Es un
hombre solitario, un buscador, que se ha aventurado innumerables veces,
creyendo siempre, o fingiendo creer, que se enamora, y terminando en relaciones
tristes, orgánicas y fracasadas. En esta niña -debe tener apenas un poco más de
quince años- Ventura admira, inicialmente, la superficie: esbelta como un
adolescente, cabello corto, su rostro tiene la expresión de una carita
sonriente de las que modelaron los indígenas totonacas hace tal vez quince
siglos. Ventura se deja llevar por la locuacidad de ella, por su aparente falta
de sentido de la responsabilidad. La invita a cine. Ella acepta. La niña no
deja de mirarlo durante la proyección. El hombre la besa y ella responde con
entusiasmo. Lo llama "señor". Observan una película de Hitchkock,
"Los pájaros". La niña en lugar de aterrorizarse por por las escenas
en las que los cuervos atacan a los niños, se ríe.
-Las cosas deben ser como deben ser -dice-.
Si no, qué gracia iban a tener.
Caminan luego por el Parque de los Berros,
envuelto en brumas. La niña va jolgoriosa, parlanchina, aferrada al cuerpo del
hombre. No la turban las miradas indiscretas.
--Creo que este parque es el más hermoso del
universo.
--Si el señor lo dice, así es, porque así
debe ser --responde Flor de María más con clara convicción que con humildad.
--¿Y tú crees
eso porque lo digo yo?
--Cualquiera sabe que un señor tan grandote,
de anteojos y con barba no puede mentir.
--¿Y por qué
no puede mentir?
--Porque ese señor me gusta muchísimo, más
que matar piojos o reventar espinillas.
--No entiendo por qué te puedo gustar yo.
--Eres bello -- le dice, tuteándolo por
primera vez--. Tienes manos de luchador, piernas largotas, ojos tristes y
dientes chicos.
El hombre puede comprender todo, menos que
a Flor de María le parezca bello: la pelambre descuidada y larga, la piel
curtida cubriendo un cráneo anguloso, el cuerpo una masa de músculos poco
proporcionada, su humanidad sin armonía. Ninguna de sus pasadas mujeres cantó
su belleza. Acaso se refiriera al espíritu, ese ser más hondo, que en alguna
parte debía habitar, y que ella intuía.
--No confíes en las personas --le dice--.
Cada vez que quieren impresionar a alguien le ofrecen su mejor parte.
--Yo confío en ti. Es todo. Lo puedo sentir
en la boca del estómago. Mi sistema digestivo es buen pisicólogo -. Pronuncia
la palabra sin ironía, "pisicólogo", como si la hubiera sacado
recientemente del diccionario.
Caminan por Ursulo Galván, se detienen
frente a un negocio de pesticidas,
reiteran los besos, sienten pasar a su lado una banda de muchachos que
supieron cautamente ignorarlos, avanzan rumbo a El Pregón de Provincia, hacen una nueva estación amorosa al lado de
una pila de basura, dan unos pasos más y llegan al sitio donde está estacionado
el auto.
--Míralo, ¿te gusta?
Flor de María gira en torno al vehículo.
--Es simpático. ¿Cómo se llama?
--A veces lo llamo Galileo y a veces El Oprobio.
¿Sabes qué es un
oprobio?
--No sé, pero debe ser muy divertido--.
Flor pide que busquen una sombrita, en plena noche, para sacarle más gusto a
los besos, y una vez hallado el sitio propicio, unen los cuerpos con minucia de
relojeros, ella su justa pequeñez sobre el cordón de la banqueta, él
recibiéndola desde abajo, sus brazos haciéndola desaparecer como si al
abrazarla se estuviera amando a mí mismo.
--Me quedaría besándote toda la noche --.
Era indispensable, debía rendirle pleitesía y meter una tarjeta al horroroso
reloj checador.
Ventura decide hacer guardia a la puerta
del edificio hasta que la niña salga de la oficina. Quiere estar seguro de que
no escape. Sabe que no es un sueño pero conoce de los vuelcos de la vida. La ve
bajar las escaleras de cuatro en cuatro.
¿Rumbo? ¿Ves aquella colina? Allá no es. Vivo más allá
de la civilización. Eso dice. El Oprobio sigue una ruta de calles que ni
siquiera merecen tal nombre, entre despeñaderos, zanjas abiertas y vericuetos
de cieno selvático. El volkswagen supera con maña de mula los obstáculos, como
un ciego, más guiado por su mecánico instinto que por la habilidad del
conductor y siguiendo el mapa que trazan dos o tres bombillas mortecinas que se
fingen estrellas allá en el horizonte de la niebla tenebrosa. -Caminas
todas las noches por este sendero de bandidos?
-En la noche todos los gatos son machos.
Además, sé fingir voz de hombre malo y tengo en mi bolso una pistola de
fulminantes Cuidado, cabrón, toy
armado!
La actuación sólo risa despierta en Ventura
y enojo en la nena:
--¿No parezco hombre malo en la oscuridad?
--No. Pareces exactamente lo que eres: una
chiquilla asustada fingiendo ser hombre rudo.
--Pues lo hago bien --dice enfática--. A
propósito, ¿qué quiere decir
lujuria?
Ventura busca una respuesta que esté a la
altura de los castos oídos y cree desvelar una definición, si no lógica, por lo
menos compatible con el alma cristalina que parecía saber tan poco del mundo:
--Lujuria es lo que va después de los
besos.
--Ah, entiendo. Quiere decir regresar a
casa e irse a dormir. Qué bueno. Me siento muy lujuriosa esta noche. Mis padres
son muy serios en todo lo referente a la lujuria: si no llego a tiempo a casa
hay gritos y hasta golpes. Además prometí portarme bien desde que tuve al niño.
--¿Cuál niña?
--Mi hija. ¿No te había hablado de élla? Tiene dos años. Es un duende. Pronto la
conocerás.
Bajó del auto y huyó por la útima calle, se
internó en un sendero entre el ladrar de los perros. La ciudad palpitaba a lo
lejos.
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