Marco Tulio Aguilera Garramuño
La vida de Carlos Fuentes, uno de los más
importantes escritores de los tiempos actuales, daría tema para una gran novela
en la que el esplendor del triunfo social, literario y político estuvo opacado
por unas desdichas íntimas de dimensiones comparables a las de las grandes
tragedias griegas. Así cómo cuenta con varios libros aclamados en el mundo
entero, su existencia estuvo signada por la muerte de dos de sus hijos y de su
primera esposa, en circunstancias particularmente atroces. Con todo y esas
desventuras, Carlos Fuentes no perdió su apostura de príncipe y su mirada de
águila imperial.
Del brazo del presidente de la república entró
al Palacio de Bellas Artes Silvia Lemos, la viuda de Carlos Fuentes.
Acompañaban al féretro los aplausos fervorosos de sus lectores. Sobre la caja
se colocó la bandera de México. Habló Consuelo Sáizar, directora del Consejo
Nacional de la Cultura. Mencionó palabras de los jóvenes escritores Jorge Volpi
y Juan Villoro, lo que de alguna manera fue una especie de entronización de dos
sucesores de la gran gloria de las letras mexicanas. Carlos Prieto, otro de los
grandes de México, interpretó al cello Zarabanda de Bach. Habló Federico Reyes
Heroles. Emitió un discurso brillante y erudito. Lo llamó hombre complejo y
completo. Destacó su disciplina de trabajo, su carácter de gran seductor, su capacidad
histriónica, sus dotes de gran conversador, su iberoamericanismo, su valentía,
su don crítico y la gran generosidad. Comentó su cercanía con el público, que
lo impulsaba a permanecer horas enteras firmando libros a sus lectores, a los
que privilegiaba por encima de cualquier halago de los poderosos.
Un fragmento de una entrevista que le hizo El País, en Buenos Aires, con motivo de
su presencia a la Feria del Libro, explica de alguna manera las razones por las
cuales un hombre vigoroso y activo a sus 83 años, de quien nadie esperaba una
muerte tan repentina, cayó súbitamente desmayado en el baño de su casa el 15 de
mayo de 2012, para ya no recuperarse:
Lo mató, sin duda, la gana de seguir
viviendo con intensidad casi juvenil una existencia plena. Sólo le faltó el
premio Nobel y sobre ello Carlos Monsiváis –otro de gran intelectual recién
desaparecido—se atrevió a hacer una broma de mal gusto. Dijo: “A Carlos Fuentes
se le agrava el insomnio durante todos los meses de octubre: se la pasa al lado
del teléfono esperando la llamada de la Academia”. El mismo Monsiváis,
comentando el volumen desmesurado y la ambición de las novelas Terra
Nostra y Cristóbal Nonato dijo que
para leerlas había que conseguir una beca.
Intelectuales y lectores en general, autoridades, sus amigos
y sus enemigos –que no le faltaron nunca--, encajaron el golpe y abrumaron a la
prensa, twitter, facebook y todos los medios posibles con mensajes de
condolencia, valoraciones de su obra, testimonios de gratitud, acusaciones de
plagio, revelaciones inéditas, recuerdos de sus virtudes y sus defectos (unos
afirmando que era el rey de los vanidosos, otros destacando su sencillez y su
don de gentes).
Enrique Krauze y algunos jóvenes escritores
polemizaron con Fuentes. El primero, en un célebre ensayo publicado en la
revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz, el otro
grande, buscó desacreditar un concepto de identidad mexicana que Fuentes
intentó definir en varias obras. Su amigo y compañero del boom, José Donoso, a
pesar de admirarlo, no esquivó caracterizar a Fuentes como “un gran reciclador
de textos ajenos”. Los otros miembros del boom, sin embargo, fueron unánimes en
expresar altísimos elogios: Gabriel García Márquez y Julio Cortázar
manifestaron su admiración sin medida.
Un par de meses antes de
su muerte Fuentes descalificó a Enrique Peña Nieto, candidato a la presidencia
de México, quien al ser preguntado en la Feria del Libro de Guadalajara por el
nombre de un libro que hubiera marcado su vida, no supo responder. Ante
semejante muestra de solidez intelectual Fuentes dijo públicamente: "Este señor tiene derecho a no leerme. Lo que no tiene derecho es a
ser presidente de México a partir de la ignorancia, eso es lo grave".
También manifestó que en su opinión el candidato menos inapropiado a la
presidencia era Andrés Manuel López Obrador.
Fue
promotor de muchos escritores menores. Ayudaba a los que lo ayudaban. Como
persona me pareció altivo y distante. Como muchos del boom, fue amigo de los
poderosos y tuvo algunas veleidades con personajes no del todo recomendables. Marcó
una época en México, como lo hizo Octavio Paz. Admirable su energía, su
voracidad literaria y su solidez teórica. Creó en torno suyo, como muchos otros
escritores, un coro de adoradores, seguidores y estudiosos. Me quedo con su
novela La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz. Pienso que los
hombres que tienen una energía tan grande como la suya, independientemente de
que me guste o no su obra en general, seguirán ejerciéndola en otro plano. No
creo que vaya a descansar en paz. Pienso que seguirá trabajando. Opino que esto
no se acaba ni cuando se acaba.Xalapa, mayo 16 2012
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