DIARIO COLOMBIANO
Recorrido en bicicleta por la Sabana de Bogotá
Marco Tulio Aguilera Garramuño
Comenzaré a publicar en este blog alterno páginas de mi Querido Diario. ¿Año? No estoy seguro. Lo indudable es que lo que cuento sucedió hace más de diez años.
Me entero que mi amigo Gustavo Alvarez Gardeázabal ganó la elección y es el próximo gobernador del Valle del Cauca. El próximo sábado iré a Cali, donde probablemente lo vea y sin duda él reiterará, ya como gobernador, su oferta de que regrese a vivir a Colombia y le ayude a gobernar. Qué puedo responderle. Será un gran compromiso, un compromiso semejante pero más largo, al de responder a los llamados de tantos amigos o interesados, que querrán emborracharse conmigo porque tienen la idea de que soy importante y saben que soy palpable, a diferencia del Gabo que se volvió etereo.
La Mona me cuenta una anécdota. García Márquez fue con su mujer a un concierto en un pueblito cerca de Bogotá. Nadie se acercó a él, absolutamente nadie, nadie lo miró, Mercedes lanzaba en vano su capa española sobre el hombro y nada, GM se mantenía con los ojos fijos en el frente, la espalda tiesa, como un general que no tiene quien le alce la voz ni le mire a los ojos. Me dio mucho gusto, dijo la Mona, que nadie le diera importancia a GM. El pueblo de Zipacón le pagó con la misma moneda de invisibilidad. GM no quiere hablar con nadie, nadie quiere hablar con GM. GM sólo habla con ministros, presidentes, embajadores y con su círculo de elegidos, los poderosos de este país, dice la Mona. Y escuchando hablar a la Mona, pensé que yo, en mis modestas proporciones ya estaba asumiendo las mismas actitudes: sin tener ni su fama ni su gloria y mucho menos su obra ya estaba jugando al famoso, libreme señor. Recordé también lo que me dijo Gabo: que a veces está en su casa, esperando que lo llamen sus amigos y nadie lo llama.
La batalla por conciliar el sueño fue dura, pero finalmente lo logré. A las ocho de la mañana del día siguiente ya estaba en pie lavando los platos y arreglando la casa, para que la Nena no tuviera trabajo al despertar y pudiéramos salir temprano, como en efecto sucedió. Montamos la bici en la parte trasera de su Renault Twingo, un auto como de juguete propiedad de Nena y emprendimos camino rumbo a la autopista a Medellín. A la salida de Bogotá bajamos la bici y emprendí los 16 kilómetros rumbo a Subachoque. Recorrimos grandes extensiones de prados idílicos, de un verdor espléndido, con casas de tejas muy bellas. Multitudes de ciclistas elegantemente uniformados iban y venían, familias enteras, señoras gordas, niños, todos con sus bicicletas de carreras, todos en una comunidad ciclística muy bella, en la que no se notaba para nada el país violento que pintan las agencias noticiosas. La Nena, que es bióloga y recorre Colombia de arriba a abajo por selvas y cañadas, me contó sus encuentros con la guerrilla. Dice que en general los guerrilleros son personas amables y educadas, que viven en las montañas y que no molestan sino a los ricos y al gobierno y que están interesados en mejorar la situación de este país. "Una vez fuimos detenidos en un río por un grupo de guerrilleros que viajaba en una pequeña lancha. Nos llevaron a un campamento, nos retuvieron un tiempo mientras utilizaban nuestra lancha para transportar gente o armas y luego nos devolvieron la lancha, y siempre nos trataron como caballeros. Yo me he encontrado veinte veces con la guerrilla y nunca me han robado ni me han amenazado".
El recorrido rumbo a Subachoque se hacía cada vez más empinado pero logré hacerlo en 20 minutos a una velocidad de 20 kilómetrtos por hora. Ya en Subachoque entregué la bici a Nena y tomé el volante de Twingo, mientras mi hermana emprendía el rumbo a Pradera. Sus espléndidas piernas subían y bajaban energicamente. La Nena mide casi uno ochenta y tiene cuerpo de atleta, inteligencia despierta y disciplina espartana. Dice que no se ha casado porque no ha encontrado hasta ahora a ningun hombre superior a ella. En Pradera descansamos y en un puesto en la carretera comí obleas y masato. Luego seguimos por una carretera de terracería, atravesamos la cordillera y llegamos a Zipaquirá, donde en el mercado almorzamos de lo lindo: cuchuco de espinazo, tubería negra, papas criollas y longaniza. Luego bocadillos beleños y un chocolate. Todos estos sabores tan colombianos los recuperé con deleite y observé aquel pueblo tan bello, tan agradable, bajo un cielo de promoción por tiempo limitado, en medio de los paisajes mas conmovedores. Colombia en su esplendor, gente extraordinariamente amorosa. Cualquier persona al dirigirse a ti te llama mi amor, papito, mamita, su merced. La población colombiana vive en la ilusión de que todo sigue su marcha normal, incluso en medio del caos de la violencia. Ha aprendido a vivir con la serenidad de un Epicuro.
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