y frustración; donde Miller ataca
a los demás, Aguilera Garramuño los satiriza; y donde Miller desprecia a las
mujeres, Aguilera Garramuño las adora. El tono prevaleciente en las obras de Aguilera
Garramuño es uno de humor y una sempiterna esperanza en que las cosas vayan a
mejorar. Por mucho que sienta la influencia de Miller, y por mucho que también
respete a filósofos como Nietzsche, no puede ocultar su fundamental optimismo.
En la citada entrevista con
Ricardo Rondón, Aguilera Garramuño dijo de sí mismo: “Soy básicamente un hombre
feliz a pesar de cualquier problema. Es decir soy optimista, y considero que
todo mal es circunstancial” (18). Este optimismo se manifiesta claramente en el
ideal que representa en sus personajes más simpáticos, el del ser completamente
libre, el “frenáptero”: “un personaje que supera los conflictos con la sociedad
por medio de la imaginación.... [El] ‘frenáptero’ no se deja atrapar por las
angustias cotidianas. En síntesis, es superior a la realidad. Y naturalmente
que la enriquece por medio de la imaginación” (Esquina Popular 10).
El conflicto interno de los
protagonistas de las novelas garramunianas es precisamente el de querer y no
poder ser completamente libres. Este ideal “frenáptero” es central en los
personajes Ramos, de Mujeres amadas, y de Ventura, de Buenabestia /
Las noches de Ventura. En estas dos novelas, ambas autobiográficas, los
protagonistas, (que son, en muchos sentidos, el mismo) viven en un estado de
tensión entre erótica y artística. El primero casi logra la fusión de los dos
elementos con su mujer amada, pero al final, ella no puede liberarse de las
restricciones que le impone la sociedad, y Ramos es frustrado una vez más.
Ventura sigue buscando liberarse de las cadenas que le imponen la necesidad
económica y el anhelo de un amor perfecto. Al final de la novela sale, al modo
de Guzmán de Alfarache, en busca de un nuevo comienzo allende las fronteras. En
la segunda novela de la serie, aún inédita, Ventura alcanza cierta satisfacción
artística y económica, pero todavía no logra el amor perfecto, lo cual lo lleva
a continuar escribiendo como si a través del arte pudiera llegar adonde la vida
no lo deja.
Como se indica arriba, Aguilera
Garramuño quiere caracterizar a esta última novela como “novela de ideas,” que
serían ideas acerca del amor, la muerte, la naturaleza de las mujeres y de los
hombres, los objetivos de la vida, la existencia de Dios, y otras. Pero no es
una novela (o mejor dicho, no son novelas) de filosofía. Como las novelas
anteriores, y como la casi totalidad de los cuentos, en El libro de la vida
lo que hace el autor es crear personajes complejos, darles relaciones de
diferentes tipos, y dejar que sus éxitos y fracasos sean la exposición de
perspectivas sobre la vida. Es cierto que, de vez en cuando, expresan ideas
filosóficas acerca de las ideas mencionadas, pero éstas siempre se presentan de
una forma medio irónica, donde no estamos seguros de cuál será la opinión del
autor al respecto. Estas expresiones hacen que el lector considere las
diferentes perspectivas acerca de los temas sin establecer una en particular
como la única aceptable.
Aguilera Garramuño tiene
algunas opiniones bastante claras, y las comunica en sus obras. A veces estas
ideas, como en el caso de algunas de sus observaciones francamente machistas,
pueden irritar. En otras ocasiones las opiniones que expresa son muy
inteligentes y hasta notablemente profundas. Pero lo que más le queda al lector
no es una reflexión filosófica sino la búsqueda de algo inalcanzable, algo que
apenas se vislumbra por medio del arte pero que es, en su esencia, la vida
misma. Citamos arriba lo que dijo que le causó una impresión realmente fuerte
en Henry Miller, “el lenguaje de la vida por vivir, tan posible, tan difícil de
entender” (El juego de las seducciones 170). Y es precisamente este
lenguaje que se siente al leer la obra de Aguilera Garramuño.
Marco Tulio es un escritor muy
consciente de todo lo que hace. Nunca pierde su perspectiva irónica que le
permite comprender lo que hace, sin tomarse demasiado en serio. Al mismo
tiempo, trabaja constantemente para conseguir esa “muy especial alquimia” por
medio de la cual convierte lo cotidiano, las experiencias de personajes reales,
en arte literario. En los cuentos y fragmentos de novela que siguen, se ve todo
el panorama de las variadas expresiones de este arte. No hay mejor
caracterización de su empresa narrativa que la que se presenta en Buenabestia
/ Las noches de Ventura, y por eso la citamos aquí para concluir esta
introducción:
Se sentó ante la máquina.
Pudo escribir un par de páginas. El estilo es pulido, tiene más color, es más
ambiguo y polifacético que todo lo escrito anteriormente. ... Aunque teme
repetir un tipo de literatura que abomina carente de relato, “es decir, de
sentido,” se dice que pretende ser más esencial; tiene la idea de que el alma
no está oculta, sino que yace a flor de piel. Hay en lo escrito, cree, la
riqueza de su primera novela y el rigor que le han dado los años. La realidad,
le enseñó la vida, tiene puntos, y hay que descubrírselos. “¿Qué será lo que
estoy escribiendo? ¿Una especie de parodia de la condición humana, un
inventario de seres cuya ordinariez los hace estrambóticos, un bestiario
psicológico? (Las noches de Ventura 171).
Xalapa, 1999 / Vermont, 2001
Peter G. Broad
Obras citadas
Aguilera Garramuño, Marco
Tulio. Breve historia de todas las
cosas. Buenos Aires: La Flor, 1975.
----------------------------. La cuadratura del huevo. Monterrey: Instituto de Artes, Universidad
Autónoma de Nuevo León, 1979.
----------------------------. “Hacia una teoría estructuralista del estilo
literario.” Estravagario, Revista
Cultural de El Pueblo. Cali,
18-IV-75.
----------------------------. El juego de las seducciones. México, D.F.: Leega Literaria, 1989.
----------------------------. Mujeres amadas. 2ª edición.
Xalapa: Universidad Veracruzana, 1996.
----------------------------. “Nacimiento
de una novela.” Revista no
identificada. Cali, 7/10/75.
----------------------------. Las noches de Ventura. México, D.F.: Planeta, 1995.
----------------------------. Paraísos hostiles. México, D.F.: Leega Literaria, 1985.
----------------------------. Los placeres perdidos. Bogotá: Tercer Mundo/Fundación Tierra de
Promisión, 1989.
----------------------------. Propuesta para beca presentada al Sistema
Nacional de Creadores de México.
Manuscrito, 1999.
“Conversación con Aguilera
Garramuño.” Esquina Popular. 24-30-VI-81: 10.
Foltz, David A. y Fernando Ruiz
Granados. “Marco Tulio Aguilera
Garramuño: El erotismo como razón de ser (una entrevista).” Hispanic Journal. 15(2), 1994: 233-244.
Garza, Andrés. “Autor describe el amor
desde varios ángulos.” Reseña de Cuentos para después de hacer el amor. El
Norte (Monterrey). 6-XII-83.
Gutiérrez, Carl. “Una entrevista con Marco Tulio Aguilera
Garramuño.” Chasqui. 18(1),
1989: 45-50.
Maitret, Evelia. “Marco Tulio Aguilera Garramuño y la
Narrativa.” Excélsior. México, 18-X-83: 8.
Peláez González,
Cristóbal. “Escrito nuestro y
lejano.” El Colombiano-Dominical. Medellín, 19-XI-89.
Rondón Ch., Ricardo. “Cuentos para antes y después de hacer el
amor”. El Espacio. Bogotá, 9-V-98: 18.
Ruffinelli, Jorge. “Mundo y circo.” La palabra y el hombre. 76-77.
Simões, Cleide. “Ainda somos autores exóticos.” Suplemento Literário. Belo Horizonte, 27-VI-87: 3.
Williams, Raymond L. Reseña de Breve historia de todas las
cosas. Inter-American Review of Bibliography. 27(1), 1977: 73-74.
[1]El crítico norteamericano
Raymond L. Williams atribuye este fenómeno a un rompimiento con la novela
tradicional. (Reseña 73).
[2]En realidad, sólo vivió en
la casa de Bartola unos seis meses. (Comunicación personal del autor.)
[3]En 1996 la Universidad
Veracruzana publicó una segunda edición en la que se usan los nombres
verdaderos de los personajes de Kansas. También hay un párrafo adicional al
final que matiza un poco el sentido, y un apéndice crítico.
[4]Al fin de la novela
aparecen las siguientes fechas: “Cali, 1973 / Xalapa, 1988.” El autor me
asegura que trabajó más tiempo del indicado en este post scriptum.
[5]Frenáptero. Palabra
inventada. Significa: persona de mente alada.
[6]Aunque, en una entrevista
publicada inicialmente en 1989, cuando se le preguntó si era frenáptero él,
respondió: “No, yo no soy un frenáptero porque utilizo la literatura para mis
fines. El frenáptero es un artista de la vida, alguien que no tiene tiempo para
sentarse a registrar su creatividad” (Peláez González).
[7]La cita viene de una
fotocopia de un texto, que me facilitó Aguilera Garramuño, en el que no se
identifica ni lugar ni fecha de publicación.
[8]Véanse las entrevistas que
le hicieron Carl Gutiérrez (45) o, más recientemente, Ricardo Rondón (18).
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