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martes, 6 de septiembre de 2011

Llueve sangre

Texto escrito por uno de mis alumnos en el que crea una hermosa y aterrorizante metáfora de lo que está sucediendo en algunas ciudades de México.
Félix Urbina Alejandre               
Taller de Lectura y Redacción Agosto 2011
MEIF-11  , Danza

Antes, Patria, que inermes tus hijos
bajo el yugo su cuello dobleguen,
tus campiñas con sangre se rieguen,
sobre sangre se estampe su pie.
Y tus templos, palacios y torres
se derrumben con hórrido estruendo,
y sus ruinas existan diciendo:
de mil héroes la patria aquí fue. 
Himno Nacional Mexicano

Hoy decidí salir después de las doce de la noche, a comprobar lo que se escuchaba en las noticias. Era cierto. Una espesa lluvia de sangre caía sobre las casas, vigorosa y relampagueante, oscureciendo todo a su paso. Era un aguacero abundante de gotas que sonaban como disparos contra el cemento. Extendí la mano al patio sólo por un momento y fue como si la hubiese sumergido en lodo. Lo más inquietante no era su color, rojo como la sangre más humana, sino el perturbador calor que ésta desprendía al tacto, olía a sal.
El aire se volvió tan caliente que mis ojos empezaron a llorar. Yo estaba tan impactado que me quedé como petrificado en el marco de la puerta, con la mano que había sacado a la lluvia toda tiesa frente a mí. Poco a poco el jardín desapareció bajo la lluvia, y ésta apretó tanto que ya ni podía ver al otro lado de la calle. Desperté de mi trance y entre tosidos azoté la puerta de mi casa y me dejé caer detrás de ella. Cerré las persianas para ya no ver las muecas de terror de mis vecinos que pasaban ensangrentados por mi casa. Dentro y a salvo, me imaginaba como los cristales quedaban completamente rojos.
Al poco rato las coladeras se llenaron y la sangre empezó a inundar la calle. Me vi obligado a atascar periódico y jergas en la puerta de enfrente para que ésta dejara de entrar a la casa. También llené el piso de cubetas y vasos, pues de la nada mi casa se había llenado de goteras.
Coloqué el sillón de espaldas a la pared y me senté a ver la tele, subí el volumen a tope, y pasé de canal en canal buscando una película, un programa, o algo que me hiciera olvidar el charco de sangre que se estaba metiendo a  mi casa en lo que la lluvia paraba. Pero todo lo que había en la tele eran reportes de la lluvia, programas especiales, reportes de última hora, transmisiones en vivo, analistas y luego, a la una de mañana, un mensaje en vivo del presidente: Hoy más que nunca el pueblo mexicano debe enfrentar las adversidades con valentía y orgullo.
Entonces empezó a granizar. Era el sonido como de mil estallidos reventando las tejas, rebotando por todo el patio y soltándose salvajemente contra los cristales y las paredes. Y no era un granizo blanco y redondo como cualquiera. Eran grandes cachos de carne los que caían del cielo contra las casas, pedazos de hueso y piel rosada, empapada de esa lluvia roja. No podía creer lo que veía.
El ruido de cientos de trozos de cuerpos cayendo del cielo como el rugir de tabores de guerra dejó a la tele y a la radio mudas. A su vez las goteras cedieron para convertirse en chorros de sangre, y las manchas de humedad que había en el techo se tornaron grandes hematomas rojos a punto de reventarme encima.
En eso la cabeza de un hombre rebotó contra el piso y entró disparada a la sala. Salí corriendo a encerrarme en el baño, con sus paredes y techo de azulejo brillante y blanco, con una sola y diminuta ventana acortinada. No había nada rojo ahí dentro. Mis ojos lloraban y mi respiración era muy acelerada, no podía calmarme, nada en este mundo podía hacerme sentirme menos enfermo.
Dos pequeños audífonos blancos se introdujeron a mis orejas y el sonido del ipod secuestró mi atención del desastre que atacaba la casa. Entonces, para mi mala suerte, las tuberías empezaron a azotarse contra las paredes; la sangre subió por el caño, reventó el drenaje y se salió por el lavabo, las coladeras, la regadera y hasta por entre los azulejos.
Cuando salí la sangre ya había llegado al segundo piso. Chapoteé asustado por los pasillos inundados, entre mis muebles que flotaban, pedazos de cuerpo, y la radio que nadaba  todavía transmitiendo el mensaje presidencial, Paz para todos los mexicanos. 
Fue parado sobre la cama, y con la música del ipod a todo lo que daba, que me di cuenta que fuera como fuera, la sangre me iba a ahogar en cualquier momento.

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