Así como se sigue considerando que todos los
escritores mexicanos son hijos de Pedro Páramo, para muchos es casi ley que
todos los escritores colombianos sean hijos de Aureliano Buendía. Pero en el
caso de Marco Tulio Aguilera Garramuño (Bogotá, Colombia, 1949)no era para
menos. En 1975, cuando sólo tenía 24 años, tuvo el infortunio de que su primera
novela, Breve historia de todas las cosas
la promoviera Ediciones de La Flor como que era mejor que Cien años de
soledad y que Marco Tulio era un escritor mejor que Gabriel García Márquez
pero sin bigote. Las coincidencias eran muchas (sin contar el hecho de que
ambas fueron publicadas originalmente por editoriales argentinas): la historia
de un pueblo y de sus pintorescos habitantes, el ánimo voraz de la novela total
y una narrativa exuberante como la selva misma.
Sin embargo, en ese entonces muchos
lectores se fueron con la finta. Ahora sabemos que Aguilera Garramuño no era ni
es, ni por cerca, un seguidor del “realismo mágico”. Así lo demostraríacon su
vasta obra posterior, que incluye más de treinta libros, los cuales han
recibido diversos premios y reconocimientos, entre los que destaca el Premio
Nacional de Cuento San Luis Potosí por sus célebres Cuentos para después de hacer el amor.
En el caso de su primera novela, se
trató más bien de un ejercicio de parodia, pleno de humor, que se desdoblaba en
una crítica más puntual a la idiosincrasia de los pueblos latinoamericanos,
retratando sus lacras, infortunios y desatinos, pero pocos parecieron entender
el chiste.Uno de los pocos que apreciaron con justeza la apuesta fue ni más ni
menos que Seymour Menton, quien señaló en La
novela colombiana. Planetas y satélites (FCE, 2007): “Breve historia de todas las cosases una especie de parodia deCien
años de soledad, que se distingue
de su modelo por el tono predominantemente humorístico y por su afiliación con
la novela autoconsciente, o sea la novela estilo Rayuela que comenta su
propio proceso creativo”. Luego de hacer un análisis comparativo puntual y
detallado entre las dos obras, Menton concluye: “Aunque no tenga las
dimensiones universales y trascendentes deCien años de soledad, la
novela de Aguilera Garramuño es de mayor magnitud que todos los otros satélites
macondinos de la última década”.
Pero treinta y seis años después, Aguilera
Garramuñodecidió trabajar de nuevo sobre esa primitivaexperiencia. Ahora la ha
rebautizado comoHistoria de todas las
cosas que es —y no esal mismo tiempo—una versión corregida y aumentada de
aquella primera incursión novelística. Lo es porque conserva gran parte de las
anécdotas que tienen como escenario el poblado imaginario de San Isidro de El
General, ubicado en Costa Rica, y aparece la galería de personajes ya conocidos,
una inacabable corte de los milagros que ya poblaba las páginas de la
alucinante narración original.
Y no lo es porque, ya desde el
título, el autor ha decidido hincar aún más sus sardónicos dientes. Ya no se
trata de una “breve historia”: se trata de “Lahistoria”
de todas las cosas. Ha llenado huecos, ha introducido nuevos personajes, ha
replanteado escenas y descripciones, la ha aumentado hasta sobrepasar las 500 páginas,
proponiendo al lector una experiencia literaria renovada. En efecto, esta reciente
versión se lee de manera diferente y sobresalen en ella, ya sin tomar tanto en
cuenta la impronta macondiana, los mejores artilugios con los que siempre ha
contado el autor, como lo ha demostrado en otras novelas comoMujeres amadas, Las noches de Ventura, La
pequeña maestra de violín y La
hermosa vida.
A la manera de Rabelais, en Historia de todas las cosasAguilera Garramuño ha realizado“una obra
basada en la risa que degrada, corporiza y vulgariza ante la imposibilidad de
llegar a la verdad con certeza”, como ha dicho Diógenes Fajardo, a propósito de
Gargantúa y Pantagruel. En el mismo
sentido, Mijaíl Bajtin ha señalado que Rabelais rechazó los moldes literarios
de su tiempo“mucho más categóricamente que Shakespeare o Cervantes, quienes se
limitaron a evitar los cánones clásicos más o menos estrechos de su época”. En
Rabelais, dice Bajtín, “no hay dogmatismo, autoridad ni formalidad unilateral”.
Las imágenes rabelesianas son “decididamente hostiles a toda perfección
definitiva, a toda estabilidad, a toda formalidad limitada, a toda operación o
decisión circunscritas al dominio del pensamiento y la concepción del mundo”.
Así Aguilera Garramuño en este libro desternillante,
libérrimo, totalmente disfrutable. Como Rabelais, se ha
resistido a ajustarse a los cánones y reglas del arte literario dominantes, tal
cual lo señala el propio narrador de la novela: “Tengo, amigos, el derecho de
inventar lo que se me de la gana. Fácil, en la tramoya literaria todo se puede,
hasta lo que no se puede. El que quiera oír o leer, que oiga o lea, y el que
no, que ponga a enfriar sus pelotas. En lo que escribo, señor orate, soy rey
soberano, dios y el mundo se callan.”
Marco Tulio Aguilera Garramuño. Historia de todas las cosas. Ediciones
de Educación y Cultura/Trama Editorial, México, 2011. 515 pp.
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