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viernes, 6 de enero de 2012

Necrópolis de Santiago Gamboa y los hijos de García Márquez

Un aire de apocalipsis y de farsa baña la novela  Necrópolis, del colombiano Santiago Gamboa. No hace mucho tiempo leí una de esas listas arteras y envidiosas que publican las revistas de escándalo cultural: “Las peores novelas de año en Colombia”. Entre ellas destacaban dos novelas que conozco: una de Mario Mendoza (autor de  Satanás, Premio Seix Barral) llamada Buda Blues,  y  Necrópolis del autor mencionado.  De Gamboa sólo había tenido en mis manos antes una novela que abandoné al discurrir de pocas páginas. Era algo como la biografía de un muchacho, escrita de manera casi decimonónica.  Necrópolis es algo muy diferente: alterna el relato de un viaje de un escritor que es evidentemente Gamboa a un congreso en Israel, con la narración de las vidas de una serie de personajes estrafalarios: una especie de nuevo y depravado Jesucristo, que funda su nueva iglesia en Miami; una actriz porno, un ajedrecista travesti; un mecánico colombiano. Los personajes son verosímiles, en general afectados por algún tipo de tragedia y están retratados de manera efectiva, en un estilo torrencial que deprecia los recursos tradicionales del diálogo y que forma un tejido que la da fluidez a la narración.
Toda buena novela, que sea en realidad novela, es decir que plantee una novedad, debe tener su lógica propia y original, que el lector debe descifrar, aceptar o rechazar. Esta novela tiene en efecto su lógica que, de inicio, se plantea como un árbol: un tronco que es el relato del escritor y las ramas, que son las historias de los personajes que el escritor conoce en el congreso. El relato, los relatos se despeñan velozmente, en general en primera persona irreverente y directa.
Según parece Gamboa, que ha vivido varios años en Europa y que recientemente fue embajador de Colombia en la India, ha tenido buen éxito en varios países, particularmente en Italia, y a menudo  cuando se usa el viejo argumento de “Colombia no es sólo García Márquez” se le menciona junto con Fernando Vallejo, para mí flojo prosista y genial escandaloso; Abad Faccilince, de quien sólo he leído un libro que me pareció artificioso, inflado y oportunista sobre la muerte de su padre y unos poemas de Borges hallados en el bolsillo del muerto; y la reciente estrella de todos los moles, William Ospina, de quien se dice que es lo mejor que ha dado Colombia en los últimos tiempos.
Necrópolis es de esas novelas en las que el lector tiene algo que esperar constantemente: no sólo el desenlace del extraño congreso, sino las peripecias de las vidas de los personajes, personajes tan bien definidos e inolvidables como Gunard, el ajedrecista que se viste de mujer en sus momentos de soledad, como Sabina Vedovelli, la actriz porno.  Hay una columna vertebral –el congreso y lo que vive en él el escritor—y una serie de historias laterales tan poderosas, que  uno no añora ni se impacienta para que el narrador regrese a la columna vertebral. El estilo se va acrisolando a medida que avanza, al principio es hosco, agresivo, vulgar, luego va moderando su agresividad y se va volviendo íntimo, entrañable. Deliciosa novela. Lo digo sin pudor y admito la sonsería del lugar común. Los ritmos y los tonos de las diversas historias varían, hasta llegar a una especie de paroxismo vital, en el relato de la estrella del cine porno, que lleva una vida desastrosa, acelerada y vil, que sin embargo resulta interesante no tanto por las peripecias de su existencia sino por la forma en que cuenta sus avatares, con una naturalidad tal, que uno puede llegar a pensar que aquel fornicar incesante, el drogarse, el humillarse, es una profesión tan digna como la de una monjita o una vendedora de libros a domicilio. Sorprende, de nuevo, el conocimiento de este mundo, que muestra el autor. Básicamente impresiona en esta novela el dominio de escenarios tan diversos como Villavicencio en Colombia, Israel en tiempo de guerra, París bohemio, Europa oriental.
Gamboa no es un estilista como García Márquez, sino un noqueador, un rudo, que se gana la atención del lector a golpes, sin sutilezas ni fintas artísticas, su Necrópolis no se lee, se devora (y de nuevo no pido disculpas por el lugar común).  Tras leer su obra entiendo por qué los exquisitos de Bogotá la calificaron como una de las peores del año. Ellos buscaba imágenes poéticas, metáforas, alambicamientos: lo que obtuvieron fue puñetazos en la nariz, realidad potenciada al extremo.
A Gamboa le ha sucedido lo que le ha sucedido a más de veinte escritores colombianos, incluso a quien esto escribe: que lo promocionan como el más posible sucesor del trono que Gabo ha dejado vacante desde que se retiró de la vida activa. No me parece que llegue a tanto: es un buen narrador, pero un estilista más bien flojo. Con respecto a otro que se anuncia como el nuevo García Márquez, Evelio Rosero, me parece más imporbable que llegue a la altura del Nobel. Después de su novela premiada en Tusquets publicó una novela bastante intrascendente. Otro que la publicidad quiere forzar como gran escritor es el autor de El ruido de las cosas al caer.Este autor me parece de un calibre bastante menor y por más que sea inflado por Alfaguara y por Fuentes, no creo que llegue a escribir una obra memorable.

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